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Todos somos mortales
Concibe una versión de la muerte 1. Y yo cómo iba a saber que la pistola era de verdad. Felipito me dijo que su papá se la dejó para que jugara; y, bueno, yo creía que era como la de mi primo Rafa, que echaba candela pero era de juguete. Entonces Felipito me dijo, vaya chamo jugamos en la platabanda; y yo le contesté, bueno vamos a darle. Y subimos, pero Felipito dijo que él era el policía y yo el ladrón, entonces yo dije que no, que los ladrones siempre morían y que yo era policía. Pero él me dijo que no porque la pistola era de él; tuve que quedarme de ladrón. Cuando estábamos en la platabanda Felipito propuso que nos escondiéramos y el que disparara primero ganaba; yo me escondí detrás de unos pipotes y me puse a cazarlo con mi metralleta de rayos. De repente grité arriba las manos señor policía caraota fría y Felipito volteó y disparó. Primero fue como un trueno, después Felipito llorando y su papá le gritaba para qué agarraste esa vaina y la mamá también lloraba y decía pobrecito hay que llevarlo al hospital. Después no recuerdo qué pasó, la verdad que no lo recuerdo.
La noticia llegó temprano a la redacción: estallaron unos tanques en Tacoa. El incendio ha arrasado con varias viviendas que se hallaban cerca del depósito. Ahora una cosa es lo que tú lees y otra lo que ves. Yo me enfilé para el litoral con Pepe Trueno pensando cubrir una noticia más. El Pepe me dijo que la vaina era pelúa, desde la madrugada estaba ardiendo y cuando estallaron los tanques nadie tenía idea de lo grande del rollo. La verdad nunca he sabido como hacen los fotógrafos para enterarse de los problemas primero que los periodistas. Pero si Pepe Trueno decía que la vaina estaba mal, bueno, estaba mal. Qué va, estaba peor. El candelero parecía de una película de guerra. Los periodistas de varios medios nos reunimos en un sitio más o menos seguro para compartir información. A mí se me ocurrió preguntarle a un oficial de la Guardia Nacional cómo iba la cosa; cuando vio el carnet del periódico y el grabadorcito el bicho impostó la voz y dijo que la situación estaba a punto de ser controlada en las próximas horas. Al ratico estalló otro tanque, así que los reporteros que estábamos cubriendo la fuente nos olvidamos del trabajo y empezamos a ayudar a evacuar a los damnificados. Yo me fui con Pepe Trueno en el jeep y sacamos a una señora que estaba llorando con dos carajitos a cuestas, la montamos en el vehículo y arrancamos buscando una salida. Yo no lo sabía, pero debajo del pavimento había tubos que transportaban gas de un lado a otro. Uno de ellos estalló justo cuando le pasábamos por encima. Todo fue de un candelazo de un azul intenso.
Lo menos que esperaba era que todo terminara así. Cuando entré a la policía el sargento mayor nos dijo que todo gante carga con la muerte en la espalda. Yo ya había estado en operativos recogiendo malandros por el Guarataro. Pero esta vez la vaina era distinta. Malandros, la verdad que no eran, pero tenían dos días jodiendo con eso de que el país se lo estamos vendiendo al Fondo Monetario, que si los estudiantes tienen el derecho a defender los intereses del pueblo. Y los carajos atrincherados nos gritaban: policía marico, jala bola de los ricos. Qué jala bola ni que nada, uno está más fregado que ellos, que tienen su familia y su vaina, y hasta carro le dan para ir a la universidad, y uno más jodido que todo el mundo tiene que salir a la calle a ver si un malandro te mata, por la miseria de sueldo que te pagan. Y calarse además al comandante de turno hablándole mariqueras a uno: que si el deber, que si honor es la divisa, que si la misión del policía es la de hacer respetar las instituciones, que si esto, que si lo otro. Y los carajos, sendos bachilleres, tirando piedra. Policía marico, jala bola de los ricos. Qué jala bola ni qué nada, si de vaina uno sacó el primer año. Si yo hubiera entrado en la universidad, tú crees que iba a estar tirando piedra, no señor, ahorita fuera tremendo doctor, ganándome un billete. La verdad que me dio rabia, por eso cuando el teniente nos ordenó avanzar a discreción yo eché palante, pero los carajos se pusieron como locos. La piedra no la vi, pero sentí el coñazo en la frente. caí de rodillas agarrándome la cabeza con las manos y llamando al cabo que estaba cerca. Los gritos se escuchaban como un susurro: policía marico...
Yo se lo dije al ingeniero: caramba, mire, yo estoy cansado, bajar a esta hora pa Caracas es muy duro. Pero él me dijo que no podemos esperar, esas vigas hay que llevarlas hoy, porque si no perdemos tiempo y usted sabe que la construcción no se puede parar. Yo le insistí, mire que vengo de Valencia, pa mí es muy pesado dos viajes en un día. Pero él siguió, hágame esa segunda, yo le meto una vaina más en el sobre aparte de las horas extras, mire que solamente cuento con usted. Y, modestia aparte, él tenía razón, porque el único chofer que aguantaba un camión así era yo. También pensé que unos realitos de más no caían mal, porque en la casa la vaina estaba bastante jodida. Entonces me dije, qué vamos hacer, por unas horas extras no me voy a morir. Total que agarré carretera confiado. Hasta Los Ocumitos no hubo problema, pero un poquito antes del peaje empezó a llover y la cosa se puso fea porque la verdad era que no tenía frenos, pero no se lo había dicho al ingeniero para que no dijera que era un descuidado. En Tazón la lluvia arreció y ahí es verdad que no pude más, la carga pesaba mucho y estaba echando el camión de lado. En lo más empinado la dirección no me respondía y me dije, que se queme esta mierda, yo me bajo. Busqué la rampa de frenado pero al bicho no lo paraba nadie. Abrí la puerta y me tiré, con la mala suerte que pegué el cuello en la valla de seguridad. Qué ganas de mentarle la madre al ingeniero. Las cornetas de los carros se unieron en un sólo escándalo y yo ni la lluvia la sentía.
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