Especial
De Cervantes al Tololo
Parra, el último retórico de Alcalá de Henares

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Nicanor Parra

De la cosecha de Parra
(¿El último mohicano de la poesía chilena?

“¿Esperaba este premio?”, le preguntan a Parra en uno de los breves poemas leídos hoy por su nieto con voz firme y con las modulaciones adecuadas. “No / Los premios son / como las Dulcineas del Toboso / Mientras + pensamos en ellas / + lejanas / + sordas / +enigmáticas. / Los premios son para los espíritus libres / y para los amigos del jurado / “, dice Parra.

De antes y después del discurso en Alcalá de Henares...

Nicanor Parra no irá (no fue) a recibir este 23 de abril el Premio Cervantes. No es noticia ni novedad. Pidió una prórroga de un año para su discurso. Se queda en Las Cruces con sus 97 largos años. Ya hizo el viaje de la Antipoesía por la historia de la poesía y de Chile. ¿Penélope no tiene nada que esperar, las sirenas ganaron la batalla? ¿Dulcinea es más real? ¿El Toboso o Ítaca? El antipoeta reposa, su guerra contra los molinos de viento ha sido histórica, titánica. Chile ha tenido gigantes de la poesía como los que enfrentó el Caballero de la Triste figura, con su antipoesía. No es fácil proponerse no dejar títere con cabeza. El tiempo lo cobra todo, poeta. Y la muerte, como dice su verso al médico, lo cura todo. En cambio, decidió enviar una avanzadilla, como en tiempos de las Cruzadas. Un capitán, Cristóbal Tololo Ugarte, que hace homenaje al “descubridor” de América, al hombre que se encontró con Nuestro Mundo, Colón, y algunos escuderos duchos en la antipoesía, la alquimia del verbo parriano, con la cual lleva medio siglo renovando la lengua española en poesía. Harán brillar en una mesa redonda una escritura, lenguaje, manera de ver la poesía, poco conocida y a veces no entendida en España, estos caballeros de la Antipoesía: mi amigo Federico Schopf, erudito en la obra de Parra, Niall Binns, un gringo parriano y el crítico español que fue amigo de Roberto Bolaño y antologador de Parra, Ignacio Echevarría.


Cristóbal Ugarte, “Tololo”, nieto de Nicanor Parra.

Llega exhausto el antipoeta a esta meta, donde el Manco de Lepanto le esperaba, allá en Alcalá de Henares. No le pidan más a Nicanor, ni moros ni cristianos, el hombre ya hizo su trabajo, sacudió algunos istmos, instaló el parrismo y en algún lugar de la gran mancha de la poesía chilena se prepara el parricidio. La cueca de Parra ha sido larga y chora. Ha dicho tanto, tocado los extremos de las palabras, no ha parado de decir por si quedaba algo en algún tintero, que está enviando solo a España unas pocas palabras y unos cuantos poemas que le representan como si estuviera allí. La muestra de su palabra recoge, entre otros poemas -anti: “El hombre imaginario”, “Un día feliz”, “Soliloquio del individuo”, “Manifiesto” y “Defensa de Violeta Parra”. (Cuando nos leyó en el auditorio del Pedagógico de la Universidad de Chile, donde era profesor, el poema sobre Violeta, su legendaria hermana, recuerdo que lloró pausadamente como lee sus poemas.) El famoso Tololo, dicen, leerá los primeros párrafos que abren la obra cumbre de Cervantes y ahí puede estar el secreto de Parra, no todo se diga en lenguaje franco y utilice su propia lengua para reinterpretar al aventurero hidalgo de la Mancha. No sabemos lo que podría suceder, lo que quiera Parra en ese paraninfo emblemático de las letras hispanas, nuestra lengua compartida, dividida, enriquecida en Nuestra América.

 

La caballería andante de Parra

Los diarios dicen, pero saben poco, asumen, publican lo que tienen a mano, desconocen que Cervantes es manco, hombre de no pocos recursos. Escribió el Quijote en la cárcel, por ejemplo, y Parra, en medio de la desesperación y la pobreza, quería ser miembro de Carabineros de Chile. En las antípodas por los siglos de los siglos, pero fieles a sus sueños, aventuras, historias, dispuestos a echar la caballería encima a sus enemigos desde Amadís de Gaula hasta Pinochet, por ejemplo.

Observatorio Tololo
Observatorio Tololo, en Chile.

Las otras palabras de la introducción a los poemas, que debe ser un arte poética parriana en su estilo, solo las conoce el Tololo, su nieto, que lleva el nombre de un observatorio majestuoso chileno, ubicado a 2.200 metros de altura, cuyas instalaciones asemejan a una estación espacial, desde donde las naves viajan a las estrellas que son inalcanzables para los terrícolas. El Tololo está enclavado en las alturas del Valle de Elqui, tierra mistraliana por excelencia, a quien Parra homenajea sin proponérselo quizás, aunque es un declarado admirador de Gabriela. El Tololo, ubicado en la Región de Coquimbo, fue poblado en el siglo III por los indios diaguitas y ocupado por el imperio inca. Tiene un cielo transparente, despejado, y así se constituye en uno de los mejores lugares del mundo para observar las estrellas y el espacio. Posee siete cúpulas, quizás las siete puertas por donde se entra y dispara la antipoesía con su búmeran insaciable de ser solo ella misma, el reflejo de un sol que pudiera llegar a todos.

Lo que Nicanor Parra prepara en Las Cruces, según se desprende de las palabras de su nieto Tololo, es un Discurso de sobremesa, con los cuales ya ha hecho un libro anteriormente, texto que requiere de un trabajo como si montara una ópera barroca, pero parriana, que lleva sal, pimienta, ajo, y todos los condimentos posibles de la cocina y lengua vernacular, culta, popular, universal, del autor de Versos de salón. Allí incluye desde los orígenes del verbo hasta el juicio final, / Parra no le pierde pisada al viento de la palabra. / En sombras sube escaleras / lo importante es dejar en alto / el antipoema / Una calavera le sonríe / todavía. / Hamlet ha estado durmiendo / en el otro cuarto / ¿Ser o no ser? / Parra pasa a la página siguiente.

 

Más allá de todas las distancias

El Tololo sabe que su abuelo, entre otras cosas, es cosmólogo con estudios en Oxford, y que más allá de todas las distancias estará allí representado en su voz.

Uno de los poemas escogidos por el antipoeta, “El hombre imaginario”, no tiene nada de imaginario, es real. El lugar, la mujer, la historia que es leyenda, existe. Y es, imagino, como un amuleto para Parra, que carga en la piel de los sentidos, allí donde las arrugas no pueden borrar esos sentimientos, recuerdos vívidos por únicos, intransferibles, irrepetibles y remachados con tornillo y tuerca.

Lo imaginario del poema son las palabras que pueda leer en su propio imaginario el lector, porque el autor conoce su derrotero, lo ha vivido, y lo que describe es una réplica de ese mundo ya ausente, siempre presente, porque la memoria es la que nos arroja los fantasmas ante los ojos. El hombre imaginario de alguna manera nos dice que no hay escape, aunque se presenta en un paisaje que puede ser real o irreal. Y al parecer que nada y todo es, según uno interprete, se desvanece el yo, que en algún momento se recuperará con toda la intensidad que la experiencia amerita. Es un poema notable por su recurso reiterativo a este hombre que no existe y lo ha perdido todo, porque la imaginación es nuestro mayor patrimonio, aun creamos que nada existe y todo está allí, sigue siendo, aunque haya sido, dependiendo de la intensidad con que marque su territorio. La historia no es sencilla, existe en un mar de melancolía, en medio de un escenario físico con escaleras, balcones, y suceden canciones imaginarias, que vitaliza el espacio del que podría haber habitado este hombre. Hasta las sombras vienen por un camino imaginario, pero no deben confundirnos del objetivo real del poema. la poesía no se escribe sola para Parra y recurre el antipoeta a un elemento de poesía pura y tradición, las noches de luna imaginaria, que es cuando sueña con la mujer imaginaria / que le brindó su amor imaginario / vuelve a sentir ese mismo dolor... retorna a la realidad, recobra la memoria o más que eso, la vivencia de lo realizado, vivido. El dolor recoge lo que la imaginación no puede ocultar ni soslayar, lo pone sobre la mesa de la realidad en tiempo presente. Fue y sigue estando allí. El dolor se apodera de cualquier estado, supera la melancolía.

ese mismo placer imaginario / y vuelve a palpitar / el corazón del hombre imaginario. El corazón está vivo, le acompaña, hace sentir, imaginar lo real, una manera de volver a la vida, inesperada y realmente para el lector.

“El hombre imaginario / vive en una mansión imaginaria / rodeada de árboles imaginarios / a la orilla de un río imaginario”. Toda esta descripción imaginaria resulta cierta, según la historia real que ya es leyenda, por verdadera. Lo imaginario puede no existir, flotar, ser inaprensible, representar lo que imaginamos mentalmente y ser nuestro, gracias a la imaginación. La voluntad del deseo en su sueño que a veces elaboramos con toda su carpintería. Se puede crear casi todo lo que imagine la mente en los casilleros que nos abre la imaginación. Existen hasta los números imaginarios. ¿Quién imagina, el objeto o el sujeto? Parra me habló más de alguna vez de que su individuo tiene varios pisos psicológicos. En el poema, todo el universo diario que rodea al poeta, su mundo, lo que vive y yace, es imaginario, aparentemente.

 

El hombre imaginario se enamoró de una mujer real

La casa existió en la comuna de Huechuraba, en las afueras de Santiago, una zona semirrural de aquella época y que Nicanor compró. Huechuraba significa, en mapuche, lugar donde nace la greda. La mujer imaginaria es real y tiene nombre, era casada, tenía 32 años y él 64, fue en 1978, y el antipoeta la descubre en una entrevista como el amor de su larga vida. “Cuando me pulverizó, ella me abandonó”, “después se suicidó”, reveló Nicanor en una entrevista a Marcelo Simonetti.

Escucho el poema en un lugar rodeado de grietas, cerca de un río, rodeado de árboles y todo lo demás es igualmente imaginario, pero cierto, incluidas las sombras que descienden al revés de la escalera esta noche nada de imaginaria. A veces los lectores formamos parte del imaginario del poema, porque lo hemos vivido.

Finalizaban los horrorosos años setenta en el horroroso Chile, Parra y Lihn se habían quedado en el país del espanto. Parra y Lihn rehacían su nuevo mundo en el país de las tinieblas con sus propias performances. No debemos ser ingratos con el autor de La pieza oscura, Lihn, porque fue uno de los primeros en hablar con lucidez sobre la obra de este ausente premio Cervantes. Lihn puso picas en el Flandes de Neruda por la poesía de Parra.

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario
De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios
Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios
Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario
Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario

(Nicanor Parra)

Si bien Parra ya no es un hombre mediático, estuvo por décadas en primera fila desde la Casa Blanca a la Unidad Popular, compartió con los beatniks y después, en tiempos de Pinochet, sobrevivió en su cátedra en la Escuela de Ingeniería, cuando Neruda era la animita que circulaba en medio de la gran derrota popular y el pueblo recurría a su mitología como a un buda de alguna salvación. Parra siguió escribiendo, vivito y coleando, yo conversé con él por esos días aciagos frente al edificio Diego Portales, una noche fascista, cerrada, oscura, en tinieblas. Habló de Neruda, un tema recurrente en su voz poética, con un sarcasmo que ni el cine mudo podría reproducir. Ya lo he relatado y no volveré a caer en tentación. Conversaba Parra periódicamente con el poeta Enrique Lihn, vaciaban y volvían a llenar la gran vasija de la poesía chilena y universal. Más adelante fue el Pope del Pope de la poesía chilena en medio de recitales concurridos como viendo a un súper star rockero, aunque Gonzalo Rojas se ganaba los premios más importantes del habla hispana, como el Cervantes. Ya nadie bajaría a Parra de su propio carrusel, un tiovivo perfecto: la música se repetía y el carrusel con sus pasajeros dando vueltas. No olvidemos la influencia anglosajona de Parra, en el Reino Unido los carruseles van en sentido contrario, como su antipoesía.

 

Manifiesto parriano: la poesía alcanza para todos

En Alcalá de Henares, su nieto Tololo leerá un texto clave en la poética parriana, así al menos fue anunciado, su famoso Manifiesto.

Allí Parra se dirige a los poetas consagrados de Chile, fija su posición, lanza una gran piedra antipoética y sostiene que los poetas bajaron del Olimpo. Está dedicado a Neruda, Huidobro y De Rokha, y define su propia poesía como un artículo de lujo. Por algo escogió este poema polémico y trazador de su ruta. Sostiene y arremete contra los poetas abuelos, mayores, que no fueron poetas populares, sino unos tremendos burgueses. Es un lanzamiento al ruedo dentro de la poesía chilena. Parra anuncia con bombos y platillos lo que hará en poesía. “La poesía alcanza para todos”. Neruda es el fantasma de Parra hasta el final de sus días, a veces, pienso, no se convence de que murió y de que ya no escribe. Es un notable homenaje al vate y su obra, lo sigue imaginando. Lo tiene tan cerca en Isla Negra.

“Defensa de Violeta Parra”, su entrañable y suicida hermana, es un poema emblemático del catálogo familiar y del clan Parra. La Violeta es chilensis por donde la miren, descubierta cuando ya no vivía, algo muy chileno. Consagró su vida al canto popular, un verdadero y glorioso apostolado. Una poeta profundamente popular, cuyas canciones son himnos latinoamericano: “Gracias a la vida”. Nicanor quiere presentar a Violeta en Alcalá de Henares, por si no la conocen. “Soliloquio del individuo” es un aullido parriano, en un mundo que no tiene sentido. Está en su libro Poemas y antipoemas, y nos habla en su yo colectivo, nos hace participar de un itinerario histórico, de construcción, travesías por la humanidad del individuo, peripecias, invenciones, la historia de una historia fragmentada, que ya no tiene retorno, y finalmente concluye que la vida no tiene sentido. El individuo quiere retornar a la roca, a su principio, pero ya es tarde, ha hecho un recorrido y este espejo al revés que es la historia, no tiene sentido.

“Un día feliz”, de Poemas y antipoemas, está dentro de la selección escogida por el autor de Hojas de Parra. La vida no es más que una quimera, dice Parra en este poema. Una ilusión, un sueño sin orillas. Una pequeña nube pasajera. Viaja al pueblo de su infancia, lo recorre y entra en la primera memoria. Concluye después de ver y recordar detalles, lugares, objetos, familiares, que: ¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo / Como una blanca tempestad de arena!

 

Del epilogar parriano
Parra, el último retórico

Nicanor Parra es como el bolero, está siempre despidiéndose. El hombre estruja los calcetines de su poesía. Le arranca la propia retórica, un último grito al cisne, y las cenizas del Ave Fénix son parrianas. Upa, chalupa, le dice a la antipoesía. Se retira, pero sigue jugando. Pacta con Las Cruces, pero no con la cruz. Es un nuevo mar silencioso entre sus dos pares: Neruda y Huidobro, un paso a la izquierda y otro más allá, el que primero dieron ellos, los grandes fantasmas de la poesía chilena.

Parra es un aventajado de la Capitanía General de Chile. Se conserva como la estrella solitaria. Juega póker con Hamlet, y se distrae con sus monólogos frente a un tablero de ajedrez vacío. Sólo le queda apostar contra sí mismo y que lo hace muy a menudo. Ya no viaja, dice, al parecer gira sobre su propio círculo, cavando un pozo para su nueva retórica, como el taladro sobre el asfalto. Poco visitado, poeta solitario, anacoreta, Parra es su propio búmeran.

Ha sido tan parriano como ha podido. Fiel a sus uvas. Hay que conocerlo para saberlo. A los 91 años, cumplidos en septiembre de 2005, decidió lanzar sus obras completas y anunció que a la semana siguiente, si aún le quedaba cuerda, escribiría un Opus para seguir con la leyenda, que puede haber una Obra gruesa, pero no completa.

Parra no sólo es un poeta vivo, sino vivazo. Reencarnado en Rojas Jiménez, Romeo Murgas, Carlos de Rokha, Omar Cáceres, Rubio, se ha propuesto sobrevivirnos a todos y de seguro nos prepara un antipoema para lanzarnos como uno de sus artefactos, si fuéramos el hombre imaginario.

Parra no se compondrá ya a estas alturas. Ni hace falta, dirá. Está aferrado con dientes y muelas como un recién nacido. Su mirada es la de un águila que no cree en la inocencia. Sólo un millón de homenajes después de muerto podría silenciarlo en parte. Una catarata de aplausos como un maremoto. Un alud de discursos en la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), a puerta cerrada. Un paseo por las afueras del Pedagógico de la Universidad de Chile, junto a los terribles Plátanos Orientales. Es inmortal el antipoeta.

Parra prefiere dar vueltas y vueltas entre paredes blancas con su cuaderno de notas. Le obsesiona, es drogadicto, dice, de la página en blanco. Lo describen como un marciano con sus pantalones verdes. Parra no cree en cementerios. Ya Chile los ha tenido a lo largo y ancho, norte a sur, de todos los colores, sabores, dolores, horrores. En alguna esquina infernal de Chile, en otro sentido, con distintas motivaciones, alejado de toda antipoesía, Augusto Pinochet contó sus días hasta diciembre de 2006. Fue el autor de la cueca del terror más larga de Chile, y que nos perdone el antipoeta. Ese huaso se fue de mano y claveteó el gran ataúd de Chile. Este es Chile, mi hermosa Patria.

Parra es otra cosa. Un poeta con más vidas que un gato. No se le ve pasar bajo una escalera desde sus días de infancia en San Fabián de Alico, cuando su hermana Violeta Parra se untaba el delantal con maqui. El antipoeta está en sus plenos cabales en una nueva aventura frente a la página en blanco. En cada intento vemos sorprendentemente que intenta apagar el sol con los dedos de una mano. Es Parra en su última retórica, un hueso duro de roer.

Nació en Chile, de padre y madre chilenos, y hermanos también. Profesor de mecánica racional, con estudios en la Universidad de Chile y en Oxford. Laureado de sur a norte, pasando por Madrid, Londres, México y Nueva York. Cuando Mario Benedetti lo entrevistó poco después de que le otorgaran el Premio Nacional de Literatura en su casa de La Reina, en las faldas de la Cordillera de los Andes, el escritor montevideano creyó que Parra se suicidaría en cualquier momento. Nos engañó a todos, más bien cada día nos entrega una fórmula para seguir viviendo.

Parra no ha creído en el límite de la imaginación, sí, en el ejercicio, experimento per se en el poema (antipoema). “Calcetines guachos” es su más reciente intento por decir, nombrar, poner las cosas a su manera en la página en blanco. Ese pan está aún en el horno. Un Parra disparando los cartuchos de un oráculo que se resiste a quedar ciego.

Nicanor Parra

El antipoeta no está ciego como el Oráculo de Delfos,
vela la antipoesía en la noche de su última posada,
no deja rastros, ni deja huellas, rastrea el poema,
enciende una vela a la próxima primavera,
oscurece el cuarto lo que del día queda,
no cree en las ventanas y sin embargo las abre
a ciega, a ciegas se entrega a algún corazón
y se reconoce en el espejo de la hermana muerta.
No es profeta, no es carpintero,
es un soldador de palabras,
recicla en las noches lo que produce su nevera,
el poema crece bajo la tierra y nadie ve sus raíces,
inmenso sol rojo que sólo la amada reconoce.
Un astronauta que no vuela más allá de la parcela
del poema, siembra su luna, ciega el trigo negro
de su último invierno,
el antipoeta nunca llora.

Rolando Gabrielli

 

Del epilogar de Rolando Denver

Cervantes se hizo amputar una mano en Lepanto, porque ya había escrito el Quijote en los infinitos sueños en La Mancha de su carrera diáfana hacia la gloria que no tendría la fortuna de disfrutar. O lo haría finalmente desde una cárcel, con los restos de su vida y muñones. De 400 años que el señor de las andaduras manchegas no ha de parar un solo instante en desfacer entuertos que si no los conociera loco andaría por estas calles de castillos con dragones en sus puertas, posadas con viejos misiles en sus patios, bebidas sin país de origen, molinos de aguas turbias, contaminadas, ni viento, sólo gigantes muertos soplando la historia al revés contra vientos de Quijotes que no dejan de andar sueltos de sueños, libérrimos de espíritu, locos de amor. Sin adarga, en la flor de su vida, viaja por Comala el Hidalgo Caballero desprovisto de aventuras, no de sueños, entra en la noche de los espíritus del pueblo y sabe que una nueva historia siempre comienza. Dulcinea, sólo bésame en medio del trigal de la palabra.

Rolando Gabrielli

Fin. En la ceremonia del Premio Cervantes, en Alcalá de Henares, a Nicanor Parra pregunta su nieto Tololo:

“¿Se considera usted acreedor al Premio Cervantes?”.

Parra: “Claro que sí”.

Tololo: “¿Y por qué?”.

Parra: “X un libro que estoy x escribir” [sic].

Parra hace mutis por el foro sin estar en el foro, rodeado en Las Cruces de libros del Genio de Cervantes, como lo estuvo el Caballero de la Triste Figura en sus aventuras. Envía un mensaje encriptado junto con su vieja máquina de escribir. Un poema para ser leído 50 años más tarde.

¿Parra es vanguardia aunque se le ponga una nube negra por delante?

El antipoeta vela las armas de la antipoesía, día y noche, en el blanco mesón de su posada.