Chino
Cinco cortos cuentos chinos contemporáneos

Introducción, selección, traducción y notas: Wilfredo Carrizales

Añoranza de un cuervo

Hong Niao1

Añoranza de un cuervo, por Hong Niao

Cuando tenía seis años de edad, mi madre señaló a un hombre y dijo: después él será tu padre.

Cuando tenía seis años el verdadero padre murió en un accidente de tráfico. La madre fue a la casa de otro hombre y además le dijo a ella que era su padre.

Aquel hombre desconocido, aquel hombre viejo, aquel hombre de aspecto sucio, desde ese entonces se convirtió en su padrastro.

Ella al mirar aquella casa, lloró.

Ella a espaldas de su madre nunca le llamaba papá. Cuando le llamaba le gritaba “oye”. Aquel hombre no se sentía ofendido; tenía una preocupación hacia ella igual que si fuera su propia hija. Por supuesto, ese hombre rudo no sabía que eso se llamaba justamente amor paterno.

Al ver frente a sí al cochambroso padrastro, ella lo asociaba a los cuervos. Justamente en su fuero interno le llamaba cuervo.

Con respecto al cuervo, su verdadero padre tenía una categórica expresión: ¡Puah!

Ella preguntaba: ¿Por qué lo desprecias?

El padre decía: Él no es auspicioso. Cuando alguien está enfermo entonces se dirige hacia él dando grandes chillidos. Le urge que los demás sepan que tú estás de malas.

El padre además decía que él tenía cierta capacidad de saber rápidamente quién moriría y con antelación venía a dar parte de una defunción.

Desde ese entonces, la imagen del cuervo se clavó en el corazón de ella.

Cuando ella asistía a la escuela secundaria de primer ciclo, su madre murió de repente. Los asuntos de dentro y fuera de la casa sólo los manejaba aquel hombre llamado cuervo. Ella también tempranamente se dio cuenta de las cosas, ayudaba a aquel cuervo a hacer numerosos oficios del hogar.

Cuando ella pasó al segundo ciclo de la escuela secundaria vivía interna dentro de la institución educativa. Una noche, el móvil pesado y voluminoso de aquel hombre sonó. Ella tuvo un accidente. El hombre apareció en la escuela. El aspecto del rostro de ella era pálido, su frente estaba llena de gotas de sudor. Estaba muy gravemente enferma.

El hombre se restregaba las manos; no sabía qué hacer. Al maestro le gustaba mucho aquella estudiante sensata. Le pidió al hombre que rápidamente la condujera al hospital.

En la noche, de pronto vino volando un cuervo. Permaneció en el alféizar de la ventana de la habitación de los enfermos. Les lanzó a ellos dos grandes graznidos. El padrastro recogió una pequeña piedra, se la arrojó y le gritó: ¡Pufff! Aquel cuervo, con fuerza, encogió las alas y se marchó volando como una flecha.

Ella sabía que su padrastro también aborrecía a los cuervos.

El padrastro tenía una parcela de su propiedad en la orilla del río Ying.2 Cada año sembraba algún maíz, judías verdes, etc. Frente al río había varios viejos álamos catay. Cada uno podía llegar al grosor de los grandes tanques de gasolina. Sobre los álamos, todo el año, moraban varios cuervos. En el tiempo de la cosecha de otoño, los cuervos se mostraban muy halagüeños. Frecuentemente concurrían a la parcela individual del padrastro. Éste confeccionó dos espantapájaros. Sobre ellos ciñó una gorra de seguridad tejida con ramitas de sauce como advertencia. Después de disfrutar del fruto del trabajo del padrastro, a los cuervos les gustaba posarse sobre las gorras de seguridad para cagar y descansar. Esto hacía enfurecer mucho al padrastro. Después de hacer aspavientos con la azada y con el pico, los cuervos no le prestaban atención. Entonces, el padrastro, indignado, extraía de la morada una escopeta de caza. Los cuervos, al ver el arma en su mano, de inmediato escapaban volando entre grandes graznidos.

Al venir el cuervo volando, ella pensó en las palabras de su padre. El cuervo acaso había venido a anunciar una defunción. Su estado de ánimo se tornó pesaroso.

En el corredor del hospital, el hombre, impaciente, iba y venía. El corredor del hospital a medianoche se mostraba muy vacío. El resultado del diagnóstico salió muy rápido. Ella padecía uremia; necesitaba reemplazar un riñón. El hombre se sorprendió. Él no había escuchado acerca de la uremia; tampoco sabía que las cosas del interior del cuerpo humano podían reemplazarse. El médico, muy responsablemente, empleó más de una hora para que ese hombre comprendiera la idea general. El hombre supo que ahora él mismo necesitaba dos cosas: dinero y riñón.

El hombre regresó a la aldea, tomó monedas de aquí y de allá y las agregó al dinero suficiente que había preparado para los gastos cuando ella asistiera a la universidad. Pero, ¿adónde ir a buscar el riñón? El hombre se acuclilló en la entrada del hospital. Fumaba bocanada tras bocanada de tabaco en la pipa de tubo largo.3 Recibía las extrañas miradas de los transeúntes. El hombre no lograba imaginar una manera de obtener el riñón. Fue a buscar al médico. El médico muy extrañado lo miró. ¿Tú no eres su papá? Tú le donas uno a ella, ¿no está resuelto?

Él movió un poco la cabeza hacia el médico y salió de la oficina. En realidad no sabía qué hacer. El hombre no dijo que ella no era su propia hija. Él tampoco sabía que para reemplazar un riñón se debía lograr que acoplara convenientemente. El estado de la enfermedad de ella se agravaba. El hombre, preocupado, no sabía qué hacer.

De acuerdo con la norma, el hospital tenía que hacer un examen de descarte que condujera a la compatibilidad entre enfermo y donante. Muy extrañamente, el hombre, increíblemente, era compatible. Él fue conducido a la sala de operaciones. Sobre la cama de al lado estaba ella, la que no parecía una persona, torturada por el dolor de la enfermedad. Ella vio al hombre acostado sobre la cama de hospital. En su corazón tuvo un sobresalto; después se le crispó la nariz. Sabía que el hombre lo había hecho todo por ella. Mirando el rostro envejecido de él, de pronto descubrió que en este mundo sólo había este hombre que se preocupaba por ella.

“¡Papá!”. Ella le llamó con un sollozo en la garganta.

El hombre ladeó la cabeza y la miró.

“Hija, no tengas miedo. Aguarda hasta que el riñón de papá te lo den a ti. Entonces tú podrás mejorar. Llegado ese momento, entonces no habrá nadie que se atreva a decir que tú no eres mi propia hija”. Al terminar de hablar las comisuras de sus labios temblaron un momento.

La operación fue muy exitosa. Ella mejoró rápidamente.

Aquel día, cuando abandonaron el hospital, afuera de nuevo vino volando un cuervo. El padrastro al verlo tomó una piedra y fue a lanzársela. Ella lo haló y le dijo: “Papá, no lo hagas”.

El padrastro quedó un instante desconcertado y detuvo su mano.

El rostro del hombre originalmente envejecido se mostraba más envejecido. Los asuntos de dentro y fuera de casa, como siempre, los manejaba aquel hombre llamado cuervo. Sólo casualmente algunas risas alegres le hacían extender su cara llena de arrugas.

Ora estudiara en cada sitio, ora trabajara en cada lugar, ella frecuentemente veía a los cuervos grotescos. Muchas personas consideraban que su aspecto era feo, que eran muy nefastos. Sólo ella no les hacía caso a los comentarios. Ella siempre murmuraba frente a los cuervos.

Los amigos sentían que era muy raro y le preguntaban qué estaba haciendo.

Ella decía que estaba añorando a un cuervo.

De Revista de Microcuentos Seleccionados; Nº 12; 2012.

 

Notas

  1. El autor o autora se esconde bajo el seudónimo de Hong Niao, que significa “Pájaro Rojo”.
  2. El mayor afluente del río Huai. El río Ying nace en la provincia de Henan, en la montaña Song.
  3. Una especie de pipa hecha con un fino tubo de bambú. La picadura de tabaco se embute en la pequeña cazoleta. La boquilla puede ser de jade u otro tipo de piedra parecida.