Letralia, Tierra de Letras
Año IX • Nº 115
4 de octubre de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Artículos y reportajes
Humo de mis plegarias
Oscar Vargas Duarte

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Charles BukowskiEstoy en un hotel. El piso once; este número podría cobrar pronto una suerte aciaga como la del trece. No conozco el origen de la idea acerca de la mala suerte de los días que se nombran con el número que sigue setenta y dos horas después del décimo, sin embargo ahora que New York sufre un desastre en una fecha apuntada con los dos unos y luego le ocurre lo mismo a Madrid me puedo imaginar que los dueños del agüero van a sugerir esto dentro de poco.

Tengo una vista sobre una parte de la ciudad, las luces se derraman en gotas sobre el espacio que puedo ver desde la ventana... Disfruto esta visión, los espacios del cuarto se engrandecen, expanden sus pequeños rincones como una fruta que se explota en el aire después de un golpe con un bate de béisbol. La ciudad puede convertirse en una eterna tortura para quien desde una esquina pretenda contar los pasos que la abarcan. Claro, esto último no tiene sentido ni se consideraría un acto de cordura, pero después de ver a quienes nominamos como locos uno se queda con la duda y llega a pensar que son parte de una conspiración que desea darle a la ciudad una cifra en pasos, en desasosiegos, en inmedibles afecciones.

Sostengo el portátil sobre las piernas. El televisor abriga y somete algunos espacios del cuarto, una mesa pequeña con un florero lleno de vacíos, otra mesa con una silla. Ahí he dejado la bolsa con las acostumbradas cervezas de la noche. En este momento muy por encima de mis urgencias emocionales, de mis agradables olvidos, de las justicias merecidas y de las excitantes distancias me preocupo por lograr que las latas llenas alcancen incluso hasta cuando la ebriedad consuma la inmadura conciencia y también las afecciones sentimentales.

Apenas anoche me apegaba al teléfono queriendo perpetrar asaltos y deseos, sin importar la evidencia de los actos. Estuve deliciosamente entregado a la charla, animadamente escuchando mis sentimientos con ellos mismos, una especie de entrega para presumirme culpable de todo y de nada.

Esto me gusta, la palabra recibe vocablos aprendidos o mejor el computador me permite desde el teclado presiones y arrugas que obligan a mostrar en el monitor alguna cosa que se me ocurre mientras veo televisión, bebo cerveza y reconozco lo agradable que me resulta estar en este cuarto. No pertenecer, ser parte de la ruta, del silencio que se quiebra con la petición de un seguro que se rompe para dar paso a una puerta abierta. El televisor me sigue seduciendo, esto es un juego de maleficios y hechizos, el computador, la televisión, la cerveza, un libro y yo con mi egoísmo.

La resistencia de Sábato y un libro de Bukowski. Mis pretendidos talentos con la escritura que se caen por livianos. En eso estoy, observando el florero, y los medios de comunicación que me provocan historias de otras tierras. Un cambio de canal me permite la vista del fútbol. El otro día le decía a una de mis amigas que no entendía por qué ellas no lo disfrutan tanto como los hombres, entonces le comentaba que yo veo los deportes femeninos con mayor atención cuando utilizan pantalones cortos y además tienen mayores facilidades de movimiento. Es que si a ellas les gustan las piernas de los hombres y su fortaleza física pues deberían participar del fútbol con un gusto especial. Esto que escribí es un sin sentido y no merecía aparecer en este espacio, pero igual, vengan aquí incluso mis inclusos.

Había empezado este texto con la intención de abordar la idea de los cambios que nos sugieren los nuevos medios de comunicación, esto porque noto en mí la insistencia por estar conectado con las personas que me agradan o me llenan. Acabo de utilizar un término que no dice mucho, pero es mi texto y tengo entonces la supremacía sobre él para poner lo que quiera.

Estoy en el hotel, tengo diferentes posibilidades de comunicación, primero voy a nombrar las que no me permiten una interacción menos participativa. El televisor me trae imágenes, repetidas o no, es una manera que tienen los medios para llegar con sus solemnidades a mi mente. Luego, aunque no pareciera el control remoto del mismo es el medio que conozco para hablarle, le pido cambios y él los ejecuta sin preguntas. Leamos entonces de esta relación lo que a mí se me ocurre; distancia, inapetencia, conformismo y salubridad. ¡No me la estoy fumando verde y ni siquiera me la estoy fumando!

Distancia, es la disposición que conservamos para muchas de las cosas nuevas del mundo y para otras tantas tan antiguas como nuestro hábito de mantenernos de pie. Mantenemos una prudente distancia con tantos eventos del mundo que preferimos verlos tan sólo en pantalla. Acabo de pasar por el canal porno, está codificado, no se ve nada, sin embargo se escuchan algunos sonidos y los voy a dejar mientras me expando en tonterías sobre esta sábana de bytes.

Hay gente a la cual la idea de morirse solos les asusta más que la propia muerte, son de ese tipo de actores de teatro que no soportan la idea de comprenderse banales. Otra vez voy diciendo tonterías, ahora puedo dejarle esta culpa a un programa de televisión que pasan en el canal veinticuatro. Ni me importa el nombre del mismo ni sé el nombre del programa.

La mano izquierda huele a sexo, la derecha a cerveza. Vaya suerte, dos soledades contiguas. Imagino lo que pensaría Bukowski si supiera que dejo derramar cerveza sobre sus libros. Claro, reiría y luego soltaría una retahíla de enojos por la cerveza perdida, no por el libro humedecido, por supuesto.

El momento más hermoso de mi vida, eso recita el actor que interpreta un personaje en la serie que se pasa por el televisor. Acabo de descubrir que viajo sin rumbo en este texto como en mi vida. Vuelvo entonces a tratar la ruta.

Inapetencia, esta debe ser la sed de nosotros los que descubrimos los nuevos medios. Nos descubrimos y sorprendemos más fácilmente con la virtualidad que con la realidad. No queremos otra cosa, sólo este consumo atrayente de estar sin comprometer otro rumbo diferente a un medio de comunicaciones para permitirnos relaciones remotas.

Una mujer pretende la consumación de sus instintos, entonces va a la iglesia y pide perdón por su pecado, otra en cambio busca entre sus cosas, descubre un par de números telefónicos, llama, encuentra a uno de sus amigos y lo convida a la fiesta. Nada pasa, sólo que nuestra felicidad pasa primero por el filtro moral de la escuela que nos enseñaron de niños sobre estos dolores de adultos.

Conformismo, esa palabra a la que todos tememos pero que aceptamos sin darnos cuenta después de consumirnos por el paisaje de imágenes que notan en nosotros el invariable jugo de aceptar sin rechistar.

Salubridad, esa traslucidad de los que simplemente no se arriesgan. Sexo puro, sin condicionales, sin dejarse pegar el aroma del otro o sentir la humedad filtrándose en los poros propios. Entiéndase el uno con el uno. Nadie te toca.

A propósito de todo y de nada, salud.


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 18 de octubre de 2004 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes