Letralia, Tierra de Letras
Año IX • Nº 116
18 de octubre de 2004
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Artículos y reportajes
Tres artículos
José Repiso Moyano

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Anticiparse está bien, pero hay que "saberlo hacer"La anticipación

Anticiparse está bien, pero hay que "saberlo hacer" teniendo en cuenta a qué es a lo que se quiere anticipar de veras, con qué medios y para qué fin.

Si uno cualquiera quiere anticiparse a que su esposa no esté triste un día y le atiende con cariño y comprensión, eso es una grata anticipación; por el contrario, si un gobierno quiere anticiparse a la inmigración sólo con medidas represivas ignorando u obviando que la inmigración —que ha existido siempre— tiene sus causas y sus derechos, entonces, está —sí— en un grave error, en un obstinado cerramiendo de anticipación.

De hecho, el anticiparse es la única vía para afrontar problemas sociales a largo y medio plazo, porque toda medida de prevención ayuda a que cierta situación no llegue a repetirse; pero requiere forzosamente una sobria aplicación en delimitar bien o despejar sus campos de acción, en acertar con tales medidas y también en dosificarlas de una manera eficaz.

No obstante, alguna anticipación hay que debe posponerse como prioridad, porque sólo presenta un problema para el poder y no para el pueblo realmente; es lo que ha ocurrido en Bolivia donde el presidente justificaba las medidas represivas por el bien de la seguridad del país —"para no convertirse en un caos".

Sin duda, las anticipaciones con un buen fin casi todo el mundo las desea. Como es la lucha contra el terrorismo; aunque, ésta, no debe convertirse en un lema para justificarlo todo o abusar de los derechos humanos en su nombre. Pensemos que cerca de cinco mil personas han sido detenidas en EUA sólo por aceleradas conjeturas o sospechas.

Así, en pro de un buen fin se justifican muchos males con la imprudencia o la picaresca de muchos poderosos que no quieren acabar sus carreras políticas o profesionales sin ser vencedores en algo; y esto debe reprobarse.

No puede salir adelante la libertad si se pone en cuestión todo con medidas basadas en el miedo, en la sospecha y en el ansia por liderar un proteccionismo; haciendo referencia a esas acciones unilaterales en las intervenciones militares frecuentes en otros países.

Porque los intereses no deben monopolizarse, no deben manipularse sin una mínima consideración a un talante más consensuado, más humanitario en su sentido correcto.

Y la libertad concierne a todos, a cada ser humano, no a unos pocos.

 

La importancia

Una vez reconocido algo real, siempre es importante ese algo para algo, aunque no sea para nosotros; porque nosotros no somos dioses que ponen la importancia inscrita sobre la faz del Universo y quienes lo determinamos. Nosotros, con nuestra debida importancia, sólo damos el valor en función de algo que nos interesa, que puede no interesar al Universo.

Bien, importa la realidad porque somos realidad, este es el fundamento de la razón que nos explica a nosotros mismos y a todo como consecuencias, como respuestas, en/de la realidad. Si la realidad nos dice que el motor de un coche para que funcione necesita el combustible de la gasolina —ese valor—, a nadie se le ocurre el utilizar otro combustible —otro valor— como agua o leche; porque sencillamente no corresponde ese valor recurrido a su realidad.

Por eso, la importancia radica en la correspondencia del valor útil y lógico ante una realidad —para ir con ella, para reconocerla. Utilicemos dos valores cualesquiera: el comer y el soñar, por ejemplo. Los dos son valores para la realidad humana; pero si un niño se muere de hambre, es el comer el que le corresponde y, una vez que se le haya garantizado ese mínimo valor, luego será el soñar la vida lo que le corresponde ampliamente.

Sin embargo, vivimos tiempos en donde se celebra la confusión —se machaca a los lúcidos— para no resolver soluciones, para eludir responsabilidades, para negar valores que están ahí queramos o no, esperando a ser utilizados coherentemente por el respeto a lo que nos sustenta: la realidad.

Sí, adelante, cada cual puede hacer retorcidamente lo que quiera, resistirse incluso a no ver la luz del Sol; pero la luz del Sol está ahí, absolutamente, llene su cabeza de lo que quiera, de lo que le dé la gana.

¡Ah!, lo que ocurre lamentablemente es que ahora no se catalizan los valores —cuando bastante tiempo han tenido los seres humanos para madurar—, sino que se confunden, se distorsionan, se habla por hablar como un hablar de pimientos fritos.

Pensadores o seres humanos como yo no están aquí como narcisistas, o como "malditos", o como locos, sino como quienes demuestran o clarifican —y lo hacen— estos valores; yo, con mis defectos, no manipulo distorsionando nada, sino demuestro, pese a quien pese, me den la "puerca" fama —que a los que más admiré negaron— o me den un bocadillo de jamón.

Lo que no voy a hacer es estar a las espaldas de lo que soy, o dibujar una "guapa" confusión como necesaria, no. Porque, si el ser humano se ha liberado a través del lenguaje, es a través de él en donde debe continuar, encontrándose —y no perdiéndose o negándose— cada vez más a él mismo.

 

La carrera psicológica

El progresivo cambio de las sociedades ha influido determinantemente sobre nuestra nueva sensibilidad social por la búsqueda de la felicidad —nuestro comportamiento y con razón—; sobre todo porque ha aparecido un nuevo orden de sociabilidad: la competencia de capacidades —por exhibirlas o por adquirirlas—, unas bajo pretexto de ser necesidad exclusivamente educativa, y otras ya impuestas por el "estar al día", por las modas.

Si primitivamente al ser humano sólo se le exigía obediencia al más fuerte o al que simbolizaba poderes mágicos o divinos a cambio de protección y aceptación, ahora es otro el asunto: se le exige de todo —como si fuera un objeto..., algo de mercado. De todo en cuanto a no quedarse atrás en una caprichosa carrera que se decanta más por el culto al dinero, a la belleza o a la estética —impuesta por modelos cada vez más sofisticados—, y a la capciosa política del estar en todos sitios para ser el héroe de nada y del "no hay que parar" como si el progreso significara eso.

La carrera empezó como un cuento de hadas, pero lamentablemente va dejando a muchos que no llegan ni pueden llegar a un nivel medio de tanta superficial sabiduría, ya consternados, caídos en complejos, en frustraciones, en hartura sin más de tanta y tantísima vanagloria que no sabe a dónde va, que no mira siquiera atrás.

Sí, los profesionales de la psicología hacen algo, y los hay que aconsejan "el aceptarse a sí mismo", ¡ah!, mientras no se es aceptado o mientras los intelectuales —muchos— y los medios de comunicación bombardean diariamente, de noche y de día, con mensajes o hechos que indican lo contrario.

(Es un "saco roto" a veces el aconsejar si no se ven claramente las causas, para saber dónde está el agujero por si interesa coserlo.)

A gran escala innegablemente esto ha ido en detrimento para conseguir la integración plena, y esto ha creado guetos indeseables y —digamos— una marginalidad psicológica que hace depauperar una justa realidad social, o más sana o más feliz. Y es que el culto a la imagen —que los intelectuales siguen muy complacidos porque no quieren molestar mucho— no cederá, ni el exhibicionismo del fajo de billetes con "limousine".

Así que habrá cada vez más descontento para preparar o premeditar una seducción: cirugía estética derrochada, imitación por los cuatro costados del comportamiento de los famosos, búsqueda del morbo o del aislamiento, el recurrir a toda maña, a todo camino depravado —tráfico de influencias— o violento, etc.

O habrá, también, quienes utilicen la autodestrucción como salida, porque fueron "gordos", "bajos", "feos", pobres o incluso fueron sensibles, más cuerdos que los demás o soñadores con sueños ya más que aplastados porque no los querían.

Pero hay que decir estas cosas, ya que son muy importantes, ahora muy necesarias.


       

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Creada el 20 de mayo de 1996 • Próxima edición: 1 de noviembre de 2004 • Circula el primer y tercer lunes de cada mes