Resulta extraño hablar de la muerte para referirnos a la obra de un escritor cuya poesía presenta como telón de fondo el escenario rural de Laredo, su tierra natal. Desde un primer acercamiento observamos que los elementos esenciales de sus imágenes se sustentan en la visión del río, el ganado abrevando en la ribera, las lagartijas en la tierra caliente, labradores afilando sus machetes, niños corriendo entre los cañaverales. En su poesía la muerte se presenta como una reafirmación de la vida, a través de una visión profunda de lo que somos frente a lo inefable de la existencia. De esta manera, Laredo y la imagen de la muerte presente en la poesía de Watanabe se puede esbozar desde tres perspectivas: la familia, la individualidad y la posición de los otros.
1. La imagen de la muerte desde el núcleo familiar
Por el origen familiar, Watanabe ha conocido dos visiones: por parte de su madre, de ascendencia serrana, las supersticiones y los mitos arraigados, y por el lado de su padre, el pensamiento budista y la idea de la transitoriedad. En el poema “Informe para mi hermano muerto en la infancia” (De Álbum de familia) evoca la muerte de su hermano, víctima de la peste de viruela, y le pregunta sobre su padre, también ya fallecido: “¿Te ves con papá? / En general, me he vuelto un poco indiferente. / A veces pesa mucho el silencio de los cipreses y los muertos”.
Aquí observamos una primera postura frente a la existencia, basada en el catolicismo, de que la muerte sólo es un tránsito hacia otra vida; sin embargo, a pesar de ser así, va proyectándose en su espíritu cierto aire de escepticismo.
La vida no se organiza solamente de manera racional, sino que la lucha contra la muerte tiene como aliadas nuestras creencias y supersticiones.
En el poema “La cura”, de su libro Historia natural, descubrimos la presencia de la muerte, enfrentada a las creencias y supersticiones de la familia. Leemos: “El cascarón liso del huevo / sostenido en el cuenco de la mano materna / resbalada por el cuerpo del hijo allá en el norte. / Eso vi”.
Aquí apreciamos que la vida no se organiza solamente de manera racional, sino que la lucha contra la muerte tiene como aliadas nuestras creencias y supersticiones. Al final de este poema escribe: “En ese mundo quieto y seguro fui curado para siempre. / En mí se harán todos los milagros. / Eso vi. / Qué no habré visto”.
En el poema “Responso ante el cadáver de mi madre muerta” (Banderas detrás de la niebla), el poeta dice: “A este cadáver le falta alegría. / Qué culpa tan inmensa / cuando a un cadáver le falta alegría”.
Watanabe repite el verso “a este cadáver le falta alegría” y remarca así la oposición entre dos conceptos antagónicos: muerte-vida. Y ante el espectáculo de la muerte aparece como una ironía la idea de que los muertos no están muertos para siempre, porque incluso puedes ser víctima de sus burlas: “Ya se está yendo y no le prometas nada: / le provocarás una frase sarcástica / y lapidaria que, como siempre, te dejará hecho un idiota. / Once hijos, señora Coneja, y ninguno sabe qué diablos hacer / para que su cadáver tenga alegría”.
Una lucha de contrarios en la que parece prevalecer el concepto de la muerte como tránsito hacia otra existencia. Por eso, a pesar de que nos habla de un acontecimiento que por lo común es doloroso y desconcertante, no resulta patético ni sentimental y Watanabe escapa así de la cursilería.
2. La imagen de la muerte desde la individualidad
Es verdad que el medio nos forma en determinadas ideas acerca de la muerte, pero nuestra percepción de ella se individualiza por las experiencias particulares que vivimos, aquellas que nos tocan la carne y el espíritu, directamente. Sabemos que Watanabe estuvo en la década del ochenta en Alemania tratándose de una aguda dolencia. En su libro Cosas del cuerpo los conceptos de vida y muerte aparecen estrechamente ligados y se plantea la lucha permanente de nuestro ser físico frente a las enfermedades; todas las circunstancias materiales que lo afligen, lo deterioran y lo amenazan. En el poema “Nuestra reina”, el poeta habla de la hermosura de la doctora encargada de cuidarlos porque su belleza es símbolo de salud, de larga vida: “Eres nuestra reina. / Los enfermos estiramos las manos atribuladas / hacia ti, en triste cortejo. / Queremos tocarte cuando cruzas los pasillos, / altiva, docta, saludable, / oh sí, saludable”.
Pero el poeta sabe que la vida no siempre es belleza y salud, y que incluso ella, su reina, puede morir, y no por eso su belleza se habrá terminado. Entonces escribe: “Pero si el conocimiento no te exime / y también te mueres, serías una bella muerta. / Tienes nariz alta, boca / que cierra bien, que se sella, / párpados tersos, largo cuerpo para ser tendido / voluptuoso / sobre una mesa de hierba”.
Watanabe también ironiza con la idea de la muerte, que no le produce melancolía, sino que más bien la belleza y la sensualidad de quien vela por él o por ellos le quita a la muerte todo signo de tragedia.
En el río, como elemento poético, se da la aspiración de una vida saludable relacionada con el pasado en Laredo y la idea de la muerte acechante. Leamos el poema “Los ríos”: “Mi hermana viene por el pasillo del hospital, / con sus zapatos resonantes, viejos, peruanos. / De pronto / alguien hace funcionar el inodoro, y es el río Vichanzao / terroso / corriendo entre las piedras”.
Primero se presentan estos versos en que Watanabe reconoce en la turbidez de las aguas su propia enfermedad. Sin embargo una nueva imagen viene a serenarlo: “Y mi graciosa hermana abre el caño / y lava el plato, y esta vez es el Moche, cristalino / y benéfico, / entrando por las heridas de mis costados / abiertos como dos branquias”.
Observamos cómo un hecho tan trivial (abrir el caño) lo trae otra vez a Laredo, al río —esta vez cristalino y benéfico. Y en ese contacto vivificante con la naturaleza, la vida le disputa a la muerte su cuerpo enfermo y le prodiga un instante de voluptuosidad: “Rico ser pez entonces: una sensualidad / que me permite / este dolor”.
Sin embargo, leamos “Orgasmo” (Banderas detrás de la niebla): “¿Me dejará la muerte / gritar / como ahora?”.
Este poema es una gran interrogante, una incertidumbre respecto a lo que puede aguardarnos en este trance. Watanabe es una amante de los placeres, busca y descubre la sensualidad en toda la naturaleza con su detenida observación; es un hedonista que ama profundamente la vida.
Watanabe habla de Laredo como el espacio donde se vive con parsimonia y la muerte se retrasa y, en todo caso, para quien ama profundamente la vida, tal vez sea el espacio donde resultará más grata la existencia.
3. La imagen de la muerte desde la “otredad”
También en la poesía de Watanabe se plantea la imagen de la muerte como un acontecimiento alejado de nuestra realidad inmediata, es decir, todo aquello que los “otros”, nos transmiten de la muerte. En el libro Banderas detrás de la niebla leemos el poema “Riendo y nublado”. El poeta refiere la muerte del hijo del carnicero (“La meningitis mató en su cama al hijo del carnicero”). Y esa circunstancia, concatenada con el juego de echar el aliento en los espejos, le demuestra el valor de la existencia: “Mirándome en los espejos / y soplándoles tontamente mi hálito / he persistido hasta hoy. / Sí, ese señor entrecano en el marco dorado soy yo. / Grito: ¡Soy yo! ¡Soy yo! / Y me da un enorme placer verlo, riendo y nublado. / Soy yo / y si no lo fuera también diría que soy yo / porque quiero ser (y seguir siendo) en cualquier rostro vivo / con tal de no ser, como el hijo del carnicero, el muerto”.
Como vemos, se enaltece el deseo de vivir, aunque nublado, opaco, o enfermo, que finalmente es mejor a cualquier ausencia permanente.
En el libro La piedra alada leemos el poema “Las piedras de mi hermano Valentín”: “Sé que tú durarás más que nosotros / porque en nuestro pueblo / sólo el río / que te da aire fresco y camarones / va rápido. La vida / transcurre como una lenta ceremonia / y el tiempo es más mesurado”.
Watanabe habla de Laredo como el espacio donde se vive con parsimonia y la muerte se retrasa y, en todo caso, para quien ama profundamente la vida, tal vez sea el espacio donde resultará más grata la existencia. Esta certidumbre abre un nuevo sendero por donde el poeta se acerca al lar nativo, tan entrañable en toda su poesía.
Conclusiones
- Hablar de la obra de José Watanabe es referirse a Laredo no sólo como espacio geográfico, sino también afectivo, simbólico, evocado en las diversas etapas de su vida.
- Es posible plantearnos tres perspectivas respecto a Laredo y la imagen de la muerte en la poesía de José Watanabe: el núcleo familiar, la individualidad y la otredad.
- La imagen de la muerte no se sobrepone al concepto de la vida, sino más bien, con una sutil ironía, libran una batalla delante de la incertidumbre ante el real destino del hombre.
- Watanabe hurga minuciosamente en toda la naturaleza y descubre en ella sensualidad y belleza.
- Laredo y la imagen de la muerte en la poesía de José Watanabe - lunes 16 de mayo de 2016