
Ofrecemos el texto de la presentación de la novela Cada oscura tumba (Seix Barral, 2022), del escritor colombiano Octavio Escobar Giraldo, celebrada el miércoles 6 de junio en los espacios de Garabato Libros, en Bogotá.
Tuve la suerte de conocer a Octavio Escobar Giraldo en el año 2010 en la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad Nacional. Era parte de un distinguido grupo de escritores ya consagrados que llegaron a la Maestría en busca de un título profesional. En las universidades a veces puede resultar más importante el menú que la comida. Y ante las demandas burocráticas del Ministerio de Educación y del escalafón docente, muchos escritores que trabajaban ya en las universidades, y a pesar de que contaran con obras reconocidas, llegaron a la maestría en busca de un título de posgrado. Así pues, durante los primeros años de la Maestría, aun cuando su propósito era acompañar a los alumnos en escritura de su ópera prima, tuvimos la suerte de contar con varios alumnos-escritores ya con experiencia, como lo fueron José Domingo Garzón, Alberto Zelaya, Amalia Piedrahíta, Harold Trompetero, Carlos Satizábal y Octavio Escobar, para sólo mencionar algunos. Debo agradecerles a todos ellos sus aportes y sin duda sus presencias engalanaron el programa.
Yo en aquellos días dictaba el curso de Teoría I basado en el Ulises de James Joyce. Curiosamente recuerdo que en alguna ocasión Octavio se me acercó después de clase y me comentó que no veía la importancia que podía tener una obra tan criptica y oscura. Siempre me llamó la atención su observación. Sin embargo, debo decir que cuando terminé de leer su novela Cada oscura tumba, tuve la sensación de que ella cumplía a cabalidad con una de las grandes lecciones de Joyce, cuando este autor irlandés señaló que a la novela no le corresponde tanto el ámbito de lo extraordinario y que debemos dejárselo al periodismo, y más bien a este género literario le concierne lo cotidiano, lo corriente, el quehacer diario. Y si hay algo que hace brillar esta novela de Octavio Escobar es exactamente su mirada sobre lo cotidiano y la construcción de personajes como Melva Lucy, una trabajadora que atiende una cafetería y quien odia fregar platos. Una mujer modesta, con una historia familiar dolorosa e injusta, como la de mucha gente humilde en Colombia.
Quizás uno de los logros de la literatura sea humanizar los conflictos sociales a partir de relatos cuyos detalles los vuelven tangibles. Estas narraciones buscan conferirle cuerpo y alma a la historia del país. Cuando el lector se identifica con el protagonista de una novela, la historia se personaliza y el lector entra a participar y a compartir las emociones de sus personajes y terminan por conjugarse la empatía y la compasión frente a la tragedia del otro. Sin duda, es uno de los grandes logros de la literatura y la magia de buena escritura.

Cada oscura tumba
Octavio Escobar Giraldo
Novela
Seix Barral
Bogotá (Colombia), 2022
ISBN: 978-628-00-0189-0
262 páginas
Cada oscura tumba gira alrededor de la barbarie de los falsos positivos, aquellos terribles asesinatos arbitrarios, cometidos por las fuerzas armadas, en los que se fingía que jóvenes de extracción humilde eran guerrilleros y que habían sido dados de baja en combate. Muchos fueron engañados con promesas de trabajo, con el fin de lograr unos asuetos y beneficios por parte de sus comandantes. Estos jóvenes asesinados era seres necesitados y pobres. Fueron más de seis mil muchachos que murieron bajo las balas asesinas de estas acciones descarnadas. Tal vez “no estaban recogiendo café”, como afirmó la irónica e infausta frase del presidente Uribe, pero hoy también sabemos que tampoco estaban cometiendo ningún crimen.
Lamentablemente, las cifras a veces despersonalizan las tragedias. Y detrás de los más de seis mil asesinados hay más de seis mil historias que también merecen ser contadas. Por ello creo que uno de los aciertos de esta novela es la forma en que entra al corazón de la tragedia y narra el caso de Ánderson, el hermano menor de Melva Lucy. Un muchacho que tristemente padece de un retraso o una discapacidad intelectual y que termina engatusado y engañado, pensando que se encuentra en medio de un juego cuando tres hombres, que él cree que están “disfrazados” de soldados, lo invitan a ponerse unos uniformes de camuflado, sin entender a cabalidad qué ocurre en verdad a su alrededor. Cuando los asesinos le entregan el “disfraz”, convencido de que está en medio de un divertimento, se ataca de la risa. Si bien le incomodan los zapatos que le aprietan un poco, no le importa, porque debe ser parte del juego. El lector no puede dejar de estremecerse ante la candidez del personaje, quién se pregunta cómo debería caer, cuando se haga muerto, para que sea “totalmente convincente”. Un comienzo fuerte que atrapa al lector y que me hizo recordar la bella y dramática novela de John Steinbeck De ratones y hombres, que también tiene que ver con un joven que sufre una discapacidad intelectual.
La historia de Melva Lucy y del asesinato de su hermano acompañan la narración, pero quizás lo que más me llamó la atención fueron los giros dramáticos, que están muy bien logrados y resultan inesperados y sorprendentes.
El dueño de la cafetería en donde trabaja Melva Lucy, Hildebrando Ramírez, es un hombre ya jubilado que prefiere estar siempre en la cafetería Heidi que en su propia casa con su quejumbrosa y regañona esposa. En la cafetería donde la mayoría de los clientes son mecánicos, pequeños comerciantes y jubilados. Pero el cliente más asiduo, que va todos los días, es el íntimo amigo del dueño, Ignacio, otro jubilado, un negociador de dólares, a quien llaman “el suave”.
La novela se arma a partir de un contrapunto entre dos historias, en el que se entrelazan para enseñarnos dos caras de una misma moneda.
Melva Lucy, quien atiende a los clientes, es una mujer atractiva, y el narrador nos cuenta que los diferentes parroquianos siempre la miran con voracidad. Por cierto en algún momento nos cuenta que desde pequeña estaba acostumbraba a que la miraran. Y también por ello ha aprendido a esquivar los acercamientos y acosos de los hombres. Sin embargo, a Melva Lucy la intriga que llamen a Ignacio “el Suave”, y si bien es un hombre de buenas maneras, delicado, compuesto, Melva Lucy duda de su masculinidad. En determinado momento Hildebrando le hace saber a Melva Lucy que Ignacio tiene un especial interés por ella. En ese momento se atreve a preguntarle a su patrón si Ignacio no será marica. El otro contuvo su carcajada. No quiero revelar la ironía que subyace detrás del apodo de “el Suave”. Sólo traigo a colación la anécdota porque la novela gira también alrededor de cómo las apariencias engañan y cómo las primeras impresiones pueden resultar peligrosas, como se verá a lo largo de sus páginas.
La novela se arma a partir de un contrapunto entre dos historias, en el que se entrelazan para enseñarnos dos caras de una misma moneda. El otro personaje es Gabriel Álvarez Cuadrado, un pereirano al que de niño su padre lo abandona, pero gracias a la fortaleza de su madre, una mujer trabajadora, crea una empresa de arepas y con ellas logra sacar adelante a la familia y enviarlo a la universidad, donde estudiará Derecho. Gabriel es un abogado dedicado, entregado a su trabajo, y pertenece a un grupo de litigantes especializados en el tema de los derechos humanos llamados El Zarzo.
Pero también es cierto que en Colombia los defensores de derechos humanos han vivido sobre el filo de la navaja, ante amenazas permanentes, sufragios diarios, llamadas telefónicas anónimas, insultos, intimidaciones que terminan por marcar su vida cotidiana. De nuevo es el día a día que determina las relaciones y que forja a los seres humanos, y estos profesionales que sólo buscan defender a unas víctimas y que se respeten los derechos políticos y civiles de la gente.
Y si bien Gabriel no deja de ser un hombre atractivo y comienza una relación con Paula Cristina, una mujer que trabaja en una editorial como correctora de estilo y que cursó la Maestría de Escrituras Creativas en la Universidad Nacional, continúa enamorado de una abogada que inició con él su carrera trabajando en derechos humanos, pero Consuelo no pudo aguantar esa cotidianidad incierta que forma parte de la vida de un defensor de estos derechos. Y por ello lo ha dejado y se ha ido a Barranquilla. Y aun cuando Gabriel está comenzando una nueva relación, no deja de pensar en Consuelo y por ello viaja a la costa a buscarla a ver si, de pronto, logra recuperarla. En una escena conmovedora que sucede en la piscina del Hotel del Prado, Gabriel le confiesa que no le cabe en la cabeza que algo externo a la propia relación termine por ser la causa de la separación entre los dos. Consuelo con gran frialdad le dice que ya lo habían discutido y que ella no pudo aguantar las amenazas, que uno de los dos o los dos terminen con un tiro en la cabeza. Las intimidaciones la apabullaron y han cercenado la relación.
Él intenta decirle que eran sólo amenazas, y que pasarán; que los procesos en la justicia son lentos. Pero Consuelo, ya exhausta, abrumada, no quiere saber más de derechos humanos ni de la lentitud e inoperancia de la ley. Ella se va a dedicar al derecho tributario y la academia, por aburridos que parezcan. No quiere seguir esperando, porque también sabe que el reloj biológico es imparable. Ella quiere tener hijos y ya no es una mujer tan joven. Siente que el tiempo la apabulla y que la espera; la forma en que se dilatan los procesos legales ha terminado también por afectarla. Siente que ha perdido su tiempo con Gabriel y que no puede seguir dilatando, aplazando su vida, que de seguir igual caducará porque se vencen los términos. Y no está dispuesta a continuar viviendo amenazada o con un arma en la mesa de noche.
La novela nos confronta con temas subyacentes como el de la impunidad y la lentitud de la justicia.
Gabriel le insiste e invoca los ideales de justicia social que en un momento compartieron juntos. Pero ella ha tomado una decisión. Y a pesar de que reconoce que Gabriel es un buen hombre, un ser humano justo, no puede volver a vivir bajo una espada de Damocles.
En el fondo, la novela nos confronta con temas subyacentes como el de la impunidad y la lentitud de la justicia, que afectan de manera total a los dos protagonistas de ambas historias. Tanto Gabriel como Melva Lucy son víctimas del tiempo y la injusticia, que los llevan a plantear y a confrontar otro gran dilema que ha marcado al país: ¿hasta dónde la impunidad, el odio, la lentitud en los procesos, lleva a la gente a tomar la justicia por sus propias manos? La venganza, que termina por castigar un delito con otro delito y cuyo espiral siempre acecha a la vuelta de la esquina cuando la justicia es inoperante.
Cada oscura tumba está compuesta por tres partes; a cada una de ellas la antecede un interesante epígrafe. Los epígrafes que acompañan un texto siempre resultan dicientes, no sólo porque nos recuerdan que toda novela forma parte de un gran diálogo intertextual, sino porque nos subrayan algunas premisas con las que se identifica la obra. Por eso, para terminar la presentación de esta interesante e importante novela, sobre un tema tan actual y complejo como es el de los falsos positivos, quiero subrayar estos breves pensamientos que han inspirado al autor en la escritura de su texto. Por un lado hay una cita del Quijote, de Cervantes, que nos habla de los enemigos visibles e invisibles y que nunca se sabe cuándo van a asechar o acometer. El segundo epígrafe es de Andreu Martín en Bellísimas personas y se refiere al odio, y a cómo lo negamos y nos convencemos de que no existe, pero está ahí. Siempre estará ahí, a pesar de que queremos desconocerlo, y al hacerlo rechazamos una parte sustancial de nuestra propia realidad. Por último, una frase de Los adioses, de Juan Carlos Onetti: “Tal vez no haya estado eligiendo un recuerdo sino una culpa”.
Cada oscura tumba es sin duda una novela memorable, que nos hace sentir y participar del dolor de un mundo donde la sinrazón prevalece y domina, y en el que la ética resulta frágil y nada es lo que parece.
- Nada es lo que parece
(sobre Cada oscura tumba, de Octavio Escobar Giraldo) - sábado 9 de julio de 2022