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La muerte en Edgar Allan Poe

lunes 4 de julio de 2016
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Edgar Allan Poe

Quédate silenciosamente en esa soledad que
no es abandono, —porque los espíritus de los
muertos que existieron antes que tú en la vida,
te alcanzarán y te rodearán en la muerte, —y
la sombra proyectada sobre tu cara obedecerá
a su voluntad; por lo tanto, permanece tranquilo.
Los espíritus de los muertos. E. A. Poe.

En el terreno de la literatura, se ha buscado una respuesta a la muerte y a todas sus interrogantes, dudas que se han tenido desde el comienzo de la humanidad, pero cada movimiento literario la ve de manera diferente, por lo que se obtienen muchas visiones de este tema. Un ejemplo, que contrasta mucho con la perspectiva que se explora en este ensayo, es la visión de los naturalistas, que perciben la muerte como un aspecto biológico; o los realistas, que lo ven como un suceso normal, el fruto final de la vida. En ambos casos, la muerte es real, sin exageraciones o melodramas, todo lo contrario a la visión de los románticos; para ellos la vida es un mal, así que la muerte se convierte en su aliada, trayendo paz para su alma atormentada. Sáiz dice que para Sebold lo romántico no es la muerte, sino el acto de imaginarla. También señala la importancia que tiene “el tema de las noches, de los sepulcros (…)” (Sáiz, 2005) para el romanticismo, temas que podemos encontrar en muchas —si no es que en todas— las Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe. Pietro Citati señala que estos elementos se pueden encontrar en las cartas que escribió Poe en vida: “No hay jamás un ápice de felicidad. No hay jamás una verdadera esperanza. No hay jamás un latido del corazón. Y sobre esta fúnebre desolación, aletea lo inexplicable” (Citati, 2006: 144). Estas características de Poe lo llevan a buscar respuestas: ¿qué existe más allá?, ¿lo que nos ha sostenido en vida, puede hacerlo después de la muerte, dando lugar a la reencarnación? y ¿qué pasaría si la vida y la muerte coinciden?

En este ensayo se pretende analizar algunas Narraciones extraordinarias para explorar cómo maneja Poe la muerte en ellas, lo que le provoca a los personajes y cómo reaccionan.

Poe explora el tema de la muerte de manera diferente en sus cuentos y otorga —desde la literatura— las respuestas a las preguntas que le atormentaban.  

“El pozo y el péndulo” es una narración larga que cuenta las desgracias de un hombre que vive encerrado en una habitación, mientras es torturado mentalmente con diferentes métodos, ya que cumple su sentencia de muerte impuesta por la Inquisición en la ciudad de Toledo.

A pesar de que dicha sentencia no se llega a cumplir —no hay ninguna muerte en el texto—, es un cuento en donde el personaje hace muchas reflexiones y comparaciones sobre la muerte al toparse “cara a cara” contra ella.

En la inconsciencia del protagonista, la muerte se exterioriza como un “delicioso descanso que nos espera en la tumba” (Poe, 2008:183), y a pesar de que existen lapsos de tiempo donde él pierde la razón de manera casi completa, nunca los confunde con la muerte, asegurando que aquel sentimiento no puede ser real para nadie, excepto en el mundo literario.

Una de las ideas que se presentan en este texto, y que probablemente sea de las más trascendentales, es la de la inmortalidad:

(…) por último, no todo estaba perdido. En el más profundo sueño… ¡No! En el delirio… ¡No! En el desvanecimiento… ¡No! En la muerte… ¡No! Incluso en la tumba no todo está perdido. De otro modo, no existiría la inmortalidad para el hombre (Poe, 2008:183).

En “Enterrado vivo” nos encontramos con una variable en el terror hacia la muerte que se presenta, no como el miedo a morir, sino el recelo a dormir y despertar en una tumba. Este sentimiento manipula la vida del protagonista, enfermo de catalepsia: “El enfermo permanece inmóvil e insensible aparentemente, pero se anuncian de un modo débil los latidos del corazón, mientras un resto de calor y una coloración, aunque ligera en las mejillas, indican que la vida no ha huido totalmente del cuerpo” (Poe, 2008:256), teme que lo tomen por muerto y lo entierren vivo.

Estas circunstancias llevan al protagonista a crearse ideas precisas sobre cómo debe vivir y cómo debe ser morir. Es por esto que él habla de una delgada línea que separa la vida de la muerte, tan fina que es fácil encontrarse del otro lado sin estarlo realmente, “los límites que separan la vida de la muerte permanecen siempre indeterminados, vagos y temblorosos” (Poe, 2008:250).

En las primeras obras se muestra un miedo constante a morir, pero en “Berenice” este temor no existe. El protagonista tiene una relación cercana con la muerte, irónicamente, desde el día que nació: “El recuerdo de mis primeros años está íntimamente ligado con esta sala y con sus libros (…). En ese lugar murió mi madre. En ese lugar nací yo” (Poe, 2008; 241). La cita anterior continúa mostrándonos una perspectiva diferente frente a la muerte, la reencarnación: “Pero sería ciertamente ocioso decir que no he vivido antes, o que el alma no tiene una existencia anterior. ¿Lo niega usted?” (Poe, 2008; 241-242); sin embargo, el autor no retoma esta idea, ni el protagonista explica el porqué de dicha creencia.

La catalepsia se presenta como elemento en esta narración, pero esta vez no afecta de manera directa al protagonista, él sólo es capaz de notar lo que sufre quien la padece, así como los efectos que tiene a largo plazo. En este texto, dicha enfermedad vence a la portadora, por lo que la entierran estando viva, al contrario del cuento anterior: “(…) el tono de voz se tornó pavorosamente distinto y claro cuando me habló de una tumba violada… de un cuerpo desfigurado… sin mortaja, pero que respiraba y palpitaba aún… ¡vivo todavía!” (Poe, 2008:249). A Egeo, protagonista principal, le dan la noticia de la muerte y de la violación de la tumba en la biblioteca; aquella habitación, llena de libros que vieron su nacimiento y la defunción de su madre, sigue siendo testigo de la muerte.

“El corazón delator” nos muestra una faceta diferente al resto de las obras: no se teme a la muerte. El protagonista adquiere un poder sobre la misma al ser capaz de controlarla y usarla a su favor, como solución a sus problemas.

¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre… Un ojo celeste y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre (Poe, 2008:442).

Es la única narración donde el personaje principal no se ve afectado por la muerte, no sufre ante ella o padece por no poder controlarla y es el miedo a que el corazón palpitante del asesinado lo delate, lo que pone fin a la historia.

“El retrato oval” es la narración más corta de la que se hablará en este ensayo —y probablemente el más corto de la producción de Poe—, y en ella podemos encontrar una idea muy clara, la inmortalidad, pero de una manera distinta a como se puede pensar. En el cuento se narra la aventura de dos hombres que se refugian por la noche en un castillo abandonado. Ambos, amo y criado, eligen una habitación para dormir, con decoración rica, antigua y deteriorada; donde había un gran número de pinturas que colgaban de los muros. Es uno de estos cuadros el que llama la atención de nuestro narrador, el de una joven muy hermosa; él cree, al mirarlo por primera vez, que se trata de una cabeza, de una persona que está dentro de la habitación, pero después de calmarse comprueba que es la pintura. Este hecho despierta su curiosidad y comienza a leer, en el libro que contiene las descripciones de todos los cuadros, la historia de aquella pintura: la joven fue la esposa del pintor y, celosa de que él amara más a la pintura que a ella, aceptó que la retratara. El artista se apasionó tanto en aquel trabajo, que no notó cómo su mujer comenzaba a deteriorarse con el paso de las semanas y la progresión de su trabajo. Cuando el cuadro estuvo terminado, el pintor palideció y gritó: “¡En verdad esta es la vida misma! —volvióse bruscamente para mirar a su bien amada… ¡estaba muerta!” (Poe, 2008: 279).

El relato es tan corto que no nos muestra la reacción final del protagonista ni sus conclusiones, pero podemos leer el momento de la muerte. La explicación que otorga Poe a este hecho es “(…) que los colores que extendía sobre el lienzo borrábanse de las mejillas de la que tenía sentada a su lado” (Poe, 2008: 279), dando la idea de que la vida de aquella mujer se queda atrapada en el lienzo, sin duda una muerte muy artística.

“La máscara de la muerte roja” es, probablemente, el texto que refleja una maduración más completa en cuanto al tema central de este ensayo, así como un mayor contenido de significados relacionados con la muerte, a pesar de ser uno de los primeros cuentos, de esta selección, que el autor escribió.

La muerte adquiere una identidad propia, toma el rostro de una enfermedad, una peste, que devasta a toda la comarca:

Su encarnación era la sangre (…). Se producían abundantes dolores agudos, un repentino vértigo, luego los poros rezumaban abundante sangre, y la disolución del ser. Manchas púrpuras en el cuerpo (…) segregaban a ésta de la humanidad (…). La invasión, el progreso y el resultado de la enfermedad eran cuestión de media hora (Poe, 2008:170).

El príncipe de esta región, llamado Próspero, toma precauciones y se encierra en un fuerte junto a sus amigos, fuertes, alegres y vigorosos, con el propósito de desafiar el contagio y así vencer a la muerte. Meses después, el príncipe decide hacer un baile de máscaras, como obsequio hacia los amigos que lo acompañaban en aquel encierro. El autor se esmera en hacer una descripción detallada de los salones donde este evento tiene lugar: describe siete salas que se comunican entre ellas de una manera que no es posible ver qué hay en la siguiente o en la anterior, cada una decorada con un color predominante e iluminadas sólo con la luz que entraba a través de las ventanas, gracias a algunos braseros situados detrás de éstas “que proyectaba sus rayos al través de los cristales de color e iluminaba la sala de manera deslumbrante” (Poe, 2008: 171).

Sin embargo, la habitación que llama más la atención, por ser diferente al resto, es la séptima, “(…) rigurosamente forrada de colgaduras de terciopelo negro, que revestían techo y muros y recaían en pesados pliegues sobre un tapiz de la misma tela y del mismo color (…). Los cristales eran escarlata (…)” (Poe, 2008:171). Al ser la única sala con cristal de color diferente al decorado, se tornaba siniestra y eran pocos los invitados que se atrevían a entrar a aquel lugar. Como ornamento, solamente se encontraba un reloj de ébano, que sonaba cada hora, provocando que la fiesta a su alrededor se detuviese, presa de la perturbación.

A media noche, cuando ya nadie osa a entrar en aquella negra habitación, los invitados notan la presencia de un personaje que no habían visto antes y que, el narrador afirma, toma la identidad de la Muerte Roja:

(…) envuelto en un sudario de la cabeza a los pies. La máscara (…) representaba (…) el semblante de un cadáver rígido (…). Sus vestiduras estaban manchadas de sangre, y su amplia frente, lo mismo que los rasgos de su rostro, estaban salpicados del horror escarlata (Poe, 2008: 174).

Esta presencia provoca asombro y desaprobación en los invitados, evolucionando a terror y a repugnancia; sin embargo, el príncipe Próspero se siente ofendido ante la naturaleza de, lo que él considera, es una broma, por lo que da la orden de que lo detengan y da inicio una persecución y lucha personal entre Próspero y el no-invitado; esto comienza en el cuarto azul: el color asociado con lo divino, lo verdadero y lo irreal; terminando en la habitación negra: un color que “puede significar tanto la plenitud de la vida como la total ausencia de ella” (Becker, 2001: 228), pasando por la habitación púrpura —el lujo—, la verde —la inmortalidad—, la anaranjada —la fecundidad—, la blanca —la perfección— y la violeta —el equilibrio.

Nadie consigue atrapar a aquel fantasma, por esto, al llegar a la habitación de terciopelo, no hay nadie, ni nada, que impida la muerte del príncipe: “(…) se volvió bruscamente y afrontó a quien lo perseguía. Sonó un grito agudo (…) el príncipe cayó muerto (…)” (Poe, 2008: 175). Los invitados, al ver que el príncipe estaba muerto, se precipitan hacia aquel desconocido, descubriendo que no había nada palpable debajo de la ropa y de la máscara, llenándolos de un “terror sin nombre”. Así fue cómo aceptaron la presencia de la Muerte Roja y cómo finalmente fueron vencidos por ella. En aquel fuerte no quedó nadie vivo.

En este cuento se van dando pequeñas pistas o indicios de lo que va a pasar al final, además de muchos símbolos, como los colores, que podemos encontrar; por ejemplo, está la máscara que transforma al portador en un dios o en demonio (Becker, 2001: 206) o que la presencia de la Muerte Roja sea notada a medianoche, la hora de los fantasmas y de más fácil contacto con los espíritus (Becker, 2001: 209).

En cada cuento analizado podemos encontrar —y sentir— el miedo, hacia lo desconocido, hacia lo inevitable, hacia la muerte.  

Poe nos dice que la muerte ya estaba con ellos, antes de que se dieran cuenta: “(…) tuvieron tiempo de notar la presencia de una máscara que hasta ese momento no había llamado la atención de nadie” (Poe, 2008: 173) y nos da una pista de lo que va a pasar al final de la historia cuando afirma que nadie pudo poner la mano sobre ella, que continuó su camino sin ningún obstáculo. Probablemente, la función del reloj en el cuento es marcar el tiempo que les quedaba con vida, haciendo que incluso los hombres mayores y más sensatos se preocuparan y experimentaran “sueños febriles”.

En conclusión, Poe explora el tema de la muerte de manera diferente en sus cuentos y otorga —desde la literatura— las respuestas a las preguntas que le atormentaban. En “El retrato oval” nos muestra que lo que hay en el más allá es una vida dentro de una pintura, pero no nos explica cómo vive la persona fallecida; también es posible que otorgue una respuesta al tema abierto de la reencarnación que maneja en “Berenice”. En “El pozo y el péndulo” presenta la idea de la vida y la muerte, que se relacionan con el protagonista al mismo tiempo, quizá por esto afirma la existencia de la inmortalidad. En “La máscara de la Muerte Roja”, nos muestra la muerte como una figura alegórica, no sólo como un miedo, probablemente sea el personaje protagonista de esta historia. Para personificarla retoma la figura del esqueleto utilizándola en la máscara y la complementa con el sudario y las manchas de sangre.

En cada cuento analizado podemos encontrar —y sentir— el miedo, hacia lo desconocido, hacia lo inevitable, hacia la muerte. Este sentimiento es manejado de manera diferente en cada texto, pero en todos es una emoción incontrolable. En “La máscara de la Muerte Roja”, los protagonistas creen que pueden parar a la muerte, que pueden controlarla; sin embargo, esto sólo ocurre en “El corazón delator”, donde sí existe un control sobre la muerte, pero finalmente el protagonista es vencido por un tipo diferente de miedo.

La muerte ha sido representada —no sólo en la literatura— de formas distintas conforme pasa el tiempo y las culturas evolucionan, por ejemplo, los griegos usaron la imagen de Tánatos, el hijo de la noche: un bello joven desnudo o un viejo barbudo; al final de la época grecorromana, la figura del esqueleto comienza a hacerse popular y se retoma durante el siglo XIV. Poe consigue hacer una representación propia de este proceso biológico, no un loco que le teme a los ojos, ni una enfermedad que te hace morir mientras se está dormido, ni siquiera una máscara ensangrentada, no, la representación de la muerte en los cuentos de Poe es, sencillamente, el miedo.

 

Bibliografía

  • Becker, Udo (2001): Enciclopedia de los símbolos. La guía definitiva para la interpretación de los símbolos, traducción de J. A. Bravo, México: Océano.
  • Citati, Pietro (2006): El mal absoluto. En el corazón de la novela del siglo XIX, traducción de Pilar González Rodríguez, Barcelona: Círculo de Lectores.
  • Poe, Edgar Allan (2008): Narraciones extraordinarias. Aventuras de Arturo Gordon Pym. El cuervo, prólogo de María Elvira Bermúdez. México: Porrúa, colección “Sepan cuantos…”, Nº 210.
    : “Los espíritus de los muertos”. En: Ciudad Seva.
  • Sáiz, Anabel (2005): “La muerte en la literatura. Siglos XIX y XX”. En: Arena y Cal. ISSN 1135-7441.
Tania Fernanda Camiruaga Velasco
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