Reviviscencia del quinto sol
Carlos A. López
Inmigrar es sólo el comienzo del poema:
la geografía es un texto que tiene porvenir
—entonces, se escribe un modo
de arrechar fronteras y atajar senderos
con el fin de entrar al vientre del futuro.
Un trazo de alma propia filtra muros, salta verjas,
se moja, se alambriza
y separa el pasado conocido
con los esfuerzos de escarbada.
Así somos vagabundos romaniegos y joviales,
criaturas silvestres de los montes.
De cierto, que predominan las formalidades
y trámites y reglamentos y proposiciones 187
y —¡qué importa!— ya sabemos, desde antaño,
que la tierra es ajena, aunque ancho sea el mundo.
Un poema es igual —amplias son las métricas de aliento,
infinitas las palabras; pero siempre habla el hombre
y sólo el más audaz se abre camino
y sepulta con uñas, o con dientes del polvo,
a lo que muerde al silencio de las sílabas
vedándoles las rieras, venturosas y pluviales,
el lecho en la tierra de Hermosura, hija de Sión.
Inmigrar es un canto —al que nadie ya viene con romances
ni excusas de no vayas, no sueñes, no lo hagas.
Por algo ha sido duro cada látigo de ringa
y el lomo herido y la cadera rota que soportó
que definieran patria y lugar propio
hasta este día de hambres abiertas y cicatrices vivas.
Y ya no... ya sólo queda el poema
en la vergüenza y en la dignidad de su simiente,
ya sólo se enrosca a la médula
su fuego de avatara y de serpiente
y el alma que revoca sus predefiniciones
y se arrastra un más allá
de piel en camuflaje,
evadiendo el escarnio.
Esto soy cuando escribo
un trenzado de raíces y memorias:
—reviviscencia del agua que se había perdido
—sed de alimento que es recuerdo en llaga pururante
y que —por tanto— el futuro solicita del espacio
y la sangre para atar este dolor alzado ante lo amenazante
y el pan de trigo para la boca carente en cuerpo doloroso.
Inmigrar es una enjalma sobre la bestia de carga
y los huesos galopan y no hay quien los detenga
(aunque antes se arrastraban, sin quererlo).
Por primera vez, definen su grito los que andan
y no hay en ellos un Ay de piedad, al ver sus pasos,
ni súplica para el amo de las reverendas
que dijo: —Para el que sale que no haya patria
ni suelo ni sustento...
Lejos, lejos, lejos de los canallas y los poderosos...
se está escribiendo la nueva mar
con sus conquistadores y al polvo ha de llamarse
Tierra de Promesa, paraíso, Sión de los valles
y al sonido, idioma y habla y sentimiento...
Se está escribiendo el jornal y el motor de la historia
está aceitado, por fin, y el corazón predijo su ruta
con cierta fe que dice —Basta— y suelta amarras
de un ayer perverso, injustamente ímprobo...
Se fue a soñar el pueblo en muina, por los siglos,
y la mujer, en hambre, y sus niños anémicos,
y por primera vez, la patria —a quemarropa— dice
a las desnudas nubes: —Llueve, cielo—
y de cerca, se dispara el rayo
y es una garganta humana, social, autogestada,
la que nombra al trueno y la que hiende al alma
con luz airada, con esperanza, con ilusión
de cambio nuevo.
Estoy —como las propias rosas me dijeran—
perfectamente erguido en el ramaje,
en el acomodo más alto del árbol, cara al cielo,
y crezco con él, pidiendo porvenir, echando fruto
y una flor ha de ser la patria mía,
la más espiritual, la más cimera,
el hibisco más rojo después de tantos cactus.
Inmigrar es matar al desierto,
el gorgojo de un nopal hecho de espinas.
El texto final no está más que en semillas,
pero se me pega al riñón con su sustancia
que es alimento de raíces renovadas,
un caldo —a rienda suelta— por anhelo,
por aroma, por auténtico hervir en su soluto.
Inmigrar es sólo el comienzo,
pero ya está la mano apretada en la luz.
Y la raíz que escapó, a oscuras,
para ver el sol vedado y la brújula del norte
antes que saliera a volar y hacerse pública
convocó su aliento más glorioso
y definió el mañana y comenzó la estrofa
más tremenda de los sueños.
El quinto sol no viene de rodillas.
El rostro enjuto y silente de su carne
ya no es salmón zancado;
el ovario está hinchado de ilusiones
y hay una barca de huesos y carlingas
que está llena de cantos
y se llama voluntad su primavera,
pese al que cae en el trayecto y la red que se pierde
y el agua embravecida
y las secas solidaridades de otros pescadores
y los ritos reglamentarios de los crueles.
El sur está pidiendo su poema en las fronteras
y el que inmigra es un poeta que está bien
—como las propias rosas— y el viento
que revoca su presencia no impedirá jamás
que esparza al polen, que escriba su luz,
que encuentre su mañana...