25 de diciembre
Ivanoskar Silén-Acevedo
Nace un Dios.
Fernando Pessoa
Qué bueno es estar loco y ser el dios que
no sabe de verdad. Hoy que el cuerpo se ha ido
y el alma no ha llegado todavía. Debo
estar solo: sin vanidad, ni eternidad, ni amigos.
Hoy que cumplo cincuenta y tres años,
como quien cumple un galeote
y se pone ahorcados como adornos
y sopas como hambre
y pescados cual monóculos
y verdades solas, inmensas,
como los sombreros de mamá,
iluminados de trapo. Hoy, día de fiesta,
debo lucir mi nombre propio:
Aquiles, Pessoa, Hamlet, Darío, don Quijote.
Hoy día fiesta de mi propia abulia
espero que los ausentes envíen postales
que el cartero, como ángel cojo,
no traerá jamás ni todavía.
Hoy debo ser el genio
que no besará ni su cheque ni su sombra,
ni la imagen podrida del estanque.
Hoy atado como un dios,
25 de diciembre,
computaré mi mala suerte y esperaré
que algún muerto llame,
que alguien brinde su verdad
como una taza de té
añeja y rota.
¡Oh, mi corazón es profundo como una tumba!
y aguardo, más solo que el cremado,
que algún desvergonzado,
antiguo y tierno,
me dé un abrazo, me regale una tiza,
y no me deje pasar de esta manera por la historia.
Cuántos yos, a la deriva del viento,
he perdido nochebuenamente como quien lanza
una moneda por la borda.
Esa moneda era yo mismo. Ese denario
de un 25 de diciembre, inútil,
sin un gato siquiera
que maullara: "¡Iván... Iván!"
¡Cuántos sueños quise ser y nadie vino!
¡Cuántos seres todavía le faltan al camino,
como si estuviera cojo del alma,
como si se afasiara el pensamiento en esta noche!
El ateo de mí debe estar tirando
piedras al dios de losa que transporto.
¡Oh, tengo miedo que las palomas caguen
esta soledad de lujo que trafico,
como quien quiebra su falo,
como quien vende el prepucio
en las tiendas vacías de Dios!
Yo, solamente yo,
conozco el hedor del Quincallero
y su boca de vino y su colmillo podrido.
Hoy que debe ser 25 de diciembre,
sé que nada, casi, ninguno,
nadie, ha besado mi boca.
Debe ser el polvo, la suerte mía
que roza los labios de la muerte.
Y casi loco, casi Cristo,
en la rueda de Zeus,
me aferro a los lirios de metal
con que me besas, tú, ausente,
tú, irreal,
tú, jamás,
aquella Noche Buena de ayer.
No hay nada que decir, ni nada que besar,
ni siquiera el sueño que tuve
de los labios (hechos peces) en la ventana del suicidio.
25-de-diciembre-yo
servido a la mesa (sin pasteles ni vino)
sólo la sombra del mantel de hilo,
el recuerdo de la muerte en mi sonrisa
que hipoteca toda el alma.
Servido yo, como un Cristo genial en las palabras,
desempleado del miedo y la tristeza,
espero espantapájaramente
mi propia boca del exilio
y mi propio beso de la astilla.
Y aunque no lo puedas creer: ¡soy feliz!
La tarde declina como todas las tardes
y no hay sorpresa de dios
para el que borda cálidamente en las angustias.
Hoy he bebido la copa vacía que te brindo
y el bizcocho irreal que he partido también te ofrezco.
Hoy no ha venido nadie a la dicha del genio
y no tengo preguntas para Dios
ni preguntas tengo para los niños.
Hoy soy solamente la tibieza.
Hoy soy, antiguamente,
un 25 de diciembre que los hombres olvidan.
Hoy soy la nada del cuerpo que me falta
y del alma que no tengo,
y esto es suficiente.
Dios no debe ser avaro en su poeta.
La muerte no debe ser como la madre.
Sólo la belleza de la tarde es suficiente,
sólo el silencio debe calmar el alma.
Hoy debo ser eternamente Dios.
Hoy debo ser 25 de diciembre.
25 de diciembre de 1997
Nueva York