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Diálogo entre un poeta y un hombre del futuro

Fernando Altúzar

A Giacomo Leopardi, hoy que cumpliría 200 años

POETA: Qué es esto. Quién es usted.

HOMBRE DEL FUTURO: Un hombre. Y usted también es uno, uno rodeado por libros.

POETA: Pero yo estaba aquí solo cuando usted aparece de entre una esquina y se acerca, como el demonio de Dimitri.

HOMBRE DEL FUTURO: ¿Demonio? ¿Qué es un demonio? Explíqueme, que yo soy un hombre del futuro y allá no hay demonios.

POETA: Un hombre del futuro. Debo estar soñando, pero aprovechemos. Dígame, hombre del futuro, ustedes no saben lo que es el demonio, pero, ¿saben el resto de las cosas?

HOMBRE DEL FUTURO: Todo, caballero, todo. Lo sabemos todo: el origen de los universos, el porqué de las dimensiones, el cómo se da la vida y la ecuación que prevé cualquier proceso, físico o imaginario. Sabemos hasta nuestro fin, el fin de las cosas, el del espacio y cómo salvarnos de la destrucción del universo.

POETA: Y cómo se salvan.

HOMBRE DEL FUTURO: Por medio del tiempo. Cuando estemos cerca del fin, nos regresamos todos a la mejor época del mundo y de los mundos. Es probable que ustedes mismos hayan surgido así. Piénselo, acaso llegue a nuestra misma conclusión. Sin embargo, esto de los viajes sigue en el laboratorio. Yo estoy aquí y llevo saltando en los tiempos prehistóricos (ustedes están en los tiempos prehistóricos) desde hace siglos. Los científicos tratan y tratan, en mi tiempo, de arreglar la máquina, porque yo ya estoy un poco harto: 15 minutos aquí, a veces más y desaparezco, así siempre.

POETA: Entonces usted es inmortal.

HOMBRE DEL FUTURO: Claro, ¿ustedes no? Pero dígame por qué hay tanto libro aquí. ¿Los escribió usted todos?

POETA: No, de ninguna manera. O de alguna manera sí; soy poeta.

HOMBRE DEL FUTURO: ¡Poeta! No puede ser, usted es el más amable que me ha tocado. Conozco a varios de ustedes, quizá sean amigos suyos. ¿William Shakespeare? ¡Vea, aquí hay un libro de él! Qué mal olía el señor, el más pedante y borracho que haya conocido. Me dijo que si quería un boleto para su función, lo pidiera y ya. ¡Y Dante! Aparte de engreído, feo. Le dije que estaba perdido en el bosque oscuro de la vida y se puso a escribir de pronto y ya no me hizo caso. Pero, dígame, cuál es su nombre.

POETA: No, no. El poeta es anónimo.

HOMBRE DEL FUTURO: ¡Anónimo! ¡Háyase visto!

POETA: Sí, pero por favor continúe: ¿en el futuro se conoce el porqué del arte?

HOMBRE DEL FUTURO: Verá usted: no. Pero no porque no lo encontremos, sino porque ningún arte existe. Son supercherías, dicen los sabios, y tienen razón. Acaso usted me lo pregunte porque sé de los libros, pero esté seguro que los conozco porque viajo, no porque existan en mi tiempo. Sin embargo, a mí me ha ido gustando el arte y leo al atardecer, miro cuadros y esculturas cuando anochece y escucho música siempre. Usted no alcanza a escucharla, pero en este momento oigo música del siglo XL. Vieja, pero dulce. Y por cierto: ¿para qué tiene tantos libros si no los escribió usted?

POETA: Hombre del futuro, estoy emocionado con su plática. Ustedes no son los únicos que han supuesto al arte una superchería. Hace ya algunos años esa misma idea tuvo éxito en Europa y Jonathan Swift se burla de ella en muchos de sus textos. Con todo, no me explico cómo a usted le gusta el arte, si viene de un tiempo tan distinto. No ha de entender nada.

HOMBRE DEL FUTURO: No lo entiendo, claro. Pero poco a poco lo voy entendiendo. Mire usted: me gusta (y yo también lo he meditado) porque me siento feliz con él.

POETA: ¡Feliz! En el futuro lo saben todo, y sin embargo no son felices.

HOMBRE DEL FUTURO: Le confieso que no. Somos inmortales pero infelices. Y también le confieso que viajo porque al principio creí que los antiguos sí habían sido felices.

POETA: Inmortales e infelices. Leopardi lo predijo en una de sus obras, creo que en el Zibaldone. ¿Y somos felices?

HOMBRE DEL FUTURO: De ninguna manera, aunque más que nosotros. Porque aunque no somos felices y la felicidad es considerada otra superchería, sí hemos intentado alcanzarla por todos los medios. Hace no mucho, 20 o 28 siglos antes que saliera a viajar, un grupo de analistas se juntaron para hacer un artefacto de la felicidad. Se invirtieron muchas especulaciones en el caso, pusieron a funcionar las mejores mentes y diseñaron, yo vi el simulador, un robot que hacía feliz a su dueño.

POETA: ¿Y funcionó?

HOMBRE DEL FUTURO: Teóricamente, y en el futuro todo se mueve en cuanto teorías, sí podía hacer feliz a cualquiera. Sin embargo, no funcionó. Fabricaron millones de prototipos y los regalaron al público, siempre con el mismo resultado: que cuando el robot veía la imposibilidad de su destino, le daba una cuerda a su dueño para que se suicidara. ¡Y eso iba en contra de sus premisas! Porque la muerte, y más el suicidio, también es una superchería.

POETA: ¡Superchería la muerte! Pero si es lo único que existe. La vida, en todo caso la vida es más supersticiosa.

(...)

POETA: ¿Y Dios es superchería?

HOMBRE DEL FUTURO: ¿Quién?

POETA: Dios.

HOMBRE DEL FUTURO: ¿Quién es Dios?

POETA: Dios, lo que nosotros... Bah, pero olvídalo. Ya me respondiste.

HOMBRE DEL FUTURO: ¿Ya te respondí? Pero si sólo dije tres palabras. ¿O tres palabras son Dios? ¡Claro! Crees en tus palabras porque eres poeta. Sin embargo, las palabras son supercherías, aunque estemos aquí hablando.

POETA: Yo no sé si estamos hablando. Tal vez tienes un dispositivo para que me entiendas y yo crea entender lo que me dices. Ustedes seguro no hablan las lenguas que se hablan ahora. Y menos con cuerdas vocales y guturaciones.

HOMBRE DEL FUTURO: Bien pensado, pero te equivocas. Hay personas instruidas que hablan con la mente, pero tales formas de comunicación tienen las mismas deficiencias de la palabra: el malentendimiento. Aunque se han creado lenguajes utópicos perfectos y no sólo han funcionado, sino que han funcionado espléndidamente, los ejemplos son muchos. Pero la gente especulada se va aburriendo porque el no darse a entender de las palabras es también su principal virtud. ¿O no es verdad? Quién quiere darse a entender y para qué. ¿Ganaríamos algo? Está mejor así, todos hablando y oyendo a tontas y locas.

POETA: Qué horrible.

HOMBRE DEL FUTURO: Seguro que sí. Ya ves, poeta: si las palabras son una, tú también eres una superchería.

POETA: Sí. Qué tal este verso: "Supersticiosas hecherías, los hombres". Voy a anotarlo. Y apenas te vayas voy a escribir todo esto.

HOMBRE DEL FUTURO: ¿Para qué lo escribes? No sé si te das cuenta, pero hace tiempo nos tuteamos. Oye, ¿te digo un secreto?

POETA: Qué.

HOMBRE DEL FUTURO: ¿Te digo un secreto? Ya va siendo hora de los secretos. Pero no, no me creerías.

POETA: Qué.

HOMBRE DEL FUTURO: Olvídalo. ¿Si te dijera que soy Dios? Pero olvídalo. Al fin y al cabo estoy por irme. Mira, comienzo a desaparecer.

POETA: A qué te refieres.

HOMBRE DEL FUTURO: No sabes qué ganas tengo de conocer al Quijote, porque cada vez que desaparezco aparezco en otro lugar y en otro tiempo. O tal vez sea en un mismo lugar. Y aunque platico con gente aburrida y que no me dice nada, también de pronto estoy con gente interesante. Pero cada que me voy le pido al azar me lleve con don Quijote. Leí una biografía suya.

POETA: Pero el Quijote es un cuento, no existe. Es doblemente mentira. La escribió Cervantes.

HOMBRE DEL FUTURO: A ese lo conozco. Vivía en una casa vieja y estaba vestido de caballero.

POETA: ¿Adarga antigua? Oye, estás por desaparecer. Dime, ¿fui yo una plática aburrida?

HOMBRE DEL FUTURO: No sé. Escríbelo, léelo y verás. Adiós.

POETA: Adiós.


       

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