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Arvilláchez, eterna aspiración a lo infinito

viernes 6 de mayo de 2016
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Arvilláchez Villafranca
Gallo pataruco antes del combate. Grabado en punta seca, 40 x 50 cm, 2000.

Sanjuanillo, el pasaje Monte, es la realidad que describe el sueño, es la ilusión y la esperanza en ese discurrir el tiempo en Cumanacoa; se acciona convirtiéndose, al pasar los años, en pasión, traducida a través de un ave. Su desenlace enfoca toda una visión del niño a hombre, impregnada con la imagen real del gallo subvirtiendo su precocidad artística de un alma campesina que comienza a urdirse detalle a detalle como una lava llameante, marmorizándose en prisma, semejante a la pluricolaridad de esta ave marcadamente mística.

Un elemento persistente en una de las alas imaginativas de Arvilláchez es la dimensionalidad de sus gallos, no importa que sean pequeños o grandes.

¡Cuánto tiempo en contemplación buscando interpretar y despejar el misterio que se le aparece cotidiano en colores, matices, tonos, volumen, ritmo, movimiento, forma, tensión, sonido, canto, mundo interior, su relación coital, lo arquetipal, en fin, lo mágico, lo sagrado! Es todo esto un compendio internalizado en la niñez próxima, sin sospechar que sería más adelante materia y temática de su creación razonada, racional, ya constituida e integrada en su sentido y pensamiento plástico, aprehendido su microcosmos, y conformada por la teluridad de aquel espacio imbricado a su ser más íntimo.

El hombre, el creador, el imaginero, no se limita a fronteras cualesquiera sean, es un sondeador de lo real social, de lo físico y más allá de lo arquetipal, con una honda preocupación y visión traslúcida desde y a través de la suavidad y dulzura de líneas dimensionándose en metáfora visual, la flexibilidad de movimientos, la disimilitud de materia y el atrevido ejercicio de sus trazos ingrávidos.

Un elemento persistente en una de las alas imaginativas de Arvilláchez Villafranca es la dimensionalidad de sus gallos, no importa que sean pequeños o grandes, no es su tamaño sino su visión cosmogónica, su mirada hacia el animal mítico y real, su analogía con lo humano, su comparativo perfil con lo humano. Es huella de un planteamiento antropomórfico atribuyéndole al gallo valores simbólicos que fluyen sincrónicamente de pasados vividos, presentes fluyendo en proceso creador en prospectiva difuminada.

¡Cuánto esplendor en la línea del gallo como expresión, representación y aparición artística! Es volumen descompuesto en ondas de líneas líricas, de torre de músculos gallil, gallo gigante humano discurriendo sus trazos blancos difusos y negros hilados, innatos en espiral de tiempo.

Quien observa el dibujo en puntos de encuentros lineales con cualquier interpretación susceptible de acercamiento, su mirada se oblicua para definirse en el trazado e irrumpe en la resonancia clasicista, que aun con forma indeleble, configura un tiempo, un espacio para desbordarse en unicidad y constatar la vitalidad de la obra, oponiendo con ello cualquier reducción del alado mítico a un simple símbolo de fuerza y lid.

Trazados en líneas al vuelo picando la eternidad y posesionando en lo telúrico del momento en atención a pureza discriminada, articula color en plumajes irreverentes, partiendo de un corpus indefinido hasta concluir en curvas siamesas, oblicuándose en el aire tangible que lo devuelve a su imagen construida.

Como fenómeno artístico social, traza resistencia cual filósofo estético, reflexiona y acciona permanentemente, cabalgando dialécticamente sobre la belleza, abstrayendo la aparición imaginética como memoria, como sucesión de presentes, vinculándose a su formación que trasciende la académica para fundirse en ella, y así vislumbrar y aportar conocimiento nuevo desde una didáctica cósmica, acentuada epistemológicamente cargada de racionalismo optimista, compartido con su espíritu romántico y su aspiración a lo infinito.

Potenciando su causalidad humana, Arvilláchez primatiza la diferencia entre cuerpo orgánico, espiritualidad concienciada, razonado ejercicio hacedor, creencia ancestral y acendrada voluntad creciente que la constituyen en homo lúdico, viviendo el acto verdadero de libertad que le es muy posible gracias a su don.

Integrado a lo visual de la luz, a lo ineluctable inmensurable para atrapar en los disímiles virajes que registra su onto más creativo, se entrega con talento y disciplina a un propósito posible resumiendo sus más valiosas experiencias y las que, más que esbozar, concretan un arte de movimientos y ritmos que refiere a un contexto desde un comportamiento y encauzado consecuencial en ondas vibratorias que identifican y plenalizan sus radicales fervorosos irrumpiendo de colorido social.

Todos los virajes de la serie Gallo parten de una concepción gradual de depuración, propone el desarrollo de una dinámica didáctica muy propia, cuyos serenos contenidos homologan sus creaciones aun en su intrincada trama de líneas y colores, dentro de una diversidad homogenizadora y homogenizándose. No es la posibilidad de consumir experiencias pictóricas ni un apresurado y conformista eclecticismo, es su pensamiento crítico abriéndose paso desde una plástica para confirmar todo un espectro pictórico, dimanado entonces desde los retículos más profundos de los factores, reacciones, contradicciones, contenidos, sentido del hecho y destemplarse en toda una epistemología elocuente, sistematizadora sin previos pronósticos, de revelación generativa, de realismo mágico, susurrante y honda en las profundidades de su ser, que emerge constante a la realidad y retorna al mundo subyacente reclamando un arte como obra armoniosamente social en un mundo petrificado de sordideces.

La diversidad de expresiones dispuestas por el diligente arte de Arvilláchez nos refiere toda una cultura nacional sobre este bípedo alado.

La obra de este artista de apegada aragüeñidad se vuelve íntegra a su toponimia real, su añorada Cumanacoa envuelta en los aromas de café, jarabe mágico a tantas especias de Arabia, palpitante en su ser, en su genética, y expreso en su fenotípico rostro, otro ángulo que atrapa y abraza el Mediterráneo itálico y español, urgiendo en él la memoria del olivo, el dátil, las nueces, las uvas o parras que lo hacen escanciar el vino, el licor de los dioses. Vuelta y vuelta al corral de aves de su infancia, atento a tanta presencia viva y de ausencias, su soltura poética trama sueños en ese retorno a su propia raíz con lazo de unión entre su ancestredad más antigua y lo inveterado criollo haciéndose, forjándose piel en él mismo, un ente evidente, natural, crepitando como un limo que va a integrar su proceso vivencial en el desarrollo ulterior de su trabajo.

Realidad posible, su acción artística puede conjugarse en parte como restitución de la memoria, a su historial de vida. En su genuino relato oral sumergido en ese ahora de la infancia transcursa, va a recaer en su poética plástica complementando total, el discurso argumentado, meciéndose en el sueño de realidades, posicionado al mundo como sujeto cognoscente. Existencia recíproca en el espacio que esplende la luz, se inhiere entre la galanura de sus gallos, la incógnita que de estas aves se desprende y su despliegue inventivo como investigador no sólo de la luz tonal, más aun, de la luz del conocimiento que lo catapulta a la cima de tanta oquedad galluna.

La diversidad de expresiones dispuestas por el diligente arte de Arvilláchez nos refiere toda una cultura nacional sobre este bípedo alado que mientras más es estudiado, más diversidades afloran, proporcionando al mundo del conocimiento concebido en giros, todo un bagaje de valores que nacen de la tradición popular para combinarse a propuestas académicas actualizándose constantemente y que fosforecen hacia un futuro construyéndose desde el presente. Se aprecia en el artista que la sencillez y humildad no son propias de sujetos suscritos a una élite. En este autor de gallos permanece la humildad y la sencillez sin despojarse de niveles académicos, el cual concretiza día a día en sus talleres de sueños donde recibe estudiantes que, cual Sócrates del arte, sólo fija su mirada en la interioridad del ser, el talento y la creatividad, puesto que para él lo material se vuelve inmaterial e inorgánico cuando se está al frente de una propuesta artística del arte en libertad.

Arvilláchez Villafranca
El Gallo Pinzón. Grabado en punta seca, 28 x 33, 2000.
José Sánchez Arévalo
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