Especial: Colombia+Venezuela
Especial
Colombia+Venezuela

Presentación
Jorge Gómez Jiménez

¿Por qué vamos a pelear?
Pablo Amaya

Las Letras son para la Unión
David Alberto Campos Vargas

¿Una cicatriz?
Jaime de la Hoz Simanca

Siete poemas por Bogotá
María Antonieta Flores

Intereses ajenos
Silvia Hebe Bedini

La ruptura que demuestra cuán unidos estamos
Martha Beatriz León

Gritos salvajes sacudiendo nada
Gabriel López

Venezuela-Colombia
Adelfa Martín Hernández

Así era con ella, así de difícil y absurdo
Andrés Mauricio Muñoz

Las Letras son para la Unión

Comparte este contenido con tus amigos

Algunos dicen que los poetas no opinamos de política. Se equivocan. Así como Byron dio hasta su vida por la independencia griega, así como Neruda fue interlocutor del pueblo en su canto, muchos de los que escribimos y pensamos en verso somos tan de carne y hueso que no nos damos el lujo de ignorar la situación social, económica y política del mundo en el que vivimos. Por eso quiero opinar. Y a tiempo. Antes de que la sangre inunde la ilusión, antes de que el odio sepulte la concordia.

Soy colombiano, y de esos millones de colombianos que tenemos amigos venezolanos, colegas venezolanos, compañeros venezolanos. Y creo que la crisis entre nuestros gobiernos (que parece cada vez más complicada) no puede debilitar la vieja amistad entre nosotros. Somos hermanos, somos una misma raza, una misma lengua que ama y piensa y crea y jamás se envilece con el furor político o la soberbia de los poderosos.

Las naciones son superiores a sus dirigentes; si a ellos los ciega la ira, la superioridad moral del pueblo pacífico y noble, del pueblo trabajador y franco, tiene que hacerlos recapacitar. Devolverles la visión clara y objetiva de las cosas. Mostrarles que el diálogo y la buena voluntad no son frases de cajón sino realidades posibles. Que es mejor tender la mano que mostrar los fusiles.

¿Es que no hemos aprendido los hombres, después de tantas tragedias, que la paz es el más bello de los ideales? ¿Seguimos ignorando los millares de cadáveres apiñados a lo largo de la historia? Me cuesta creerlo. Al contrario, creo en la humanidad y en su sentido común. Creo en las personas que irradian amor y tolerancia, en las que dedican canciones y abrazan sin timidez, en las que entienden que el amor a la patria es incompatible con el desprecio a los demás países. El que ama a sus conciudadanos debe amar a todos los seres humanos del orbe, porque somos una misma especie. Somos hermanos. Nada menos.

Y por eso hay que actuar, ahora. Los que creemos en la paz y en la cooperación entre los pueblos tenemos que movernos, esforzarnos, rellenar con dulzura y gestos de bondad esas grietas que se han ido haciendo en ese gran puente racial y cultural que une a nuestros países. Y no se necesita ser banqueros, ni estadistas. Nosotros, los escritores, también podemos cambiar el mundo. Esas son las Letras de la Unión. Literatura para unir, para intercambiar magia y fantasía, para forjar la paz.

En ese orden de ideas, nuestra literatura debe ser una literatura comprometida, firme, vehemente: si señalamos a tiempo el abismo al que, irracionalmente, quieren llevarnos unos pocos, es posible que logremos conjurar ese desenlace tan terrible. Llamemos a la cordura. Llamemos a la grandeza del espíritu, ajena a los chauvinismos, ajena a la xenofobia, infinitamente superior a la barbarie.

Amo a Venezuela. Recuerdo con nostalgia los días pasados en Caracas, ciudad viva, ciudad de color y movimiento, ciudad en la que anduve extasiado haciendo mi propia romería bolivariana, tras los pasos del Libertador, y de otros libertadores grandes, nobles, dignos, como José Martí, el poeta-cordero. Quiero volver a andar por las espirituosas calles de Choroní, en las que el tiempo se ha detenido y hasta el más mundano se hace filósofo. Quiero bañarme de nuevo en esas aguas cálidas, generosas, fecundas del Caribe, volver a ser un estudiante y reencontrarme con esas venezolanas hermosas y sonrientes que me acompañaron en las playas de Puerto Colombia. Quiero reencontrarme con Mérida, señorial, dinámica, imponente. Quiero comer de nuevo fresas y recorrer los helvéticos paisajes de Colonia Tovar. Pasar de nuevo por Maracay y bailar hasta consumir la noche, disfrutar de Valencia y su gente buena, gozar los amaneceres de Barinas.

Amo a Venezuela. Y la simple idea de una guerra con esta nación hermana me llena de horror y tristeza. Todas las guerras son infames, crueles e injustas... ¿qué decir de las guerras fratricidas? Llevan la mancha de Caín. Por eso insisto en la necesidad de hacernos escuchar: los escritores, los intelectuales, los académicos, tenemos que vencer, en nombre del Amor, a los que idolatran a la Muerte. Insisto: letras de paz, letras de unión. Por eso es tan digna de elogio la iniciativa de Jorge Gómez Jiménez: Letralia, ahora más que nunca, debe hacer testigos a todos los latinoamericanos pensantes, a todas las personas de bien, del cariño que venezolanos y colombianos nos profesamos. De nuestro deseo de superar los obstáculos y marchar unidos y felices. De nuestra intención de disminuir las tensiones surgidas por obra y gracia de nuestros gobernantes, y de fuerzas oscuras, tenebrosas, que ni el mismo Freud entendió a cabalidad, pero que sacan lo peor de nosotros.

Por supuesto que amo a Colombia, a ella me debo, en ella nací, en ella vivo y viviré. Y entre más la quiero, más quiero a Venezuela. Sí. Porque nuestros países comparten mucho más de lo que creen los economistas. Porque como colombiano, sentí en Venezuela el abrazo cálido de sus habitantes, que sonreían al ofrecerme sus comidas típicas o al acompañarme desinteresadamente en la playa. Porque encontré siempre personas dispuestas a allanar mi camino y hacer más feliz mi viaje (harto difícil para un joven turista-aventurero con un morral a cuestas y más ganas que dinero en los bolsillos). Porque comprobé, en cada conversación, en cada intercambio, que somos mucho más parecidos de lo que pretenden hacernos creer los extremistas.

Sé que son momentos difíciles. Pero como psicoterapeuta he visto que muchas parejas que otros colegas daban por perdidas pueden reconciliarse. Colombia y Venezuela, que tanto se quieren, podrán hacerlo, sin duda. Y estoy seguro de ello, porque creo en la bondad de las personas. Venezolanos y colombianos, envueltos en el sublime manto de la paz, guiados por la magia de la literatura, en mutua comprensión, seguiremos avanzando. Nuestras naciones, en armoniosa convivencia, superarán civilizadamente todas las dificultades (incluido este nuevo revés diplomático). Porque el intelecto puede más que las armas.