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Amor de viajero inmóvil

Nicasio Urbina

Te inventó Francisco en un día de sol,
a la orilla de un lago de aguas de metal.
"Hernández de Córdoba", firmaba con certeza
y en sus Memoriales demostraba valor.
Después llegaron alcaldes levantando pretiles,
y la espada invasora al tayacán dominó,
erizando de lanzas tus aldeas de ensueño,
y tiñendo de sangre tu camino de sol.
Ahí te encontraron los filibusteros,
quemaron tus casas, saquearon tu haber,
y en los atardeceres de acero y granito
preñaron tus hembras, bebieron tu sed.
Todo fuiste: capital y soberana,
triste pasto de las llamas
y joya de la América española.
Así viviste tus años de sultana,
colonia de un gobierno de cautivos,
hasta que tus jóvenes vates y poetas
esculpieron una estética profana.
Hoy te encuentras en rezago y aislamiento,
poco se repintan tus encantos;
mas espero que resurjas de las aguas
como alegre y saltarina sultanesca.

Xiomara de indígena estirpe y estatura,
que un día tu pelo envolviera mi sed,
y que en tu regazo sintiera la noche y el día,
la turbia ansiedad y la plenitud.
Tú perturbas mi sueño, mi dulce armonía,
mi encanto de joven, mi canto de viejo,
mi inocencia de niño, mi pasión corporal.

Bajo el sol milenario camino al encuentro,
rompiendo mis pies en la arena de hierro,
escuchando el murmullo de unas olas escuálidas,
sintiendo esta brisa de hirviente paciencia,
esperando encontrarte, constituirte, fundarte.

Del Mombacho tu larga cabellera
cae en cascada, en diluvio, en torrente,
y las isletas que adornan tu lago,
son los lunares de tu rostro mudéjar.
En Xalteva tu indígena plaza,
se erige blanca cual suave paloma,
y ese parque de piedra y arcilla
ha albergado tus senos, tus fríos alfanjes.
Qué bella que eres princesa mestiza,
con ojos de árabe, con manos de indígena,
con rasgos vivientes de rara poesía,
que cambian en día las noches de espera.

En esta orilla tranquila erigiré la ciudad,
para gloria y grandeza de su Alteza Real,
dejaré en ella dotación y ministerio,
y seguiré el camino, domador de inmensidades,
a conquistar estas tierras de lagos y volcanes,
buscando el estrecho que sus Altezas precisan.

Yo en cambio llegué a tus brazos como niño parvulario,
crecí entre tus tejados de carne y de barro,
me hice cóndor en tus torres y delfín en tus isletas,
y conocí en tus aulas la delicia del poema.
Reconozco que no he sido el esposo que mereces,
que he viajado demasiado en los océanos,
que la vida me ha llevado como canto de sirenas
del mástil de un velero al ala de un avión,
de hoja a hoja en las páginas de un libro,
en las márgenes de un árbol,
en los labios de una flor.
Pero estoy en vos cada día de mi vida,
suspirando en tus campanas plañideras,
conducido del cabestro silencioso
que permuta mi errar en permanencia,
en silente observación de tu altagracia.

Me gustan tus pequeñas callejuelas,
tus esquinas cortadas con machete,
me gusta el silencio de tus noches
y la historia que se esconde en tu ribera.

Granada de Nicaragua,
la que casi murió de amor,
porque el hombre al que quería
se fue a la revolución.

Sultana Cocibolca,
sé que crecerás bella y hermosísima,
que tu piel de cobre seguirá siendo miel,
que tu cabello será la liana que me salvará de mal,
que de tus pechos de amapola beberé el ardor,
y que en tus ojos de sirena retornará la ilusión.
Princesa indígena, sultana de Andalucía,
tus techos de barro cocido son un sueño de creación,
tus casas centenarias, tu silencio, tus zaguanes.
En la historia de los días vos seguís siendo mi reina,
y hasta ahí llegarán los caminantes
en busca de descanso y refrigerio.
Ahí estaré yo con mis alpargatas cansadas,
hasta el día en que me entierren con caballos somnolientos,
y entonces te veré, princesa nagrandana,
con tu cuerpo de huipiles y tu boca de escarlata.

Xiomara de mis amores, cómo te sigo queriendo,
desde esta calle Atravesada de vieja historia granadina,
consumida y altanera, elegante herencia de otros días.
Granada de mis amores, entrégame el corazón,
para escribirte este poema, para realizar mi amor.
Granada de Nicaragua, cómo te amé en la arena,
a la orilla de este lago, bajo este árbol de malinche,
bajo esta estrella de plata, con mi corazón de rubí.
No permitas que tus hijos se pierdan en la frontera,
que siempre te sigan queriendo y por siempre te sigan cantando.

    Granada-Nueva Orleáns, 1998
    Del libro en preparación
    Viajemas


       

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