(Nota
del editor: el año pasado la editorial Ronsel publicó el libro Mientras
la lluvia no borre las huellas, una colección de poemas del uruguayo Héctor
Rosales sobre dibujos de Castelao. Hoy, el crítico canario Jorge
Rodríguez Padrón nos presenta de manera singular, como en una conversación,
este trabajo del autor de Visiones y agonías y Desvuelo, y amigo
dilecto de esta casa). |
Un
respeto para don Alfonso, me digo: debe ir primero. ¿No es así, querido
Héctor? (Hablo de, con Héctor Rosales, uruguayo de 1958). Luego, tu palabra,
eco de algunas que, como el padre Goya (que lo fue de tanto y que está en el
maestro gallego), no habéis usado como simple añadido de la imagen,
sino en convivencia y connivencia con ella: palabra que no interpreta ni repite
lo que vemos, que es imprescindible allí. Palabra, pues, y mirada; y
ligándolas, temblor y respiración similares, suyos y tuyos. Yo, por último,
no hago sino dar fe (y razón) de este ejercicio compartido. A pesar de tantos
años de haber sido escrito (¿dices que en el 85?), tan de este tiempo;
mejor, para este tiempo. Porque es un libro para aprender, una cartilla
que leerles a quienes otrora se llenaban la boca apelando a la moral del
escritor, o del artista, a su responsabilidad política (uso el término
en su recto sentido), y ahora callan; y si acaso hablan es para evitar que —como
en esta ocasión— alguien ponga ante sí la imagen de su vergüenza.
Tu libro, Mientras la lluvia no borre las huellas (Ronsel, Barcelona,
2002), no está allá, en el 85 que dices, estalla aquí, en este
diálogo entre palabra e imagen (que se acompañan y justifican
recíprocamente), entre tu escritura y la obra de este viejo gallego sabio,
donde todo es imagen y palabra como si la misma cosa, insisto: trazo de duro
expresionismo, voz de doble sentido y sorna gallega; mas no para entretener,
para dejar en evidencia que la vida es desgarro. Por ahí estos poemas, y por
eso digo que estallan: una bomba de tiempo. Porque, con ellos, no pones
comentario o pie a los grabados (y todos tan contentos): tu poema es siempre el
principio de una nueva lectura del legado Castelao, de cuanto dicen esos
rostros y apuntan esos gestos, de lo peculiar y terrible que es la mudanza que
ensayan aquellas criaturas. Palabra del poema para la imagen: su
conmemoración. Dicho de otro modo, una forma de compartir la memoria, de no
cerrar los ojos ante la evidencia, de no callar "por más que con el dedo,
/ ya tocando la boca o ya la frente, / silencio [avisen] o [amenacen]
miedo", que dijera el otro don Francisco: el bizco, no el sordo.
La poesía no puede estar sujeta a contingencias (buena sería, entonces); ni
mucho menos servirlas. Si lo es (y en este caso lo es), una vez alumbrada queda
en su fiel para siempre, es aventura de abismo. No necesita, para ser
responsable (ni para manifestar la responsabilidad que el autor contrae con
ella), de un tiempo determinado que le sirva de fondo: por mucho que digan
quienes dicen saber, su compromiso no es otro que el de alongarnos a cuanto nos
falta, iluminarnos nuestra grandeza en la debilidad, la miseria y la muerte. Que
es lo que somos; cualquier otra máscara, mentira para ocultar interesadamente
la memoria. No, no hay para la poesía un tiempo determinado. Y menos éste, en
el que se nos quiere hacer creer que lo tenemos todo, que estamos saciados y
seguros, como nunca antes. Pero ¿y el revés de esta imagen? Eso, lo que
desvela siempre el maestro Castelao; ése, el camino que siguen tus poemas: no
el de la seguridad asertiva, que es engañosa; el de una negación que no debe
confundirse con pesimismo (dije que ironía, que sorna gallega): como los
grabados de don Alfonso, esta palabra tuya niega cuanto nos impide saber porque
nos entusiasma con el espectáculo de la mentira, y de esa manera entramos –contigo,
con el maestro– en la verdadera memoria compartida.
Para mí, querido Héctor, hay muy bellos poemas en tu libro: no me importa
que algunos muestren un tono discursivo; la poesía lo desborda siempre hacia
nuevos y diversos sentidos; tampoco me importa que dejen traslucir su carga
emocional a través de algunos referentes sabidos: el asunto de tus
poemas no es su argumento, sino la iluminación verbal que por sí mismos
promueven. No son poemas sobre dibujos de Castelao, como impropiamente
reza el subtítulo, sino escritos desde esos grabados; y más, desde la
sacudida existencial en ellos contenida. Dije más arriba conmemoración; ahora
lo repito. Pero esta convivencia en la memoria no se limita a su estrecha
dimensión histórica. Que se nos llame la atención sobre esas huellas
indica un claro desprendimiento del suceso; nos avisa de que el poema será el
espejo donde hallamos nuestro propio rostro lamido por la lluvia
(erosión) de la existencia. ¿Es esto, acaso, otra cosa que un ejercicio
rigurosamente poético? Léase, si no, y dígaseme si yerro.