Letralia, Tierra de Letras - Edición Nº 17, del 3 de febrero de 1997

Las letras de la Tierra de Letras

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Necrofilia

Julián Márquez

a Carlos Garrido,
gnomo de esta larga espera

..."toleraba únicamente cadáveres frescos,
de no más de tres días de urna..."

Salvador Garmendia

Un fragmento convulso y abigarrado de la ciudad está allí, dispuesto a mi alrededor, envuelto en el desorden habitual de las horas de la mañana. De modo que cuando me desplazo por este lado, donde abundan los bufetes de abogados, veo desfilar algunos de los diversos componentes de la sustancia del vibrar urbano. A cada rato pasan autos recientes y lujosos al lado de otros más desgastados y empobrecidos por el tiempo. También se avienen las vitrinas asépticas con sus maniquíes de gestos estáticos y gente ruinosa y envilecida andando en medio de otras decorosas y bien vestidas con trajes impecables, de buen corte, que llaman la atención. Sin embargo debo confesar que de todos esos elementos solamente me atraen las mujeres jóvenes agitadas por ahí con su variedad de formas y pintas.

Todos los días, antes de dirigirme al trabajo, doy una vuelta por las calles céntricas con el propósito deliberado de observar la fauna femenina. Algunas de ellas, con un poco de suerte, van a caer un día de éstos entre mis manos. Por ejemplo, me gustaría que esa rubia, jugosa y nalgona, que va entrando en la farmacia, cayera precisamente hoy; es posible que no ocurra así, pero mientras realiza la compra me dispongo a esperar su salida. No sé cuánto tiempo irá a durar la espera y enciendo un cigarrillo, sin dejar de mirar al resto de las mujeres que circulan por las aceras.

La rubia acaba de abandonar la farmacia, y en el acto cruzo la calle y voy en pos de ella. La persigo sin acercarme demasiado y de ese modo puedo mirar con deleite la forma provocativa de sus nalgas agitadas deliciosamente, allí adelante. La persigo varias cuadras hasta que frente a una venta de loterías la aborda un tipo alto y fornido y desaparece con ella por la puerta de vidrios ahumados de un edificio de oficinas. Entonces con tristeza, desinflado en mi punto más vital, recojo la vista y en seguida me dispongo a hacer otra elección; pero allí está el reloj de la publicidad "Luna" y me doy cuenta del avance del día porque debo estar en el depósito antes de las nueve. En la esquina tomo el primer por puesto que tiene un espacio libre e instalo esta inquieta humanidad en el asiento trasero, entre una vieja silenciosa y un hombre hierático, con cara de funcionario público, que viaja leyendo el diario indiferente al discurrir de la mañana.

Si este hombre pudiera entenderme le diría que a veces llegan algunas criaturas realmente exquisitas —como la rubia de hace rato—, pero hay momentos que caen unos perfectos adefesios, quién sabe si sacados de algún bazar de deshechos. Ayer nomás llevaron una flaca horrible, seguramente soltera; y sin embargo no me quedó más remedio que acostarme con ella.

Hoy al parecer estoy de suerte, pues apenas descendiendo del auto, en la entrada de la morgue, me encuentro con la buena noticia del suicidio de una ex miss. A la fuerza logro abrirme paso entre la aglomeración de periodistas y curiosos que tapian la puerta y me escurro rápido hacia el interior del edificio. Con apuro marco la tarjeta y después de colocarme encima la bata blanca llego, casi corriendo, al depósito de cadáveres.

Ahí, tendida sobre la plancha de mármol, inmovilizada para siempre está ella; la envuelve esa atmósfera fría y aquel olor indefinible del depósito. A pesar de su inmovilidad pétrea el cuerpo luce saludable y por un momento tengo la impresión de que es la rubia quien se encuentra tendida en el mármol, pero luego de escrutar a la interfecta detenidamente, quedo convencido de que su hermosura es superior a la de aquélla. Despacio, sintiéndome dueño de la situación, me deslizo hasta la tabla y dejo caer mis labios sobre los labios enmudecidos de ella. Mientras la voy besando desaforadamente siento como si de pronto recobrara vida y fuera llenándose de pulsaciones y compartiera conmigo la torpeza de mis manos buscando afanosamente debajo del vestido. La percibo llena de vida y llego a creer que en cualquier momento podría verla incorporarse y devolverme la lujuria exaltada que experimento con ella.

Por un instante, cuando alguien habla cerca de la puerta, detengo el avance, a pesar de la seguridad que me ofrece el depósito. Entonces los sentidos se alzan alertas, aunque no despego la vista del mármol. Después, una vez apagada la voz allá afuera, en seguida estoy al lado de mi presa y comienzo a atacarla con renovados bríos. A medida que crece el ataque en aquella región almibarada del bajo vientre, la pequeña criatura, agazapada en su guarida, se va inflando lentamente hasta endurecerse como un trozo de madera maciza, hacia la cual concurren los fogajes del cuerpo.

En la atmósfera no hay ningún remordimiento mientras cubro ávido la inmóvil presencia de la ex miss y empiezo la sutil profanación con la habilidad que he ido adquiriendo en ese menester de todos los días. Los embates del acto se hacen cada vez más angustiosos y afogados, hasta que, sudoroso, crispado por los espasmos que irrumpen desde las entrañas biliosas, siento cómo el desagüe se desprende allá dentro y una sensación inconmensurable suspende todo sobre la tabla de mármol.

Al cabo rato, completamente sosegado, mientras observo el cuerpo, que comienza a amoratarse, pienso en la imposibilidad de haber podido estar con esa mujer en vida. Sin embargo la muerte —cómplice gratuita de estos actos— pudo degradarla para satisfacer este gozoso performance.

Luego, satisfecho de los primeros logros del día, abandono el depósito y subo a la oficina del director, aspirando el sinuoso olor a éter que invade los pasillos.


       


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Depósito Legal: pp199602AR26 • ISSN: 1856-7983