
María Virginia Pineda es una artista visual venezolana, egresada de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte), quien resultó favorecida con una residencia artística en Altos de Chavón, la Escuela de Diseño de la República Dominicana, afiliada a Parsons School of Design de Nueva York, como resultado de haber obtenido uno de los premios del Primer Salón de Arte Contemporáneo Luis Ángel Duque, organizado en Caracas por la Fundación Cultural Estilo. La encontramos en el espacio que le fue asignado, dentro de ese ambiente bucólico que es Altos de Chavón, rodeada de naturaleza exuberante, misma que le ha proporcionado la materia prima con la que elabora su propuesta artística a desarrollar durante su retiro creativo.
María Virginia, revisando tu trayectoria, me llama la atención tu exposición “Paisaje a máquina”, desarrollada a partir de textos de crítica que ciertamente son de otros autores. Si tanto te atrae la palabra escrita, ¿por qué el arte visual y no la narrativa?
Esa historia comenzó a raíz de mi participación en el proyecto de archivo digital de textos críticos llamado “Documentos de Arte Latinoamericano del siglo XX”, llevado a cabo por el Museo de Houston en países como Brasil, México, Argentina… En Venezuela yo era la asistente técnica. Mi función era la de escanear los documentos críticos que consultaban los investigadores para la compilación de todo ese material bibliográfico que daba cuenta de los diferentes movimientos y artistas en nuestro país para esa época. En ese momento me encontraba en la búsqueda de mi propósito artístico. Eran los días finales de mi etapa universitaria y estaba trabajando con papel, al que exploraba intentando extraer todo lo que pudiera de él: sus propiedades ópticas, su materialidad, etc. Y me percaté de que estaba teniendo contacto ya con un papel cargado de gran contenido, el cual me condujo a revisar ciertas ideas personales sobre el arte mismo. En este proyecto de los documentos, también tuve la oportunidad de ejercer el otro rol: el de investigadora. Por supuesto, aproveché la asistencia técnica y la investigación para vaciarlo todo en mi rol de artista.
Me concentré en el aspecto despectivo de la crítica, en cómo desde lo profesional, un crítico, curador o investigador tenía el aval para desbaratar el trabajo o el discurso de un artista.
Se repetían mucho los juicios de valor, lo que servía, lo que no, y me concentré en el aspecto despectivo de la crítica, en cómo desde lo profesional, un crítico, curador o investigador tenía el aval para desbaratar el trabajo o el discurso de un artista, de una época, de una exposición o de lo que fuera. Eso queda plasmado en el papel y quien lo consulte cien años más tarde se verá influido por esas ideas. Abordé el tema de la crítica de arte, pero yendo al núcleo del asunto: al uso de la palabra y el sentimiento que hay detrás de ellas, obviando autores o nombres. Jamás traté de acusar a nadie. Revisé entonces mucho contenido, pero no desde la posición de quien tiene que decir algo como investigadora o como escritora, sino desde el punto de vista de la artista visual. Utilicé todo ese material que tenía escaneado, lo que entregaban los investigadores, con subrayados, notas, etc., y lo descontextualicé para convertirlo en una obra de arte. Quizás a modo de catarsis.
Continuó mi interés por la crítica y ya era mucho más obvia; utilizaba frases más específicas, pero con eso me enfrenté al hecho de que la gente se distraía tratando de identificar a quién o a qué se referían, muy alejados de lo que yo en realidad quería tratar, que era el tema de la mala calificación como un estándar de comportamiento que te daba jerarquía en el medio. Y paré. Entendí que lo estaba haciendo mal. Que tenía que darle la vuelta al asunto. No sólo por lo que te comenté anteriormente, sino porque sentía que me estaba metiendo en una densidad humana, como es el acto de criticar en sí, que la verdad no me hubiese conducido a un lugar feliz. Fue entonces que dentro de los mismos documentos encontré la respuesta. Una cosa que disfrutaba, y aún disfruto, es ese ejercicio de imaginación al que te enfrentas cuando un texto de estos describe obras o te hace el recorrido por alguna exposición, de artistas o situaciones que puedes conocer o no. Y te das cuenta, en especial en el último caso, de que lo que se configura en tu imaginación está muy alejado de la “realidad”. Pero el texto es una “realidad” también. El texto es la interacción con la obra de arte en ausencia de ésta. Como resultado se crea un ciclo en el que la obra se convierte en texto y el texto se convierte luego en obra de arte, nuevamente. Y así…
Mirando tu hoja de vida pude leer que hiciste una carrera técnica en minería. ¿Cómo termina un profesional de la minería en el arte conceptual? ¿Existe algo del minero en el trabajo que haces como artista?
Ah, sí (risas). Sí lo hay, aunque al principio no lo vi. Cuando estaba terminando el bachillerato y me tocaba definir lo que quería en la vida, no lo tenía muy claro. Lo que sí era indiscutible era que no quería un trabajo que implicara estar encerrada en una oficina, sentada frente a un computador. Yo quiero estar a campo abierto; quiero hacer algo que me permita moverme, pensaba. Entonces mi decisión fue geología. Pero entrar a la Universidad de los Andes (ULA), en Mérida, era toda una proeza. Optar por un cupo era muy difícil. Se presentó entonces la oportunidad de hacer la carrera técnica en minería, y pues la hice con todo gusto. Pero caí en cuenta de que su ejercicio implicaba muchas transformaciones en el paisaje y que éstas eran muy rudas, convenciéndome aún más por mi orientación hacia la geología. Probé en Caracas, traté de hacer equivalencias en la Universidad Central de Venezuela (UCV), pero no se dio. Busqué empleo en el ramo, y tampoco. Eran como muchas puertas que se cerraban y pensé: “aquí hay un mensaje”, así que decidí cambiar de dirección. Yo desde niña pintaba y cantaba. Estuve vinculada siempre a lo cultural. Por lo que me dije: ¿y si cambio de carrera? Claro, eso para mí fue fuerte, porque uno viene de una educación en la que a los veinticinco años ya tienes que estar trabajando en una empresa buena, encaminada en la vida y ya realizándote. Entonces eso significó comenzar de cero y más en un área en la que, como sabemos, resulta difícil ganarse la vida. Pero por encima de las advertencias decidí apostar con todo y me presenté en la Reverón (el Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón, actual Unearte) con mi portafolio, rendí mis pruebas y quedé seleccionada, dando inicio a mi aventura con el arte.
Entre la minería y el arte no es que vea una relación directa. Pero sí puedo distinguir algunos elementos de mi carrera técnica, sobre todo ahora que estoy trabajando con el tema de la naturaleza. Pequeños detalles. Claro está, el paso por la ciencia me ha dado una ventaja en otros asuntos menos evidentes, más de estructura. Lo cierto es que hoy puedo confirmar que el arte me ha permitido cierta movilidad, al menos entre temas de investigación. Me ha permitido estar a cielo abierto.
Tal o cual especie: animal, mineral o vegetal, es importante porque la consumimos de la forma que sea, creemos. Cuando en realidad todas importan porque sí, más allá de cualquier evaluación humana. Punto.
A propósito, hablando de estar a cielo abierto, háblame del trabajo que estás desarrollando aquí en tu residencia de Altos de Chavón. ¿Continúa vinculado a tu preocupación por el texto?
Cuando me enteré de que había ganado este premio e investigué al lugar donde venía, me di cuenta de que era un ambiente perfecto para desarrollar la obra en la que estoy trabajando. Es una serie llamada “Su majestad vegetal”. Es un homenaje a ese reino y nace de pensar, o más bien de preguntarme, desde qué punto de vista le damos importancia a la naturaleza. Y parece que la respuesta apunta hacia el consumo humano. Tal o cual especie: animal, mineral o vegetal, es importante porque la consumimos de la forma que sea, creemos. Cuando en realidad todas importan porque sí, más allá de cualquier evaluación humana. Punto.
Yo estoy decantando acá por la vegetal. Y esto deviene del trabajo con los textos sobre descripciones de obras de arte sobre el género del paisaje, los de la serie “Paisaje a máquina”. En este trabajo la idea es configurar, a través de la narrativa, la pintura o el dibujo al que se hace referencia. Ese ejercicio de imaginación del que hablamos hace un rato. Pero esas descripciones prácticamente te conectan es con el entorno natural que inspiró la obra. El mismo que sintió el artista. Eso me conectó también con el paisaje a mi alrededor y pude relacionar una práctica personal de contemplación de la naturaleza con lo que quería decir desde el arte. Ya no desde la palabra del otro, sino desde sí. Y no es que quiera desarrollar más texto, sólo encontré pertinente valerme de la heráldica para rendirle honores a algo que admiro.
A los tres días de llegar aquí a Chavón sucedió lo del huracán, y el paisaje, luego de Fiona, era realmente dramático. Por lo menos así lo sentí. Aunque los lugareños dicen que “no fue nada”, “apenas categoría uno” y “se cayeron unos arbolitos”, para mí se cayeron unos “arbolotes”. Yo escuché su crujir. No me hizo falta una categoría más para escuchar también la furia del viento. Fue impactante, a pesar de lo leve que objetivamente haya podido ser. Entonces decidí trabajar con los árboles caídos. En el momento lo que tenía a mano era el celular, con el que hice el registro.
También encontré barro de la localidad acá en el taller de cerámica de Altos de Chavón, e hice unas impresiones. Capté las huellas de algunos troncos quebrados. Este material que estás fotografiando es parte de esa serie y se encuentra en proceso. Apenas estoy armando los fondos, en lo que a piezas bidimensionales se refiere. La cerámica, aún estoy pensando cómo disponerla en sala, ya que iría acompañada del material registrado que la respalda.
La denominé: “156 km/h. After Fiona”, para distinguirla de otras obras de la serie “Su majestad vegetal”. 156 kilómetros por hora fue la velocidad del viento que registraron por esta área del sureste de Dominicana. ¡Ah! Y qué bueno que actué rápido, porque como esto es zona turística, ya a la semana siguiente habían recogido gran parte del vestigio del huracán.
Volviendo al tema del texto. Sí, este trabajo vincula la palabra, pero ya no desde el punto de vista de los documentos de arte. Está presente es el nombre común de los árboles caídos, de los que tomé muestras de hojas y semillas, e identifiqué con la ayuda de una aplicación, completando la investigación luego por Internet. Este texto será parte de un diseño con referencia heráldica, pero no occidental, sino relacionada con la simbología taína. Con la simbología de los antiguos habitantes de esta zona. Esa que alude a una sensibilidad ancestral plasmada en los objetos encontrados de esta civilización y que los tengo aquí mismo, en el Museo Arqueológico de Altos de Chavón. A una caminata de aproximadamente cinco minutos.
Desde que comenzó la inquietud por abordar el tema de la naturaleza, ha estado presente mi admiración por ella.
¿Por qué el vínculo entre heráldica y naturaleza?
Desde que comenzó la inquietud por abordar el tema de la naturaleza, ha estado presente mi admiración por ella. Por la disciplina de sus procesos, por la abundancia que representa, por la belleza que manifiesta. ¡Por su ejemplo de servicio! Jamás escucharemos al agua quejándose por alimentar la tierra, o al sol por brindar su luz. A eso me refiero. Eso es amor. Amor a gran escala, del verdadero. De ese que no podríamos comprender totalmente desde lo humano. Cayendo en cuenta de esto, una de las vías que tengo para retribuir tal amor es a través del arte. Orientada por la palabra “reino”, investigué los elementos que me ayudaron a sintetizar la idea. Fue entonces que apareció la heráldica como referencia. Así como en el Medioevo se configuraron signos e imágenes para distinguir familias, ciudades, legiones, así quiero desarrollar esta serie, distinguiendo a modo de realeza cada especie seleccionada. Tal como los frailes ilustraban los libros, me siento haciendo los banderines y diseños para los escudos del reino vegetal.
A diferencia de trabajos anteriores dentro de esta serie, el ornamento no está relacionado con estética occidental, como te comenté hace rato. Chavón es réplica de un pueblo mediterráneo y como tal, está repleto de esa simbología. Pero al verla, había algo que no me terminaba de convencer. Hasta que me topé en el Museo Arqueológico con los sellos taínos. Esas piezas pequeñas, de aproximadamente cinco o siete centímetros de diámetro, con diferentes diseños geométricos y orgánicos; hechos de barro, con procedimientos de cerámica primitiva. Ellos los utilizaban para decorar sus cuerpos, usando tintas a base de achiote (onoto), conchas marinas y otras fuentes cromáticas naturales. Entonces hubo un clic: ¡qué más que los códigos nativos para terminar de darle forma a esta propuesta! Y eso es lo que se está cocinando.
Hablas de configurar el trabajo a través de la narrativa, la pintura o el dibujo. ¿Y la música? ¿Qué lugar ocupa la música en tu formación como artista y qué lugar ocupa en el inventario de tus aprendizajes?
La música está más cerca de mí que nunca. Está presente desde mi voz, aunque hasta ahora no he encontrado la forma de vincularla a la obra de arte. Pertenecí a los Niños Cantores de Mérida cuando era niña y luego a las Voces Blancas de Mérida, ya más grande. Cuando me mudé a Caracas en 2005, la abandoné momentáneamente y me dediqué al arte. Luego la retomé en 2017, cuando conocí la Escuela Contemporánea de la Voz, donde me encontré con otra cara de la música, una más personal. Una que me permitió adentrarme en un mundo de autoconocimiento total. Fue un enfrentamiento conmigo misma porque allí tienes que mirarte: cómo respiras, cómo te paras, cómo mueves la boca, cómo son tus gestos. Y eso por hablar de lo superficial. Internamente: las emociones, la memoria… ¡Es otro rollo! En fin, caí en cuenta de muchas cosas que sin esa experiencia no habría podido descubrir. Hoy día puedo afirmar que la música me ayudó a conocerme aún más. Y aún lo hace.
¿Qué influencia ejerce en ti la presencia del río Chavón que se observa desde aquí desde Los Altos?
Me produce mucha paz. Una inmensidad que te cobija, que es lo que siento en general por la naturaleza. Una grandeza inabarcable, pero que me resguarda. El río es un paisaje mágico, misterioso. Hasta el momento no lo he involucrado en la obra, pero sí en mis contemplaciones vespertinas. Los atardeceres de acá son realmente hermosos.
¿Cuál crees que será el destino de esta serie “Su majestad vegetal” que desarrollas aquí en Altos de Chavón?
(Risas) Bueno, comercialmente: no lo sé en este momento. Si a eso te refieres. Puedo quizá contar con el apoyo de algún galerista allá en Caracas, ya que está la expectativa de los frutos de la residencia. Acá no me han hablado nada formal al respecto. Desde otro punto de vista, desde la vinculación con el contexto natural. Siento que esta experiencia: la belleza del lugar, el huracán, el calor, el sol, flores por todos lados, hojas inmensas, los pájaros, el río, la lluvia, los atardeceres, la humedad del ambiente, el verdor, la abundancia, la inmensidad, el Caribe… todo se verá reflejado de alguna u otra manera, si no es en esta serie, será en las que vendrán. Esta cercanía con la naturaleza ha reforzado mi conexión con ella. Ha permitido soltarme un poquito. Pensar menos y sentir más.
¿Has logrado vivir de tu arte?
¡No, jamás! (risas). He vendido pocas obras. Considero que he tenido la suerte de laborar en importantes instituciones, felizmente todas vinculadas al arte, cosa que agradezco. Pero nunca he vivido de mi arte.
Martin Scorsese, el gran director de cine, se quejaba estos días (en realidad dijo sentirse asqueado) de que las únicas valoraciones en torno a una obra cinematográfica que se consiguen en los medios sean las relacionadas únicamente con el éxito o fracaso económico de las películas.
Respecto a eso, creo que se ha perdido la capacidad de contemplación del arte en sí, incluyendo todas las disciplinas. En la música, por ejemplo, si no enganchas al escucha durante los primeros cinco segundos, pierdes. Porque todo es inmediato. La gente lo que quiere es shock. Si te impacta en el momento, ok. Si no, no te tomas el tiempo para ver lo menos obvio. ¡Tanto detalle que pasa desapercibido! Incluso viendo series en Netflix. Si decides hacerlo, puedes percatarte de la paleta de colores —si alude a punto geográfico, por decir algo; la puesta en escena, el vestuario, etc… Pero por la adrenalina de la inmediatez, nos quedamos en lo anecdótico, perdiendo el contacto; la sensibilidad, pues.
En noviembre de 2011, Erik Kessels llenó una galería de Ámsterdam con copias de imágenes subidas a Flickr durante veinticuatro horas. Fue una exposición de 350.000 fotografías con las que realizó una instalación en la que se veía lo abrumador que podía resultar la exposición diaria a esta cantidad enorme de imágenes; estamos hablando de montañas de fotos (hoy estamos en 2022 y la cantidad es muchísimo mayor). Es obvio que un público expuesto a semejante cantidad de fotografías desarrolle el síndrome de “pasar el dedo hacia la izquierda” y que no se otorgue el tiempo adecuado a la contemplación de la obra de arte.
Es que la cotidianidad se ha vuelto eso, un “pasar el dedo hacia la izquierda”. Ahora también te exigen un perfil “multitasking” y estás obligado a hacer miles de cosas al mismo tiempo, porque la contemporaneidad es así. Pero ¿cuáles son las consecuencias?
- María Virginia Pineda:
“La cercanía con la naturaleza ha reforzado mi conexión con ella” - viernes 20 de enero de 2023