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Develado el enigma.
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La Mona Lisa, más conocida como la Gioconda, esa mujer de rostro enigmático pintada por Leonardo da
Vinci, inmortalizada en uno de los cuadros más famosos del mundo, existió realmente: era Lisa Gherardini,
segunda mujer de Francesco del Giocondo, un rico comerciante de seda florentino.
Después de años disímiles teorías sobre una de las obras de arte más conocidas del planeta —y la
más visitada del Louvre, de París—, el enigma sobre la verdadera identidad de la Gioconda, una dama
intrigante sobre la que se han derramado ríos de tinta, y de cuya existencia inclusive se ha llegado a
dudar, habría quedado resuelto tras la investigación expuesta en Monna Lisa, mulier ingenua,
el último libro del historiador florentino Giuseppe Pallanti.
Revisando registros del Archivo de Estado de Florencia, de la Opera del Duomo y del Spedale degli
Innocenti y estudiando a fondo distintos documentos de la época, Pallanti llegó a la conclusión de que la
figura pintada por Leonardo entre 1503 y 1506 fue real y respondía al nombre de Lisa Gherardini.
Según los estudios de Pallanti, Gherardini fue una aristocrática joven señora de la región del
Chianti, la famosa zona rural de los exquisitos vinos de la Toscana, segunda esposa de Francesco del
Giocondo, un hombre de negocios que a la sazón era amigo del padre de Leonardo, sir Piero da Vinci, un
escribano muy poderoso de Florencia.
"El retrato de Mona Lisa, hecho cuando Lisa tenía 24 años, fue probablemente encomendado por el
propio padre de Da Vinci para su amigo", sostiene Pallanti, que hasta presume que quizás el padre le
hizo el pedido para ayudarlo en tiempos en que el futuro inventor y artista era aún desconocido.
El descubrimiento del historiador florentino confirma la antigua intuición del pintor y escritor de arte
Giorgio Vasari, que fue el primero que, en 1550, en su famoso libro Vite,
llamó "Mona Lisa" el enigmático capolavoro de Leonardo que hoy se exhibe en el Museo del Louvre,
en París, y que pese a su reducido tamaño —mide apenas 77 x 53 cm— es una de las pinturas más
apreciadas por los turistas en todo el mundo.
Se trata de una obra que, a diferencia de otros retratos de la época, carece del nombre del representado
y data; una pintura sobre la cual, a partir de un famoso robo de la tela del Museo del Louvre en agosto de
1911 —recuperada dos años más tarde—, comenzaron a tejerse varias versiones.
Además de hacer, en su libro, un retrato de una mujer concreta, yendo más allá de los mitos y el halo
de misterio que siempre envolvió a la modelo de Leonardo, Pallanti demuele todas las hipótesis, muchas de
ellas fantasiosas, sobre la identidad de esas facciones enigmáticas.
Para él, en efecto, no hay que tener en cuenta las hipotéticas atribuciones de ese rostro a mujeres
como Isabella d’Este de Ferrara; la napolitana Isabella Gualanda, una "favorita" del duque de
Nemours Giuliano de Medicis, hijo de Lorenzo el Magnífico; la romana Cecilia Gallerani, o a
"disparatadas" cortesanas o prostitutas.
Hay que descartar, asimismo, esa teoría de que en verdad la Gioconda —que se llamaría así por ser la
mujer de Francesco del Giocondo y no por esa sonrisa "gioconda"— es la madre del artista, o
incluso un autorretrato, algo que confirmaría la tesis que indica que Leonardo era homosexual.
Lisa Gherardini nació en Florencia el 15 de junio de 1479, vivió entre esta ciudad y la zona del
Chianti toda su vida y se casó en 1495 con Francesco del Giocondo, un acaudalado comerciante que un año
antes había perdido a su primera esposa, Camilla Rucellai. Tuvieron cinco hijos, y si en la pintura sus
manos aparecen hinchadas, sobre el vientre, sin alianza o piedras preciosas en los dedos, es porque no le
entraban porque estaba embarazada de uno de ellos.
Nacido en 1465 y varios años mayor que Lisa, Del Giocondo era un "nuevo rico" de la época, ya
que se había convertido en el mayor importador y vendedor al por mayor de seda en Florencia, en ese
entonces una ciudad en pleno esplendor. El comerciante era proveedor de Lorenzo el Magnífico y utilizaba el
banco que su familia, los poderosos e influyentes Médicis, tenía en Roma para efectuar sus pagos al
exterior.
Pallanti afirma que el comerciante quería mucho a su esposa, basándose en que el testamento que dejara
antes de morir, en 1538, le deja a ella todos sus bienes y además la define "mulier ingenua", una
forma de alabar su espíritu noble.
Leonardo parecía tener una relación más que especial con esta pintura, lo que se evidenciaba del hecho
de que nunca la entregó, sino que se la quedó hasta su muerte, en 1519.