(Nota
del editor: a mediados del 2002 se publica en la ciudad de
Rosario [Argentina[ el libro colectivo Los que siguen [Ed. Los
Lanzallamas], que reúne a veintiún poetas nacidos entre 1959 y 1974, la
mayor parte en la misma Rosario, y el resto residentes o vinculados a
ella. La muestra permite acceder a una variedad de voces poéticas que
trabajan dentro de aquel ámbito geográfico y que ahora, mediante este
libro y una página web,
cruzan fronteras para compartir con los lectores las propuestas de la
nueva poesía argentina. Hoy, el poeta uruguayo Héctor Rosales presenta
esta particular antología a los lectores de la Tierra de Letras).
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En los últimos años he tenido constantes referencias sobre los festivales
poéticos que vienen realizándose en distintas zonas de América Latina, donde
participan autores de numerosos países. Tal vez el principal ejemplo de esta
clase de eventos sea el Festival Internacional de Poesía de Medellín
(Colombia), del que algunos amigos invitados me corroboraron el formidable marco
de público que asiste a recitales, conferencias y tertulias.
En Argentina, dentro de la provincia de Santa Fe y en la bella ciudad de
Rosario, se celebra un Festival Internacional de Poesía que, edición tras
edición, se está convirtiendo en una interesante plataforma para el
conocimiento de los autores locales, quienes en su mayoría (siguiendo los
viejos cánones de la difusión poética) deben sobrellevar un panorama
editorial nada favorable para la impresión y lanzamiento de sus libros. Si bien
el festival permite la lectura pública de poemas o la participación en charlas
o debates, el hecho concreto de producir ediciones de autores nacionales
todavía no es una realidad palpable, y los autores, que han encontrado allí
oídos para sus versos, deben generar por sí mismos canales alternativos para
la salida de sus obras en papel. Este fenómeno es sumamente habitual en el
campo de la poesía (un género castigado con tanta injusticia como torpeza por
la miopía editorial) y más allá de cualquier área geográfica, aunque con
particular empeño fuera del llamado "primer mundo".
Tanto en Medellín, Rosario u otras ciudades, el público asistente se cuenta
por centenares y centenares de personas, en algunos casos llenando pequeños
estadios o salas de actos que superan ampliamente el millar de espectadores.
Teniendo en cuenta que las editoriales más poderosas ignoran o son incapaces de
deducir el caudal comercial latente en este público confirmado, la iniciativa
de publicación de autores nuevos viene de la mano de pequeñas firmas locales
que están concretando proyectos de indudable relieve.
El título que aquí nos cita, Los que siguen, está producido por el
sello Los Lanzallamas y buena parte de los autores ha estado asociado a él,
tanto en la dirección o colaboración con la editorial, como en el haber
publicado títulos individuales y anteriores a este volumen colectivo. También
los poetas, prácticamente en su totalidad, han participado en alguna o algunas
de las ediciones del mencionado Festival de Poesía de Rosario.
De los nombres que aparecen en estas páginas yo sólo conocía a Lisandro
González, un joven y talentoso creador rosarino del que había leído sus dos
libros publicados: Esta música abanica cualquier corazón (1994) y Leña
del árbol erguido (2000), ambos editados en Rosario. Precisamente este
amigo me remitió un ejemplar de Los que siguen hace varias semanas,
aunque ya sabía de la gestación del libro y de otros proyectos de difusión
poética en los que Lisandro ha sido y es un activo gestor.
Los que siguen es, hasta la fecha, la más importante oferta de libro
para llegar a poetas que comenzaron publicando durante la década de los noventa
en Rosario, hoy autores en plena producción, de los que cabe esperar —en
diversos casos— títulos de sólidos valores.
Este libro plantea un amplio abanico de estilos y temáticas, con
tratamientos literarios que se agitan desde tonos verdaderos (se advierte mucha
honestidad y una clara preocupación por las circunstancias históricas) hacia
espacios donde conviven ecos de autores de generaciones anteriores (Gelman,
Pizarnik, Orozco, los simbolistas franceses, Girondo, resonancias de la cultura
beat o del rock, etc.) y hallazgos propios que, a criterio de este cronista,
permiten destacar nuevos nombres como los de Mª Paula Alzugaray, Mariana Busso,
Juan Mildenberger, Alicia Salinas o Hernán Tomaíno.
Mención aparte merece un aspecto muy interesante de Los que siguen:
me refiero a la introducción que cada poeta realiza de sus textos, para lo cual
se aborda con gesto subjetivo una posible definición o vivencia del fenómeno
poético. Justo en esas páginas encontré la mayor coherencia de grupo en
cuanto a calidad de escritura, e impecables sumas de lucidez, oficio y
sensibilidad para justificar la difícil aventura implicada en los versos, que
—como bien indica Mariana Busso— "nos custodia convirtiéndose,
testigo de múltiples rostros, en guarida inagotable de la memoria, que aguarda,
expectante, ser descubierta en la pupila y en la pluma".