No es común, en esta época en que la firmeza engendra, a lo sumo, sospecha,
toparse con un polemista de la talla de Fernando Vallejo. Ha sido una sorpresa
de interesante estirpe en estos días grises: Vallejo se convierte en el
personaje de moda en virtud de algo más que ganarse un premio.
El premio, claro, le confiere notoriedad y le garantiza la atención general:
no es simplemente un sexagenario defenestrando contra el mundo, es Vallejo. Que
García Márquez merece una alcantarilla, que el presidente de Venezuela lo
ignora todo sobre la literatura, que la natalidad es una criminal imposición de
vida y el sexo reproductor una indignidad, que los trabajadores holgazanes son
ideales para las revoluciones, que el Papa debería aceptar la cópula y el
hacinamiento en el Vaticano, que la humanidad está perdida al tener como
paradigma a Cristo, son verdades comunes para cualquiera; recitadas por este
biólogo de Antioquia se nutren del aliento de Pierre Menard y cobran nuevas
resonancias.
El escenario desde el cual Vallejo lanza sus razzias contra el
universo frágil de las verdades ha sido cuidadosamente preparado por él mismo.
Minucioso, ubica su propia humanidad como un bagazo despreciable del que quiere
sacudirse, sin atreverse a ello por la inconveniencia de que su cadáver no
tiene aún un destinatario. Dice considerar su futuro un indudable fracaso. De
su obra, que ha sido altamente calificada por los siempre respetables críticos,
se mofa sin miramientos declarándola indigna. Así, el escenario se transforma
en un juego de espejos donde enfrentarlo, desoírlo o en general cualquier
reacción no hace más que reflejar las imperfecciones de quien reacciona.
Vallejo no admite esperanza. Los seis mil millones de seres humanos que
pueblan el planeta son demasiado y podría ser preferible que desaparecieran,
pues la vida no tiene sentido para una especie que ni siquiera puede aceptar con
humildad a sus prójimos del reino animal. La esperanza, así, es revertida
hacia quien quiera asumir sin miramientos, con firmeza, la obligación de ser
mejor y, sobre todo, franco.
Jorge
Gómez Jiménez
Editor
"La anarquía en el lenguaje es la menos de temer, que ya procurarán los
hombres entenderse, por la cuenta que les tiene, y el que se empeñe en lo
contrario en su pecado llevará la penitencia".
Miguel de Unamuno, Lengua española.
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