Letralia, Tierra de Letras
Año IX • Nº 115
4 de octubre de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Editorial
El escritor y la tecnología
Jorge Gómez Jiménez

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Siempre hay algún escritor que se lamenta de que los tiempos actuales estén tan plagados de tecnología, bajo el razonamiento de que la tecnología está en contra de los buenos intereses del hombre, lo cual no deja de parecerse a las expresiones que en todas las épocas han sido acuñadas contra los vientos del cambio.

Y a veces no es tan algún el escritor que alza su voz plañidera. "Jamás una lágrima emborronará un correo electrónico", decía hace algunos años José Saramago. La sentencia es a todas luces cierta, el correo electrónico ha restado al intercambio postal el encanto romántico de otrora. El honroso y difícil trabajo del cartero, siempre acompañado por la imagen de quien tiene que ir a pie averiguando el número de la casa del destinatario, es llamado en Internet, con oprobiosa sorna, snail mail: correo caracol. Que alguien escriba una carta, la ponga en el buzón y se siente a esperar una respuesta por meses es, a la luz del correo electrónico, cansón e inútil, por no decir ridículo; por otro lado, acarrea gastos desmesurados para la cantidad, y quién sabe si la calidad, de la información que se intercambia.

Es sólo un ejemplo de las dicotomías ante las que nos ubica la tecnología. Tenemos a nuestra disposición una enorme cantidad de adminículos que resuelven problemas, pero, ¿realmente queremos resolverlos? Hace cien años, los hermanos Lumière filmaron escenas de la vida cotidiana y, después de mostrarlas al público, que se maravilló de ver las primeras fotografías con movimiento, negaron que su invento pudiera en algún momento representar algo más que un avance tecnológico. En aquella época, pensar que el cine pudiera convertirse en una nueva forma de arte era absurdo, y los mismos inventores tan sólo le concedían algún valor como invención tendiente a servir de pobre sustento a algún que otro fotógrafo de plaza, si es que los fotógrafos de plaza hubieran podido alguna vez llegar a filmar a sus clientes en lugar de simplemente fotografiarlos.

Este es el momento de la tecnología. O un nuevo momento, si recordamos que ya la historia de la humanidad ha vivido antes períodos de efusividad técnica. Como entonces, pensamos que estamos ante el adelanto definitivo, ante el dominio indubitable de los misterios de la naturaleza; nuestra inimaginable cercanía con los hechos no nos autoriza a cerciorarnos de la certeza de esta suposición. La deformación de la realidad, cuando se la mira tan de cerca, afecta el juicio del entusiasta tanto como del detractor. Sólo la historia nos da una pista, muy leve: todo lo que usamos en nuestra vida cotidiana fue alguna vez un adelanto tecnológico y tuvo, en su momento, defensores y detractores; sin embargo, todos esos adelantos terminaron por integrarse a nuestras vidas.

En 1992, cuando la mayor parte de Internet era aún un territorio inhóspito y en gran medida experimental, Robert Coover celebraba la aparición del hipertexto como el mecanismo que daría pie a la creación de nuevas formas narrativas basadas en la posibilidad de que cualquiera interviniera un relato, adaptándolo a su particular visión del mundo y a sus propias dotes literarias. Fue él quien, en un artículo escrito sobre la base de su experiencia al frente de un —para entonces— novedoso taller literario hipertextual en la Universidad de Brown, acuñó la expresión el fin de los libros para referirse al uso del hipertexto como herramienta para ejercicios literarios, algo que finalmente no ha trascendido más allá de algunos juegos tímidos y sin demasiado valor artístico.

Doce años más tarde, el hipertexto es una herramienta menospreciada por la mayoría de los escritores. Coover predijo equívocamente que a estas alturas veríamos legiones masivas de autores publicando en la red sus creaciones con compuertas disponibles para que los lectores participen del juego creador adosando sus propios personajes, subtramas y giros sorprendentes. Como es sabido, todas estas cosas existen, pero son franca minoría.

El escritor contemporáneo ha aprovechado al hipertexto quizás más como puente para la localización y manejo de la información que para la producción literaria. Es probable que el error de Coover haya sido creer que el hipertexto resolvía un problema de creación, cuando realmente se trataba de un problema de manejo de la información. Ya se ha dicho que Rayuela es un ejemplo de hipertexto antes del hipertexto (aunque a nosotros nos parece que esto de alguna manera es una exageración argumentativa). Así, la relación entre el escritor y la tecnología ha terminado por fortalecerse, pero en el camino opuesto al predicho por el profesor de Brown: seguimos escribiendo igual, seguimos pensando en función de recursos literarios y metáforas; el cambio indudable ha sobrevenido en las vías que usamos para comunicarnos con el lector.

Bien por Coover, de todas formas. En su momento despertó la reflexión sobre la muerte del libro, y esto terminó fortaleciéndolo.

 

Post-Scriptum
"Escribo como escribo,
A veces deliberadamente mal,
Para que os llegue bien".
Gloria Fuertes,
"Historia de Gloria" (1983).


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 18 de octubre de 2004 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes