Poema de los silencios
Jaime Encinas-Peñaranda
I. Silencios en primavera
Rocío y diamantes
Claridad, sonrisa
Un aire divino alegra la tierra
vida, color y harmonía brotan de su seno
su leve perfume esparce en los campos
fragancias de flores de pétalos tersos
que guardan misterios
Bajo la caricia tibia de la brisa
desgrana el rocío diamantes que tiemblan
con hálito húmedo en la hora del alba
Pálidas crisálidas son ya mariposas
mariposas bellas de aleteos leves
Gráciles gacelas salen de los bosques
otean lejanías
saltan sorprendidas —sueñan...
cual vírgenes tímidas estrujando flores
contra sus corpiños de raso y de seda
Se visten de fiesta sobre el lienzo verde
el arroyo alegre con el agua clara
la montaña altiva con su testa de nieve
los campos de trigo y los limoneros
con el núbil beso del sol y la luna
El mar majestuoso
los mágicos bosques
los cielos azules
en la hora temprana que corre sin prisa
Rocío y diamantes
Claridad, sonrisa
II. Silencios en verano
Del bochorno y las sombras
que pueblan el río emerge la ninfa
del cuerpo lascivo.
A su paso se agitan inquietas las aguas
Rubor y lujuria danzan y se esconden
en sus labios trémulos. Se enciende
en sus muslos y brilla la tarde
Gotas de agua dulce tiemblan en sus senos
su leve caricia excita los faunos
que atisban de lejos
Cerca, en la floresta, el vaho en el aire
pone un beso húmedo en la fruta madura
con hebras de oro —despierta la hoguera
y se tiñe de sangre
Los faunos se irritan, sus fauces feroces
expresan tormento mientras quedo el viento
llora un miserere sobre la piel tibia
En la selva indolente
el atávico sabor de la carne
impregna el follaje
Cubiertos los senos con blonda guedeja
seria y pensativa la ninfa del cuerpo lascivo
descansa apoyada sobre el Tamarindo
deshojando pétalos de amarillas flores
en lánguida espera
III. Silencios en otoño
Sobre el mar en calma
de extraños recuerdos se llena la tarde
se adivinan lejos en celajes rojos
rumores de antaño que esparce la brisa
la espiga de trigo
la hora pensativa
la dulce sonrisa
Tenues puntos blancos sobre el azul terso
reflejan el paso de gaviotas grises
de aleteos leves como las caricias
en su vuelo etéreo hacia el infinito
En la tarde mustia
bajo el árbol viejo de ramas desnudas
las hojas se doran con áurea caricia
del día que muere en suelo cubierto
por hojas ya muertas.
A la lumbre clara de horas pensativas
adioses extraños agitan entrañas
de dioses ceñudos que buscan espigas
con tallos esbeltos en la selva mágica.
Evocan nostalgias
—el cielo que besa los campos desiertos
el trigo maduro
el polvo de oro que alumbra la fronda
las gaviotas grises
el azul inmenso.
IV. Silencios en invierno
Tiempo azul incoloro
se doblan las ramas de árboles grises
tiemblan en adioses las últimas hojas
amigas del viento
con el soplo áspero se ha ido la hojarasca
del estío de oro.
el rumor de hojas se ha ido
se han ido los pájaros
su trinar alegre es sólo recuerdo
claridades nuevas habitan el bosque
Sobre la corteza de los abedules nívea la belleza
viene desde lejos oculta y lejana a los ojos legos
Tiempo azul incoloro
el dosel de plata sobre el riachuelo
con aguas dormidas
refleja extrañas estrellas lejanas
en las noches claras de pálidas luces
y cálices fríos
Tiempo azul incoloro
la lágrima triste tornándose prisma
muestra los caminos hacia el infinito
transparente y lúcida
con brillos extraños
su mensaje yerto sobre el árbol viejo
dobla más sus ramas cargadas de nieve
en la ceremonia circular del tiempo
Debajo del hielo sobre el riachuelo
los peces de plata en danzas vivaces
tejen abalorios de tenues burbujas
bellos y fugaces.
Tiempo azul incoloro