Especial: Juegos Olímpicos Beijing 2008
Ritos ancestrales

Planeta Fútbol

Comparte este contenido con tus amigos

Aproximarse a una Estación Orbital es una experiencia asombrosa y, para algunos seres humanos, terrorífica: darse cuenta de que un objeto tan grande —casi el tamaño de la Luna— ha sido construido por otros seres humanos; la sensación de vértigo cuando la astronave entra bajo la influencia gravitacional de la Estación y la impresión de que ese inmenso monstruo metálico va a devorar el vehículo... pero aproximarse a la Estación Orbital Cero, que gira en torno a la vieja Tierra, es aun más impresionante, pues es darse cuenta de que esa mole amarillenta y desértica que hay debajo es el sitio donde todo empezó: los viajes espaciales que permitieron colonizar el Sistema Solar y después la Galaxia... Siempre me he preguntado cómo habrá lucido la Tierra antes del cataclismo. Hoy es un vasto desierto árido con atmósfera tenue y temperaturas demasiado extremas para sustentar vida.

La rutina de acoplamiento de la astronave se cumplió sin inconvenientes y pronto estuve sentado ante el escritorio del Almirante, aceptando una nueva misión como Agregado Militar del equipo de arqueólogos en la superficie de la Tierra, donde los investigadores han estado encontrando evidencias de una forma de culto extendida en la civilización pre-cataclísmica, además de las 27 de las que se tienen evidencias concretas y sobre las cuales se ha logrado reconstruir un cuadro histórico y social bastante completo. Lo curioso de la “nueva” forma religiosa es su extraordinario alcance: objetos rituales y centros de reunión han sido encontrados alrededor de todo el globo, aparentemente mezclados con muestras de otros sistemas de creencias, en un sincretismo curioso y difícil de entender. Sus templos tenían una extensión muy superior a la de otros santuarios. El culto tuvo medios bastante persuasivos para su expansión, que, según los historiadores del equipo, se desarrolló en menos de cien años. Y, dados los rumores cada vez más corrientes sobre el poder inimaginable de esa religión, es necesario tener cuidado sobre los descubrimientos a su alrededor.

El descenso no fue muy diferente de los efectuados sobre otros planetas, excepto que en esta ocasión la nave era civil, y el traje espacial corriente y sin armas me hacía sentir desnudo, indefenso. Pero, además, estaba descendiendo a la superficie del planeta natal de toda la Raza Humana, con una misión relacionada, según los últimos informes, con el ritual más poderoso del ser humano en toda su historia.

La excavación estaba protegida por una enorme cúpula geodésica que algunos técnicos estaban terminando de ajustar en ese momento. Pero el equipo científico estaba en el laboratorio, reunido alrededor de una pantalla holográfica. Dos técnicos y un experto en comunicaciones trabajaban sobre un objeto pequeño, negro, rectangular y achatado, que manipulaban con sumo cuidado. La pusieron en la bandeja de un analizador y esperaron, expectantes. El director del equipo arqueológico apenas me saludó y miró la pantalla, retorciéndose las manos. Uno de los científicos me señaló el analizador, comentando que el objeto era quizá un primitivo medio para almacenar información de audio y video.

En la pantalla holográfica sólo se veía estática y por los altavoces surgía un ruido parecido al del agua corriente. Por fin apareció una imagen bidimensional. Reconocí el objeto como uno de los artefactos de culto recuperados en las excavaciones. Varias personas aparecieron y comenzaron el ritual. Los historiadores y arqueólogos rieron nerviosos: era distinto de lo que habían pensado, discutido, escrito y defendido. Poco a poco nos dejamos llevar por las imágenes y por las extrañas letanías que surgían de los amplificadores: palabras en una lengua extraña y que tenían una cadencia particular y un ritmo contagioso, pronunciadas por un oficiante invisible. Muy pronto nos empezamos a sentir conectados con la danza, extraña y magnífica, que esas personas en la pantalla —seres que vivieron antes del Cataclismo— llevaban a cabo con precisión, agilidad y poder sorprendentes. Nos hicimos, sin quererlo, parte del ritual, y entonces entendí el poder de una religión capaz de capturar las mentes entrenadas de científicos y guerreros a miles de años de distancia en el tiempo.

Y entonces el ritual llegó a su clímax, y, sin saber por qué, contagiado por la evidente alegría de esos seres en la pantalla y de los hombres y mujeres a mi alrededor, grité junto con todos ellos y junto con el oficiante que, sin previo aviso, rompió la larga y extraña letanía y prorrumpió en ese grito que todos compartimos, como si lo conociéramos desde siempre, como si lo lleváramos en la sangre, herencia de los ancestros hasta ahora olvidada. Fue un grito largo y profundo que estremeció las paredes del laboratorio y pareció silenciar hasta el furioso viento del desierto. Gritamos y el grito, compuesto por una sola palabra, nos arrancó lágrimas de alegría. Fue un solo grito, una corta palabra que estiramos hasta el infinito, un grito capaz de contener todos los gritos de combate y de victoria que alguna vez haya gritado la raza humana. Gritamos y el grito se grabó en mentes y corazones para siempre. Una sola palabra, corta e infinita, un conjuro capaz de parar el Tiempo:

¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!!!