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Pitol, por siempre precoz

martes 22 de marzo de 2016
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Sergio Pitol
Mientras permanecía recluido en un hospital de Varsovia, Sergio Pitol azuzaba las líneas de su temprana y lúcida autobiografía.

Cualquier lector inocente, ante un libro con semejante título, pudiera precipitarse al pensar que el autor se encontraba en el ocaso de su vida cuando publicó sus Memorias 1933-1966.

Un narrador lúcido, un capitán de siete mares que navega en esta precocidad que está entre el libro de viajes, una bitácora o cuaderno de notas rico en matices, descripciones o aforismos escondidos entre los muros de sus líneas.

Lo cierto es que existen dos cosas en la vida de Sergio Pitol (1933) que son irrenunciables: la política y los viajes. A la primera sirvió como embajador y representante consular del Servicio Exterior Mexicano en Moscú, Praga y Budapest. La segunda —“afán que lo acució a conocer lo otro, lo que está más allá”— lo llevó a ciudades como Roma, Londres, Barcelona, o como traductor en la editorial de lenguas extranjeras en Pekín. Cualquiera sea el caso, en la obra de Pitol, y en especial en el viaje a través de su Autobiografía precoz, publicada hace casi cincuenta años, el autor de Juegos florales nos muestra una cartografía del Pitol ensayista, cuentista y escritor, merecedor del premio Juan Rulfo en México y el Cervantes en España. En Memorias 1933-1966, el autor nos muestra su mapa de vuelo; espacio ideal para que el lector marque su ruta de viajes a través de una prosa lúcida, llena de matices, característica de quien ha logrado esculpir la más fina prosa de los últimos años en el continente.

Pitol muestra una bien lograda autobiografía de sus primeros años en Potrero, Veracruz, los recuerdos de la familia Buganza-Demenghi, hasta descubrir al lector las peripecias en la publicación de sus primeros cuentos, mientras cursaba estudios universitarios en Ciudad de México o su despliegue de un mapa con muchas escalas y líneas de vuelo: Roma, Londres, Praga, Pekín.

Mientras permanecía recluido en un hospital de Varsovia, Sergio Pitol (1933) azuzaba las líneas de esta temprana autobiografía. El escritor desnuda desde una voz temprana y joven y, ante todo, convierte su vida en un lienzo donde exhibe sus primeros años en Potrero, su pueblo natal, su llegada a la universidad en Ciudad de México.

En sus 95 páginas, que se leen como crónicas, estamos frente a un narrador lúcido, un capitán de siete mares que navega en esta precocidad que está entre el libro de viajes, una bitácora o cuaderno de notas rico en matices, descripciones o aforismos escondidos entre los muros de sus líneas. No hay momento para la distracción o la mirada perdida; Sergio Pitol invita, en un solo vuelo, a conocer su cartografía que, como buen explorador, el lector sabrá reconocer la geografía de ciudades, personas, recuerdos inesperados y permanentes en la memoria.

David Martínez Mata
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