Cuaderno de Lhasa (extractos)

Comparte este contenido con tus amigos
I | II | III | IV | V | VI | VII | VIII | IX | X | XI | XII | XIII | XIV

a Douglas y Mireya Marín
I

Desde Chengdu el avión ascendió en la cesta de las nubes y se dejó acariciar la panza por los picos del Himalaya. Los glaciares enfriaron el manómetro para asustar al piloto. Las aeromozas recurrieron a las mantas y los temores debieron ocultarse. (En los visores una avalancha ficticia de nieve borró cualquier vestigio de vida humana).

Con su manual de llaves el piloto le propuso audacia al abra y aceleró hacia su centro. El aparato se hundió, por instantes, en un vacío que aceleró el existir. (Una soldado tibetana se desmayó sobre las piernas de su novio y no hubo rubor visible).

El aeropuerto de Lhasa ordenó enmudecer al avión. Le obligó a tragarse su protesta. Los pasajeros descendimos y las cámaras fotográficas hablaron por nosotros. El oxígeno estaba racionado, por razones de altura, y las narices olfatearon una soledad más allá de las circundantes montañas.