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A propósito de John Berger (1926-2017)
La farsa de los místicos

martes 21 de marzo de 2017
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John Berger
Berger mira e impulsa a mirar, sin condicionamientos.

La muerte de John Berger fue un acontecimiento esperado: tenía noventa años. A esa edad, estimo que la muerte llama con delicadeza y pasa a cobrar sin hacer demasiada alharaca. Sigue siendo la muerte, la reina del drama y el miedo, pero cuando llega en la vejez, nos brinda (a los que seguimos con vida) la posibilidad de hacernos los giles con frases simplonas como “es natural a esa edad” y de esa forma simular indiferencia frente a la crueldad de lo inevitable.

Ya se han escrito decenas de notas referidas a la genialidad de Berger y a su capacidad de explayarse, con una agudeza única, sobre el mundo de las percepciones. Su vida de escritor, pintor, crítico, periodista, ensayista y varios etcéteras más, es demasiado compleja para abordarla en una sola nota sin cometer omisiones groseras. Mi intención sólo apunta a destacar su enorme generosidad y esparcir un puñado de letras en torno a su noción de “mistificación” (que fundamenta mucho de esa generosidad).

El pasado, según Berger, es un “pozo de conclusiones” para utilizar. La mistificación cultural nos priva de ese pasado.

En su reconocido ensayo Modos de ver, Berger pone de manifiesto lo expresado por Walter Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Y le agrega algunas consideraciones propias que terminan germinando en un análisis de la percepción del arte, los medios y la “realidad”, cuya vigencia aún sorprende. En su trabajo, aborda la deconstrucción de las perspectivas y lo habitual, las interpretaciones como mecanismo de elaboración e imposición de supuestas verdades y la exposición de formas de manipulación de significados que tornan (una vez más) absurdo al concepto de objetividad. Podría decirse que la mayoría de las discusiones presentes, en relación con los medios de comunicación del siglo XXI, son parte de su ensayo, escrito y llevado a la televisión en 1972 por la BBC de Londres (Ways of Seeing). Por una cuestión de respeto debo hacer una observación obvia pero necesaria: si el análisis de Berger es sorprendente en su carácter de adelantado, el de Benjamin podría considerarse casi profético, pero relacionarlo a la mera predicción sería disminuir su encumbrado estrato de pensamiento.

Berger, refiriéndose a las “minorías privilegiadas” autorizadas para hablar de arte, afirma que “el miedo al presente lleva a la mistificación del pasado” y que esta mistificación se realiza imponiendo hipótesis o suposiciones sin referencias claras en el mundo actual, que tornan inaccesible la visión de una obra y que oscurecen lo obvio a los fines de evitar y condenar los juicios directos. Esta mistificación se tornó necesaria para estas minorías desde que la obra perdió su anclaje en las tradiciones para ser explicada y su aura de objeto único. Allí está la mentada “reproductibilidad técnica” que estalló en el seno de los museos, lanzando las obras por el aire, reproduciéndolas en distintos soportes, en diversos contextos, con variadas intenciones. Puro movimiento.

El pasado, según Berger, es un “pozo de conclusiones” para utilizar. La mistificación cultural nos priva de ese pasado y, al mismo tiempo, “enmudece” a las obras y atenta contra la seducción de una obra sobre quien la percibe. Difícil sería dejarse seducir por una obra si el mirar está condicionado por suposiciones aparentemente necesarias, que imponen “cómo” mirar, pero que resultan inabordables, inentendibles. Aquí redunda el negocio de los “autorizados”, ya que son quienes pueden traducir estas suposiciones, o mejor dicho, imponer una forma de ver.

En una de las emisiones de los cuatro episodios de Modos de ver, Berger registra un grupo de niños mirando, interpretando sin temores, una obra de Caravaggio (Cena de Emaús). Los juicios directos de los chicos, resultado de la interacción con la imagen, de la percepción sin condicionantes específicos de “los autorizados”, son verdaderos hallazgos que disparan nuevas preguntas, que dinamizan el efecto de la obra, multiplican las posibles interpretaciones y dan relevancia a las sensaciones. Luego de este ejercicio, la historia de la obra, de su autor, sus influencias, básicamente, el pasado, se torna una fuente de enriquecimiento y análisis que complementaría a estos juicios directos, y que podría modificarlos, o confirmarlos. Pero es una fuente para todos, incluso para los chicos.

Este oscurecimiento intencional, para Berger, no es sólo un capricho del mundillo del arte, sino que la privación de acceso al pasado responde a los intentos por inventar “una historia que justifique, retrospectivamente, el papel de las clases dirigentes”. En definitiva, hacer difusos los juicios, condicionar la interpretación con suposiciones impuestas, equivale a sostener la posición dominante de unos pocos.

Dejar de lado la mistificación impone la aceptación del otro, exige compartir un lenguaje común.

Es comprensible que, en algunas esferas del mundo del arte, se menosprecie a Berger. Su literatura es una oda permanente a la interpretación y al regocijo de atravesar el arte con alma y sentimientos. Preguntando, infiriendo, arriesgando historias a partir de detalles, de experiencias personales, mirando con total libertad. Sus juicios honestos, sus descripciones sin ataduras, derrumban los castillos de ambigüedad, esos que requieren explicaciones y adulaciones a quien encripta en vez de opinar.

Berger mira e impulsa a mirar, sin condicionamientos. Después surgirán discusiones, se acudirá a los maravillosos recursos de la historia del arte, a los estudiosos que comparten su saber y a la crítica, todas formas de ver, todas válidas y fuente de la dinámica necesaria del arte.

Dejar de lado la mistificación impone la aceptación del otro, exige compartir un lenguaje común, que incluya variedad de miradas, que no castigue ni excluya a quien vea distinto y se arriesgue a expresarlo. Evitar el oscurecimiento supone discutir, compartir y arriesgarse a decir. Por fortuna existen muchos estudiosos del arte con enorme generosidad, que comparten sin temor a perder autoridad. Quizá la clave se encuentre en los disímiles orígenes de la autoridad.

Concluyo esta breve nota de agradecimiento con una nueva sensación, mientras repaso las palabras de Berger, sospecho que la mistificación por parte de los poderosos, la privación de acceso a información que enriquezca debates y perspectivas, no se reduce sólo al mundo de arte. Pero es sólo una hipótesis arriesgada, un sencillo modo de ver.

Mariano Pereyra Esteban
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