Especial: Colombia+Venezuela
Especial
Colombia+Venezuela

Presentación
Jorge Gómez Jiménez

¿Por qué vamos a pelear?
Pablo Amaya

Las Letras son para la Unión
David Alberto Campos Vargas

¿Una cicatriz?
Jaime de la Hoz Simanca

Siete poemas por Bogotá
María Antonieta Flores

Intereses ajenos
Silvia Hebe Bedini

La ruptura que demuestra cuán unidos estamos
Martha Beatriz León

Gritos salvajes sacudiendo nada
Gabriel López

Venezuela-Colombia
Adelfa Martín Hernández

Así era con ella, así de difícil y absurdo
Andrés Mauricio Muñoz

Intereses ajenos

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Ahí están los dos, José y Pedro, sentados en la mesa del bar, compartiendo una copa de vino como cada domingo por la noche, pero esta vez ninguno de los dos habla.

José ladea su copa casi llena arriesgando una mancha roja en el mantel blanco; y Pedro mira a la pared, fijada su vista en los cuadros de unos deportistas viejos cuando eran aún jóvenes, tan jóvenes como cuando Pedro y José se conocieron en aquel otro bar y con aquella otra gente, que como ellos, amaban a la literatura.

La mente de ambos no está en blanco sin embargo, pero está muda. Colmada de bronca, y por eso, por la impotencia, muda.

Hasta que se acerca Adalberto, el mozo que los conoce desde años, quien al verlos dibujados en diferentes mundos, se sienta en la tercer silla y rascándose la cabeza, dice:

—El mundo es una mierda, qué se le va a hacer.

Pedro y José no reaccionan. Siguen anclados en un espacio de silencio neutral.

—Siempre pasan estas cosas, hoy entre ustedes, mañana entre el país del Cholo y del Diego, siempre pasa entre el de Jaime y el de Gloria, no se puede parar, ¿qué le vamos a hacer? —persiste Adalberto, pero no recibe ni siquiera una mirada como respuesta, por eso sigue—. Vamos, muchachos, ustedes ya saben cómo es esto, nosotros no tenemos nada que ver y nada podemos hacer.

Y entonces sí logra la atención de los otros dos. Pero no palabras. Lo miran, lo miran como si acabasen de escuchar aquello que desde hacía dos horas no se atrevían a pronunciar. “...nosotros no tenemos nada que ver y nada podemos hacer...”.

—Los de arriba necesitan pelearse, dominarse, enredarse en negocios para hacerse amigos y después mandarse a la mierda, son así. Dicen que se odian pero al final terminan compartiendo los mismos intereses, quieren mostrar que son distintos pero son la misma cosa. Vamos, muchachos, esto no es algo nuevo, ¡bah! sí, es algo nuevo, pero sigue siendo lo mismo, ¿me explico? Son siempre los mismos intereses los que los hace saltar. El maldito petróleo siempre es la causa de todo, ya lo sabemos eso.

“...nosotros no tenemos nada que ver y nada podemos hacer...”

Al escuchar la palabra “petróleo” la tensión cambia de repente entre los tres y se hace, por fin, presente en letras, puntos y comas. José reacciona apurado, casi agresivo, tomándose el vino hasta la última gota, y sin pausa entre el trago de José y la sorpresa de Adalberto (quien no sabe qué fue lo que dijo de más), Pedro comienza a insultar en voz alta a cada uno de los de arriba, a los del poder. Y se suma José, con insultos más sofisticados (José es un poeta y nunca deja de serlo), y por fin se suma Adalberto, con una serie de obscenidades que termina de espantar a las señoras gordas de la mesa de al lado.

Se calman un poco, pero a los segundos siguen:

—¡No es posible que todo siempre termine igual, que nada cambie! —dice José tirándose hacia atrás, sobre el respaldo de su silla.

—No les importa un carajo de nosotros. Los de arriba no les preguntan sobre sus vidas a los tipos que les limpian sus casas o los protegen cuando salen a la calle; tampoco les importa un carajo si el que escribió el libro que leen en el baño podría salir lastimado del asunto o no, están en otro mundo, ¿no entendés? Y a ese mundo nosotros accedemos, espiando apenas, a través de los diarios, de la TV, de la Internet, pero no dejan de ser espejos sin brillo, realidades parciales. La verdad, la pura verdad, la manejan muy pocos y desde los sillones más altos. Hablan de guerrillas refugiadas en tu país, José, hablan de terrorismo internacional protegido en tus tierras, de eso hablan, ¿y vos qué carajo podés decir? ¿Que está bien, que está mal? ¿Que el mundo estaba necesitando otra guerra? Vos, con tus letras y con tus libros cuidadosamente editados, ¿qué carajo podés hacer? Pedro está indignado, su ceño se frunce tanto al hablar que su rostro se desfigura.

—No se pongan así, vamos. Les traigo otro vinito, y unos quesos, ¿quieren? Poniéndonos locos, acá, no vamos a arreglar nada —trata de calmar los ánimos, Adalberto.

—Te equivocás, Adalberto, te equivocás —retoma Pedro—, nosotros, acá, somos los que sufrimos aquello que los de arriba deciden a puertas cerradas y vomitan de a poco a puertas abiertas. Y si bien no podemos arreglar nada —eso quizás sea verdad— al menos no miramos para otro lado ni le damos cuerda a la excusa eterna del petróleo como principal hilo de manejo. Porque cada vez que hay una guerra, de lo único que se termina hablando es del petróleo, fijate vos. ¡Pero hay que mirar toda la tierra puesta debajo de la alfombra! Ni mi país ni el tuyo ni el de muchos, José, goza de una libertad en buena salud, ¡de eso hay que hablar! Y desde ahí tratar de arreglar algo, y no con guerras. Con toda la bronca, aun desde esta escondida mesa en este bar de mierda a quien casi nadie viene, nosotros debemos rebelarnos a que nos tomen de idiotas, y eso es mucho, ¿sabés? Eso es mucho... Sin libertad no se vive, no se respira, no se negocia, no se combaten violencias ni guerrillas, no se calma el fuego, ¿entendés? Hay que redefinir el concepto de libertad, José, eso hay que hacer, re-definirla, definirla dos veces, porque pareciera que para muchos ser libres significa una cosa y para otros representa algo muy distinto, mucho más limitado y violento.

—Andá a saber si es verdad que hay tipos pesados refugiados en mi país, puede ser, si todo está mal en todos lados, todo puede ser —dice José con un aire de culpa, ajena, pero culpa al fin—, todo puede ser, pero duele, hermano, duele, porque esto nunca acaba, el mundo es una mierda, tiene razón Adalberto, la libertad se va encogiendo y la razón se va perdiendo a pasos agigantados, y está pasando en muchos lados; siempre se arma una nueva guerra para tapar lo que no cambia sin ellas, es devastador ser testigo de un mundo así.

Adalberto chasqueó los dientes, vaya a saber uno queriendo decir qué. José agarró el brazo de Pedro y lo palmeó en la espalda luego, en un gesto de amigos, de hermanos, y qué importa que uno haya nacido en Venezuela y el otro en Colombia, eso nunca había marcado una diferencia entre ellos, hasta esa punzante noticia sobre una posible guerra entre sus países, en donde aún residen sus familias y sus viejos amigos. Y para colmo, tener que enterarse desde la televisión, en un bar perdido en medio de un barrio latino pobre de los Estados Unidos.

Todo se mezcla, la verdad pareciera estar mostrándose en alguna parte no muy a la vista de Adalberto al menos, quien se rasca la cabeza de nuevo mientras se va a atender a otro cliente, murmurando: “...nosotros no tenemos nada que ver y nada podemos hacer... son intereses ajenos”.