Poemas
Manuel González Navarrete
Final de día
A veces, al terminar el día,
dejo esta flaca indumentaria
en un sillón tan viejo como yo.
Desde aquí miro la vida,
mis ojos se pierden tras la ventana
y se me clava la noche
por una costilla.
Mi mujer, cuando quiere,
se sienta a mi lado;
habla sin informarme de nada,
yo río al enterarme de todo.
Siempre es posible oír a Bach
desde el sillón, y
es posible también extender la mano,
tocar la piel deseada.
A veces, al terminar el día,
pongo mis huesos en este sillón
y el amor y la vida transcurren
frente a la ventana.
Balance
...bien mirado,
no sé por qué me agrada la vida,
ilusión que yace en un bolso ajeno,
donde la muerte tira de mis cabellos.
Quizá por eso no me detengo,
quien echa raíces deja su pecho abierto.
Yo, que de tanto tener nada tengo,
miro mis manos,
mi rostro claro y el techo
donde habitan una mujer y su pueblo.
Una cama tengo también
(bueno, es un decir),
en ella fornico, leo y,
de cuando en cuando,
me amenazan los recuerdos.
No me cabe la noche
A Kiauitzin
y la muerte no tendrá señorío.
Dylan Thomas
Miré tu rostro de sol moreno,
tu piel nocturna,
poblada de flores y mariposas,
esperaba...
Te llevaron a guardar,
no supe dónde.
¿A qué esconderte?, pensé,
¿En qué lugar del mundo depositarte?
Será como envolver la luna
en tus cabellos,
cubrir el Valle de Anáhuac
con tus manos,
sembrar un cempoalzuchitl
en su seno.
No podrán, concluí,
no me cabe la noche
en tanta vida.
En estos días lluviosos,
la muerte cumple con su deber,
quejumbrosa, compungida;
lleva a cuestas un pueblo,
de flores y mariposas,
anochecido.
Cordelia Urueta en la mirada
Un paisaje sin frontera
cruza la calma alegre de la aurora.
El sol somnoliento, suspendido,
como una cometa en llamas
reclama estar
y, en un instante,
se sacude,
despeña,
deslíe
hasta perderse por un borde.
Al final un trazo jubiloso
que la vida canta.
Ay Cordelia, juguetona,
echas luz en la mirada.
Desde el lienzo,
tu ojo gris observa alegre y
me traspasa
con dos vidas alineadas.
Nostálgica
En la ciudad —tierra y concreto—
arrastro mis pasos,
aguzo mis sentidos
y sé que estoy solo.
Solo, porque me duele el aire
y no es tu voz de musgo la que escucho;
solo, porque el recuerdo asedia
y una llovizna ajena me consume.
Ah, tierra de la luz, triste sueño,
un manojo de tu hierba, desnuda y delicada,
profiere tu nombre mordiéndose los labios
y siento que me ciñen tus manos absolutas.
Aquí, tan lejos de tu agreste geografía
uno de tus hijos se extingue
y no puede —no sabe cómo—
eludir el cierzo de la vida que pasa.
El hombre busca su patria
porque sólo una idea tiene
y en el pasado levanta su esperanza.