Descubrí
a Jordi Olavarrieta (Barcelona, 1924) en uno de sus libros, que ilustraba la obra más emblemática de
Richard Bach, Juan Salvador Gaviota.
Años más tarde, en Montserrat, y por casualidad, encontré otro libro de Jordi Olavarrieta, ¡Oh
Montserrat!
Me hacia mucha ilusión conocerlo y que me dedicara sus libros. Mira por dónde me invitó a su casa:
"Siempre estoy dispuesto para hablar de fotografía", me dijo por teléfono.
Jordi me pide que le tutee; me presenta a su esposa, Celi, inseparable compañera de la vida y de todos
sus viajes. La conoció cuando ella tenía 16 años y él 18. De inmediato me invita a ir a su estudio,
gruñe, el ascensor no funciona, le sabe mal que tengamos que subir las escaleras andando.
Hombre de ojos claros, vivos y sinceros, Jordi tiene una sonrisa feliz, te hace sentir bien, cómodo,
como si lo conocieses desde hace tiempo. Estamos en su "refugio": una buhardilla acondicionada,
donde tiene su laboratorio, su archivo fotográfico y un montón de recuerdos. De fondo, mientras charlamos,
escuchamos música clásica, me confiesa que es un melómano.
Cuando tenía nueve años le regalaron una "Baby Brownie"; con ella hizo sus primeras
fotografías. Trabajó de matricero, en la misma fábrica que su padre, desde los 14 hasta los 33 años.
"Fueron años muy difíciles", afirma Jordi. Durante esa época fue compaginando su trabajo con su
gran afición la fotografía, hizo sus primeros reportajes comerciales, bodas, comuniones y todo aquello que
salía.
En 1957 su pasión se convirtió en su profesión. Con un espíritu independiente —independentista,
diría Jordi— empezó a trabajar para firmas comerciales, haciendo campañas publicitarias sin dejar los
reportajes de bodas y comuniones. De sus primeras fotos con flash recuerda que un día estalló una de las
bombillas, todo el mundo se escondió, la niña vestida de primera comunión debajo de una mesa, y todos se
enfadaron mucho con el fotógrafo.
Cuando inauguraron los laboratorios de Hoetsch Ibérica en Sant Feliu de Llobregat, le pasó lo mismo,
esta vez entre las autoridades de la época estaba el alcalde de Barcelona; el susto fue enorme.
"Gracias que pude seguir trabajando", confiesa Jordi.
Los encargos comerciales se sucedieron y el trabajo fue incrementándose. Tuvo diversos estudios hasta
conseguir uno de 450 metros cuadrados en pleno ensanche barcelonés, lo bastante grande para que los
camiones de la Casa Roca pudiesen descargar las piezas sanitarias que debía fotografiar.
Aún hoy recuerda, con buen humor, la campaña publicitaria para una casa de congelados: "Debíamos
fotografiar habas tiernas: escogidas y limpias. Finalizada la sesión y vistas las pruebas... ¡qué
desastre! Se observaban con todo lujo de detalles los hilos de las vainas, lo cual echó a rodar dos días
enteros de trabajo.
Una de las últimas campañas fue para cervezas Damm: botellas nuevas, copas por estrenar, etiquetas
relucientes —las hicieron nuevas para este anuncio—, incluso vino un especialista de la casa para la
espuma. Empezó la sesión: cerveza por aquí, cerveza por allá. El especialista iba controlando y nadie se
percató de que las etiquetas se estaban desenganchando. Tuvimos que repetir la sesión y entonces salió
perfecto, pero en ese momento decidí dejarlo", me confiesa Jordi.
A
principios de 1974 empezó a elaborar su primer libro Gust de terra catalana,
publicado el año 1976; dos años más tarde llegaron los 2 volúmenes de Gerunda Girona,
a los que siguieron: Joan Salvador Gavina
(1979), Yantar y el comer
(1980), El llibre del cava
(1981), Cims, valls y santuaris
(1983), El nostre patrimoni
(1983-1990), colección de 7 libros dedicada a las comarcas de Girona, y finalmente ¡Oh Montserrat!
(1991).
"¡Oh Montserrat!
es un libro hecho con el corazón", confiesa Jordi, se le nota cuando habla. Y como comentó el padre
Maur M. Boix, en la presentación de la obra: "Este libro ha sido y es la ilusión de su vida". En
la crónica del libro el autor escribe: "Un acontecimiento de carácter personal me hizo prometer que
haría la edición del libro de Montserrat, sin ningún afán de lucro".
Las 180 imágenes del volumen han sido concebidas con un guión previo, que requería fotografías muy
puntuales, las cuales le obligaron a trasladarse, con todo su equipo, a lugares donde sólo se podía llegar
a pie.
Su equipo se componía de una cámara Hasseblad ELM 500, un objetivo Bigodon de 40, un Planar de 80, un
zoom Variogon de 140-280 y un teleobjetivo Tessar de 500, además de los distintos continentes, filtros,
fotómetro, trípodes y todos los carretes necesarios. La película Agfachrome 100 RS es la que utiliza
siempre.
Aproximadamente tres años de trabajo y un número incalculable de viajes a "La Montaña"
fortalecieron su amistad con el padre abad Cassià Maria Just y con el padre Maur M. Boix, de quien Jordi
dice: "Su paz, su tolerancia, su gran sentido del humor y el amor que ambos sentíamos por Catalunya,
se convirtieron para mí en unos momentos literalmente inolvidables".
Al despedirnos me dice: "La luz retrata".
¡Gracias, Jordi!