Letralia, Tierra de Letras
Año IX • Nº 115
4 de octubre de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Letras
La señorita Eloísa
Carmen Lartigue

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Mamá dejó de creerme el día que cumplí ocho años, mucho antes de que pasara lo de la señorita Eloísa. Caminábamos por la calle para ir a comprar un pastel de chocolate cuando lo vi. No mires atrás —le dije—. Un hombrecito verde nos está siguiendo y si volteas lo vas a asustar. Y ¿qué está haciendo el hombrecito? —preguntó mi mamá, sonriendo pacientemente. Se cruzó la calle y lo apachurró un autobús —contesté después de mirar de reojo y, ahí mismo, sin poder evitarlo, empecé a dar de gritos, impresionado por esa mancha verde y pegajosa que se extendía sobre el pavimento. Grité y pataleé tanto que la gente que pasaba se nos quedó mirando. Mi mamá dejó de sonreír y supe que, de ese día en adelante, nunca más me creería.

Cuando le platiqué a mi prima Renata lo que había ocurrido, me escuchó con ojos muy serios pero yo me di cuenta de que se estaba aguantando la risa. Se sentía muy grande porque ya iba a la secundaria pero era buena conmigo, me tenía paciencia. La profesora Aurelia, en cambio, me regañaba todo el tiempo porque una cosa es tener imaginación y otra es ser mentiroso.

Muchas veces tuve que quedarme castigado escribiendo "Debo respetar a mi maestra" o "Debo hablar correctamente" y todas esas cosas que debían hacer los niños de mi edad. Así, con letra manuscrita como nos habían enseñado en el segundo año de primaria. Hasta que me expulsaron de la escuela. El director se había enojado mucho porque yo le había pegado a Felipe tan fuerte que hubo que llevarlo al hospital. Les expliqué que Felipe no era Felipe cuando le pegué con mi espada mágica, sino un monstruo con ojos rabiosos que quería matarme.

Ese día, mamá se preocupó de verdad y me llevó con un doctor que me recetó pastillas para los nervios. Pero eso no sirvió para que desapareciera el lagarto abajo de mi cama que me vigilaba relamiéndose el largo hocico, esperando que me dieran ganas de ir al baño en la noche. Tampoco sirvió para que dejara de tener pesadillas. Me daba tanto miedo que seguido me pasaba a la cama de mamá. Lo peor era que muchas veces, al despertar, las criaturas feroces de mis sueños seguían ahí, me perseguían por la casa gruñendo, babeando y arañando las paredes con sus garras afiladas. Había días en que me dejaban tranquilo pero yo sabía que me espiaban porque oía ruidos extraños. Mamá no oía nada, pero yo sí, no sólo en la oscuridad, sino a la luz del sol, en cada habitación de la casa, en la calle, en todas partes.

Lo que me ponía más triste era no tener amigos. Los niños no querían venir a casa y tampoco me invitaban a la suya. Decían que yo era raro, pero yo creo que me tenían miedo porque cuando hablo hago ruidos raros y digo cosas feas. ¡Qué aburrido era jugar solo! Fue cuando decidí leer todos los libros que había en mi recámara y muchos más que mi mamá sacaba de la biblioteca para mí.

No sé cuántos libros he leído en mi vida porque habría que contar también los que hay en este lugar. Bueno, leído es mucho decir, pues en realidad solamente miro las imágenes. Soy un poco lento para algunas cosas. Es lo que todos decían pero mamá decía que no hay que escuchar a la gente. Hay personas que no entienden y otras sí, como la señorita Eloísa.

La primera vez que la señorita Eloísa vino a la casa yo estaba echado en el suelo de mi cuarto armando un móvil con animales de madera. Recuerdo que mamá entró con ella, me la presentó y dijo: Esta persona va a venir todas las semanas para jugar y platicar contigo. Puedes contarle lo que quieras, está aquí para ayudarte. La señorita Eloísa usaba unos aretes de perlas blancas y tenía los ojos muy redondos y amarillos como los búhos. Me gustaba hablar con ella porque escuchaba con atención cada palabra que yo decía y, después de platicar, hacíamos móviles con figuras de madera pintadas de colores. Cada vez que me visitaba me regalaba libros con imágenes muy bonitas que mirábamos sentados uno al lado del otro. Si me portaba bien, me llevaba al parque y me compraba un helado o un algodón de azúcar.

Todavía me gusta mirar las imágenes en los libros, aunque la señorita Eloísa ya no puede verlas conmigo. Creo que es mi culpa porque ella no quería subir a la azotea. Los eclipses son peligrosos. Tal vez tenía razón, pero, ¿cómo iba yo a saber que le saldrían plumas? Me gusta observar los móviles que hicimos juntos, como ese que cuelga ahora del techo con aviones y estrellas. Puedo quedarme horas mirando las figuritas, sobre todo cuando me atan a la cama porque así me quedo quieto, quieto. Antes era distinto, en casa me daba por aventar los juguetes del estante y gritar palabrotas. Mamá se asustaba mucho y trataba de sujetarme pero yo era demasiado grande y fuerte para ella, que era tan pequeña y delicada...


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 18 de octubre de 2004 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes