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Las cuatro direcciones en la poética de Mireya Krispin

lunes 24 de mayo de 2021
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Mireya Krispin
La comunión contemplativa es una certidumbre en la obra de Mireya Krispin.

1. El pulso del espíritu

Construidas con amor cobran fuerza
las cosas visibles de la Tierra
Junto a tu piel
Mireya Krispin

De la unión del fluido o aliento vital del yang celeste con el aliento vital del yin terrestre, surge el espíritu de la montaña que se genera en montes específicos, reconocibles por su forma, y fluye hacia abajo hasta quedar contenido, retenido y asimilado en lugares conocidos con el nombre de pulso del espíritu. Lugares donde se expande y genera vivificación.

El flujo del aliento vital que los une adopta la forma de líneas de fuerza invisible que condicionan a los seres que habitan esos espacios. Los condicionan de formas que han sido llamadas por la tradición: creación y fraternidad, destrucción o agotamiento e inestabilidad o herida. Todo depende del receptor.

Hay, así, una poética de los espacios exteriores, del entorno que un ser habita y de las relaciones consigo mismo y con los otros. Quizá sea este el secreto de la poesía de Mireya Krispin (Caracas, 6 de julio de 1940). Se dice que lo que propicia creación y fraternidad fluye como agua que describe un camino ondulante y musical, como el andar cadencioso de las caderas de una mujer. No hay mejor forma de comenzar un paseo por las praderas del cielo.

Los tibetanos, su enclave y costumbres son muy queridos para nuestra autora. Tan queridos que llamó al entorno de Tabay, pueblo situado en los Andes venezolanos merideños y en cuyas montañas vive, el Tíbet de América. En el Tíbet tienen una palabra: sa ché, que significa tierra, terreno y paisaje, pero unidos a la acción de contemplarlos, examinarlos. Esa palabra nos diría algo parecido a “contemplar el paisaje de la tierra y ver su benevolencia para la acción o para el sosiego”.

En la astrología tibetana, otra palabra, karché, determina la acción de contemplar o examinar el cielo, las estrellas, los planetas y así, en esta mirada atenta, descubrir las claves recónditas del origen de cada ser y de su necesario servicio enlazado hacia los otros:

En la soledad / me reencuentro con un universo pleno de constelaciones / (…) Y la luz se dispersa por los horizontes / (…) Entonces yo en absoluta fraternidad / floto y floto en la nocturnidad / entre la luna llena y la menguante

“Entre luna llena y menguante”, del libro Lo último de mí (antología poética)

La comunión contemplativa es una certidumbre en la obra de Mireya. No es sospechosa de desmesura, circunscrita a tanta belleza, a lo femenino de esa belleza, que suscita en el alma un reencuentro con algo receptivo y fecundo, pero que siempre guarda un canon del núcleo, del centro. Una forma ancestral de encontrar la vía del arte, la vía de vivir los propios espacios desde el arte. Una lección de vida por elección:

…si quieres ver más allá
súbete alto / y / observa la naturaleza
Es parca / no se excede /
su energía nos permite
recoger en nuestro centro medular
sus fuerzas ancestrales.
Todo cambia continuamente / mas hay que identificarse con ella
para encontrar la permanencia.

La salvación del planeta y de nosotros está en el Arte y en el Amor /
ambos se dan espontáneamente /
y son esenciales sin ellos saberlo

… / Y con esta lección / tendrás… /
sin título / la carrera que te pondrá
en relación con lo divino.

“Lección de vida” (inédito)

 

2. La escuela de la brújula

Se dice en el tao: la instrucción acrecienta en conocimientos, pero el tao los disminuye, los abaja y actúa callando.

Con los talentos y los ingenios vinieron las grandes falsedades, nos dice. Mirar lo sencillo y natural y abrazar el tronco no trozado. Reducir egoísmo y disminuir ambición:

Las praderas no me pertenecen
siempre estuvieron allí
transitadas por nuestros antepasados
un día las presentí desde el borde del
camino y el azar me hizo habitarlas

“Las praderas no me pertenecen”, del libro Lo último de mí (antología poética)

Al conversar con Mireya Krispin se comunica su necesidad de desaprender, de no prestarle mucha atención sino a la vida. A la vida centrada en el arte: la música, poesía, la amistad, la risa y el acogimiento, tal Aspasia, la que a todos acogía. Todo es romo si no pasa por el pacificador camino del pecho. Del disfrute calmo o apasionado, siempre vibrante; de lo acústico y lo óptico surge la conciencia del entorno amoroso, porque muchos no oyen ni ven la belleza constante que nos circunda. Se ha perdido mucho al perder la belleza.

El arte de vivir, podría decirse, en Tabay, lugar sentido por la poeta como “el corazón de la Tierra”, obedece a una orientación. Un oriente iluminador. Su órgano de conocimiento es el corazón. Es la sabiduría y el conocimiento femeninos que provienen del corazón, ya que en la sociedad contemporánea el conocimiento quiere ser impuesto desde el exterior, obligado, escolarizado, por autoridades externas que remplacen el conocimiento interior.

Todos podemos sentir lo que nuestra alma pide que hagamos, podemos escucharla o distraernos. Podemos cerrar los ojos al sentido de la contemplación o podemos escoger la poesía, su camino:

Fluye la transparencia interior
confundo las piedras con la tierra
proclamo la verdad en el acto poético.

“Acto poético”, de Recóndita clave originaria

La poesía de Mireya Krispin nos lleva a conocer, hasta en sus poemas eróticos, el arquetipo de Deméter: generosa, labradora, sembradora, cultivando siempre en el otro alguna parcela de su corporeidad, esa fuerza cohesiva, modeladora, que plasma en sensualidad los cuerpos-tierra dándoles una resonancia pura, espiritual, porque el bien está por encima de todos, todos los seres. Así se dice que es el amor divino: deseoso de hacer el bien:

Me atavié de labrador
y cavé sepultura en tu costilla
aferrada me hice trigo
heno
uno

(…)

Te encontré deshabitado
engendré una flor en cada huerto.
Navegué el río de tus piernas
recogiendo el fruto de la siembra.

Nardos, jazmines, rosas y magnolias
anudé el ramo y perfumé tu bosque

(…)

Te inventé como un árbol en mi pradera
bajo mi sombra te acaricié
te cuidé como un rebaño de corderos.

Me alumbré en tu cuerpo
retoño de luz y te hice cosa mía
memoria en mi memoria
acto de amor
primera comunión
como en aquellos tiempos

(De Almendra voluptuosa)

Para esta espiritualidad amante de sencillez infantil, pocas veces queda su petición sin efectos. El espacio interior de sus historias de amor, eso que permite que el agua sea convertida en vino, el alma concedida a su relato en el poema, sus matices, tiempos en la escenografía cósmica, esas referencias que enriquecen la textura del encuentro de los amantes, como en los libros de amor orientales: flamas, flores, incienso, almendras, telas… sabores y aromas de cada cuerpo… la fina gasa sutil a los sentidos que envuelve sus poemas y es uno de los mayores deleites para quien los lee:

Añoré el instante en el Templo
donde te hablé del Ser y lo remoto.
Te siento pasado
descalza recorreré de nuevo
el camino y desde los pies sentiré
el olor del centro de tu pecho.

“En pos de ti” (de Almendra voluptuosa)

Los pies de esta escritora han transitado también caminos más crudos y turbulentos. Momentos de su devenir más acres, más fieros, con otra voz. Sin embargo, su temple la lleva siempre a recobrar la nota guía que el primer violín de la orquesta deja en el aire, para recordarnos la afinación en el extravío.

 

3. La casa de cristal

También las casas son cuerpos vivos. Las casas son algo más que una protección estática para quienes las habitan. Estructuras peculiares que dan cobijo a los espacios interiores de los seres que las animan, habitables para unas energías precisas, cerraduras para llaves sin réplicas.

Desde hace más de veinte años disfruta mi corazón de la luz que penetra por las paredes cristalinas de la casa de Mireya. Casa pintada —desde siempre— de femenino color rosa. Un color amoroso. En esa casa recuerdo vivencias tan diversas como las hojas del libro de la vida: matrimonio en su pequeña capilla, juegos de niñas con sombreros. Pasiones. Amigas y amigos compartiendo el toque de amargo de Angostura de los tragos —los muy antiguos— de esa casa. Noches largas de filosofía. Ensayos, lecturas, confidencias, penas y risas. Voces de seres fraternos que ya no están. Otros, que llegan ahora con lluvia de primavera en los cabellos. Los limones más amarillos, como los que decía Lorca que tirados al agua la iban poniendo de oro. Las aguas de un pozo, tan heladas que dejaban sin respiración. Los últimos rayos de sol del año —del último día del año— metidos en una copa de vino blanco. Y la música… la sagrada, la divina, la que todo lo sabe unir en armonía.

Mireya ha contado cómo fue construyendo esa casa. El traslado de arena, piedras, maderas, cañas, desde el río, en su carro. Un viaje y otro y las manos adoloridas por el trabajo rudo con los materiales. Su crecimiento lento: un ala, otra ala… como un pájaro. Un salón, otro después, como quien abre puertas poco a poco, con prudencia, para que se asienten los espacios y sus misterios en las pupilas, porque las aves van haciendo sus nidos en los lugares y tiempos propicios, con la paciencia de un san Francisco.

Ella lo ha dicho: “Construidas con amor cobran fuerza las cosas visibles de la tierra”.

Amén, Amén. Amén, que así lo quiso el cielo.

Imposible inventarse un espacio que no esté atado al cosmos. Los demás están trillados; rompen con la palabra cierta, son escombros.

 

4. Las galerías

“El tránsito por las galerías, lo que las galerías significan para mí, es el descenso a la soledad, a mi soledad, pero no desolada, sino plena”. Eso me dijo Mireya Krispin al conversar sobre este elemento que se ha incorporado en su poesía más reciente.

Quizá sea una forma de caminar hacia adentro, un trayecto solitario, pero no estéril. Quizá estas galerías están en el lado claro del corazón. Del lado del compromiso y el vínculo con el sí mismo. Van encendiéndose las lámparas de aceite que esperan por el amado del alma en estas galerías.

No son luces de alumbrado, más bien de balizaje. De algo escrito en letra pequeña, confesional. Tan pequeña que se parece al silencio:

Me guardo en mi propio refugio
y hago silencio
Me interno
me observo
descendiendo a los abismos
bajo a mis galerías

Me siento satisfecha espiritualmente
seca en amores
esos que tienen que ver con el cuerpo
El mío dispuesto a disfrutar
plenamente lleno de todas las vidas
esas que se fraguan
en la inmensidad del universo
Camino sobre mí
disfruto todos mis espacios
vivo intensamente mi cuerpo vital
pleno de luz y de cambios

Los recuerdos fortalecen la memoria de mi universo que se desborda en el azul oculto de mi ser

Camino apoyada en las tablas firmes
de mi pensamiento
que me impulsa a ser siempre
Yo

Y con fuerza vital
moverme
saltar
y decir locuazmente
Soy

Soy ese ser que aparentemente nunca
tuvo nada
y se lo construyó todo
de acuerdo a su temple y a su tiempo
Ese que cada quien trae consigo en la
memoria
en la ancestralidad
y los caminos que hay que transitar

Sentir y vivir
la universalidad del tiempo y el espacio
sin formas que te impidan salta al infinito
Te conectas con lo Divino
Cómo saber que estás y que existes

Hay un camino
una sola ruta
Él conmigo
Y yo con Él.

“El silencio”, de En mi propio silencio (Obra poética)

María Ysabel Novillo
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