
El título de este trabajo hace referencia a la entrevista que Manuel Scorza concedió a Roland Forgues: “Entre la esperanza y el desencanto”.
América,
no puedo escribir tu nombre sin morirme.
Aunque aprendí de niño,
no me salen derechos los renglones;
a cada sílaba tropiezo con cadáveres,
detrás de cada letra encuentro un hombre ardiendo,
y no puedo ni cerrar la a
porque alguien grita como si se quedara dentro.1
La muerte dejó truncada la posibilidad de Manuel Scorza (Lima, 1928; Madrid, 1983) de presentar a sus lectores un ciclo de obras titulado El fuego y la ceniza así como una novela denominada El verdadero descubrimiento de Europa, que narraría una inversión del proceso colonial americano, pues un viajero partiendo desde Huancayo (zona de los andes centrales del Perú) haría la ruta de Colón en un anverso de su travesía a la India. Esta especie de ucronía americana y andina culminaría con el descubrimiento del viejo continente. Es a partir de esta promesa de obra, la cual dialoga con otra promesa que nos hace Scorza en sus poemas y novelas, la noción de nuevo hombre americano, que quiero iniciar este texto a manera de reflexión y homenaje a uno de los intelectuales y artistas peruanos más comprometidos, críticos y lúcidos que el siglo XX nos entregó.
La obra de Scorza, como veremos, guarda como eje transversal un dualismo permanente y vital que da cuenta de un desencuentro agónico entre amor y revolución, entre vida y muerte como fuerzas que se contraponen. Esta pugna supone la anulación de una de estas potencias, además en su afán por interrogar a la historia, al arte y a la literatura, el autor de Redoble por Rancas (1970) expuso que la revolución y el amor son las dos opciones en las que el intelectual, tanto de su querido Perú como de Hispanoamérica, ha transitado. Este devenir supone una pregunta por el compromiso en la literatura, lo cual Scorza debate en sus obras sin encontrar una respuesta definitiva pero sí cuestionamientos múltiples que comparte con quienes le hemos leído.
En una entrevista televisiva que brinda el año 1977 a Joaquín Soler Serrano en su programa A Fondo, Scorza ensaya una tentativa de respuesta que atañe a las condiciones adversas que han sufrido históricamente las minorías en América. Su diagnóstico sobre la corrupción en el Perú resulta crucial para entender las temáticas que desarrolla en sus libros, su compromiso humanista así como la visión crítica que sostuvo ante la realidad, dando tribuna y voz a los silenciados y excluidos por la historia oficial (actitud que mantiene una vigencia y urgencia avasalladoras).
Para Scorza la sociedad peruana se ha autocondenado a una muerte en vida al arrastrar a gran parte de las poblaciones que considera marginales como despojos sin derechos, sin voz y sin futuro.
Manuel Scorza sin tapujos alude en su comentario a la esclavitud y postergación que el sector más acomodado y criollo del Perú sistematizó con respecto a las comunidades indígenas; esto se puede extender a otras minorías. La analogía que establece remite a una tortura china que consiste en atar un muerto a un hombre; esta práctica barbárica termina por enloquecer y enajenar al sujeto, que arrastra un cadáver cual homúnculo. Para Scorza la sociedad peruana se ha autocondenado a una muerte en vida al arrastrar a gran parte de las poblaciones que considera marginales como despojos sin derechos, sin voz y sin futuro. Esta reflexión es significativa para la concepción que Scorza guarda sobre la literatura, pues la pugna vital y el drama que enfrentamos todavía en el continente, si pensamos en los millones de postergados y la violencia que nos azota, no puede dejar a un lado el campo cultural, su actuar y la revisión del medio en que nos desempeñamos y en el cual los intelectuales muchas veces se confinan a un rol contemplativo, de autocensura o cómoda concomitancia con el poder de turno, a fin de medrar.
Scorza no presenta esta crítica de manera panfletaria y tampoco de modo recursivo y adoctrinador, sino que busca la reflexión del lector, exponer la realidad desnuda y sin direccionamientos a fin de que cada uno de nosotros, como cointérpretes de lo que observamos, tome una posición, actúe en concordancia con la realidad como agentes críticos. Vaca Sagrada, personaje de su novela La danza inmóvil (1983), resulta paradigmático para graficar una repasada al rol del intelectual latinoamericano. El personaje hace honor a su nombre, pues se trata de un promotor de libros que representa a la cúpula elitista y cerrada del mundo editorial. Su actuar se sustenta en el mercado y sus leyes, por eso no es menor la mención que en la cita hace a las preferencias de los lectores, condicionada por los medios.
Hablar de política en un libro es como disparar un pistoletazo en medio de un concierto. Todos conocemos la famosa frase de Stendhal, n’est pas? Hoy es más vigente que nunca. El arte al servicio de la política degenera en propaganda. La obra de arte es un fin en sí, no puede ser de ninguna manera un puente (…), las encuestas son claras (…). Hoy el público rechaza las obras literarias contaminadas de política (Scorza, Danza 232).
Scorza fue un gran editor continental, un visionario con respecto al rol de los libros en la sociedad, y en este ámbito no fue sólo un teórico, sino también un promotor y gestor de editoriales que revolucionaron la industria del libro en América. En 1886, José Martí le escribe a Manuel Mercado y le dice: “Tengo el pensamiento de hacerme editor de libros baratos y útiles” (Martí 95). Scorza llevó a la práctica ese deseo, tanto en el Perú como en Venezuela, Colombia y Cuba. A través de los Festivales del Libro2 Scorza genera en Perú tirajes de diez mil ejemplares, los cuales se vendían en plazas públicas a precios populares. Estas ediciones estaban dedicadas a autores esenciales desde el Inca Garcilaso a César Vallejo, Las tradiciones peruanas (1872) de Ricardo Palma y la obra de Manuel González Prada. Luego vendrían los Populibros, los cuales dieron a conocer a nuevas voces como Oswaldo Reynoso, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y Enrique Congrains, entre otros. Las ediciones del Festival del Libro eran prologadas por intelectuales de peso como Sebastián Salazar Bondy, Estuardo Núñez o Manuel Mujica Gallo; el libro además iba acompañado en sus presentaciones de un diálogo con el autor y el inicio de nutridas campañas de prensa. Luego vendría la Organización Continental de los Festivales del Libro, Orcofeli, que reuniría a Carpentier, Uslar Pietri, Teresa de la Parra y muchos más. En la tradición editorial del libro en nuestro continente, esta empresa puede contarse entre las grandes iniciativas por generar un acceso digno e igualitario al conocimiento y las artes.
Estas dicotomías contrapuestas se encarnan en los espacios que recorren las obras de Scorza.
Scorza por tanto contaba con un conocimiento acabado de la industria del libro y sus obstáculos; por eso, su personaje Vaca Sagrada no es una mera caricatura o pastiche, es un elemento que sirve para reflexionar metatextualmente sobre el propio oficio, no sólo a nivel creativo sino también en el ámbito contractual y económico, evidenciando cómo el arte y cultura, devenidos en industria de entretenimiento y espectáculo, afectan a la sociedad acentuando jerarquizaciones en la ciudadanía, sobre todo en los espacios a los cuales se les niega el conocimiento o se les condiciona con programas hechos a la medida, pues son zonas condenadas por la explotación de la industria y la fábrica de mano de obra barata. Para conocer más del pensamiento político del autor es recomendable revisar su poesía y el extenso trabajo ensayístico que realizó en torno a Bolivia; también es valiosa su separación del Apra y su crítica al partido a través de la carta que escribe a Haya de la Torre, titulada Good Bye Mister Haya, además del diálogo que emprende con la obra de Juan Carlos Mariátegui en torno al antiimperialismo y la situación de la población indígena en Suramérica.
Estas dicotomías contrapuestas se encarnan en los espacios que sus obras recorren; en La danza inmóvil será la ciudad de la luz, París, frente a nuestro continente representado por la Selva Peruana, espacio abigarrado e inhóspito que nos comunica con la barbarie, lo incivilizado bajo la mirada occidentalizada y reduccionista de la urbe y sus líderes. Esta obra en particular sienta un poderoso nexo con La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, pero como es usual en Scorza se introduce una duda que pone en tela de juicio los absolutos del pensamiento decimonónico y el proyecto modernista en crisis. El personaje Vaca Sagrada señala burlesco:
Se los tragó la selva —cortó Vaca Sagrada, citando malvadamente el célebre final de La vorágine, con la cual los novelistas urbanos pretenden sepultar sin apelación otras novelas en América Latina (Scorza, Danza 17).
En el pasaje vemos la tensión entre el tópico propuesto por la novela sobre el caucho, agotado por la trivialización de lo documental y movimientos como el mundonovismo y el indigenismo frente a otra vertiente creativa, la novela urbana. Esta dualidad expuesta en la novela es un reflejo crítico a la oposición entre escritura cosmopolita y la literatura telúrica o provincial, que en los sesenta alborotó el medio cultural continental a partir de la polémica entre Julio Cortázar y José María Arguedas. En esta polarización subyace la dualidad vida y muerte, amor y revolución: la urbe parisina será la exaltación vitalista, el arte, el amor, y la selva será acción, muerte y revolución. Scorza aborda este vaivén en el cual transita la cultura continental no de forma maniquea, sino dando cuenta de binomios artificiales y excluyentes entre los cuales se desenvuelven el arte, la intelectualidad, la sociedad y el actuar del hombre moderno. Vaca Sagrada es un diletante, un eurocentrista que delata el bastardaje cultural y, tal como revela su nombre, es intocable, y por eso se siente libre para pontificar desde un palco seguro sobre verdades que se consagran como universales e inamovibles. Para Scorza este personaje representa un polo, un extremo que se instala en la finca segura de aquel cuyo discurso actúa como reflejo del poder y sus beneficios. Scorza, lejos de condenar, ironiza, y con esa técnica lo que busca es poner en crisis la retórica vacía del autoritarismo, pues mientras algunos como Vaca Sagrada pontifican un arte desentendido de compromisos o contaminado de realidad, tenemos en el otro extremo a hombres arrojados con pasión a la muerte y que hacen de su vida un arte de la lucha.
La literatura de Scorza retrata a hombres y naciones invisibilizadas. El mismo autor señala que sus libros son una sucesión narrativa de derrotas, dramas humanos, no de campesinos, pues hay que liberar el arte de las taxonomías reduccionistas que podrían condenar su obra a lo documental o al estigma de obra comprometida o panfleto. Scorza dice atender a estas historias agrarias por su épica, por la condición fatal de vencidos que tienen estos pueblos, pues los hombres y mujeres de su pentagonía mueren puros, no tienen tiempo de corromperse. Esta fascinación que Scorza siente por hombres ejemplares como Agapito Robles o mujeres como Maca Albornoz, radica en que son seres extraordinarios, capaces de brillar y ser iluminadores en su grandeza trágica. Por eso cuando la crítica y la prensa interrogaba a Scorza respecto a sus ficciones, acusándolo de terminar sus novelas siempre con masacres y genocidios de una comunidad, él respondía certero, no soy yo el que termina así estas gestas, es la historia de la humanidad, la realidad la que provoca esas puestas en escena que juzgamos con distancia como crueles y hórridas. Scorza en esa medida cumple el rol del sujeto que testimonia dando voz al mudo, al relegado, al que ha sido silenciado. En su poesía, el hablante se duele por ser mensajero de estos momentos y se desgarra apelando a los intelectuales.
¡Cuando veo la cara de este pueblo
hasta la vida me queda grande!
¡Pobre América!
En vano los poetas
deshojan ruiseñores.
No verán tu rostro mientras no se atrevan
a llamarte por tu nombre, ¡América mendiga,
América de los encarcelados,
América de los perseguidos,
América de los parientes pobres!
¡Nadie te verá si no deshacen
este nudo que tengo en la garganta! (Scorza, Poética 23-24).
Scorza, ya señalé, no es un espíritu maniqueo, intenta convertir la tragedia en un símbolo luminoso y en esa medida ingresa con honestidad a la mentalidad andina y a su carácter festivo y carnavalesco que confronta la tragedia y el dolor con algarabía y esperanza. Agapito, ante una masacre más de su comunidad, danza con delirio como un trompo de colores invadiendo la realidad con un movimiento y furor que amalgama la rebeldía pero también el ansia de no ceder ante el horror. Scorza recrea con un habla poética este episodio que un comunero le relató, y da cuenta de cómo la danza de Agapito se torna con estrépito una fuerza informe la cual arde y con una furia casi erótica quema todo, deshace la realidad, incendia el lago, las casas, destruye todo, perros, caballos, el pueblo y la opresión. Scorza aboga en esa medida por un contacto con lo atópico, ese devenir inesperado que nos provoca desconcierto y funciona, como dice Gadamer, cual punto de inicio para el diálogo, para la reflexión, y móvil de nuestras ideas: “El esfuerzo de comprensión empieza así cuando alguien encuentra algo que le resulta extraño, provocador, desorientador” (182). Para Scorza el intelectual debe actuar como catalizador, como una conciencia alerta ante las manipulaciones que eluden el problema social. Por eso en La danza inmóvil opone a los dichos de Vaca Sagrada otra voz que nos dice: “Cervantes fue un revolucionario en el pensamiento y la forma. Y lo son Vallejo y Bertolt Brecht (…). No hay libros revolucionarios o conservadores: hay libros eximios y libros mediocres” (Scorza, Danza 239).
Scorza, ante la pregunta de si la literatura de América es o no delirante, señala que más bien la historia es excesiva.
En esa medida Scorza estima que la novela debe probar su historicidad; señala en entrevistas que la novela es una máquina de soñar, y en esa posibilidad de reajuste que hace de la realidad radica la diferencia entre información y pensamiento imaginativo. Además agrega que la novela en nuestro continente es un gran tribunal donde se presentan las causas perdidas. Scorza, ante la pregunta de si la literatura de América es o no delirante, señala que más bien la historia es excesiva. El autor comenta en un diálogo con la prensa, respecto al misterioso caso del infarto colectivo que relata en Redobles por Rancas: “Las autoridades confirmaron que Espíritu Félix y sus catorce compañeros habían sido fulminados por un ‘infarto colectivo’ (…). El doctor Montenegro confirmó que los débiles corazones de los caballerangos no resistieron las alturas del poder” (Scorza, Obras 117). Al respecto agrega que este hecho, como muchos otros en su obra, son tomados de la realidad, por tanto cuando un tribunal de justicia declara como verosímil un infarto colectivo, cuando en verdad se trató del envenenamiento de una comunidad postergada, nos queda claro que el delirio está en el mundo extratextual. También podemos remitirnos en este sentido al cerco que instala la compañía Cerro de Pasco Corporation y que se presenta como una fuerza implacable que avanza tragando todo como una plaga: “Devoraba tierras, masticaba lagunas, comía cerros” (Scorza, Obras 76). Scorza señala que el planeta indio se encuentra escamoteado de la historia oficial, pues el devenir de estas comunidades no se cuenta, ya que los indios en el imaginario del mestizaje y el mundo criollo no hablan. Scorza quiere representar el coraje, la épica y silenciosa guerra de las comunidades indígenas contra las multinacionales que un día cualquiera, en una construcción literaria de ribetes kafkianos, deja circular libre un cerco devastador que se apropia y expropia los recursos y hábitat de una comunidad.
Este cerco ante el cual el hombre andino se rebela, dice Scorza, pretendió abarcar un millón de hectáreas y era un cerco sin razón, inexplicable no por razones mitológicas, sino por su origen y autoridad que subyace en la corrupción y la complicidad entre un Estado y un capital que no responden a las querellas ciudadanas, por eso en América cuando las causas se pierden totalmente, nos dice el peruano, podemos apelar a la literatura. Lo que no puede juzgarse en nuestros países hispanoamericanos lo hacemos en la literatura. Gracias a los libros abrimos el expediente, interrogamos la realidad, he ahí la importancia del arte, es la última instancia, pero es una instancia cruzada por la técnica, por un lenguaje creativo y revolucionario como el de Cervantes, en que se cruzan historias de caminos posibles y paralelos. Por un lado el camino de la vida, cuando se abandona la revolución por amor, y el camino de la muerte cuando se actúa a la inversa y el amor se sacrifica en pos del desinteresado compromiso con el otro y un mañana libre. En esta agonía, que para Scorza tampoco es una elección entre blanco y negro, se ponen a prueba los compromisos; no hay certeza en sus obras, sino búsqueda perpetua, el hombre encarna esa lucha. Por eso para Scorza esta dualidad también está en el amor, en cómo los seres se funden en un encuentro: “La nos miré. Me nos miró” (Scorza, Danza 88), por eso el amor y el erotismo son otra manera de hacer la revolución y enfrentar la muerte. “En el lecho nuestros cuerpos se miraron como dos ejércitos” (Scorza, Danza 57).
La propuesta de Scorza aboga, como dije al comienzo del texto, por un hombre nuevo que comprenderá que “el amor y la felicidad son los hechos realmente subversivos. Pero ese hombre no ha nacido (…). El acto verdaderamente revolucionario no es morir, es vivir” (Scorza, Danza 178). En las obras de Scorza existe una apelación al lector a través de sus personajes, pues esta promesa del nuevo hombre por nacer, por reinventarse, es una búsqueda de lucha vital que se opone a la retórica del poder y de la milicia que ha desgastado el compromiso del sujeto con su realidad, con los otros. La colectividad y el pensamiento uniforme es abolido para que el individuo se reconstruya: “Yo quería existir y tener nombre y apellido. Me negaba a seguir siendo una sombra clandestina, a luchar entre sombras contra la sombra. Rehusaba ser hoy Santiago, mañana Ángel, luego José Carlos, después quién sabe qué” (Scorza, Danza 162).
Referencias bibliográficas
- Gadamer, Hans-Georg, “Lenguaje y comprensión” y “¿Hasta qué punto el lenguaje performa el pensamiento?”, en Verdad y método II; traducción de Manuel Olasagasti; España, Ediciones Sígueme, 1998, pp. 181-195.
- Martí, José, Cartas de amistad, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2003.
- Scorza, Manuel, La danza inmóvil, Barcelona, Plaza y Janés, 1983.
—, Obras completas, vol. 1. Obra poética, México. Siglo XXI, 1990.
—, Obras completas, vol. 2. Redoble por Rancas, México, Siglo XXI, 1991.
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Notas
- El epígrafe pertenece a “América, no puedo escribir tu nombre sin morirme”: este texto y la poesía de Manuel Scorza pueden encontrarla en la edición que Siglo XXI publicó, recopilando la obra poética del autor.
- Para conocer más de la labor editorial de Scorza, revisar el texto “Manuel Scorza y la internacionalización del mercado literario latinoamericano: del patronato del libro peruano a la organización continental de los festivales del libro (1956-1960)”, publicado por Dunia Gras en 2001 en la Revista Iberoamericana Vol. LXVII, Núm. 197, pp. 741-754.