Si algunas noches tuvieran nombres, tal vez se llamaran Graham Greene. Algunas veces son suaves y otras duras. Parecen un escenario de posguerra, adornadas por centinelas en las esquinas, fumando y mutilando con una mirada turbia que pertenece a quienes viven del miedo. Hoy busco dónde guarecerme de la lluvia, pues han empezado a caer gotas gigantes. A mi lado, un gato blanco con tintes grises en varias partes del cuerpo. Nos miramos, cada quien desde su zona de control: él se va, yo me quedo. Resulta curioso, pero me siento como uno de esos personajes que Greene ha recreado en varias de sus obras, envuelto en una atmósfera tensa, llena de misterios y filiaciones políticas entre comunistas y espías.
Los personajes en su obra generalmente son creados bajo una sensación de abandono moral, mártires y antihéroes, que mantienen pie al frente en una lucha en contra de los deseos y las actitudes socialmente correctas.
Graham Greene tenía la buena costumbre de llevar el nombre de sus 47 prostitutas favoritas anotadas en lápiz y papel. Pero aunque pareciera excéntrico, nada más fuera de lo común que toda su obra, sus agraciados recursos estilísticos y el don creador de atmósferas y ambientes hostiles, de personajes en acecho y siempre en peligro. Greene nació en 1904 en Berkhamsted, al norte de Londres, Inglaterra. Criado en el seno de una familia inglesa protestante, cursó estudios en Oxford y publicó en 1929 Historia de una cobardía, su primera novela, cuando tenía 25 años de edad. Desde 1929 hasta 1939 es una década rica en producción literaria para el escritor inglés, publicando prácticamente una novela cada año: El nombre de la acción (1930), Rumour at Nightfall (1932), El tren de Estambul (1932; novela con la que empezó a ser conocido en los círculos literarios internacionales, luego editada como Orient Express), It’s a Battlefield (1934), Inglaterra y yo (1935), Una pistola en venta (1936), Brighton, parque de atracciones (1938), y El agente confidencial, publicada en 1939. Green trabajó desde 1926 hasta 1928 en The Times; y luego, desde 1935 hasta 1940, fue crítico de cine en la revista The Spectator, donde llegó a ser director literario.
A pesar de su fama y la calidad de sus novelas, a Graham Greene, como a Borges, nunca le concedieron el Nobel de Literatura. En una oportunidad, con respecto al galardón que otorga la Academia Sueca, dijo: “Soy demasiado popular para ganarlo, yo no escribo cosas complicadas”. Los personajes en su obra generalmente son creados bajo una sensación de abandono moral, mártires y antihéroes, que mantienen pie al frente en una lucha en contra de los deseos y las actitudes socialmente correctas. En El poder y la gloria, el padre José, su protagonista, quien se define como un “pater-whisky”, emprende una huida por el estado de Chiapas, en México, durante la segunda década del siglo pasado, bajo el gobierno de Plutarco Elías Calles. Un sacerdote borracho que en sus últimos días arranca una carrera contra sí mismo en busca de redención. Los escenarios de Greene son exóticos, alejados de Inglaterra o cualquier asunto que signifique cercanía a su país natal. Lo mismo en El tercer hombre, llevada al cine por Carol Reed y ambientada en la Viena de la posguerra. Lo mismo ocurre en El americano tranquilo, novela protagonizada por Fowler, corresponsal de un diario inglés en Saigón. Aunque, en realidad, este periodista es el alter ego de Greene, pues el escritor cubrió el conflicto de los franceses en Vietnam como reportero para la revista Life. “Greene pertenece —escribe un periodista del diario El País— a ese tipo de británicos tan dados al nomadismo vital o, si se prefiere, con esa facilidad para asumir el desarraigo como parte de su propia personalidad”. Y yo diría que su desarraigo es parte, más que de su personalidad, de su propia existencia.
Uno de los aspectos más interesantes en la vida de Greene, al igual que en la de su colega John Le Carré, autor de El topo, novela calificada por algunos expertos como la cúspide de las novelas de espionaje, es que realmente ambos eran espías. A diferencia de Ian Fleming, autor de los thrillers de ficción protagonizados por el agente 007, que recurren más al sentido de la aventura, mientras que Greene y Le Carré entran dentro del juego de las mentiras, el engaño, el conocimiento, los camuflajes y las falsas morales de ciertas clases y círculos sociales de las épocas donde ambientan sus obras.
En A World of My Own, el título original del diario íntimo de Graham Greene, escrito entre 1965 y 1989, recoge más de dos décadas del bardo inglés escribiendo la experiencia onírica del sueño. De este experimento surgieron conversaciones y viajes imaginarios con Henry James, T. S. Eliot, Robert Graves, Jean Cocteau y Ford Madox Ford, entre otros célebres escritores y poetas que Greene introdujo dentro de lo que él llamaba su “Mundo Propio”. Estos diarios, como lo escribe el autor en la introducción a la primera edición publicada en 1992, es la selección de más de ochocientas páginas que comienzan con la felicidad y terminan con la muerte. Su editora, Yvon Cloete, escribe en el prólogo que le impresionaba la claridad con la que Greene recordaba sus sueños. En realidad, el autor de El ídolo caído cultivaba esta actividad desde niño, cuando acudía a sesiones de psicoanálisis. Graham consideraba los sueños como parte de la máquina creadora, hasta tal punto que varias de sus novelas, afirma Cloete, surgieron de borradores que se transformaron en Campo de batalla y en El cónsul honorario.
Vivien Cayrell-Brown, luego convertida en Vivien Greene, en una de las pocas entrevistas que concedió a la prensa calificó al escritor como “un hombre frío e infeliz”, y de haber vivido junto a él “un matrimonio intenso pero desgraciado”. A pesar de su separación, estuvieron casados hasta el día de la muerte de Greene en 1991, internado en un hospital de Suiza, a los 87 años de edad.
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