Letralia, Tierra de Letras Año VIII • Nº 98
18 de agosto de 2003
Cagua, Venezuela

Depósito Legal:
pp199602AR26
ISSN: 1856-7983

La revista de los escritores hispanoamericanos en Internet
Artículos y reportajes
Castelao, Héctor y yo
Jorge Rodríguez Padrón

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"Mientras la lluvia no borre las huellas", de Héctor Rosales(Nota del editor: el año pasado la editorial Ronsel publicó el libro Mientras la lluvia no borre las huellas, una colección de poemas del uruguayo Héctor Rosales sobre dibujos de Castelao. Hoy, el crítico canario Jorge Rodríguez Padrón nos presenta de manera singular, como en una conversación, este trabajo del autor de Visiones y agonías y Desvuelo, y amigo dilecto de esta casa).

Héctor RosalesUn respeto para don Alfonso, me digo: debe ir primero. ¿No es así, querido Héctor? (Hablo de, con Héctor Rosales, uruguayo de 1958). Luego, tu palabra, eco de algunas que, como el padre Goya (que lo fue de tanto y que está en el maestro gallego), no habéis usado como simple añadido de la imagen, sino en convivencia y connivencia con ella: palabra que no interpreta ni repite lo que vemos, que es imprescindible allí. Palabra, pues, y mirada; y ligándolas, temblor y respiración similares, suyos y tuyos. Yo, por último, no hago sino dar fe (y razón) de este ejercicio compartido. A pesar de tantos años de haber sido escrito (¿dices que en el 85?), tan de este tiempo; mejor, para este tiempo. Porque es un libro para aprender, una cartilla que leerles a quienes otrora se llenaban la boca apelando a la moral del escritor, o del artista, a su responsabilidad política (uso el término en su recto sentido), y ahora callan; y si acaso hablan es para evitar que —como en esta ocasión— alguien ponga ante sí la imagen de su vergüenza.

Tu libro, Mientras la lluvia no borre las huellas (Ronsel, Barcelona, 2002), no está allá, en el 85 que dices, estalla aquí, en este diálogo entre palabra e imagen (que se acompañan y justifican recíprocamente), entre tu escritura y la obra de este viejo gallego sabio, donde todo es imagen y palabra como si la misma cosa, insisto: trazo de duro expresionismo, voz de doble sentido y sorna gallega; mas no para entretener, para dejar en evidencia que la vida es desgarro. Por ahí estos poemas, y por eso digo que estallan: una bomba de tiempo. Porque, con ellos, no pones comentario o pie a los grabados (y todos tan contentos): tu poema es siempre el principio de una nueva lectura del legado Castelao, de cuanto dicen esos rostros y apuntan esos gestos, de lo peculiar y terrible que es la mudanza que ensayan aquellas criaturas. Palabra del poema para la imagen: su conmemoración. Dicho de otro modo, una forma de compartir la memoria, de no cerrar los ojos ante la evidencia, de no callar "por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio [avisen] o [amenacen] miedo", que dijera el otro don Francisco: el bizco, no el sordo.

La poesía no puede estar sujeta a contingencias (buena sería, entonces); ni mucho menos servirlas. Si lo es (y en este caso lo es), una vez alumbrada queda en su fiel para siempre, es aventura de abismo. No necesita, para ser responsable (ni para manifestar la responsabilidad que el autor contrae con ella), de un tiempo determinado que le sirva de fondo: por mucho que digan quienes dicen saber, su compromiso no es otro que el de alongarnos a cuanto nos falta, iluminarnos nuestra grandeza en la debilidad, la miseria y la muerte. Que es lo que somos; cualquier otra máscara, mentira para ocultar interesadamente la memoria. No, no hay para la poesía un tiempo determinado. Y menos éste, en el que se nos quiere hacer creer que lo tenemos todo, que estamos saciados y seguros, como nunca antes. Pero ¿y el revés de esta imagen? Eso, lo que desvela siempre el maestro Castelao; ése, el camino que siguen tus poemas: no el de la seguridad asertiva, que es engañosa; el de una negación que no debe confundirse con pesimismo (dije que ironía, que sorna gallega): como los grabados de don Alfonso, esta palabra tuya niega cuanto nos impide saber porque nos entusiasma con el espectáculo de la mentira, y de esa manera entramos –contigo, con el maestro– en la verdadera memoria compartida.

Para mí, querido Héctor, hay muy bellos poemas en tu libro: no me importa que algunos muestren un tono discursivo; la poesía lo desborda siempre hacia nuevos y diversos sentidos; tampoco me importa que dejen traslucir su carga emocional a través de algunos referentes sabidos: el asunto de tus poemas no es su argumento, sino la iluminación verbal que por sí mismos promueven. No son poemas sobre dibujos de Castelao, como impropiamente reza el subtítulo, sino escritos desde esos grabados; y más, desde la sacudida existencial en ellos contenida. Dije más arriba conmemoración; ahora lo repito. Pero esta convivencia en la memoria no se limita a su estrecha dimensión histórica. Que se nos llame la atención sobre esas huellas indica un claro desprendimiento del suceso; nos avisa de que el poema será el espejo donde hallamos nuestro propio rostro lamido por la lluvia (erosión) de la existencia. ¿Es esto, acaso, otra cosa que un ejercicio rigurosamente poético? Léase, si no, y dígaseme si yerro.


       

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