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Juego de intenciones

Jorge Llópiz

No sé por qué cuando alguien escribe, "amigo lector, quisiera contarle", enseguida me siento aludido. Claro que ese amigo lector no es nadie en particular, tal vez alguien que camina por algún sitio; sin embargo, no logro desprenderme de la idea de que ese amigo lector sea yo. Hoy en la mañana compré el periódico y al abrirlo encontré, "usted que me lee todos los días, le ruego un minuto de silencio para Amado Galbán"; petición suficiente para que atendiera a mi reloj y dejase que el minuto transcurriese sin levantar los ojos del periódico.

"Sé que los juramentos son inviolables pero no puedo privarle a usted, lector inteligente, la oportunidad de conocer a un hombre singular". ¡Qué habilidad! Armando lleva varios años escribiendo y siempre sorprende con alguna anécdota desconocida. "La historia apenas cabe en la columna de todos los días, pero la generosidad del director ha sido infinita y podré extenderme más allá de esta edición". Armando y yo sabemos que lo del director es un truco para mantener despiertos a los que abren el periódico y enseguida cierran los ojos.

"Conocí a Amado Galbán en una tienda de zapatos. Ya era hora de cambiar mis botines amarillos: les había gastado los tacones viendo la obra Don Juan Tenorio en el teatro Alondra". ¿Cómo podías asistir a todas las funciones? Yo que te he visto, sin despegar un ojo desde la primera fila, puedo testificarlo pero nadie va a creer que alguien pudiera estar allí, día tras día, sin moverse de la sala. "Parecía que los mismos gestos y las mismas palabras habían hundido mis pies en el suelo; pero en fin, eso no es lo que pretendo contar". Sin embargo me gustaría decirlo, pues esa insistencia de no abandonar ni un momento tu asiento en el teatro, te hace digno de cualquier elogio pero no tengo la suerte de tener un pedazo de periódico.

"La zapatería donde trabajaba el hombre de nuestra historia no era grande, y pude, desde una esquina, observar cómo la joven de cabello largo, que venía sonriente de la calle, se sentaba; y, mientras se libraba de las sandalias que traía, Galbán le decía que su número de calzado era el alejandrino".

"El sandaliero fue al estante recitando un poema modernista y antes de terminar el último verso, la muchacha salió del lugar contenta, contoneándose sobre unos zapatillas rosadas". No sé, Armando, qué de particular hay en eso; pero "me quité los botines amarillos para probar la comodidad de unos mocasines que había seleccionado y Galbán, en el acto, me recomendó que usara mejor un octosílabo.

—Es un número muy grande —traté de explicarle; mas Galbán diligente entonó un octosílabo romántico.

En un instante mis pies se sintieron cómodos y elegantes. Cómo lo hacía, cuál era el misterio fue lo qué intente preguntarle y me confesó que todo dependía de la métrica del verso. Quedé contrariado.

—¿No le parece fortuito que la medida de un poema encaje con la horma de un zapato?

—En lo absoluto. El pie es el alma de la poesía. Cada rima se dibuja en una huella y sólo hay que conocer las pisadas para colocar el poema.

Lo miré con recelo; sin embargo, no había burla en sus ojos. Era alto, de huesos salientes, semejante a las farolas que sólo tienen una sola bombilla.

—Debería usted escribir para deleitar a todos —le insinué.

—Eso es pura rutina. Cualquiera puede hacerlo. Compras hojas, tinta, borrador, para que luego venga un Don Nadie y se lleve tus garabatos por unos centavos. No, señor, la poesía merece la fugacidad de las palabras. (Continuará...)".

Qué cosa, alabas al director y no puedes sacarle un par de líneas más. Ahora el amigo lector tiene que esperar hasta mañana.


—o0o—

"Quiero agradecer las llamadas que he recibido en la redacción. Su opinión sobre el manierismo del zapatero, es muy importante. Se cree que su simpatía corría por el pueblo de pies en pies; o que era un improvisador que tiraba al olvido hermosos poemas. Lo cierto es, atento lector, que el hormero guardaba un secreto". Ya casi estoy convencido de que nunca dirás mi nombre. Hablamos ayer después de la función de teatro y te alegraste de mi observación sobre Galbán. Me dijiste que la mencionarías en tu página y hoy no veo mi nombre por ninguna parte; pero no importa, sé que el atento lector soy yo; "claro que Galbán era un poeta arrinconado en una tienda, pero su mayor labor permanecía oculta a los ojos de todos, incluso de los míos, acostumbrados a captar cualquier bocadillo olvidado de los actores", y que luego yo leería, al otro día, en la columna cultural; "pero nada, el Don Juan con su letanía y Doña Inés con su mojigatería hacían mis criticas tan aburridas como las representaciones que desgastaban mis zapatos". No, no digas esa barbaridad; parece falsa modestia, eres el crítico más conocido de la ciudad. "No obstante, estuve al acecho en mi palco: Galbán me había prometido en la tienda que actuaría en la escena en la que Don Juan y el gobernador se baten; mas al llegar las habituales ofensas, estocadas y caída del viejo a causa de la espada del ladrón de su hija, ni rastro de Galbán. Tal vez no había conseguido el papel o quizás se trataba de una broma".

"Fui en la mañana a la tienda, en busca de una respuesta, y me encontré con la pregunta en boca de Galbán que si me había gustado la actuación de anoche. Sonreí:

—Claro que sí, mas cuál fue el instante en que apareció en escena.

—Me halaga mucho, señor, mi trabajo es tan perfecto que ni usted ha podido clasificarlo.

Miré de nuevo a sus ojos para descubrir alguna diablura y estaban apacibles.

—Señor, le invito a mi casa para mostrarle fotografías en las que aparezco junto a Inés. (Continuará...)".


—o0o—

"No pude contar en la última edición el impacto que me produjeron las palabras de Galbán. Hacia tiempo que el zapatero actuaba y no me había dado cuenta. De no ser por las fotos que adornaban las paredes de su pequeño cuarto, le hubiera contestado, imposible; escribo todos los días y nunca he visto su amable rostro, pero estaba ahí en las instantáneas que ilustraban mis comentarios teatrales en el periódico.

El cuarto en penumbras tenía una cama estrecha pegada a la pared donde las fotografías cubrían la pintura del recinto. Más allá, un armario y la pequeña cocina en la que Galbán calentaba un poco de café. Había poemas pegados por el techo para rememorar el nacimiento de algún escritor. Mis reseñas teatrales estaban todas en la pared. Aquí alababa la actuación de Doña Inés; allá, el ambiente de la escenografía; pero no encontraba el rostro de Galbán.

—Tranquilo, tómese esa taza de café, yo le mostraré, si me promete no decir ni una palabra.

Abrió la puerta derecha del armario y una fotografía, la mayor de todas, mostraba a Inés abrazada a una pilastra.

—Amplié la fotografía porque cuando nace un actor el momento es irrepetible y mucho más si la actuación ha sido inigualable.

—Pero, ¿dónde, coño, apareces en la foto? (Continúa...)".

Eso mismo me digo yo, adónde conduce toda está historia. O Galbán es un fanático empedernido o una persona en busca de cariño.


—o0o—

"Pido disculpas, estimado lector, por la frase inequívoca que escribí ayer, mas trato de ser fiel a los hechos pues no quiero añadir ni una sola letra que pueda empañar la imagen de Amado Galbán, el cual no se inmutó ante mi cólera:

—El teatro para mí es la acción inmóvil que todo artista quiere alcanzar.

Lo miré por encima del borde de la taza de café tratando de revisar en mi mente dónde había escuchado esa singular frase. El ruso Stanislavski", y comienzas a citar nombres raros. Me obligas a ir al librero y consultar la enciclopedia para saber que Stanislavski había hablado de la memoria emotiva; el alemán Brecht de la distancia necesaria entre el actor y el personaje; el francés Artaud del gesto, de un teatro diferente. Por más que indagué, sólo recuerdo la flecha en el aire del griego Zenón dormida en el ultimo tomo de la enciclopedia, a pesar de que Zenón nunca estuvo en escena.

"Así que estaba en presencia de una teoría inusual y lo mejor era encender mi grabadora:

—Mi entrada en el teatro fue simple. Un día mientras ajustaba un poema barato en el pie del banquero de la esquina, entró Doña Inés en la peletería. La dama, luego de taconear un bello endecasílabo, me invitó a que asistiera al teatro para que disfrutase la función desde bambalinas.

—¿No le parece un poco incómodo ese palco? —comenté.

—No, al contrario. Fue realmente una sorpresa porque siempre había soñado estar entre bastidores. Pude percibir el cambio súbito de las escaleras de bagazos, de las farolas de cartón y de los bancos plásticos en pedazos de almas al levantarse el telón.

—¿Cómo fue que te convertiste en actor?

—Un momento, todo a su tiempo. Desde mi rincón me invadió el corretaje de los que estaban en el proscenio. Los asistentes aderezaban los vestidos de los actores y maquillaban a Don Juan que leía el libreto en una silla. El director molesto lanzaba papeles y más papeles que siempre lo acompañaban. La escena del duelo entre el gobernador y Don Juan podía malograrse por la ausencia de una de las columnas de madera. Entonces, señor, sin pensarlo me ofrecí.

—¿Qué sintió haciendo ese papel?

—Las cortinas subieron lentamente. Mis ojos se cegaron ante el horizonte de luz, que proyectaban los reflectores colocados al fondo de la sala, y sólo palparon las siluetas de los rostros gordos, estirados y curiosos. Mi cuerpo recibió la oleada de palmadas, como la brisa que recorre la espalda mojada, y respiré suave para no provocar la intranquilidad de las señoras con prismáticos.

—¿Crees qué alguien se percató de tu presencia?

—Ni por asomo. Los presentes me miraban pero no me veían y mi alma se mantuvo muy bien en los bordes de la columna con tanta entereza que me gané la admiración de Doña Inés y el consentimiento del director para actuar todas las noches. (Continuará...)".


—o0o—

"He recibido una carta que me acusa de escribir sobre la actuación de un hombre que nunca estuvo en escena, que todo ha sido un invento para llamar la atención". Así es, hablas de quien no conoces y silencias a quien te sigue día a día. No leeré más tu periódico, porque no quiero pecar de mentiroso.

"Dejo a un lado las entrevistas que le hice a Galbán en su pequeña habitación y transcribo un fragmento de su diario. El facsímil que aparece en la portada del periódico es suficiente para acallar al mal intencionado que no pudo apreciar lo que sus ojos veían. Gracias a la sensibilidad de nuestro director en el día de hoy el periódico publica está edición especial para que las palabras de Galbán lleguen a usted, amable lector, sin interrupción", y por más notas que escribas jamás pronunciarás mi nombre.

"La ciudad se vistió de columnas desde el día en que Doña Inés me abrazó. Antes, en el mundo, sólo había pisadas y zapatos y, ahora, abundaban las pilastras y las farolas por todas partes. Nunca me había percatado del número de columnas que adornaban los corredores de los edificios. Por más que las contase siempre aparecía alguna escondida en el portal de una casa. Luego del censo de columnas de todas las mañanas, visitaba la biblioteca a la caza de lecciones budistas y en las tardes levitaba en la sinagoga buscando la energía que me ayudase a conservar el alma en los contornos de la pilastra en el escenario. Estudié el comportamiento de las farolas en los parques, en las avenidas y en poco tiempo me nutrí de la serenidad de ellas que luego reproducía en escena. Sólo el jadeo de Doña Inés me ponía en aprieto. Pensaba, entonces, o trataba de pensar en el kundalini pero éste se escurría tras el aliento de la joven. Entonces intentaba asirme de las pisadas de los botines amarillos, que siempre abandonaban el palco en el segundo acto, o de los ronquidos del señor de la primera fila. En ocasiones no era suficiente y acudía a la estratagema de poner mi alma sobre el telón en ascenso y desde allá arriba contemplar las cabezas de los que estaban en la sala...

No le alcanzó el tiempo a este gran hombre para terminar sus memorias tratando de extender la actuación más allá del teatro. Por eso todavía puede vérsele, amigo lector, en el parque central o en cualquier avenida donde suele pernoctar sereno y callado, alumbrando como una farola".

Esto es el colmo, ni una palabra más. Desde ahora escribiré donde dice: "Amigo lector" mi nombre, mi nombre, mi nombre cuantas veces pueda porque sin mí realmente no existiría Amado Galbán.

    Miami, Florida, junio 1998


       

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