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Manteca: Mongo-Chano-Dizzy

martes 13 de noviembre de 2018
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“Manteca”, de Mongo Santamaría, Chano Pozo y Dizzy GillespieFue una mañana, como muchas veces las son, brillante y cálida, entre largas sombras y reflejos verticales de los grandes edificios de las calles de Nueva York, bajo un sopor húmedo, proveniente del rio Hudson, en donde recordé aquella canción en la estupenda voz de Andy Montañez: “Un verano en Nueva York”. Caminaba rápido, por cualquier calle paralela al rio, asomándome al primer nombre dado a ese turbio río en el lenguaje aborigen de la vieja zona hoy llamada Manhattan. No deseaba sentir la historia del jazz comentada por críticos sesgados, sino vivir, recibir una de las grandes experiencias musicales: conocer, conversar con otro, uno más, de aquellos grandes del jazz: Dizzy Gillespie.

Observaba a Nueva York con los ojos de Woody Allen, de pasón pero con una profundidad estética única, porque sólo tenía en mente una dirección, el punto de encuentro, la 5ª avenida con la calle 88; donde por dentro mi cerebro bullía con los nombres de aquellos músicos que hicieron posible la ruptura entre el llamado jazz clásico y lo que realizó ese grupo de jóvenes que no se sentían a gusto con la imposición del “swing”: el bebop. El audaz pianista Thelonius Monk; el magnífico guitarrista Charlie Cristian (quien falleciera a los veintitrés años, en los albores totales del gran cambio); los bateristas del “drum-drum” africano, Kenny Clarke y Max Roach; Dizzy Gillespie, con su trompeta acodada, y el fantástico, maravilloso saxo tenor Charlie Parker. Todos decían, al escucharlos, que ellos estaban muy, pero muy desquiciados, pero la locura sólo les cae y anida en los grandes talentos.

Dizzy, en algún momento de nuestra conversación, dijo: “Todo a partir de ahora es y será jazz”, y se echó a reír.

Hace unos cuantos años el jazz creaba luces, también apagaba otras, mientras el “oscuro poder” intentaba penetrar con sus “drogas fuertes” el mundo de “esa música negra” para minarla desde el fondo. Ellos no podían aceptar que sus alfombras fueran pisadas por unos músicos “salvajes” que construían e invadían los momentos de tranquilidad en la sociedad blanca, mucho menos que “esa música” de chimpancés (ver los viejos cortometrajes de Mickey Mouse de Disney) llegara a sus salones, sean de bailes o de conciertos. Era su impuesta cultura la que se estaba jugando el pellejo. Había que destruir en silencio esos “guetos”. Fue cuando se fundamentó una política oficial de llenar las calles y bares de los barrios negros de droga. De ahí que todo negro sea un culpable y un drogadicto.

Pero esas luces encendidas “iluminaron” con maravillosa creatividad y el espíritu, su swing, llegó a las calles y el viento arrastró con alas de mariposas sus grandes obras musicales hasta lugares donde anteriormente no se podía ni pisar. El caso más patético es el del gran músico Benny Goodman, clarinetista él, quien fuera apoyado por el establishment para contrarrestar el empuje y avance del jazz y sus músicos negros. Esos músicos fueron combativos, hasta lograr, pasado el tiempo, que un día cualquiera, con un gran prestigio por sus grandes connotaciones socioculturales como una experiencia musical, asombrosa en sí misma, llegase a convertir cada día, por su peso y valor, en la música mundial.

Dizzy, en algún momento de nuestra conversación, dijo: “Todo a partir de ahora es y será jazz”, y se echó a reír. Al preguntarle sobre su incidente con el director de orquesta Cab Calloway, volvió a reír a carcajadas (naturales en él) y preguntó: “¿Hasta allá saben de eso… cómo es posible?”. Y también comentó: “Quiero escuchar cumbia, para trabajar con ello el bebop”. Le comenté que Charles Mingus ya estuvo desarrollando grandes trabajos con los sonidos de la cumbia en Cumbia & Jazz Fusion. “Oh, sí… yo también quiero trabajar en eso… me gusta mucho lo de Mingus”. Pasaron los años y después nos volvimos a ver en su presentación por primera y única vez en Colombia, en su magistral actuación en el teatro Colón de la ciudad de Bogotá.

Ramón “Mongo” Santamaría (1917-2003) me comentó, al recogerlo en el aeropuerto (mientras se comía un bollo fresco de angelito, coco con anís estrellado), para su mítica presentación aquí en Barranquilla, después de luchar contra los rezagos de clase que nos impidieron presentarlo en el Amira de la Rosa para ser apoteósico en el Hotel del Prado, que después de Afro Blue muchos músicos comenzaron a replantear sus interpretaciones y las improvisaciones fueron incorporando nuestros sonidos caribeancestrales.

Manteca es el verdadero himno del latin jazz. Esta pieza musical es producto de una triple colaboración, pero su autor natural es Chano Pozo.

Chano Pozo (nacido Lucio Pozo el 7 de enero de 1915; fallece el 3 de diciembre de 1948) gritó: “¡Manteca..!” y con ese tremendo grito le inyectó la más vigorosa energía al reencuentro con lo ancestral, su propio ADN, el sublime aporte de los tambores del Caribe insular al jazz. A partir de ahí, espero que existan otras raíces, surge el latin jazz.

De aquí, entre estos tres grandes músicos, surge, aparece un puente milagroso: Mario Bauzá. Afamado trompetista y arreglista cubano en la orquesta de “Machito”, quien une lo disperso para que se diera, se concretara el latin jazz. Él a partir de 1943 se convirtió en la gran puerta del sincretismo musical (mambo, guaracha, rumba guaguancó, chachachá) con la orquesta de “Machito”, y hace lo posible el 29 de septiembre de 1947 al reunir y unir a dos grandes: Dizzy y Chano. De ahí salta una de las piezas claves del latin jazz: Manteca.

Manteca es el verdadero himno del latin jazz. Esta pieza musical es producto de una triple colaboración, pero su autor natural es Chano Pozo, el tamborero más grande que se ha escuchado por estos lares del Caribe, quien se la tarareó a Gillespie y éste se la hizo conocer a su arreglista, Walter “Gil” Fuller. Así nació, entre los tres, Manteca. Después llegó otro monstruo, el conguero mayor, Ramón “Mongo” Santamaría, y precipitó la verdadera esencia de nuestros ritmos interpretándola (metiendo una mano prodigiosa) al lado de Dizzy Gillespie, y de ahí surge una pieza mayor dirigida completamente a concretar con sus solos de tumbadora, que unida a la original son lo más profundo del jazz afrocaribe.

Gustavo R. Cogollo Bernal
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