Luz roja
Cuando se puede, se come, pero todos los días vemos televisión. Me levanto a las diez. Como no voy a la
escul, me rebusco unos cuantos chavos lavando parabrisas en el semáforo de la cincuenta. Antes me paraba
por la Rusvel. En realidad este trabajo me duele. Vivo puteado por los conductores que, cuando le tiro a
limpiar los vidrios, me dicen de vainas. Todo el día me caen el sol y los aguaceros, para poder llevarme
unos cuantos dólares a mi casa, por mis hermanos, por la vieja.
Cuando puedo, descanso debajo de un palo de mango y veo las nubes, oigo el ruido de los carros, y el olor
a gasolina me tuerce el estómago, acostumbrado a estar vacío y sonándome.
Tengo 14 años y sólo llegué al quinto de primaria. A veces pienso en una casa grande y un padrastro
que me lleve a los juegos de beisbol. Después me doy cuenta que son aguevasones del Resistol que inhalo,
como todos aquí lo hacemos, para aguantar este tren, broder.
A veces me voy a la playa y los cangrejos me rodean y puedo ver los barcos como se hunden al final del
cielo, allá donde ya no alcanzo a ver. Tengo 14 años y sólo llegué al quinto de primaria.
Pequeña historia sobre Tarzán
El patio había amanecido lleno de baba de sapo. Por lo general, esto sucede cuando el invierno se viene
muriendo cerca del mes de diciembre, como pasa en todo el trópico. Las noches se vuelven calurosas y el
ruido de los grillos entre las luciérnagas te da la impresión de que la misma selva se ha metido en plena
ciudad. Sobre todo porque la noche no deja ver nada, y todo se puede imaginar.
Fue por esos días que me encontré con Tarzán. Estaba leyendo la teveguía mensual, cuando asustado se
levantó del tronco donde estaba y con los ojos aguados miró que habían quitado las Aventuras del Planeta
de los Simios. Lloró a chorros, salvajemente, recordando todas las tardes que había disfrutado, mirando en
el televisor del quiosco de Llerena su programa favorito. Allí fue donde decidió no volver a la selva
nunca más y que mejor era dedicarse al alquiler de bicicletas y a la venta de helados. Pero al cabo de
iniciar este negocio, se puso triste al no tener las lianas como medio usual de transporte interselva y
cerró el local para dedicarse a la pintura en tela y al soborno. Así, se fue olvidando de la selva y
comenzó a frecuentar putas abandonadas en aeropuertos y caminos fronterizos.
Vivió Tarzán mucho tiempo, ya vuelto civilizado, sin empleo y recogido en viejas casuchas de cartón
que bordean la ciudad iluminada.