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El oficio del poeta

viernes 7 de agosto de 2015
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chino
Víctor “Chino” Valera Mora. Fotografía: Enrique Hernández D'Jesús
En conmemoración de los 31 años
del fallecimiento de Víctor “el Chino” Valera Mora.

Desde la sombra y el resplandor que somos, desde los bordes de las incertidumbres que como los gatos, en la noche se nos tiran sobre los techos. Desde la gota de agua que no nos deja dormir. Desde allí me ubicaré para construir estas líneas, temblorosas líneas, que intentan responder a una pregunta: ¿cuál es el oficio del poeta?

¡Menuda pregunta esta! Definitivamente qué masoquistas, o más bien, qué deliciosamente masoquistas somos, pues vivimos levantando muros que no podemos saltar, inventando oscuridades que no podemos alumbrar y haciéndonos preguntas que tal vez no podemos contestar. Y la cosa se pone más difícil cuando por impertinencia o presumida inocencia nos ponemos a hablar de tan respetables temas sabiendo que seremos leídos por gente que sabe mucho de eso, pues su oficio es precisamente el ser poetas, hacer de la palabra y con la palabra algo que va más allá de la comunicación y que más bien linda con la comunión.

El Chino Valera Mora, poeta hasta el paroxismo, asumió con la vehemencia propia de un hombre trujillano el oficio puro de ser poeta.

Siempre lo he dicho, somos como duendes que viven escrutando y metiendo las narices donde no deben; sí, ciertamente, donde no debemos, pero así vivimos, escrutando, escrutando el misterio, queriendo encontrar en él un mundo más digno de ser vivido que el que nos ofrecen las mezquinas realidades reales. Aquí, sin proponérmelo, creo haberme tropezado con una primera respuesta.

Pero bueno, ya que encendimos la mecha, ahora nos toca aguantar la humareda.

Alguien que puede darnos las luces que necesitamos es el Chino Valera Mora, poeta hasta el paroxismo, “un papelero estrafalario”1 que asumió con la vehemencia propia de un hombre trujillano el oficio puro de ser poeta. Si revisamos su poesía teniendo como sol la insistente pregunta que nos hemos hecho, encontraremos, les aseguro que encontraremos, las respuestas que buscamos. Por ello dejaremos que las siguientes líneas sean respiradas por los versos encendidos e incendiarios de nuestro querido Valera Mora. Intentaremos hacer, entonces, una especie de collage, o lo que algunos entendidos en la materia llaman, un procedimiento de intertextualidad, para Roland Barthes todo texto es una “cámara de ecos”,2 mientras Julia Kristeva afirma que “Todo texto se construye como un mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto”.3

Fue el Chino un poeta que no sólo vivía para escribir la poesía, sino que escribía para vivir la poesía, hizo de ella un hábito para enfrentarse a los dolores que nos infringen, esos dolores que terminan siendo como pequeñas muertes; sí, la vida está llena de pequeñas y muchas muertes que, como una procesión, viven sucediéndose en nosotros, no hacen cola ni tocan la puerta para entrar tumbando, alborotando todo, es una batalla a perpetuidad, pues Aún colmada de bienes, la vida es un perenne combate y para afrontarlo podemos echar mano de unos pocos versos bien hechos. Es cierto, la vida es dura, pero la poesía es una piedra forjada como el hierro, a hielo y fuego.

Para acercarnos al Chino queremos obligarnos inquebrantablemente a seguir haciéndonos más preguntas:

¿De qué modo se cimbra el ser como una estampa en su verso?

¿Cuáles son las voces que susurran en los rincones de su poesía?

¿Qué tipo de poeta es aquel que… afirma orinarse en el parque de los escritores… que confiesa que su desprestigio no tiene límites y que es desdeñoso en el vestir, lo que se dice un desastre de la moda..? ¿Qué tipo aquel que cuando una morena de belleza agresiva le dice ay pero si estás lindo, es tan pretencioso para responder acaso no sucede cada dos mil años?

Sólo un tipo de poeta como el Chino, quien fue un irreverente hasta más no poder, que supo hacer de la ironía una antorcha para adentrarse en los vericuetos del dogmatismo, del formalismo y de las verdades establecidas, para reírse del mundo.

Si tomamos como referencia al Chino para intentar dilucidar el oficio del poeta, podemos inferir que dicho oficio se hace desde tres vertientes y una sola desembocadura: La Realidad.

  1. Poetizar las realidades: con una capacidad exquisita el Chino supo hacer de la realidad en que vivía materia prima para sus poemas, de la realidad político-social de una época combinada con los laberintos propios de la realidad de su ser supo hacer una canción. Desde crearse un planeta florido en la galaxia espiral de Andrómeda hasta sentir las ramas del arbusto que en Valera llaman lluvia de oro; desde retar la velocidad liberada por el rayo láser hasta relatar el asombro infantil ante Nuestra Señora de los Pericos; desde hablar de la figura heroica del general Zamora hasta referirse a Dios que mal atiende un puesto de revistas y habla del pasado con otros vagos que son panitas burda.
  2. Transgredir la realidad: la poesía es la posibilidad de conjurar con palabras el abismo que se abre entre el hombre y el mundo. Y este sería otro de los oficios del poeta: buscarse acomodo en el mundo, un alquimista obstinado, un ardiente buscador de la piedra filosofal que le permita disolver lo posible para no ser aniquilado por lo real. El Chino nos convida a subvertir el aburrido orden de las cosas, a ver con el ojo izquierdo al revés, como aquel hombre que dobló la cintura hacia delante y su ojo izquierdo rodó por tierra, sin inmutarse, digo, sin inmutarse el hombre, no el ojo, sería el colmo. Luego tomándolo cuidadosamente lo colocó en su sitio, al instante moría de susto, estaba al revés, se vio por dentro o como aquel hombre que no tenía sombrero y necesitaba trabajar con sombrero y salió a la calle con su mujer desnuda sobre su cabeza y en la parada del carrito por puesto encontró a su amigo del alma y éste le preguntó “esa no es Eloísa” y él dijo “sí pero no creo que se note mucho” y el amigo del alma respondió “Bueno, la verdad que regular”. ¡Qué exquisitez! ¡El hablar llano convertido en poesía!
  3. Transformar la realidad: la manera en que el Chino se sumerge en lo real debe ser bien entendida, pues no podemos decir que su poesía es una meditación rosácea del mundo desde las nebulosas celestes. Al Chino le importaba poco saber si Jesucristo fue hombre o mujer, le preocupaba más saber que el hombre había sido nuevamente crucificado, crucificado por las injusticias que arrinconan al hombre. Su ojo avizor y su verso lacerante se clavó en todo aquello que pretende robarnos y socavar con saña fagocitaria lo más humano que hay dentro de nosotros: la dignidad. Advierte el poeta: Un niño sin juguetes es más peligroso que un océano de furias, decidido a conquistar por asalto la más lejana estrella, por ello es necesario quemar y reinventar la vida y la poesía del Chino quema como la soga de los suicidas. Las armas justas jamás renegaron del oficio del poeta, tal vez por ello se dice que la novela camina más rápido qué la poesía pero no llega tan lejos.

Con algunos versos del Chino podemos rastrear algunos consejos que nos vendrían muy bien para rematar este embrollo.

Casi, casi un decálogo:

  1. Huid de las escuelas de letras cual demonios / todo en ellas es inodoro incoloro insípido
  2. Si quieres leer un radiante poema, lo escribo
  3. Habla lo necesario con la gente sencilla / y vive a su lado con ardor
  4. A los soberbios embóscalos, tíralos por mampuesto
  5. No te amargues / agarra a la amargura por los cuernos y rómpele la nuca… no hay que dejar que el camello de la tristeza pase por el ojo de nuestros corazones
  6. Cree solamente en el latido que adopta el corazón
  7. Sed indulgentes con la poesía y seguid velando desde las aguas negras
  8. Cuidad que en los paredones de las almas malditas no se repita el fusilamiento de la ternura
  9. Pero se acabó la cantinela, se acabó la coba, a partir de mí la palabra es un escalofrío. Ahí queda esto
Jonathan Briceño Gudiño
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Notas

  1. Víctor Valera Mora, Obras completas. Caracas: Fundarte, 2002. Con el propósito de facilitar la lectura y no hacer uso abusivo de las comillas, en adelante utilizaremos la cursiva para señalar las citas tomadas de este texto.
  2. Roland Barthes, Barthes por Barthes, 2ª edición. Caracas: Monte Ávila Editores, 1997, p. 87.
  3. Julia Kristeva, “Bajtín, la palabra, el diálogo y la novela”. En Navarro, Desiderio (selecc. y trad.). Intertextualité, La Habana: Uneac, Casa de las Américas, 1997. p. 3.
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