Letralia, Tierra de Letras - Edición Nº 20, del 17 de marzo de 1997

Las letras de la Tierra de Letras

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Pequeño epitafio diurno, relato intolerante de despedida

Ramón Leal

Horacio se despertó, una resaca de sueños fermentaba su sangre con fluido sonoro. Comenzó a desnudarse del ropaje barroco de la noche veladora. Por un instante, los recientes ecos pellizcaban de dulce aliento su hábito ineludible: persiguió con los dedos un vestigio noche-siena que le resbalaba desde el vestido de aquella noche anterior...

...Recorro la cordillera de durazno resbaladizo, indago la concavidad de tus armas, cual hilo de Ariadna hacia la humedad que me acercas. Aquí no estás, pero mis dedos obligan tu presencia, dibujo tu contorno de lágrimas, presiento que tu silencio es un mar en calma antes que te navegue en la proa de mi piel. Los ojos no te ven pero te tocan, no te distinguen, te perfilan como fruta abierta en un árbol silencioso; mis oídos sólo oyen el adagio perpetuo que atraviesa las penumbras —Garbarek nos circunda, como una gaviota señala el puerto a mi barca a la deriva—. Me miras, tus manos me miran, y despertamos en la piel la curiosidad del arroyo, pequeño río de afluentes sólidos... río malva de crisoles de lluvias... un solo río cuerpo, un solo río rama... un solo río temblor de alas que en el silencio desemboca...

Salió, desnudo ya, abrió su cuerpo al sol, presentó cobarde sus contornos en la calle, en los círculos de amigos, en su centro de trabajo: algunos pensaron que aquello suponía un peligro próximo, le aislaron en estancias apropiadas a su desnudez infantil, dedicándose a las habilidades comunes en los cuerpos desnudos: tiritaba con la luna que no presenciaba, desenredaba hilos que nunca volvería a componer, rozaba la tibieza de la madera con anhelo de travesía, su mente de cristal rehacía la música que recordaba vagamente de la noche...

Un día, mientras amontonaba piolines multicolores en el rincón de un recuerdo, una presencia cercana, seducida por la sorpresa de oasis, en una fascinación de arco iris, se acercó con miedo y ojos avarientos, penetrando en una esquina de aquel juego misterioso. Horacio escuchó, habló como siempre que permanecía desnudo, recopiló el suficiente material para sus sueños y creyó, como siempre, que para poder asimilar aquel cambio importante debía esperar a estar convenientemente vestido por la noche.

En el regreso a casa permanecía avivando aquel hermoso caleidoscopio que le habían regalado. Llegó, resolvió las rutinas cotidianas previas al momento en que, por fin, comenzó a realizar un ávido acopio del ropaje esparcido a su alrededor, sin omitir ninguno de los últimos aderezos incorporados en aquel día que la sorpresa le proporcionó un nuevo atuendo mitológico. Una vez en el lecho, eludió la imagen de soledad de los espejos, juzgó la frialdad perezosa de las sábanas, penetró codicioso en su interior, e inició vorazmente el acto de vestirse.


       


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Depósito Legal: pp199602AR26 • ISSN: 1856-7983