Primer acto de
una tragedia
Sobre el libro de Philip J. Cohen:
Serbia's secret war. Propaganda and the deceit of history. Texas
A&M University Press. College Station, 1996
Lourdes Rensoli Laliga
Resurgen ideologías que se creían superadas. Conflictos que parecían
haber quedado atrás, con las épocas oscuras que los engendraron, se
reproducen. Unas y otros intentan cambiar sus rostros: para los
revisionistas históricos, que niegan la veracidad del holocausto nazi, la
"búsqueda y defensa de la verdad"; para los propulsores de cualquier forma
de dictadura, la necesidad del "hombre fuerte", que hace frente a
situaciones límite, en supuesto beneficio de las mayorías; para los
radicales nacionalistas, la manipulación del "patriotismo". ¿Qué hacer
frente a ellos?
A lo largo de su trayectoria, la filosofía de la historia ha mostrado
que uno de los modos de comprender esencialmente un fenómeno, sobre todo
si pertenece al ámbito de la sociedad o del espíritu, consiste en conocer
su evolución, sus múltiples conexiones con el sistema de relaciones en el
cual se inserta.
Tal vez esta idea haya sido demasiado bien aprovechada por quienes
intentan borrar todo vestigio de los horrores del pasado para imponerse
con nuevas energías en el presente, sobre la base de la ignorancia y la
tergiversación de los acontecimientos. La guerra de Bosnia lo mostró con
claridad: no sólo fue acompañada de una sistemática "limpieza étnica",
sino de la destrucción de la memoria histórica, lo cual Juan Goytisolo
calificó justamente como "memoricidio".
Philip J. Cohen —doctor en medicina e investigador de temas históricos
y políticos— muestra con pruebas fehacientes que los hechos se repiten y
los protagonistas no varían. Ahora la emprenden contra los
albano-kosovares. El común denominador entre ellos y los bosnios era el
religioso, es decir, el origen musulmán de muchas familias, profesaran o
no dicha fe en la actualidad. Se le ha querido considerar étnico,
desconociendo la multiplicidad de razas que pueden agruparse en cualquier
religión.
Podríamos por supuesto remontarnos a las Cruzadas, o a la etapa de
expansión del Imperio Otomano, en los albores de la Modernidad. La obra de
Philip J. Cohen se dirige a las raíces más recientes de tan trágica
historia: la idea de la "Gran Serbia", étnicamente homogénea, cuya primera
formulación, en 1844, se debe a Ilija Garasanin, ministro del Príncipe
Aleksandar Karadordevic, y de influencia determinante en el papel
desempeñado por los colaboracionistas serbios con el régimen nazi durante
la Segunda Guerra Mundial.
La abundancia de documentos consultados y citados revela que todos los
medios debían ser utilizados para crear y alimentar en el pueblo el mito
del Estado Serbio: alianzas con los sectores de las iglesias católica y
ortodoxa dispuestos a tomar parte en tal campaña, elaboración de libros de
historia que destacaran las raíces "serbias" de bosnios y croatas, la
imposición del idioma serbio a los croatas como lengua de cultura.
En 1937 un memorándum oficial sobre la expulsión de los albaneses se
refería a "los éxitos de Hitler y Stalin" en la tarea de deshacerse de
judíos y otros grupos indeseables, lo cual presagiaba el mismo éxito para
los serbios en un empeño similar con los albaneses y otros ciudadanos de
religión musulmana. El objetivo: provocar la emigración masiva, y para
ello, generar miedo.1 Una de
las formas más eficaces de lograrlo: despertar la animadversión de los
propios amigos y vecinos, que hostigaran en lo posible a los "turcos",
como es sabido, denominación peyorativa aplicada a todo musulmán, y los
obligaran a huir con actos brutales.
Durante la guerra de los Balcanes en 1912-13, miles de albaneses,
bosnios y "turcos" de cualquier origen fueron quemados vivos o cruelmente
mutilados. En esa época comenzó a ser empleado el término "limpieza".
Dicha persecución prosiguió en la primera Yugoslavia, creada en 1918. Esta
es una de las tesis centrales del libro: dicho Estado se erigió, al menos
en parte, sobre un nacionalismo acompañado de rechazo y de animadversión
contra ciertos grupos étnicos y/o religiosos. Otra de las tesis,
directamente relacionada con la anterior, es la manipulación y
tergiversación de la historia llevada a cabo por las fuerzas implicadas en
el proceso anterior. Sobre estas mismas bases se ha revitalizado, desde la
desmembración de la antigua Yugoslavia, el "ideal" de la "Gran Serbia".
Un lugar importante ocupa en el libro el pormenorizado análisis de la
alianza serbia con Hitler y su complicidad en el Holocausto, tras la
ocupación de Yugoslavia por las fuerzas del Axis y el establecimiento de
un gobierno colaboracionista. El "Llamado a la nación serbia" de
1941, cuidadosamente preparado por nazis y colaboracionistas provenientes
de las universidades, de la Iglesia Ortodoxa, del ejército, y de otros
sectores profesionales y culturales, exhortaba a la lealtad a los nazis y
condenaba toda resistencia como contraria al patriotismo. Entretanto, las
ejecuciones —o la lenta muerte, en condiciones infrahumanas— de todos los
grupos "indeseables" iba en aumento.
El gobierno presidido por Milan Nedic —cuya foto junto a Hitler se
incluye en el libro— prosiguió estas tareas, en las que desempeñó un
importante papel Ante Pavelic. Cada uno de los máximos responsables en las
labores de "limpieza étnica" queda recogido en el libro con una síntesis
de sus hechos.
Particular atención se presta al Holocausto, no sólo como resultado de
la política nazi, sino de un fuerte antijudaísmo cuyos amargos frutos se
habían hecho sentir desde más de un siglo antes. Diversas estadísticas
recogen tanto las fuerzas de ocupación en los diversos territorios
yugoslavos como las tareas colaboracionistas y el crecimiento de la
resistencia, sobre todo partisana.
Uno de los aspectos más significativos de la manipulación histórica de
estas etapas ha sido el revisionismo en torno al Holocausto, sobre el cual
se advierte que comenzó antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, en
forma de proclamas por el supuesto amor y tolerancia tradicionales hacia
los judíos, que Cohen califica de "mitología", cuya propagación fue tan
efectiva que llegó a ser aceptada incluso por algunos estudiosos judíos y
a crear confusión en varios sectores en el propio Israel.
Junto a ella, la creciente hostilidad hacia Israel y la acogida de
conocidos terroristas. En 1993, durante la guerra contra Croacia y
Bosnia-Herzegovina, fue esgrimido de nuevo el mito de la "conspiración
judeo-masónica" como amenaza contra la "Europa blanca", conocida consigna
de los grupos nacionalistas radicales y pro-fascistas de diverso sello.
Algunos de sus actuales voceros, que han tergiversado la historia sin
escrúpulos como Klara Mandic, son también desenmascarados.
La advertencia es clara: la labor de las tendencias revisionistas en
Europa incrementa la probabilidad de que se repitan los terribles hechos
de épocas que se creyeron enterradas para siempre. La historia nunca es
agua pasada, ni sus figuras, concepciones y hechos son parte de una
galería de antigüedades. Elie Wiesel ha mostrado claramente algo que es
central en esta obra: quienes atentan contra la historia también lo hacen
contra la memoria humana, en favor del poder despótico basado en el
olvido, de la desunión entre los hombres, en contra de la convivencia y el
progreso. Pero urge preguntarse: ¿algún día lo aprenderemos
finalmente?
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