Letralia, Tierra de Letras - Edición Nº 15, del 16 de diciembre de 1996

Las letras de la Tierra de Letras

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Ven por chile y sal

Gabriela Riveros Elizondo

(Nota del editor: Este cuento obtuvo el primer premio en el V Concurso Literario de la Detsche Welle de Alemania, en la categoría de narración radiofónica, en octubre de 1995. Ha sido publicado por la revista "San Quintín 106" en su primera edición).

A Mariana no la volvimos a ver. Ahora guardo la imagen de su rostro; me acompaña como un sueño injertado a la vida diaria. Cierro los ojos y huelo aquella nostalgia que por instantes se transforma en vértigo, en miedo a perderme en mis entrañas, a no ser yo la que escribe ahora. Todavía en ocasiones percibo su mirada; se desvanece entre el eco de autos distantes y los peatones. Vuelvo a escuchar aquellos sollozos de papá y mamá; experimento una parálisis interna al recordar el tiempo en que permanecimos juntos, meditando su ausencia. Nos sumergimos en un letargo que nos llevó a ignorar el ruido que hace el día cuando encuentra a la noche en su ardua persecución. Contemplamos el diario de Mariana, la foto en que aparece con los zapatitos azules y el sombrero de papá, sus muecas lejanas, ahora diluídas entre charcos de lágrimas. A veces creo que mis papás enterraron su pena a través del tiempo y que ahora guardan un recuerdo transformado a fuerza de repasar tantas historias que les contaron a los parientes.



Octubre 14, 1990

Otra vez estos insomnios. Además, en el poco rato que duermo, tengo un montón de sueños extraños que no me dejan descansar.

Soñé con un hombre que parecía indio. Vi unos ojos inmensos pegados a mis párpados, intenté abrirlos, pero el hombre susurraba cantos que me sumergían en aquel mundo; en el sueño yo estaba segura de que su aliento con olor a peyote me adormecía. Me dejé arrastrar entre letanías monótonas. El hombre tenía todo el cuerpo tatuado. Contemplé los dibujos sobre su piel y me sorprendí al encontrar mi nombre escrito sobre uno de sus costados. Quise correr, pero sólo conseguí hacerlo siguiendo una trayectoria circular. El indio me miró con ojos hechiceros. Sentí las piernas cada vez más pesadas; sólo pude arrastrarme. El indio caminó lentamente hacia mí, extendió sus brazos mientras yo me estremecía bajo su mirada y tocó mi frente.

Después, alguien vino a tomar mi mano. Era Marta, aquella criada que tuvimos hace muchos años; me decía: "Ven, ven por chile y sal". Me sentí aliviada, no comprendí el significado de aquellas palabras, pero ya no estaba sola. Le pregunté hacia dónde nos dirigíamos, pero ella sólo volvió a mencionar: "Ven por chile y sal". Me condujo hacia una fogata. Alrededor de ésta se juntaron un grupo de hombres, tatuados de igual manera que el indio que había visto antes. Provenían de distintos lugares. Cubrían parte de su rostro con cabelleras largas. Fingieron no verme y se sentaron formando un círculo alrededor del fuego. Entonces se acercó un viejo tocando un caracol, algunos suspiraron. Vi como la luna se reflejó en su dentadura, cómo destellaban aquellos ojos en los que algún dios olvidó trozos de onix.

El viejo comenzó a narrar; así transcurrió toda la noche. En un principio intenté descifrar su lengua, pero me distraje observando la piel húmeda de aquellos hombres; vi cómo en ésta se reflejaban las sombras que salían del fuego, retorciéndose entre los tatuajes. El calor de la fogata me quemaba las pestañas y el cuerpo. Lo más extraño fue que, poco a poco, comprendí las historias que contaba aquel hombre. Narraba los orígenes del mundo, las hazañas de guerreros, la venida de un ser especial, les hablaba del sol y la tierra, de poderes y privilegios... Así permanecieron toda la noche, sentados, inmóviles, escuchando con la mirada fija y las manos sobre los muslos. Aquella noche sentí deseos de recorrer el mundo guiada por estrellas y por un dios que construye el universo a la par que sus hombres. Mientras el viejo movía los labios me quedé dormida.

Después de la desaparición de mi hermana, la casa se llenó de comadres y de científicos miopes. Las noticias en los periódicos crearon una novela por entregas para los regiomontanos; muchas personas resultaron "ser parientes nuestros". Durante esos días vino también el velador de los vecinos, don Chucho, a quien conozco desde niña. Mire güerita, yo no quiero asustar a sus papás, ya sabe con eso de la pena no están pa historias de brujas. Pero a mí se mihace, que en todo esto que le sucedió a la hermana de usté, está metida la criada aquella que tuvieron hace muchos años. Yo la vi, niña, con estos ojos ora viejos, ustedes estaban así de chiquitillas y me acuerdo que las llenaba de miedo con sus historias, a ustedes y a los niños de la señora Paty, mi patrona. Esa vieja tenía una mirada muy curiosa, su cara era igual a la de una india que andaba en mi rancho cuando yo era chico; aquella mujer era bruja; según decían, nadie sabía deónde venía. Mire güerita, no crea que le digo mentiras, yo nomás le digo lo que sé, porque a mí nadie me quita que esa vieja regresó por la niña Mariana. Además, cuando no li hacían caso, osea usté me entiende, en lo que ella ordenaba, les gritaba rete feo: "¡Ora verán, si no me obedecen me los como!". Pos no es que yo quiera llenarla de miedo, niña, pero esa costumbre de comerse a las criaturas, según contaban las gentes, es de los indios diantes, de los rayados que andaban por acá, por las rancherías.

Mariana comenzó a tener pesadillas. En las primeras ocasiones sollozaba dormida, hablaba... decía algo acerca de un pájaro. Yo veía cómo movía los brazos, extendía los dedos; me acercaba a su cama para despertarla. Abría los ojos tras un sobresalto. Después permanecía quieta con los párpados entreabiertos, tratando de hilvanar sus sueños para anotarlos más tarde en un diario que conservó a partir de entonces.



Octubre 25, 1991

Parece que llevo otra vida dentro; descubro vestigios poco a poco, recupero eslabones de otra historia. Las últimas dos noches he visto el rostro de aquel indio con el que soñé hace como un año.

Cuando logro conciliar el sueño siento que estoy atrapada dentro de un mundo oscuro que se comprime; intento moverme, pero sólo consigo estremecerme. Entonces vuelvo a ver los ojos del indio, procuro en vano salir de ese mundo. Me someto a los mareos que me causan sus tatuajes y el olor a vinagre con sal.

Más tarde, vuelo sobre llanuras pardas, el viento me acaricia el cuerpo. El brillo del sol que ilumina el arena se interna en mis ojos y me deslumbra a ratos. Sigo volando hasta percibir murmullos de oraciones y letanías.

Quiero descifrar su significado pero ello me paraliza los brazos, el cuerpo entero. No puedo seguir en el aire, me invade el vértigo y una ceguera que inmoviliza al paisaje. Caigo. Ruedo por el cielo. Estoy sola, desapareciendo entre el canto de las chicharras y el atardecer cobrizo. Tengo miedo de sólo ser el sueño de ellos.

Dígame don Chucho, cualquier cosa que recuerde sobre aquella mujer; cuénteme porqué creé usted que era bruja. Ay niña, pos verá, desde unos días antes de que ella viniera a pedir trabajo a su casa, apareció una lechuza en el fresno que está afuera de la cochera, y pos allí se estaba todo el día mirándolos a ustedes, con sus ojotes amarillos, chillaba rete feo. Mire, con decirle que su mamá sacó la escoba y la espantó, y pos no creé usté que al día siguiente llegó la india aquella. Pos uno no quisiera creer en esas cosas y menos en estos tiempos, pero pos ya vé cómo es la gente de los ranchos, y pos allá donde yo nací, la verda es que sí se cree en esas cosas. Orita todavía se dice qui hay brujas. Esas mujeres se convierten en lechuzas, otros dicen que en cóconos, y así, pos cuando alguien ve una lechuza, se rezan las Doce Verdades del Mundo haciendo los nudos en el cordón. Ora, no vaya usté a crer que le digo mentiras, pos ya ve, eso lo cuentan las gentes de mi pueblo, yo nomás le digo esto porque pa mí que la vieja aquella era una de esas. Bueno, ya que se rezan las Doce Verdades, alguien que las sepa, porque no crea usté que todos le saben al rezo, la lechuza se cae y es capturada, y pos luego casi siempre se convierte en mujer y ruega paque la dejen ir, diciendo que ya no hará mal a nadie.

Durante la última temporada que Mariana estuvo con nosotros permaneció encerrada en su cuarto; incluso dejó de ir a la universidad. Se transformó en una muchacha flaca y meditabunda. Ocupaba gran parte del tiempo apuntando sus sueños, así se sumergía en unos letargos que duraban semanas enteras. Vestía el mismo camisón todo el tiempo, se volvió una visión de carne y hueso que deambulaba por la casa tratando de descifrar enigmas. Mis papás buscaron ayuda en médicos, sacerdotes, psicólogos... pero todos se alejaron, unos encogidos de hombros, otros pronunciando sentencias. Hablaban con Mariana sin dificultad porque nunca presentó síntomas de demencia. Cuando alguien platicaba con ella, daba la impresión de que ella era quien aconsejaba; permanecía sentada, tranquila, con los dedos entrecruzados, el cabello despeinado y su rostro pálido. Su mente se mantuvo al margen de todos los síntomas que le atribuyeron. Más bien parecía como si Mariana hubiese tenido que madurar de un día para otro y sólo se dedicase a ello, meditando entre el polvo de libros y sueños. Lo que había cambiado en ella era su apariencia; algunas veces llegué a pensar que Mariana ya no existía y que aquella mujer demacrada no podía llevar mi sangre.



Marzo 17, 1992

Arrastro mis pies de niña, soy parte de la tierra y comulgo con ella. Caracoles y flautas me toman de la mano, la vieja criada ríe a carcajadas mientras yo sólo tengo tres años. ¿Por qué volver a ser niña? Me agota atravesar el polvo, el olor a fuego de esta danza eterna; pero ellos así lo han querido.

No siempre bailo para ayudar al sol en la batalla que tiene por las noches contra sus hermanas, las estrellas del Sur; él triunfa gracias a nuestra ayuda y la de los guerreros muertos; vence a sus hermanas para salir al día siguiente. Nosotros debemos guardar este orden, porque así lo referían los abuelos y las abuelas.

A veces también me encargo de traerle chile y sal al indio viejo, al del caracol, para que siga narrando historias, para que sus ancestros le den sabiduría desde allá arriba.

Los mezquites alargan sus vainas hasta la fogata y allí doran sus huesos. Además ayudo a construir la presa. Los hombres y mujeres me conducen hasta un montículo de arena; Marta siempre va conmigo... "No tengas miedo, nunca morirás, permanecerás emparedada porque así lo requiere el señor del sustento, y sólo cuando peligre la presa gritarás...". El indio viejo me da peyote, frota mi pecho con chile y sal. Adormece mi cuerpo, su rostro se reproduce infinitamente y los gritos del pueblo me aturden. Intento salir de mi cuerpo y me sorprendo incrustada en un muro que se va levantando. Toda la llanura se ha cristalizado en su lenta agonía bajo el sol. Quiero gritar, pero mi garganta seca no responde. Los indios siguen construyendo los muros de la presa sobre mi cuerpo; ignoran los restos de la niña mutilada, me veo desangrada pero no siento dolor. La tierra va quedando muda mientras yo me fundo entre el arena y los adobes; lo último que veo es este sol de mediodía que va borrando todo, hasta volcarlo en el vacío. Mi mente comienza a dar vueltas, no sé si soy Mariana o una niña muerta, sacrificada para hacer la presa. ¿Quién soy ahora? ¿La esperanza de un pueblo? ¿El sueño de mi muerte? ¿Cuál muerte...? "La niña Mariana murió... construyan la pared sobre su cuerpo... ella sabrá llorar para avisarnos la destrucción de la presa...".

Don Chucho me contó sobre algunas de las costumbres de los indios que hubo aquí en Nuevo León. Era difícil creer que mi hermana soñara con ellos. En esta ciudad, fundada por judíos y poblada por un mestizaje moderno —como todo en ella— nadie habla de indios. Pero ahí estabamos, don Chucho y yo, repasando las historias que algún día le narraron sus abuelos. Con esa madeja de historias siento a Mariana cerca. A veces me sorprendo hilvanando sus pestañas tristes a mitos, de raíces tan profundas, que suelen pasar desapercibidos.

Mire, yo nomás le digo que esta ciudá presume de ser industrial y de primermundista, pero, pos luego se les olvida que apenas hace cuarenta años Monterrey se llenó con gente del campo; eso nos trajo una mezcolanza de gentes y pos uno ya no sabe ni quienes son sus vecinos. Allá por ónde yo vivo, en aquellas colonias se aparecen brujas y caminan por los techos, lloran refeo. Mire que a mi vecina le mataron un hijo. Dicen que un día vieron una lechuza volando, luego que rezaron las doce Verdades del Mundo; amarraron los nudos y se cayó el animal. Allí lo iban a matar, pero antes mi vecina le arrancó una pluma, y que se convierte en mujer. Una mujer sin oreja, vaya usté a creer... de seguro era bruja, maldijo a mi vecina por dejarla sin oreja y le mató a un hijo. Sabe Dios paqué lo querría, dicen que se comen a las gentes. A esas brujas, en veces las llaman pidiendo chile, ¿usté dirá? El chile es algo así como poderoso, porque se parece al fuego, lo usan pa curaciones. Ellos dicen que las brujas se van y vienen por el chile y la sal, a veces también por el peyote. Osea que para los indios que había acá, también el peyote era sagrado, y pos en los ranchos todavía hay descendientes directos destos indios. Yo cro por eso mezclan la brujería con sus mismas costumbres diantes. Luego estas gentes se vienen acá, a la ciudá. Se me figura... algo así, cómo le diré... como si esta ciudá escondiera a un indio en sus entrañas.

Mariana se dedicaba casi todo el tiempo a observar los retratos de la familia y a escribir en su diario. Un día me llamó:

—Mira, yo sé que ha sido muy difícil para ti y para mis papás toda esta situación; la verdad es que para mí también, pero ya ves, a todo se acostumbra uno... He seguido soñando con ellos, se me hace que no voy a estar aquí durante mucho tiempo...

—¡Cállate! Ni se te ocurran esas cosas. Está bien que sueñes con esos indios, pero... una cosa son tus presentimientos y otra cosa es la realidad. Todo volverá a ser normal, ya verás.

—No estés tan segura... Mira, como sea, yo quiero regalarte los libros que me dio el abuelo. Quiero que tú los tengas.

—Mariana, yo para qué los quiero. No me estés dando tus cosas como si fueras a irte. Mira, a lo mejor lo que necesitas son unas vacaciones lejos de aquí, podemos ir a la playa este verano, verás como te mejoras. Sí, mira...

—Estoy bien, no te preocupes. No creo que se le pueda hacer algo ahora. Ya son casi dos años de que empezó todo esto.

Me quedé con los libros, a mis papás también les dio cosas suyas. Para entonces, la única en la casa que permanecía tranquila y sonriente era ella. Ahora tenía el cabello casi hasta la cintura y estaba más delgada que nunca. Una de esas noches yo también tuve un sueño: abría los ojos y veía a Marta sentada sobre mi cama acariciándome la cara. "Tu hermana ya se va a ir... Yo me la voy a llevar cuando vuelva la luna llena. Tiene que cumplir un deber que le asignaron hace muchos años... de ella depende el futuro de mi pueblo". Desperté y así permanecí hasta el amanecer.

Al día siguiente salió el sol desde muy temprano. La visión de la noche anterior me causaba un piquete en las sienes. El día transcurrió deprisa. Durante la tarde ardió el cielo mientras el sol se ocultaba tras La Huasteca. Las rocas y sus grietas imploraban un último deseo a las nubes grises. Sus ecos violáceos se perdieron en el cielo al caer la noche. Surgió una noche pálida inundada por el resplandor de la luna. Yo leía en mi cuarto cuando me sorprendió un ave. En el fresno que crecía hasta mi ventana vi a la lechuza. Sus ojos eran los de Mariana. Salté. Recorrí la casa buscando a alguien, pero estaba sola... Mi mente reproducía voces, respuestas insólitas a tantas preguntas que surgían. Llegué al cuarto de Mariana escuchando mis pisadas, como si el ajetreo aminorara mis presentimientos. Con un tambor en la frente y masticando ojos de lechuza, toqué la puerta. Pero mi hermana ya no contestó.

Abrí. Su cuarto se encontraba plagado por un olor a mezquite que se impregnaba en las paredes calientes. La ventana estaba abierta; allí también murmuraba la lechuza. Me observaba con su mirada amarilla, con los ojos de Mariana mientras yo abría el clóset, los armarios, el escritorio... Ay Mariana, no nos hagas esto... Comenzó a gritar; retumbaron los graznidos en mi frente, entre los chillidos adiviné la voz de antaño... "¡Ven por chile y sal...!". Quítate animal... tú sabes algo de ella... La lechuza dio una vuelta completa a su cabeza; seguía gritando. Dime dónde está Mariana... "¡Ven por chile y sal...!". Me senté sollozando frente a la ventana. Allí, detrás del ave, la luna custodiaba la ciudad.

A Mariana no la volvimos a ver.


       


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