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La poética de Homero Vivas García

martes 18 de enero de 2022
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Homero Vivas García
Los poetas atentos a la jurisprudencia, como Vivas García, se empecinan en la viabilidad del concilio y fraternidad entre los seres humanos.

La humanidad ama, empero igual impreca a sus poetas y escritores. Porque, sin ellos o por su causa, los que ofician regímenes despóticos no reinarían con los blindajes intelectuales que les confeccionan sus remunerados bufones. A veces somos la verdad en la contradicción, exponentes de antilogías o metamorfos, empero la historia, aun cuando pudiera maquilar hechos, no tiene licencia para exculpar al talento cobarde que (por estipendio) delinque.

Hace más de tres décadas, en el curso de una “juerga” de escritores que libaban para celebrar la frecuente presencia en Mérida de Víctor Valera Mora (al que apodaban cariñosamente “Chino”, siempre tratado como una leyenda en el ámbito de la Literatura Nacional) y la inauguración de una galería de arte en un novísimo centro comercial, yo flanqueaba a Carlos Contramaestre y Salvador Garmendia.1

De repente, uno de los fundadores del nadaísmo en Colombia, Armando Romero (autor de un libro de textos de “vidrio”), le preguntó al muy querido y de aspecto famélico Héctor Vera qué escribía durante esos días: “Como emisora de crisis, / como frutos fantasmas / pedradas de luz” —con acento español culto, formuló (su esposa era isleña y él tenía, ligeramente, ese tono dialectal). Esa noche me impactaron varios óleos de Emerio Darío Lunar que, de improviso, suelen reaparecer en mi psique.

Homero buscaba que su espiritualidad emergiera para sosegarse: y celebrar que otros lo hiciéramos mediante la lectura de sus inferencias.

Admito que tan formidable expresión me haría proclive a sucesivamente buscarlo, para que platicásemos en una modestísima oficina de gobierno donde él laboraba.2 Durante aquellos tiempos, donde los intelectuales no éramos vistos como “individuos letales”, como ahora lo experimentamos (incluso lo percibimos, infamemente, en perjuicio de algunos individuos con Número Correspondiente de las Academias de la Lengua e Historia), nuestros textos no dejaban “tatuajes o marcas de interés criminal”. En los actuales y aciagos días, los supremos de gobierno aseveran que sí somos peligrosos y que propugnamos la desestabilización de la nomenclatura y cuartelaría que rige.

En plena y auténtica Revolución Insurgente y Renacentista de la Cultura Venezolana, acaecida durante las décadas de los años 70, 80 y 90, presumo que Homero Vivas García (nacido en 1953) ya habría redactado su tesis de grado para egresar en Leyes en la Universidad de los Andes. Soy testigo de que escribía poemas: tendencia que siempre han exhibido los más acuciosos abogados y que, según los casos, debería merecer sesudos análisis por parte de doctos en psiquiatría o sociología.3

Los poetas han sido, tradicionalmente y en extremo, hábiles para seducir a féminas: empero, en ocasiones, las hieren con versos sin que ellas lo capten. No sé si a causa de mi perturbador y sempiterno insomnio, quizá me haya equivocado al dictar (me) que jamás la “metatextualidad”4 estará ausente o será prescindible en la creación poética o “prosaesis”. Leamos a Vivas García:

(…) tenías la maestría de las grandes madamas (…) desperté / recuerdo que eras sólo algo que con estrépito roncaba a mi lado / los pájaros gritaban en los naranjales / la noche había sido la máxima expresión / ahora me preocupaba esa sensación extraña / el tiempo aceleraba procesos.5

Ese iniciático poemario de Homero no sería presagio del perpetuo Yo Mismo, del obseso o hastiado, aún amado por divas, que caracteriza efebos en fase de “posadolescente terrible”. Cierto que todos la tuvimos. Prosiguió su contienda poética, pero su “metalenguaje” desdibujaba a ese que se corroyó en las circunstancias juveniles para develar densos textos en Índigo:6

(…) Son estas nubes que descargan / y no plena este pozo tuyo / Cuantas veces haré vueltas a este camino / Qué diques abriré / Qué de ríos podrán cubrir tu gloria (…) Vengo de un reino oscuro / quiero luz / estoy hambriento (…) ando sobre caminos temidos / brasas quemaron mis plantas…

El profesional o intelectual arquetípico, que discierne, es diestro y refuta, enfada con el inmediatismo que a todos abate. Por ello, Homero buscaba que su espiritualidad emergiera para sosegarse: y celebrar que otros lo hiciéramos mediante la lectura de sus inferencias, con goce por sus palabras e intencionalidad. Los poetas atentos a la jurisprudencia, como Vivas García, se empecinan en la viabilidad del concilio y fraternidad entre los seres humanos: y, como tienen el Don de la Invención y Expresión Lírica, felizmente pontifican. Lo hizo mediante un tercer libro, escrito en la plenitud de su Edad (Obscura) Adulta, intitulado Albur. Helo aquí, en su perpetuo Yo Mismo que del cual schopenhauerianamente nos ufanamos los hacedores:

Con estas manos / digo / y se aquieta / la boca / Con esta lengua / soy una presencia / Con esta pluma / casi un Dios.7

Los poemas de Homero me recuerdan que todo lo que escribimos semeja a hectorianos “frutos fantasmas” o “pedradas de luz”, desaparecen e irrumpen, cualquier madrugada, en alguna conciencia despierta o insomne como la mía. Y, si viviese, lo habría sentenciado Arthur: “Los poetas ostentan la soberbia permitida por el mérito”.

Alberto Jiménez Ure
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Notas

  1. Memorables escritores, poetas y artistas: “obispos”, “monseñores” y “cardenales” de la Pontificia e Irreverente Intelectualidad Venezolana. Mediante la fundación de agrupaciones como El Techo de la Ballena, su persistente persuasión a los políticos (y consejos universitarios) para que institucionalizaran el fomento de la Creación Literaria y Artística en nuestro país, tenemos una herencia cultural que se resiste a ser exterminada por el Neo-Fascismo Socialista. Gracias a ellos, y a quienes con poder de mando propendían respetar los quehaceres intelectuales y comulgaban con nuestra amenazada casta, un científico como D. Pedro Rincón Gutiérrez, “Rector de Rectores” en la Universidad de los Andes, como se le recuerda, la ciudad de Mérida y Caracas tuvieron galerías, editoriales y edificaciones importantes que fueron patrimonio nacional (Casa Rómulo Gallegos, el Teatro Teresa Carreño, ateneos, Galería La Otra Banda, Biblioteca Bolivariana, Centro Cultural Tulio Febres Cordero, Consejo de Publicaciones de la ULA, Inciba, Conac, Monte Ávila Editores, Biblioteca Ayacucho, la Casa Bello y museos como el Sofía Ímber).
  2. Imploro, a quienes hoy pueden editar con patrocinio del Estado, que se reedite a ese brillante poeta prematuramente fallecido de un infarto. Una poetisa y excelente funcionaria, Carmen Delia Bencomo, quien ejercía el cargo de directora de Cultura de la Gobernación del estado Mérida, solía expresar su infinita admiración por la personalidad de Vera.
  3. Una vez, muchos años antes de su fallecimiento y telefónicamente (solía llamarme casi todas las noches, para platicarme respecto a sus preocupaciones ontológicas, en las cuales predominaban críticas contra los políticos por encima de la “temática literaria”), Juan Liscano me decía que no hallaba sentido al hecho de que profesionales de distintas disciplinas le pidiesen escribir prólogos a libros que proyectaban publicar (algunos eran de psiquiatras). Le replicaba: “Sin la provecta demencia, la ignorancia dicta”. Él reía de esa frase mía, que me vi, sucesivas veces, en situación de repetírsela, ya en persona, cuando me convidaba a almorzar en Caracas.
  4. La mayoría de los escritores y poetas capitulamos frente a un anatema que el fascista y filósofo alemán Martin Heidegger esputó: “La ocultación de lo oculto y el error pertenecen a la esencia inicial de la verdad”. ¿“Metatextualmente”, que defendía y creía que ninguno era capaz de dilucidar para que la posteridad lo juzgara?
  5. Vivas García, Homero: Ciudadela sitiada. Fondo Editorial Toituna. San Cristóbal, Táchira (Venezuela), 1996. P. 15.
  6. Vivas García, Homero: Índigo. Fondo Editorial Toituna. San Cristóbal, 2002. Pp. 13-15.
  7. Vivas García, Homero: Albur. Fondo Editorial del Caribe. Gobierno del Estado Anzoátegui, 2010. P. 32.
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