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Variaciones nabokovianas (abril 23, 1899-1999)
En abril 23 del presente año —la misma fecha de Shakespeare y el mismo año de Borges y de Hemingway— se cumple el centenario del nacimiento de Vladimir Nabokov. Hasta su muerte en 1977, Nabokov fue reconocido principalmente como el autor de la sensacional novela Lolita, la cual fue llevada al cine por Stanley Kubrick con un éxito enorme en Estados Unidos y Europa. Por ese entonces Nabokov ya había escrito otras novelas, cuentos y poemas (unos textos en ruso, otros en inglés), y sus conferencias de crítica literaria en las que se ocupa no solamente de los rusos más famosos, sino también de Joyce, Proust y otros en las universidades de Wellessey y Cornell. Con el paso de los años, la narrativa de Nabokov lo acredita como uno de los mejores de este siglo, al lado de Beckett y de Borges. Sólo que, por razón de la novela llevada al cine, se lo conoce más por su tratamiento de la paidofilia —la misma que le atribuyen a Lewis Carroll— lo cual hace olvidar la otra importante narrativa de este escritor ruso.
Como el cine le trajera fortuna (el guión había sido escrito por el propio autor a solicitud del director de cine), Nabokov escribió otras novelas principales —Ada y Pálido fuego— en Suiza, el ultimo país que había escogido como su residencia después de Rusia, Inglaterra y Estados Unidos. Aparte de Lolita, estas dos historias han sido la fuente de numerosas monografías, artículos, interpretaciones y reseñas en todo el mundo. Existe ahora mismo la Sociedad Nabokov y la revista The Nabokovian, que se publica desde 1978 con ensayos acerca de la obra del autor. Este año la Universidad de Cornell realizará por tres días el Nabokov Centenary Festival en el cual participarán escritores de todo el mundo: se mostrará una placa de mármol en el salón de clase que ocupara por mucho tiempo, se darán recitales de poesía y se leerán reseñas de sus libros, e incluso la representación de una obra teatral basada en la correspondencia de Nabokov con el crítico literario inglés Edmund Wilson. (Extrañamente sólo hasta julio de 1986, en el tiempo que ya era un escritor reconocido en todo el mundo, los soviéticos aceptaron a Nabokov como de los suyos, cuando uno de los órganos oficiales del Partido anunció que "había llegado la hora de devolver a Vladimir Nabokov a nuestros lectores"). Al morir en Montreaux en 1977, Nabokov dejó una extensa producción que ha venido siendo publicada por su único hijo, Dmitri, y sus numerosos seguidores: en poco tiempo la leyenda de su prolífica y penetrante narrativa ha crecido como espuma en todas partes y Nabokov es célebre como uno de los más admirados novelistas del siglo XX. Editorial Labor sólo hizo la primera traducción al español de Nabokov en 1958 (Trece relatos).
Vladimir Nabokov (1899-1977) nació en San Petersburgo en el seno de una acomodada familia aristocrática. En 1919, a causa de la revolución rusa, abandonó su país, estudió en Cambridge, luego se instaló en Berlín entre 1923 y 1937, donde escribió sus primeras novelas (una de ellas con el nombre de Mary, o Mashenka) con el seudónimo de Sirin; finalmente se hizo ciudadano norteamericano y allí pasó veinte años antes de regresar a Europa nuevamente. Desde mayo de 1940, cuando llegó a Estados Unidos, fue profesor de literatura en varias universidades como Wellesley y Cornell, donde dictó los famosos cursos sobre literatura rusa y novelística moderna que le dieron una fama adicional de crítico literario hasta ser invitado por Harvard a repetir el éxito de sus lecciones en este campo. De 1948 a 1959 fue un período muy productivo en la vida literaria de Nabokov pues no sólo hizo la enorme traducción al inglés de Pushkin (4 volúmenes de 500 páginas cada uno de Eugenio Oneguin), sino que también escribió Lolita, Pnin y Habla, memoria, entre otras. En 1960, después del éxito de Lolita, se fue a vivir a Montreaux (Suiza) donde murió en 1977 al lado de Dmitri, su único hijo y de Vera, su esposa judía, quien había sido su asistente, secretaria, mecanógrafa y musa en varias ocasiones. Extraordinario estilista, fue además el traductor al ruso de Alicia en el País de las Maravillas. Dramaturgo, poeta, crítico y novelista, fue además un especialista en mariposas —su verdadera pasión— y varias especies cazadas por él llevaron su nombre en latín.
Como diría José Emilio Pacheco, al morir un escritor anteriormente ingresaba en lo que se llamaba "el purgatorio": si su obra tenía fuerza e inspiración para lecturas diferentes entraba al "paraíso" donde para siempre —los críticos y los lectores— "entornarían su alabanza". La llegada de Nabokov a Estados Unidos no venía precedida por nada especial. Estaba en el simple purgatorio. Se conocían algunas de sus novelas escritas en ruso y se difundieron los éxitos primigenios de ellas. Pero desde su llegada se vio su talento y se adivinó la clase de independencia literaria que habría de acompañarlo siempre, al negarse repetidas veces a admitir sus influencias, y su negativa de participar en cualquier club o movimiento político. Esa actitud lo acompañaría toda la vida, en especial cuando los periodistas empezaban a reclamarle una posición frente a la Unión Soviética, la tierra de sus mayores.
Dentro del concepto de trabajador intelectual, es preciso ubicar a Nabokov en una dimensión poco común —tal vez sólo Lawrence Durrell lo igualaba. En tanto que la escritura fluida y sencilla de García Márquez y de Saramago les hizo cosechar la aceptación de miles de lectores (y de paso ganar el Nobel), la escritura prolija, metafórica y a menudo irónica y llena de detalles de Nabokov no le ganó muchos adeptos, sobre todo al comienzo de su carrera. Es muy conocido su método para escribir: en fichas iba acumulando datos, frases, recuerdos, nombres de cosas y de lugares, pensamientos de otros, y con todo este material (como un pájaro llevando pajillas a su nido) construía su relato. Las fichas eran pues un collage no-lineal con el cual se representaba la imagen de la obra (el mapa literario) y el derrotero que se había prometido con el argumento, los episodios y los personajes, todos ellos intercambiando sus infinitas posibilidades. En algunos casos, no es fácil el asedio a Nabokov: por ejemplo, aquel lector que se introduce en Pálido fuego (Pale fire) sufre de inmediato la desilusión del sentido común. Para iniciarse en esta novela —un relato que se construye a partir de un poema póstumo de 38 páginas (en la edición española de Sudamericana) que otro personaje comenta e interpreta en las restantes 244 páginas—, uno no sabe si leer primero el poema de largo; o simultáneamente ir leyendo el poema de John Shade y las notas de Charles Kinbote cada diez versos; o tener a la mano dos libros y ayudarse de ellos para el recorrido.
Nada de eso pasa en Faulkner, en Stendhal, o en Rulfo. No es fácil iniciarse entonces en su lectura porque existe una demanda de inferencias: el quehacer racional del lector tropieza de repente con una frase de contenido emotivo, cuando uno creía que estaba razonando una cuestión filosófica: entonces es preciso volver atrás. Nabokov lo enfrenta a uno con una respuesta emocional en el diálogo de cualquiera de sus personajes, pero uno sospechará que siempre será mejor pensar dos veces el recorrido de sus escondites.
Veinte años en Rusia, veinte años en Europa occidental y veinte años en Norteamérica son al mismo tiempo los tres grandes episodios de la vida de Nabokov. Su calidad de emigrado —como Conrad, como Solzhenitsyn— fue madurando su obra de una manera evidente. Desde la novela Mary (1926) hasta Ada (1969) pueden advertirse diversos estilos, diversas concepciones del mundo y una más reconocida y original forma de escritura. John Barth, por ejemplo, reconoce a Nabokov como uno de los pioneros del llamado post-modernismo, y así mismo opina William Giddins, cuya obra El reconocimiento parece deberle mucho a la prosa nabokoviana. Hablando del poema puede uno traer a colación, para ahorrar explicaciones, las palabras del profesor Kinbote al referirse a su admirado bardo (Pálido fuego) y en estas líneas que siguen se puede entender más fácilmente la empresa literaria de Nabokov:
Hay algo maravilloso y tierno en los personajes de Nabokov. No son unos "bad guys", odiosos y repelentes, aunque los hay antipáticos y negativos como asesinos y transgresores en sus distintas novelas. Pese a su chabacanería, nadie deja de enamorarse de Dolores y de incorporar su erotismo sutil en sus propias comparaciones. Pero todos ellos se caracterizan por ocupar sus lugares y sus roles sin demasiados altibajos. Lushin, el personaje de La defensa, es un hombre con ideas claras y al que casi se le pueden adivinar sus conductas. La prosa nabokoviana es pues un lujo y un gozo: sus palabras re-creadas, esas metáforas que estallan en los ojos de uno como un cohete artificial, la cadencia y plasticidad de sus frases, son para releerlas. Recojo aquí la recomendación de uno de sus amigos en Cornell que decía: "Relájese, descuelgue el teléfono, esconda el diccionario y disfrútelo". Eso es todo.
Alto, caucásico, de frente amplia y suaves maneras de plenipotenciario, encontramos al famoso novelista en el hall del hotel de Montreaux donde habita con su esposa Vera desde hace años. Alérgico a las audiencias, sólo mediante su editor Putman's & Sons pudimos acceder a él con todas las precauciones que acostumbra. Por ejemplo, suele pedir antes las preguntas y luego las contesta por escrito (en forma concisa, elegante e imprimible, como dice él mismo) porque es un método que ya ha venido utilizando muchas veces en entrevistas para Playboy, The Paris Review, Le Monde, La Tribune de Genéve y otras. Además le gusta ver las pruebas para verificar erratas de ultimo momento. —¿Cuáles son sus antipatías y gustos? —Mis aversiones son simples (como decía desde 1962): la estupidez, la opresión, el crimen, la crueldad, la música dulzona. Pero mis placeres son los más intensos conocidos por el hombre: escribir y cazar mariposas. —¿Cuál idioma considera más bello? —Mi cabeza dice que la lengua inglesa; mi corazón, la rusa; mi oído, la francesa. —¿Cuál escuela le gusta? —Sólo una: el talento. —Rusia, Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos: ¿se considera sin patria? —Soy tan norteamericano como una primavera en Arizona. —Pero, ¿qué cosas realmente detesta? —Detesto cosas tales como el jazz, el idiota de medias blancas que tortura a un toro negro, las chucherías abstractas, las máscaras populares primitivas, las escuelas progresistas, la música en los supermercados, las piscinas, a los brutos, a los filisteos con conciencia de clase, Freud, Marx, los falsos pensadores, los poetas hincados, los farsantes y los estafadores. —¿Qué opina de El Quijote? —Recuerdo haber despedazado Don Quijote, un viejo libro cruel y tosco, en el Memorial Hall, ante 600 alumnos, con gran horror y turbación de mis colegas más conservadores. —¿Cómo concibe el mundo moderno? —La idea aceptada de un mundo moderno que constantemente fluye alrededor nuestro pertenece al mismo tiempo de abstracción que, digamos, el período cuaternario de la paleontología. Lo que percibo como verdadero mundo moderno es el mundo creado por el artista, que se convierte en un mundo nuevo por el acto mismo de exhalar, por así decirlo, la época en que él vive. —¿Le gustan los deportes? —Yo fui un portero excéntrico, pero bastante espectacular, en mis tiempos en la Universidad de Cambridge. No acabé un ultimo partido, en 1936, porque recobré el conocimiento en el cobertizo desvanecido por un puntapié, pero todavía apretando la pelota que un compañero de equipo trataba de sacarme de entre mis brazos. —¿Qué opinión tiene de Borges y de Joyce? —Sus pequeños cuentos delicados y sus minotauros en miniatura nada tienen en común con las grandes maquinarias de Joyce. Detesto Finnegans Wake, en la cual el desarrollo canceroso de un tejido verbal imaginativo no llega a redimir la tremenda jovialidad del folklore y la alegoría fácil, demasiado fácil. Borges: ¡con qué libertad y gratitud se respira en sus laberintos maravillosos! Me gusta la lucidez de su pensamiento, la pureza y la poesía, el espejismo en el espejo. —¿Autores que no le gustan? —Sucede que hablo de segunda categoría y de efímeras las obras de varios escritores fichados, tales como Camus, Lorca, Kazantzakis, D. H. Lawrence, Thomas Mann, Thomas Wolfe y literalmente centenares de otros "grandes" autores secundarios. Por eso le desagrado a sus secuaces y a todo tipo de autómatas. —¿Su defecto como escritor? —La falta de espontaneidad, la molestia de los pensamientos paralelos, el repensar y volver a pensar, la incapacidad para expresarme en debida forma a menos que componga cada maldita frase en la bañera, en mi mente, junto a mi escritorio. —La película Lolita, ¿fue de su gusto? —Trabajé seis meses en el guión de esa película a pedido de Kubrick. Pero convertir una novela propia en un guión cinematográfico es algo así como hacer una serie de bocetos para una pintura que hace mucho tiempo está terminada y enmarcada. —¿Su pertenencia política? —Nunca he pertenecido a ningún partido político, pero siempre he aborrecido las dictaduras y los estados policiales, así como cualquier clase de opresión. Si mi credo simple incide o no sobre lo que escribo, me tiene sin cuidado. Supongo que mi incoherencia religiosa es igual. —¿Alguna representación del Estado ideal? —Mi credo político es clásico, hasta el cansancio: libertad de palabra, libertad de pensamiento, libertad de arte. La estructura social o económica del Estado ideal me importan poco... Las estatuas del jefe de gobierno no deberían exceder el tamaño de un sello postal. —¿Cómo le caen las alabanzas o los rechazos? —Miro con el mismo desapego el vituperio y el ditirambo. Pongo en palabras de un personaje de Pálido fuego esta respuesta: ¿supongo que usted descarta el vituperio por considerarlo el farfullar de un cretino y el ditirambo por creerlo la acción amistosa de un alma buena? Exacto, le contesté. —Sabemos de sus reproches a Freud. —De dos doctrinas falsas la peor es la más difícil de desarraigar. El marxismo necesita de un dictador, y un dictador necesita de una policía secreta, y eso es el fin del mundo. Pero el freudiano, por estúpido que sea, aún puede depositar su voto en una urna, aunque le guste calificarlo (sonriendo) de "polinización política".
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