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José Ceballos Maldonado, el hombre que se inventó a sí mismo
Crónica de una búsqueda

jueves 27 de abril de 2017
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José Ceballos Maldonado
Hace cinco años me propuse una difícil tarea: reunir la obra completa de José Ceballos Maldonado, el “Boccaccio michoacano”.

Es bien sabido entre los lectores, bibliotecarios y libreros que, cuando lector y libro se encuentran, hay (casi) nada que pueda separarlos. Hace cinco años me propuse una difícil tarea: reunir la obra completa de José Ceballos Maldonado, el “Boccaccio michoacano”.1 Y digo difícil porque, si hay algo que pueda separar al lector del libro, son el tiempo y la falta de reediciones de una obra —y el dinero, por supuesto. Acaso esta crónica dé fe de cómo me enfrenté a dichos escollos y de cómo las búsquedas de libros se pueden tornar en investigaciones (casi) detectivescas.

 

La búsqueda

Si tuviera que indicar cómo inició esta búsqueda, diría que fue a partir de la lectura del cuento “La mujer del auditor” y, posteriormente, de la novela Después de todo. Luego de que hubiera leído estos dos textos, comencé a buscar el rastro de todas las obras de José Ceballos Maldonado, un escritor michoacano cuya suerte editorial había sido infortunada, a pesar de que su fama se hubiera extendido por diversos rincones de México y Latinoamérica, debido a su reconocimiento como pionero de la novela homoerótica en México. Tal parecía que sus libros habían desaparecido al tiempo que desaparecieron las pequeñas editoriales donde los había publicado (Novaro, Costa Amic, Diógenes). En cuyo caso el olvido era inevitable, porque cuando desaparecen las páginas también suelen desaparecer los hombres que las escribieron. Pero una cosa es cierta: no desaparecen los lectores. Y ahí es donde entro yo, a intentar rescatar de las estanterías empolvadas algunos ejemplares perdidos de la obra de José Ceballos Maldonado.

Después de todo es una novela en la que Ceballos narra la historia de un homosexual, Javier Lavalle, que se asume como tal sin miedo.

El 5 de diciembre de 2014 encontré la novela Bajo la piel en una librería de viejo ubicada en la calle Allende. Aquel primer encuentro me causó mucha sorpresa, no sólo por haber encontrado el libro, sino también porque desmintió la idea que tenía sobre la suerte de sus textos en las editoriales: ahí estaba la prueba de que se había reimpreso por tercera ocasión, y esta vez en Morelia, en una imprenta que ahora ya no existe (Balsal).

El 14 de noviembre de 2015 hallé el segundo libro: Imágenes del desasosiego, una antología de relatos que fue editada de manera póstuma por su hijo Héctor Ceballos Garibay. El encargado de la Librería Juárez había hecho un concurso vía Facebook que consistía en publicar una frase de algún libro en el muro de la librería: aquella publicación que tuviera más likes sería la ganadora. Mi pésima suerte me decía que no ganaría, pero para sorpresa mía sí gané. No crean que fue suerte, el asunto se explica fácil: fui la única concursante. Como el encargado no tuvo tiempo de elegir el premio él, me pidió que fuera yo quien lo seleccionara. Así que dejé que mis ojos pasearan lentamente por los estantes, hasta que llegaron a la letra “C”, donde inevitablemente se detuvieron buscando, quizás en vano, algún libro de Ceballos. Pero no fue en vano, porque encontré el libro y no paré de leerlo hasta que lo terminé esa misma tarde. La tónica de la mayoría de los cuentos contenidos en ese libro podría resumirla en la figura de Tántalo: los personajes, al igual que ese ser mitológico, se ven impedidos de obtener aquello que desean; su deseo no satisfecho deviene en un estado permanente de desasosiego.

El 6 de enero de 2016 cayó a mis manos, como resultado de mis visitas a la librería de Allende, Después de todo, novela en la que Ceballos narra la historia de un homosexual, Javier Lavalle, que se asume como tal sin miedo y que lleva hasta las últimas consecuencias su elección de vida. En este libro JCM encarna la famosa frase que da inicio al monólogo de Hamlet, según la traducción de Tomás Segovia: “Ser o no ser, de eso se trata”.

El 5 de julio de 2016, en una librería que está en la calle del trabajo, frente a la Casa de la Cultura de Morelia, me encontré con Blas Ojeda, una antología de relatos enmarcados en un ambiente de provincia: también me leí el libro en un día. Sí, quizás debí encontrarlo primero, ya que fue el primer libro que escribió el autor.

Tiempo después volví a las librerías donde había conseguido los libros, con la esperanza de encontrar otra novela o antología del autor; encargué a todos los vendedores de libros de Morelia que me consiguieran los que me faltaban: hasta la fecha no se han comunicado conmigo. Así que tomé la determinación de enviar un correo a Héctor Ceballos Garibay, su hijo. Lo hice sin esperanza alguna, pensé que no se tomaría la molestia de leer mi cursi correo, en el que expresaba lo que quería —y quiero— llevar a cabo con la obra de su padre, pero afortunadamente me equivoqué: él se ofreció a ayudarme a reunir la obra completa. De hecho, se mostró bastante interesado en mi deseo de resucitar los textos de su padre. Me propuso, además, que visitara la biblioteca de su padre en su tierra natal, Uruapan: acepté. La fecha para el encuentro fue el 22 de octubre de 2016, en el hotel Pie de la Sierra.

 

El encuentro con Garibay

JCM fue, al igual que su obra, un hombre polifacético. Cuando HCG me comentó que haría lo posible por llevarme a todos aquellos lugares donde había huella constructiva y creativa de su padre, creí que se refería únicamente a sus textos; con suerte, pensé, me llevaría al lugar donde está su tumba. Pero estaba equivocada. Es cierto, Ceballos fue un apasionado de las letras, el arte, la historia y la política, pero también fue médico, farmacéutico, viajero y un aficionado de la arquitectura. De hecho, el hotel Pie de la Sierra, el lugar en donde me hospedé, fue diseñado por él, así como también la casa y la biblioteca (que alberga más de veinte mil títulos) que ahora posee su hijo.

HCG me habló de las lecturas predilectas de su padre: ¡qué sorpresa me llevé cuando HCG mencionó que entre los libros preferidos de su padre estaban los de Henry Miller!

Llegué a las 7:30 am al HPS. Apenas llegué y di mi nombre, el recepcionista, amablemente, me comentó cuál era mi habitación y me dio un obsequio que HCG había dejado para mí: José Ceballos Maldonado: presente, ayer y hoy, un libro que reúne ensayos, artículos, cartas, etc., sobre la recepción de la obra de su padre, y Fuga a ciegas, la novela de HCG que se publicó de manera póstuma. Luego de que instalé mis cosas en la habitación, comencé a hojear los libros: primero leí un par de cartas y artículos del primer libro, después, me seguí con la novela. La avancé poco, pues tenía ganas de recorrer el hotel que había diseñado el propio JCM.

A las 13:30 horas llegó HCG. Empezó a preguntarme, cual entrevista de trabajo, sobre el porqué de mi interés hacia la obra de su padre, que cómo había llegado a él, etc. En el fondo creo que estaba haciendo un diagnóstico para saber si valía o no la pena ayudarme a realizar mi labor. Después de la primera serie de preguntas, él comenzó a divagar sobre diversas cuestiones, me comentó los motivos por los cuales no conocía bien el panorama de la literatura producida por escritores michoacanos, así como también expresó su desprecio hacia las redes sociales. Pero HCG no es un quejoso de esos que una vez que empiezan a quejarse no pueden parar, así que decidió que debíamos ir a comer antes de seguir hablando de la obra de su padre. Fue entonces que nos dirigimos a la casa donde había vivido JCM durante casi toda su vida. Me presentó a su esposa. Comimos, bebimos un poco de vino tinto y tomamos café, mientras platicábamos sobre afinidades personales y sobre cómo decirle a un mal escritor que lo suyo no era la literatura.

La comida no se prolongó mucho, pues ya era un poco tarde y teníamos que recorrer la biblioteca, lugar que resguardaba más de diez libreros ordenados minuciosamente por géneros y nacionalidades, cuadros pintados por uno de los hijos de Ceballos, collages de fotografías de los escritores favoritos de JCM.

Ya en la biblioteca, HCG me habló de las lecturas predilectas de su padre: ¡qué sorpresa me llevé cuando HCG mencionó que entre los libros preferidos de su padre estaban los de Henry Miller! Según HCG, la afición de JCM por la literatura erótica se explicaba porque éste era un hombre muy sensual. Elena, uno de los personajes de El demonio apacible, reclama a su amante sobre la forma en que éste mira a las mujeres, “como si [tuviera] pegado el sexo en el pensamiento”. Así me describió HCG a su padre: la mirada seductora que se proyectaba a través de sus radiantes ojos verdes era una de las formas de expresión de esa sensualidad desbordante.

Como la suerte editorial de las obras de JCM ya la habíamos discutido un poco, HCG prefirió contarme algo sobre las expectativas de su padre respecto a su propia obra. HCG describía a JCM como un hombre satisfecho de su éxito literario. JCM era poco ambicioso en ese sentido, pues no deseaba alcanzar fama nacional ni mucho menos la internacional. De hecho, era muy inseguro de su propia obra; con frecuencia despreciaba sus propios escritos, aunque éstos fuesen buenos. Tal es el caso de tres cuentos inéditos que se publicaron en la antología Imágenes del desasosiego, mismos que archivó sin planes de publicarlos y que, según HCG, constituyen una parte de su cuentística mejor lograda.

HCG me contó que su padre escribía en cuadritos de papel reciclado, pues así le era más fácil deshacerse de los escritos que no le gustaban sin sentir remordimiento alguno por gastar papel (en la novela Fuga a ciegas, Gastón, el personaje principal, hace referencia a esos cuadritos de papel para escribir). Además, me dijo que cuando JCM se encerraba a escribir le gustaba tener a la mano sus libros favoritos, de manera que cuando se bloqueaba mentalmente, leía fragmentos de sus novelas favoritas.

Además de las novelas y cuentos que intentaba conseguir, están archivados todos sus diarios, escritos en letra procesal encadenada (ilegibles, pues) y además su obra va más allá de las páginas que escribió.

A lo largo de la charla, HCG insistió en que su padre había sido un hombre activo, que había logrado casi todo lo que había deseado a través del trabajo arduo: buena posición social, estabilidad económica, reconocimiento a su labor literaria, un matrimonio exitoso y una muerte apacible. Mientras me contaba eso, JCG hacía pausas para hablar de sí mismo, para comparar sus ambiciones con las de su padre. Pienso que, a veces, narramos la vida de otros como pretexto para narrar la de nosotros mismos.

Al final, HCG me obsequió dos ejemplares más de la obra de su padre: Después de todo, editada en 1986 en la editorial Premià, y El demonio apacible, una novela poco lograda, según Héctor, por la falta de distanciamiento entre el personaje principal y el propio autor. También me regaló dos novelas de su autoría y un libro de poemas. No obstante, no pudo proporcionarme Del amor y otras intoxicaciones, porque los únicos ejemplares que conservaba eran un par que Ceballos había empastado para su esposa. Tiempo después conseguí ese libro en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (y por fin entendí por qué Rafael Solana le llamaba “el Boccaccio michoacano”).

Nos despedimos a eso de las 5:30 frente a la recepción del HPS.

Mientras iba en el autobús camino a casa, caí en la cuenta de que al principio de esta búsqueda yo creí ingenuamente que me faltaban tres ejemplares solamente; ese día supe que además de las novelas y cuentos que intentaba conseguir, están archivados todos sus diarios, escritos en letra procesal encadenada (ilegibles, pues) y que además su obra va más allá de las páginas que escribió a lo largo de su vida, pues su obra es una totalidad que abarca diversos aspectos de su vida (profesional, literaria, amorosa, sexual, etc.), incluso, él, pues como su hijo comenta al respecto de JCM, “fue un hombre que se hizo a sí mismo”.

Ana Karina Guzmán Bucio
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Notas

  1. Epíteto acuñado por Rafael Solana, quien reconocía en su “ardentísima pluma e imaginación calenturienta” un tipo de narración que sonrojaría al mismísimo Boccaccio.
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