En América, donde quiera que surge posibilidad
de paisaje, tiene que existir posibilidad de cultura
y de voces.
José Lezama Lima: Confluencias
El referente ideológico de la primera generación dieciochesca de escritores hispanoamericanos fue de
tono original en las locuciones y voces regionales, sobriamente recaladas y limpias de toda mácula de
sofistería o de bastardos afectos. Obvio entonces que marcaba el final de la literatura aristocrática con
antiguas reglas del gusto y el comienzo de otra, la de emancipación mental, la de temas civiles, locales y
temporales resultante de las transformaciones culturales y políticas en el continente. Pero si fue época
de darse prestigio a la cultura tradicional también de discusiones en torno a la legitimidad de la
escritura y las voces americanas.
Andrés Bello ha sido poeta romántico con aplicada sensibilidad americana, sabiamente artificiosa, bruñida
y pintoresca. Ya en sus poemas juveniles el colorido paisaje campestre mezclado con lo idílico y
mitológico, lo bucólico con didáctico, el significado con el significante. Tales especies en versos
sugeridores del maíz "jefe altanero de la espigada tribu",
del algodón "rosa de oro y vellón de nieve",
del cacao "urna de coral"
y del cielo crepuscular "cambiante nácar".
O nítidamente demostradas en esta octava con irregular número de sílabas:
Tú, verde y apacible
ribera del Anauco
para mí más alegre,
que los bosques idalios
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y las vegas hermosas
de la plácida Pafos,
resonará continuo
con mis humildes cantos.1
|
Indicios agudos, inequívocos y reiterados en su canto de madurez con virtudes de erudición y
universalidad, por donde el americano ámbito campero es generosamente fecundo en deseos, inquietudes y
símbolos:
Del obstruido estanque y del molino
recuerden ya las aguas el camino;
el intrincado bosque el hacha rompa,
consumado el fuego; abrid en lenguas calles
la oscuridad de su infructuosa pompa.
(...)
y allá lejos el opimo fruto,
y la cosecha apiñadora pinta,
que lleva de los campos el tributo,
colmado el cesto, y con la falda en cinta,
y bajo el peso de los largos vienes
hacer crujir los vastos almacenes.
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La lengua es para Bello instrumento de formación cultural; por tanto, así como admitía signos propios
del parlante hispanoamericano también palabras flamantes tomadas de voces antiguas y modernas. No
circunstancial que mirase con delectación verdaderamente sensual y gozo desbordado el paisaje natural por
varios matices y frutos de sabrosísima miel. Romántico además de clásico por el fondo inmenso de su
cultura; de ahí, sus poesías celebradas por floridas y animadas, resabios de afección, aridez
escolástica, entusiasmo sostenido, variedad y hermosura de cuadros, armonía perpetua, sentencias
esparcidas, sin violentos cortes del metro ni ritmo empalagoso o monótono. Reflexionaba sobre el sentido de
la poesía hispanoamericana en carta a Juan María Gutiérrez enviada desde Santiago de Chile:
Yo no recuerdo ningún poeta de primer orden que haya sido otra cosa que poeta. El gran mundo, de
bullicio de los negocios, y sobre todo de los negocios políticos, tan favorable a la oratoria, no lo es
para la poesía que gusta de la contemplación aun en el seno de la sociedad. Y si aun las altas
combinaciones del gabinete y de los ejércitos la ahuyentan, ¿qué serán el fastidio y la monotonía de
una oficina subalterna?
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Ahí, su ética literaria en reconocer la poesía por fiel compañera de viaje a lo largo de sus
numerosos años de vida.
Bello, como todo buen hablista y latinista, comprendió, presintió y sintió que la unidad política
hispanoamericana sólo habría de garantizarse en formas dialectales propias, remozada con nuevos apuntes
lingüísticos, ortográficos y semánticos, sin enfatismos y parafernalias verbales, menos todavía con
voces del vulgar comercio idiomático. Razón de que deslumbrara, más allá de los claustros
universitarios, por sus obras sobre la escritura en América castellana, y opiniones unas veces a favor
otras en contrario al Diccionario de la Lengua
de la Real Academia de Letras de España.4 Pero en cualquiera de sus puntos de vista, seducido
Bello en decir y escribir la lengua de los hispanohablantes sin mayores colisiones con la heredada de
España. Tales asuntos en uno de sus mejores trabajos literarios de 1824:
No se crea que recomendando la conservación del castellano sea mi ánimo tachar de vicioso y espurio
todo lo que es peculiar de los americanos. Hay locuciones castizas que en la Península pasan hoy por
anticuadas y que subsisten en Hispano-América. ¿Por qué proscribirlas? Si según la práctica general
de los americanos es más analógica la conjunción de algún verbo, ¿por qué razón hemos de preferir
la que caprichosamente haya prevalecido en Castilla? Si de raíces castellanas hemos tomado vocablos
nuevos según los procederes ordinarios de derivación que el castellano reconoce, y de que se ha servido
y se sirve continuamente para aumentar su caudal, ¿qué motivos hay hoy para que nos avergoncemos de
usarlos? Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus
accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme de la gente educada.
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Más de una oportunidad en su copiosa bibliografía, elogiada y exaltada por la crítica literaria,
confesó que gracias a los románticos españoles Alberto Lista, José Manuel Quintana y Gaspar Melchor de
Jovellanos le había nacido la inclinación a ennoblecer al dialecto criollo en correctas voces, y que a lo
largo de su carrera de docente, primeramente en Caracas y más tarde en Santiago de Chile, no dejó de
recomendar con ahínco a sus alumnos las lecturas en la colección de la Biblioteca de Autores
Españoles,
que su amigo Manuel Rivadeneyra había emprendido con afán de conocerse en Hispanoamérica los clásicos
castellanos.
Entrado en años, aunque sin rescindir de su ortodoxia en el tema, no dio espaldas a engalanarse la
escritura criolla con vocablos de procedencia no castellana. No fue la primera vez que asentaba ese
principio. Por caso, cuando en 1827 al cubano José María Heredia recomendó de incluir en sus versos
además de giros de clásicos castellanos también griegos y latinos a fin de dar brillo al dialecto
americano. O en 1842 con la cita de Horacio refiriéndose a palabras rigurosamente nuevas en la escritura
hispanoamericana:
Siempre lícito fue, lo será siempre
Con el sello corriente acuñar voces.
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Años más tarde, Marcelino Menéndez y Pelayo comentaba la obra gramática del caraqueño, Análisis
ideológico de los tiempos de la conjunción castellana,
por entre las mejores tras las independencias americanas:
Es la más original y profunda de sus estudios lingüísticos. Razón de que no vemos jamás con horror
la introducción de voces nuevas, que no confunden las acepciones recibidas.
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A pesar de su fervor americanista, Bello no dejaba de estar del lado español. Y en ese sentido, su mayor
dictamen en lo estrictamente castellano fue el sesudo ensayo gramatical y morfológico de 1847 Gramática
de la lengua castellana destinada al uso de los americanos.
Recomendaba allí, muy especialmente, la conservación de voces españolas en la lengua hispanoamericana;
preguntándose a la vez por qué proscribirlas, o por qué no honrarlas como en Castilla o por qué motivo
no emplearlas en la escritura corriente o literaria. Tres nítidas proclamas en su obra. Una, contra el
recelo de gramáticos españoles a negar el derecho de incorporar al castellano usos idiomáticos del
hispanohablante; otra, someter reformas ortográficas a las costumbres del decir criollo, y, por último,
tachar de espurias y viciosas las anticuadas locuciones castizas en las letras americanas. Pero justo de
reconocer que Bello en ningún momento predicó la independencia idiomática del castellano español, como
en tiempo reclamaban algunos escritores nacionalistas del continente, sino al revés, el derecho de los
americanos a participar con toda dignidad en la permanente formación de la lengua común:
Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los habitantes de Hispanoamérica. Juzgo importante la
conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de
comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español derramadas sobre
los dos continentes. Pero no es un purismo supersticioso lo que me atrevo a recomendarles. El
adelantamiento prodigioso de todas las ciencias y las artes, la difusión de la cultura intelectual y las
revoluciones políticas, piden cada día nuevos signos para expresar ideas nuevas, y la introducción de
vocablos flamantes, tomados de las lenguas antiguas y extranjeras, ha dejado ya de ofendernos, cuando no
es manifiestamente innecesaria, o cuando no descubre la afección y mal gusto de los que piensan engalanar
así lo que escriben.
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Partía de pecarse menos en la pureza de la lengua hispanoamericana mediante el uso de voces españolas
que con locuciones originariamente indígenas y afrancesadas. Y en esa tesis sus recomendaciones por
escribirse versos hispanoamericanos con las mismas distinciones ortográficas de los de Rafael Alarcón, sor
Juana Inés de la Cruz o Tirso de Molina.
Como no podía ser de otra manera, sus enfáticas defensas a los españolismos eran pretexto de quienes
veían la identidad americana desde una lengua si castellana no a la zaga de los dictados de la Academia de
Letras. Aunque por encima de esas reservas, muchas de las cuales bastante bien fundamentadas en ensayos
sobre la lengua, la escritura hispanoamericana aún hoy es deudora del entusiasmo de Bello en embellecerla
con afán y maestría.
Para
los doctrinarios en la lengua americana incontaminada de españolismos asuntos idiomáticos Bello, por sus
galanteos clasicistas, sumisión a la autoridad a la Academia Española de la Lengua y desprecio al
romanticismo, era enemigo al afianzamiento del dialecto criollo hispanoamericano. Domingo F. Sarmiento fue
artífice de esa imagen, cual le daba una nueva oportunidad para condenar la "vanidad
castellana"
de un segmento importante de escritores criollos. Muchas de sus páginas con vocabulario pintoresco y
rústico son un velado ataque no tan sólo al celebrado lingüista venezolano, también a la gramática y
ortografía académicas.
Leyó el 17 de octubre de 1843 ante académicos de la Facultad de Filosofía y Humanidades de Santiago de
Chile su Memoria sobre la ortografía americana.
Lo central allí, motivo del encrespamiento de Bello, el reemplazo en la ortografía castellana de la "ve"
con la "be",
la "zeta"
con la "ese",
la "y"
griega con la "i"
latina y la "ge"
con la "jota";
además de la supresión de la "hache", "ch",
la "exis"
y la "u"
muda en "que"
y "gue".
Y en consolidación de su ponencia advertía:
...si la comisión ha estudiado los antecedentes ortográficos de nuestro idioma; si se ha empapado de
las doctrinas de todos los escritores españoles que han continuado trabajando sobre la ortografía,
habrá encontrado que la mayor parte de las reformas por mí propuestas están reconocidas ya como
oportunas y necesarias por el sentir unánime de los que escriben la lengua; habrá descubierto los
principios que reclaman estas innovaciones, y las que ya están introducidas en la práctica. Siguiendo la
tendencia general, lejos de desechar todo mi sistema, debió de ver hasta dónde lleno en él las
necesidades actuales de la ortografía, y en qué me separo de las doctrinas recibidas. Y como lo he dicho
antes, el informe de la comisión de manera alguna descubre que sus miembros se hayan hecho cargo del
asunto, pues resulta de los principios que asienta, de las doctrinas ortográficas que sostiene, y de los
hechos que arguye en su apoyo, que el informe de la comisión es en ortografía castellana un
"escrito único", sin antecedentes en los anales literarios, que contraría la tendencia general
de los escritores españoles, en una palabra, que intenta, sin utilidad y sin motivo, una revolución
retrógrada en la marcha de perfección que lleva hasta hoy la ortografía española.
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Tales innovaciones ortográficas tenían para Sarmiento la virtud de evitarse la parálisis espiritual
del hispanohablante con signos afines a la gracia y el oído del criollo. Así y todo ese texto del
argentino fue por mayoría de la comunidad universitaria considerado en escandaloso, mal gusto y engendro de
barbaridades ortográficas. Para Bello, quien presidía la Comisión de Lengua de la Facultad, la Memoria
sarmientina era:
"...un disparate mayúsculo", "un brusco e imprudente rompimiento con las convenciones
universales de los pueblos españoles en punto a la ortografía y un caos en el cuerpo de la literatura
castellana".
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Su concepto consistía en que las reformas de Sarmiento afeaban la ortografía castellana y las reglas
idiomáticas prescritas por la Real Academia de Letras con arcaísmos hispanoamericanos y modernos términos
vulgares; principales argumentos del escrito que leyera el 19 de febrero de 1844 ante el cuerpo académicos
de la Facultad:
El proyecto presentado por el señor Sarmiento proponía una reforma radical y completa de la
ortografía actual, desterrando las consideraciones de etimología, derivación y demás principios
adoptados por la Academia Española, y basando el nuevo sistema exclusivamente sobre la pronunciación de
los pueblos hispanoamericanos (...). Pero por más deseable que sea el arreglo lógico de la ortografía
basado sobre la pronunciación, creo que no puede adaptarse, sin graves inconvenientes, de la manera
repentina y absoluta que el señor Sarmiento propone.
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Pero no sólo hasta allí en sus críticas a Sarmiento, ya que pidió también a miembros del Decanato de
la Facultad de Filosofía y Humanidades de Santiago de Chile pronunciamientos de consejeros y docentes en
sostener la lengua castellana ornamentada con voces del elegante clasicismo en contrario a las vulgares en
el comercio lingüístico americano:
"...amenazada por lingüistas advenedizos y aventureros enfrascados en guerra sin cuartel contra
el buen gusto en el decir y escribir castellanos".
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Inmediatamente después de ese veredicto, respaldado abiertamente por el lingüista chileno Victoriano
Lastarría, envió Sarmiento a la Comisión de Lengua de la Facultad el Informe
escrito con su natural genio áspero:
No sé si incumbía a una comisión de la Facultad de Filosofía y Humanidades indicar las omisiones
que se notan en un escrito puramente literario. Es esta a mi juicio una cuestión de crítica que, a tener
lugar, habría sido del resorte de la prensa. Ignoro asimismo si era necesario para los miembros de la
Facultad que se les trazase el camino que ha seguido el espíritu humano hasta llegar a formar una
ortografía en cada idioma. Lo que sé es que esta manera de apreciar una
Memoria
que tiene por objeto de apuntar reformas sobre lo que ya existe, habría parecido pedantesca y
extemporánea.
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Una de entre sus apuntes fue de suprimir "ciertas palabras del modernismo español arbitrarias e
inútiles",
incompatibles con la diáfana pronunciación del parlante hispanoamericano. Iniciativa rechazada por
decisión de Bello, a la sazón decano de la Facultad de Santiago, preguntándose, a la vez, si no era
imprudente dar el ejemplo de un rompimiento brusco con las convenciones idiomáticas de la Real Academia de
Letras de España en punto a la gramática y ortografía americanas. Y en ese sentido, su informe al cuerpo
académico Facultad:
La Facultad cree que la reforma de la ortografía debe hacerse por mejoras sucesivas. Esta ha sido la
marcha que ha llevado especialmente en el presente siglo, marcha prudente que no violente el curso de las
cosas humanas; que concilia todos los intereses, y que sin causar controversias estrepitosas, ha ido
insensiblemente operando en el convencimiento general, hasta permitirnos usar en el día una ortografía
depurada de mucho de los defectos que dominaban en el siglo anterior. La abolición instantánea de las
que restan aún, no es en manera alguna necesaria.
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A pesar de esos entredichos, finalmente los miembros de la Facultad habían de reconocer la conveniencia
en estudiarse para más adelante algunas de las propuestas de Sarmiento. Razonaban ya entonces que la
depuración en la ortografía hispanoamericana debía de hacerse no con súbitas mudanzas, más bien en
etapas pausadas y sucesivas, sin rupturas parciales o definitivas ni controversias estrepitosas con la Real
Academia de Letras.
Notas
- Bello, Andrés. "El anauco". Regresar.
- Bello, Andrés. La agricultura de la zona tórrida. Regresar.
- Archivo Nacional de la Historia. Colección Enrique Fitte. Regresar.
- Léase en el breve ensayo Sobre el manejo de la gramática, de Rufino J. Cuervo, las deducciones de Bello sobre cómo debiera escribirse poesía y narrativa americanas. Regresar.
- Bello, Andrés. Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en América. Regresar.
- Bello, Andrés. Repertorio americano. Regresar.
- Menéndez y Pelayo, Marcelino. Historia de las ideas estéticas. Regresar.
- Bello, Andrés. Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos. Regresar.
- Sarmiento, Domingo F. Obras completas. Regresar.
- Consúltese Observaciones a la Gramática de Bello, de Niceto Alcalá-Zamora. Regresar.
- Bello, A. Obras completas. T. IV. Regresar.
- Ibidem. Regresar.
- Sarmiento, D. F. Ibidem. Regresar.
- Bello, Andrés. Obras completas. Regresar.