El período de entresiglos propondrá una variada generación de escritores que, en su mayoría, apuestan
a la renovación estética en todos los ámbitos artísticos. La mayoría de ellos evadirá la decadente
retórica del siglo XIX al tiempo que despliega una considerable renovación estilística para el nuevo
siglo.
La poesía narrativa de José Zorrilla, el tono grandilocuente de la poesía realista de Núñez de Arce,
con el estilo prosaico de Ramón de Campoamor, entre otros, se adueñan del Parnaso
Español;
sólo la dulce melodía becqueriana conmueve las almas de los poetas jóvenes. Pero, aun así, buscan un
nuevo sendero que les permita huir de la dura limitación de formas y de palabra que, tanto el clasicismo,
el academicismo y aún el romanticismo se habían encargado de anquilosar. Ese manto vigoroso de la poesía
tradicional será rasgado cuando los poetas hallan ritmo y acento como respuesta a sus anhelos de cambio.
Uno de los primeros en entonar las renovadas armonías en España fue Manuel Machado, poeta "medio
gitano y medio parisién, que comulga con Montmartre y con la Macarena", como se definiera él mismo,
y, al igual que el resto de los poetas de fin de siglo, declara una apertura de las letras españolas hacia
un inédito universalismo, síntesis de todas las influencias, en una estética común a toda Europa. Su
figura —tantas veces olvidada— es indispensable para comprender el desarrollo y la evolución de la
tradición moderna en la poesía española del siglo XX.
Infundido por un inefable animismo simbolista finisecular, el joven Machado liberará las primeras notas
de su "Preludio" a Alma,
clara ilustración de la fluctuante vida literaria que expondrá de esta manera:
Pero hay un canto, plácido o terrible,
con palabras hermosas y secretas
en las que son... Intraductible
armonía de notas incompletas,
que responde a ese amor de lo imposible
de que viven y mueren los poetas.
1
Desde sus inicios, Manuel expresó la necesidad de producir un desvío hacia una nueva estética que
exprese el sentimiento más íntimo del poeta. Un sentimiento que nunca acaba de "decir" y que
debe hallarse en una poesía centrada en el análisis del yo
como poseedor de emociones, desterrando lo anecdótico y subrayando lo sustancial; porque creía, como los
simbolistas, que lo más íntimo y personal es el sentimiento, pero al mismo tiempo, universal que el hombre
posee, pues con él comulgan todos los hombres.
En su constante ondulación emotiva y estética, Machado hallará suelo fértil donde plantar su vocablo,
inmerso en la crisis de voluntad que se resume en el característico desdoblamiento simbolista: el poeta y
su alma. Un conflicto de fin de siglo que enuncia con tono confesional en su poema Adelfos,
escrito en París y dedicado a Unamuno:
Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna...
De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.
2
Será en estas repetidas reflexiones, que generalmente disemina en sus poéticos autorretratos, donde se
puede establecer la sutil distinción entre las dos vertientes que rubrican su poesía: la parnasiana
—ausencia del sujeto lírico, naturaleza estática y pasividad del receptor—, encarnada por Heredia y
Zayas, y que en Manuel se pueden observar en las "exquisitas marquesitas de Watteau";3
y la tendencia simbolista
—presencia de un yo
confesional que escribe "en connivencia con el lector", el que se refleja en el movimiento
cambiante y en la activa pulsación del poema—, ejemplificada por Mallarmé, por la cual Machado tendrá
más propensión.
En su poemario Alma,
que verá la luz en 1902, el poeta modula su voz entre composiciones que exploran exhaustivamente, por medio
de recursos simbolistas, su interioridad anímica en una singular experiencia personal que sabrá expresar
en "El reino interior", "Secretos" y "Estatuas de sombra", con otras que, sin
renunciar a los anteriores procedimientos, forman una sucesión de visiones pictóricas o históricas más
próxima a los recursos de un ideal artístico parnasiano,
formalmente objetivo, ornamental e inmutable: "Castilla", "Museo" y "Oriente",
logrando concertar diestramente ambos estilos. La tradición de la rima volatinera salta del Parnaso al
Simbolismo, de Banville a Verlaine, y, mezclada con los personajes verlanianos de la commedia dell’arte,
el joven poeta hace par de su propia alma la figura de Pierrot:
Colombina llora,
Colombina ríe,
Colombina quiere
morir y no sabe
por qué...
Pierrot, todo blanco,
de hinojos la implora,
la besa y le pide
perdón, y no sabe
de qué...
La Luna sonríe,
la señora Luna...
Y nadie ha sabido
ni sabrá, ni sabe
por qué...
4
Existe en la obra una completa escala de efectos encaminados a crear complejos estados de ánimo,
atmósferas de misterio y ambientes colmados de impenetrables evocaciones a través de la sucesión de
distintos signos de sugestión emocional, siendo los más innovadores los de tipo irracionalista:
correspondencias y sinestesias que se entrelazan en imágenes sibilinas y símbolos. Estos fenómenos
visionarios —distanciados por completo de la alegoría o el concepto— resultan especialmente intensos
pues actúan coherentemente a lo largo de su obra Alma
como símbolos continuados de disemia compleja, pero al mismo tiempo operan como un velo sutil que encubre
al protagonista poemático, desdoblado, escindido y redefinido incesantemente tras una máscara
de seres incorpóreos, de espacios soñados, hojas secas y parques viejos:
La hoja seca
vagamente
indolente
roza el suelo...
Nada sé,
nada quiero,
nada espero,
Nada...
5
En Machado, esta partición simbolista en busca de sí mismo y de "lo otro" origina una
concepción del poema como embozo
capaz de revelar una identidad mediante la puesta en escena de un personaje que, voluntariamente, quiere ser
identificado con el verdadero yo.
En el poema citado, el sujeto profundiza en su interior hasta arribar a un nihilismo espiritualista que
siempre revela su estado de ánimo que, en este caso, representa el vacío del alma. Es sin duda el poeta
quien se manifiesta respirando en los versos, se escinde y se hermana en un latir permanente entre el arte y
la vida misma, entre escritura y existencia, entre elemento y belleza, entre el ser y el no ser.
De este modo, aplicando este procedimiento de introspección simbolista, el poeta intenta, como nueva
propuesta, aproximarse a una realidad diferente, con una mirada interior, pura e ignota, apartada de toda
descripción vulgar o cultivada; se distancia de todo modelo, se olvida de sí mismo y aguarda,
"laxo", a que sea el "alma de las cosas" lo que impresione su espíritu. Esta desatadura
y abandono a la espera de una "iluminación" va a dotar al poeta de un nuevo espacio interior,
original visión fecunda en alcances simbolistas: los múltiples estados del alma.
Jardín sin jardinero,
viejo jardín,
viejo jardín sin alma,
jardín muerto.
6
Ensoñación, misterio y espacios visionarios; compendio de una mirada íntima desde el poeta plasmando
sentimientos en los paisajes del alma o, en su defecto, vertiendo el alma en cada cosa a la que dedica su
canto. Síntesis de esta "iluminación" y proceso interior emerge del poema "Cantares",
donde el tema popular del terruño, tan caro a los españoles, se eleva a una nueva categoría donde el arte
predomina y se adueña de la tradicional copla para convertirla en pura impresión del poeta; poeta oculto
detrás de una caja de guitarra y del cante
hondo:
Vino, sentimiento, guitarra y poesía
hacen los cantares de la patria mía...
Cantares...
Quien dice cantares, dice Andalucía.
A la sombra fresca de la vieja parra
un mozo moreno rasguea la guitarra...
Cantares...
Algo que acaricia y algo que desgarra.
La prima que canta y el bordón que llora...
Y el tiempo callado se va hora tras hora.
Cantares...
Sin dejos fatales de la raza mora.
No importa la vida que ya está perdida;
y después de todo, ¿qué es eso, la vida?...
Cantares...
Cantando la pena, la pena olvidada.
Madre, pena, suerte, pena, madre, muerte,
ojos negros, negros, y negra la suerte...
Cantares...
En ellos el alma del alma se vierte.
Cantares. Cantares de la patria mía...
Cantares son sólo los de Andalucía.
Cantares...
No tiene más notas la guitarra mía.
7
El poema se aparta visiblemente de la estética costumbrista o exótica; el sentido telúrico se
desvanece, se hace invisible a los ojos por obra y gracia del más hondo sentir poético; sólo es
evocación, sólo impresión sonora. Se fusionan en su seno el universo temático y rítmico del cante
hondo
con la estética simbolista, la que dará significado a la totalidad del poema y a cada uno de sus versos.
Un espacio proverbial: Andalucía, "pena olvidada", "sin dejos fatales de la raza mora"
que, aun conservando acentos melancólicos, se imprecisa al compás de las cuerdas de una guitarra; se
desnuda de toda sujeción tradicional para renovarse en los ecos poéticos del tiempo del alma. La presencia
de la metafísica romántica también se puede observar en el desanimo espiritual y en la apatía
nostálgica que surgen de su meditación, clara respuesta a una pena ya ida: y después de todo, ¿qué
es eso, la vida?
Expresión, ritmo y medida cercanos a la copla donde en cada nota-verso que tañe el Cantar,
el poeta derrama el alma hasta agotarla en las seis cuerdas, en las seis estrofas. Un simbolismo vital
abatiéndose sobre cada palabra-sonido y en el todo del cante,
la guitarra se convierte en poema, y el poema en guitarra. La métrica machadiana asimismo presenta gran
riqueza de recursos —del encabalgamiento a la rima interior o al desplazamiento de acento o cesura—,
cifrándose en ella gran parte de las posibilidades expresivas del poema: pena, madre, muerte, / ojos
negros...
De este modo, y través de un sinnúmero de mensajes líricos, seres exteriores o espacios evocados, el
poeta entrega su alma y la de las cosas exponiendo siempre su sentir y su ideal de
"poesía". Este Manuel Machado, que pareciera pintar exterioridades en muchos de sus poemas, en
realidad nos ofrece el espíritu de los objetos utilizando la invocación de lo visible e invisible con una
variada selección de elementos expresivos que exhibe sólo por insinuación, eliminando todo deseo de
trascendencia. Entonces lo superficial se traduce en una evocación del alma que ahonda y luego emerge en
versos hasta transformarse en Belleza por prodigio del Arte: Cantares... / En ellos el alma del alma se
vierte.
Todo aquello que desfila dentro y delante de él se traduce en la vida misma, por eso lo mismo Madrid que
París, la vida y el arte, el dolor y el placer, los temas abstractos y los concretos, la vida y la muerte,
el Cid y Pierrot. Lo inmediato es reflejado por el sentir del poeta como un espejo que recibe la imagen y la
devuelve esencial, pura, bella; sólo una imagen interior. Un ideal estético donde el poeta logra plasmar,
apartado de la sociedad, lo que fluye íntimamente; entonces su poesía palpita al ritmo de la emoción y
"respira" libre, se contrae en infinitas frecuencias oscilantes entre ligereza y gravedad,
optimismo y tristeza, yo y el otro, lo visible y lo invisible; todo alma de poeta: vínculo entre Ideal,
Belleza y Arte.
Notas
Preludio, 1899, p. 240-41. De los poemas publicados entre 1898-1901 no recogidos en Alma. Regresar.
Adelfos, 1899, p. 119 (Serventesios 14s.). Regresar.
Figulinas, p. 148 (silva octosílaba 4 y 8). Regresar.
Copo de nieve, p. 150 (silva libre estrófica 3 y 6). Regresar.
Otoño, p. 124 (silva octosílaba 4 y 8). Regresar.
El jardín gris, p. 122 (silva 7 y 11). Regresar.
Cantares, p. 128-129 (serie rítmica de base ternaria 3 y 12 s.). Regresar.
Bibliografía
Alonso, Dámaso (1965). "Ligereza y gravedad en la poesía
de Manuel Machado", en Poetas españoles contemporáneos.
Editorial Gredos, S.A., Madrid.
Bousoño, Carlos (1985). Teoría de la expresión poética,
tomos I y II, Gredos, Madrid.
Doménech, Jordi (2001). Antonio Machado. Prosas dispersas (1893-1936).
Introducción de Rafael Alarcón Sierra, Editorial Páginas de Espuma, S. L., Madrid.
García López, José (1999). Historia de la literatura española,
Editorial Vicens Vives, S.A., Barcelona.
Lapesa, Rafael (1975-1976). "Sobre algunos símbolos en la poesía de Machado", en Cuadernos
Hispanoamericanos,
CII, Nº 304-307.
Machado, Manuel (1967). Alma. Apolo.
Estudio y edición de Alfredo Carballo Picazo, Editores Alcalá, Madrid.
– (2000). Alma, Caprichos, El mal poema.
Editorial Castalia, S.A., España. Edición, introducción y notas de Rafael Alarcón Sierra.
Paulino Ayuso, José (1996). Antología de la poesía española del s. XX.
Edición, introducción y notas de José Paulino Ayuso, Vol. I: 1900-1989, Madrid: Editorial Castalia.
Senabre, Ricardo (1999). Claves de la poesía contemporánea. De Bécquer a Brines.
Ediciones Almar, España.
Torrente Ballester, Gonzalo (1964). Literatura española contemporánea
(2ª edición), Madrid, Guadarrama.