
La poesía de Alfredo Herrera Flores (Puno, 1965) tuvo un oportuno reconocimiento en la década del noventa del pasado siglo, con la obtención de dos premios nacionales: Copé (Lima, 1996) y Paucarpata (Arequipa, 1996). Los inicios de su escritura poética nos remiten al año 1986, en el que aparece su primer libro, Etapas del viento y de las mieses. Desde aquellos años ha publicado una docena de poemarios que han configurado una obra poética digna de ser leída y bien ubicada en el vasto panorama de la poesía peruana de fines del siglo XX y comienzos del XXI.
Esta larga trayectoria poética parece, por el estilo de su escritura, no decir mucho. Pero nos equivocamos, es una poesía densa en su ironía y varia en su temática. De apariencia sencilla, diríase prosaica, pero compleja en su modo de concebir la realidad que aborda. Su forma se perfeccionó con el tiempo y se puso a tono con los paradigmas poéticos transvanguardistas: direcciones múltiples, variedad temática inasible, juego no verbal, pensamiento irónico, intensidad, desaliño, desideologizada a veces, pero sensible y tensa casi siempre. Su técnica se hizo deudora del prosaísmo y el tonito anglosajón, hasta alcanzar su madurez y esplendor expresivos en ese bello y trascendente poemario Mares (2002), texto de extraordinarios dotes poéticos y muy superior a los anteriormente premiados.
Acerca de la palabra imán es su último poemario y está conformado por tres partes aparentemente aisladas la una de la otra, aunque conectadas por el problema sin salida de la expresión poética humana. Sin embargo, son tres momentos de escritura distintos y anunciados por epígrafes sin relación alguna entre ellos.
La primera, la más extensa y que nos lleva al título: desde el poema arrebatado al viento y desvanecido en su intento de alejar y no atraer —como un extraño imán— el inevitable e inefable dolor del hombre. La segunda, la más breve y sentida, que nos remonta al pasado-presente social-cultural del mundo andino, y la tercera, la más general y reflexiva sobre la vida, la existencia o la propia poesía.
El texto “Poética” nos permite descifrar la intencionalidad del autor cuando dice: “El poema no tiene origen, no nace, / está, simplemente, / entre lo que digo y lo que es real, / entre lo que es y lo que perdura, / está dentro de mi corazón, / creciendo como una montaña de luz / y desgarrándome por dentro”.
Según esta visión, la relación entre el mundo y la poesía está mediada por palabras, por poemas. Nada parece justificar esta mediación para el poeta. El mundo exterior es un enemigo y el interior, cuando asoma, no sabe con cuál palabra cubrirse o descubrirse. He ahí el principal conflicto que nos evidencia el poemario de Alfredo Herrera. En cualquier momento lo invade el mundo y lo sorprende, como en cualquier instante se vuelca su interioridad y lo descontrola, mientras el poema quiere existir sin que el poeta lo perciba o se dé cuenta. He aquí también el drama de la existencia poética que nos plantea de una forma irónica y simbolizada en esa extraña palabra bautizada como imán. Insensible a la madera y los plásticos, pero deseosa de los metales, los minerales. Y es que el lenguaje en la madurez del poeta es así: una palabra frente al hombre y el mundo, en su campo magnético electrizado por la pasión del poeta o porque el “corazón es un imán absoluto”.
La cotidianeidad personal es otro leitmotiv del libro porque hay que inventar una historia verdadera “para ganarme el pan de cada día y el descanso nocturno” o “pasar tranquilo la tarde, el feriado y el luto”. Y de la mano de su imaginería, compañera leal que auxilia al poeta, recorre el periplo de su escritura hasta que sus manos se hundan.
Estamos ante una de las voces más sorprendentes de la poesía peruana contemporánea.
En otras ocasiones, son los recuerdos que afloran inesperados y se desparraman en la hoja en blanco sin olvido, impresiones que toman por asalto la mano y la conducen por rutas que el sano juicio no sabe ni puede sostener en su regazo, pero en una meditación repentina se solaza.
Finalmente, hay un poema de virtudes alegóricas que llama mi atención por el personaje-objeto que se poetiza: un cenicero. Para el que fuma está vivo y para quien ya no fuma es un adorno muerto. Pero el cenicero no se resigna a su nuevo estado de soledad y pugna por su ser, por esa vida efímera acostumbrada a la ceniza, a la tibieza, al humo. De esta manera, ese ser material cobra vida, gracias a la angustia y desesperación que alguna vez soportó cuando sus antiguos amos fumadores los necesitaban. He aquí una bella sensación de la nostalgia.
No he leído Causas naturales (2019) para completar mi visión de la poética de Alfredo Herrera. Pero el poemario reseñado confirma que su poesía es sumamente intuitiva como toda poesía creativa que dice, pero no demuestra. Es poesía que narra y en su narratividad convoca al suspenso hasta develarlo en el lector y suspenderlo o dejarlo atrapado en ese altísimo trapecio kafkiano. Está fuertemente inscrita en la plural problemática del hombre contemporáneo que ha arruinado no sólo la esperanza sino la más simple posibilidad de su redención. Los embates y combates de su palabra poética han asistido permanentemente a la preocupación social y cultural, con el único afán de sobrevivir a esta irremediable pérdida de la belleza en medio de las atrocidades del mundo civilizado, posmoderno y global. Estamos ante una de las voces más sorprendentes de la poesía peruana contemporánea. Su lectura se hace imprescindible y espera, aunque escasa en nuestro país, la atención de la crítica.
- Intuición en Acerca de la palabra imán - miércoles 22 de diciembre de 2021