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Pablo Neruda (más que seudónimo, nombre literario de Neftalí Ricardo Reyes, 1904-1973) es, huelga decirlo, uno de los nombres prominentes de la poesía universal en el siglo XX. Con Residencia en la tierra y Canto general, además de otras obras señeras, Neruda combina, con sapiencia, cultura y naturalidad, el tránsito del hombre desde una experiencia inicialmente deudora del surrealismo complementada con su pasión erótica, impulsivamente sexual y sensual.

La impronta amatoria, colmada de emoción, enfrentada a veces a la pulsión tanática y la destrucción, es, en Neruda, base de una obra vasta y generosa. Si el Canto general puede leerse, en una concepción panorámica, como un itinerario y una crónica histórica y política de "nuestra América", en Residencia en la tierra asoma el espíritu más juvenil y rebelde de este autor sumamente original, que canta al mundo, al universo, y rescata la propia condición humana.

En esa línea, Residencia en la tierra —dividida en dos partes que comprenden, la primera los años 1925-1931, y la segunda 1931-1935— es un libro fundamental para entender la poética y la temprana ideología del escritor. La Tercera residencia (1947), de acuerdo a Emir Rodríguez Monegal, se integra al primer libro sólo en sus primeras partes, pues las tres últimas contienen poemas de decidido compromiso político y por ello se aíslan del conjunto (Rodríguez: 228).

Como se sabe, en su estadía en Oriente como diplomático y visitante, Neruda no tuvo una experiencia muy grata. Quizá lo más rescatable y sobre todo vital para el poeta, en esos años, fue su conocimiento y vinculación con Josie Bliss, con quien mantuvo una relación de amor-odio, en la que, sin embargo, termina por primar la certeza erótica.

En el presente texto nos dedicaremos al análisis de "Josie Bliss", el poema que cierra Residencia en la tierra, sin olvidar su relación con la verdadera biografía del poeta, pero, al mismo tiempo, situando el texto como tal, producto de inspiración, trabajo y técnica, y ejemplo de una ficción renovadora.

Indudablemente los críticos han conectado "Josie Bliss" a "Las furias y las penas", el enorme y exultante poema nerudiano contenido en la Tercera residencia, donde el vate resuelve sus dudas y salda sus deudas con esta mujer a la vez imposible y permanente objeto de deseo, de afecto.

Hernán Loyola, en su edición de Residencia en la tierra se pregunta: "¿Quién era realmente Josie Bliss? Sólo sabemos de ella lo que Neruda ha querido recordar. ¿Cuál era su verdadero nombre, ‘su recóndito nombre birmano’? Neruda no lo transcribe. A decir verdad, le fue difícil incluso llamarla con su nombre de fachada (...) en los textos de Residencia" (Neruda, Residencia: 30). Señala también Loyola que, a lo largo de la Segunda residencia, la amante birmana pugna, casi con necedad, por abrirse paso ante el bloqueo "feroz y despiadado" que el poeta le impone y se ha impuesto a sí mismo (Neruda, Residencia: 31).

Pero, creemos, es finalmente una nostalgia, quizá más allá de todo control y medida, una fuerza quizá tan arraigada como el bloqueo previo, la causante del poema final, justamente el que lleva el nombre de Josie Bliss.

Anota Loyola: " ‘Josie Bliss’ supone, en efecto, la nominación (legitimación en la escritura) de lo oscuro y de lo bajo desde una múltiple perspectiva: lo oscuro de la piel de Josie Bliss y de la pulsión pasional que ella desencadenó en el poeta; lo bajo de la condición social y cultural de la birmana, y de su ser salvaje, primitivo y ‘torrencial’ (desaforado, excesivo)". (Neruda, Residencia: 58).

Poema de siete estrofas, erótico, sensual, de comunión y recuerdo de la pareja, con un sentido más bien nostálgico pero vivencial, "Josie Bliss" ha interesado a varios críticos por la nominación que consideran fundamental, tanto en el poema mismo como para las dos partes de Residencia en la tierra: "nombre definitivo que cae en las semanas / con un golpe de acero que las mata" (versos 3 y 4): el "nombre definitivo" es, obviamente, el de Josie Bliss, que, siguiendo a los versos citados, se prolonga en el tiempo pero a la vez lo extermina. Hay, sin duda, y ya desde este punto, una alusión a la voluntad y particularidad amorosa de Josie Bliss. Continúa el poema: "¿Qué vestido, qué primavera cruza, / qué mano sin cesar busca senos, cabezas?". En este instante asumimos que la corporalidad y el factor o elemento erótico ya se asienta y toma posesión, para extenderse. El poeta, si acaso todo este poema es un permanente recuerdo, en este preciso momento se siente perturbado, emocionado, por el llamado de un clímax celestial, inolvidable y, por ello, irrenunciable.

La tercera estrofa, que comienza con: "El evidente humo del tiempo cae en vano", evoca la sensación del mundo material, pero también sensorial, espiritual: el poema se traslada, en estos instantes, en medio de un universo de incertidumbres, en el que la temporalidad —la noción del tiempo que se va o se está yendo— parece decidir, finalmente, los destinos de los amantes. Si la naturaleza del vínculo amoroso, de pareja, su singular y apoteósico devenir, ya están establecidos, los versos 11 y 12 refieren a su vez: "de pronto hay algo, / como un confuso ataque de pieles rojas". Aquí se ha sumado la violencia a la acción del tiempo. No sólo el tiempo, con su evolución instantánea (cambio, transmutación) es heredero y portador de la violencia, sino la propia relación afectiva, en más de un instante está cargada de este ímpetu volcánico, negativo o positivo, polaridad radical que, sin embargo, aproxima a lo ambiguo.

Así, los versos 13 y 14 dicen: "el horizonte de la sangre tiembla, hay algo, / algo sin duda agita los rosales". Nuevamente la inquietud del clímax sexual asoma puntual y efectivamente, pero, a la vez, el ambiente turbio proclama o predice la separación.

Algunos críticos han asociado, entre los versos 15 y 19, la mención del "azul" al color de la piel de Josie Bliss. En esta estrofa, a través de la metáfora del "color azul", la voz poética evoca la figura de la amada, y se propone una renovada nostalgia, la remembranza imperecedera. Entre los versos 20 y 25, que empiezan con: "Tal vez sigo existiendo...", el poeta define su lamento, su existencia aislada, su soledad presente y vivencial, su naturaleza primordialmente humana. No es fácil abandonar, tampoco olvidar los momentos de pasión, marcados con fuego. Menos aun si se trata de una compañera de ruta, de experiencias, de vida.

Josie Bliss, esta mujer del poema, y la verdadera, la que realmente existió e influyó tanto en la erotización de Neruda, es más que una amante o un recuerdo. Su omnipresencia en estos versos lacera y estimula, en una experiencia ambivalente, el sentimiento del bardo.

Entre los versos 26 y 30, que conforman la penúltima estrofa, se refleja el final de la relación pero también se confirma una continuidad: un amor que se niega a culminar. El verso 30 apunta con inequívoca claridad: "y en vano el humo golpea las puertas". Aquí es más sencillo desentrañar el sentido de la expresión: es el cierre, la cancelación de un período. Pocos cantos románticos como éste se revelan tan cercanos y francos a lo largo de la obra nerudiana, y en especial en Residencia en la tierra, en la que hay otros poemas previos donde se advierte ya la presencia de Josie Bliss.

La estrofa final, según cuenta una anécdota, está inspirada en la emotiva despedida de los amantes en la vida real. Es sugerente este adiós después de años de convivencia, años llenos de éxtasis pero complicados y dolorosos por igual. Despedida definitiva y crucial que está poetizada como "los besos arrastrados por el polvo junto a un triste navío" (verso 32), alusión a un estado inquietante y determinado, ya sin escape. En El viajero inmóvil, Rodríguez Monegal cita, a propósito de este adiós, recuerdos de Neruda: "Dejaba a Josie, especie de pantera birmana, con el más grande dolor" (Rodríguez: 70).

La mención, nuevamente, del "azul", en el verso final del poema, remarca la condición de permanencia de Josie Bliss en el texto, pero si lo vemos metafóricamente es asimismo la presencia constante, de cada día, de cada minuto, en cierta época, en la vida del poeta, del propio Neruda. Si en Piedra de sol, Octavio Paz, el otro grande de la poesía hispanoamericana en el siglo XX, nos recuerda a Laura, la "donna angelicata" de Petrarca, y a Isabel Freire, la mujer que rechazó a Garcilaso, curiosa y particularmente en "Josie Bliss", la voz nerudiana canta con sabiduría y sin ningún desengaño, más que el del imposible olvido, a su propia musa, mujer y amante.

Como señalamos, un itinerario no más completo pero quizá sí más intenso e intimista de la relación entre Neruda y Josie, desde otra perspectiva, encuentra afortunada expresión en "Las furias y las penas". Acudir a este poema nos ayuda a comprender el eros de un Neruda que, no pocas veces, también expresa su profunda soledad sexual, desprovisto de su plenitud como ser. La vivificación, explosión y expansión de la sexualidad recorre, con singulares resultados, la obra de Neruda. Por ello, en algún sentido, el título de Residencia en la tierra evoca la vida del ser humano en su hábitat más natural. Por ello, también, "Josie Bliss", desdoblada en espontánea voz del poeta en tanto composición lírica, y como mujer celebrada y cantada, culmina la Residencia, como si cerrara, entre el desgarramiento del dolor y la plenitud del amor poético —representación de auténtico sentir personal— la puerta de esta obra cumbre.

 

Bibliografía

  • Neruda, Pablo. Residencia en la tierra. Madrid: Cátedra, 2000.
  • —, Tercera residencia. Segunda edición. Barcelona: Seix Barral, 1981.
  • —, Canto general. Madrid: Cátedra, 2002.
  • Rodríguez Monegal, Emir. El viajero inmóvil. Buenos Aires: Losada, 1966.