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Caminando hacia la poesía de Antonio Machado (VII)
Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido
Estudio crítico y analítico de la poesía de Antonio Machado (V)

domingo 22 de marzo de 2020
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“Campos de Castilla”, de Antonio Machado
“Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido” es el poema CXXXIII del libro Campos de Castilla (1912), de Antonio Machado.
Antonio MachadoLa obra de uno de los más importantes poetas de España y, en general, de la literatura mundial, Antonio Machado (1875-1939), es revisada en esta serie de artículos por el escritor uruguayo Fernando Chelle, quien analiza su relación con el resto de los autores que conformaron la generación del 98, el peso de ésta en las letras de su tiempo y del presente, y su depurado estilo poético.

De Campos de Castilla (1912), tercer libro de poesía de Antonio Machado, estudiaré, continuando con los análisis literarios del poeta del tiempo, el poema CXXXIII, texto titulado “Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido”.

CXXXIII
Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido

Al fin, una pulmonía
mató a don Guido, y están
las campanas todo el día
doblando por él ¡din-dán!

Murió don Guido, un señor
de mozo muy jaranero,
muy galán y algo torero;
de viejo, gran rezador.

Dicen que tuvo un serrallo
este señor de Sevilla;
que era diestro
en manejar el caballo,
y un maestro
en refrescar manzanilla.

Cuando mermó su riqueza,
era su monomanía
pensar que pensar debía
en asentar la cabeza.

Y asentóla
de una manera española,
que fue casarse con una
doncella de gran fortuna;
y repintar sus blasones,
hablar de las tradiciones
de su casa,
a escándalos y amoríos
poner tasa,
sordina a su desvaríos.

Gran pagano,
se hizo hermano
de una santa cofradía;
el Jueves Santo salía,
llevando un cirio en la mano
—¡aquel trueno!—,
vestido de nazareno.
Hoy nos dice la campana
que han de llevarse mañana
al buen don Guido, muy serio,
camino del cementerio.

Buen don Guido, ya eres ido
y para siempre jamás…
Alguien dirá: ¿Qué dejaste?
Yo pregunto: ¿Qué llevaste
al mundo donde hoy estás?

¿Tu amor a los alamares
y a las sedas y a los oros,
y a la sangre de los toros
y al humo de los altares?

Buen don Guido y equipaje,
¡buen viaje!…

El acá
y el allá
caballero,
se ve en tu rostro marchito,
lo infinito:
cero, cero.

¡Oh las enjutas mejillas,
amarillas,
y los párpados de cera,
y la fina calavera
en la almohada del lecho!

¡Oh fin de una aristocracia!
La barba canosa y lacia
sobre el pecho;
metido en tosco sayal,
las yertas manos en cruz,
¡tan formal!,
el caballero andaluz.

El poema, cuya temática central es la sátira de un tipo social español (el señorito andaluz), es a su vez una gran parodia de una de las elegías más famosas de la literatura española, las Coplas por la muerte de su padre, del poeta castellano Jorge Manrique. La parodia al género elegíaco y principalmente a la obra manriqueña, está presente desde el título en el poema de Antonio Machado porque, por supuesto, esa grandilocuencia y solemnidad con que se hace referencia a don Guido no es más que una ironía. Miremos que aquí el llanto no es por la muerte del personaje, lo que sería lógico en una elegía tradicional, sino que lo que se llora son las virtudes. A lo largo del texto el tratamiento irónico se mantiene atrás de una voz respetuosa que no hace más que reparar en la moral de don Guido. En nuestro imaginario como lectores, conocedores del poema de Jorge Manrique, se establece de inmediato un contraste muy marcado entre las personalidades de don Rodrigo Manrique y la de don Guido, quedando este último muy mal parado en la comparación.

Desde el punto de vista formal, el texto está compuesto por sesenta y ocho versos, en su mayoría octosílabos combinados con algunos tetrasílabos, divididos en doce estrofas desiguales, con rima consonante a gusto del poeta. Al reparar en la estructura interna, encontramos tres momentos claramente diferenciables. El que comprende la primera estrofa, centrado en el pasado reciente, inmediato, que anuncia la muerte de don Guido; el que va desde el comienzo de la segunda estrofa hasta el verso treinta y cinco (mitad de la sexta estrofa), centrado en la caracterización de don Guido, donde se mira hacia el ayer o, si se quiere, hacia los ayeres, porque en esta síntesis de la existencia del personaje el poeta repara en el don Guido de la juventud y en el de la edad madura; finalmente, el momento que va desde el verso treinta y seis hasta el final, centrado en el presente de don Guido, en el hombre muerto.

 

Primer momento

Primera estrofa

Al fin, una pulmonía
mató a don Guido, y están
las campanas todo el día
doblando por él ¡din-dán!

Por si acaso nos quedaba alguna duda, la parodia al género elegíaco, presente desde ese título emblemático y grandilocuente, caracterizará al texto ya desde sus primeras palabras. Una expresión como “al fin” sería impensable en una elegía verdadera, sería una irrespetuosidad. Una manifestación emocional de ese tipo podría llegar a ser usada frente a la muerte de un enemigo, o de un personaje nefasto, pero nunca ante la muerte de alguien a quien se quiere exaltar. De manera que ese “al fin” no es más que el comienzo del tratamiento irónico que se dará a la figura de don Guido a lo largo del poema. La mención a la enfermedad por la que murió también es otro elemento degradante. No se trata aquí de un personaje que haya muerto en un campo de batalla ni defendiendo altos ideales, sino de alguien que está a la altura de cualquier mortal, porque tiene una muerte común. Incluso, la degradación del personaje llega a tal punto que, si bien miramos, veremos que don Guido no es el sujeto del verbo, de manera que ni siquiera ese momento decisivo de la muerte ha sido protagonizado por él, fue la enfermedad la que lo mató. Las campanas doblan porque se trata de la muerte de un individuo de posición social importante, pero el hecho de que lo estén haciendo todo el día es una desproporción. Aquí hay una clara crítica social indirecta a una comunidad que valora tanto a individuos de la categoría de don Guido, y a su vez hay un tratamiento casi caricaturesco de la situación, por la enorme distancia de la voz lírica con el personaje fallecido. Esa onomatopeya “ding dang”, degrada algo que debería ser solemne, el sonido de las campanas. Hay un tono juguetón en este poema que definitivamente lo aparta de una elegía tradicional. Incluso podríamos sumar otro aspecto que le quita a este poema la seriedad necesaria que toda elegía debería tener, el ritmo. Machado eligió para el texto el verso corto, el octosílabo, que sumado al encabalgamiento hace del discurso lírico algo muy ágil, poco solemne.

 

Segundo momento

Segunda estrofa

Murió don Guido, un señor
de mozo muy jaranero,
muy galán y algo torero;
de viejo, gran rezador.

A partir del quinto verso comienza la caracterización del personaje, donde se hace una especie de síntesis y a su vez comparación entre lo que fue su existencia en la juventud y en la edad madura. Tres actitudes fueron las que caracterizaron su juventud. Fue “muy jaranero” por lo que podemos pensar que sus años mozos fueron una fiesta continua; también fue “muy galán”, lo que sumaría a esas fiestas continuas la parte de la seducción, y finalmente, la tercera actitud, fue ser “algo torero”. Son muy significativos en esta estrofa los adverbios, porque hay una clara diferencia entre el “muy” y el “algo”. El poema nos dice que en su juventud este fue un individuo “muy” entregado a las fiestas y a la seducción, pero no nos dice que haya sido torero, sino que fue “algo” torero. Aquí, en la única de las tres actitudes que hubiera implicado valor, hay una restricción, una atenuación en ese “algo”, que muestra que don Guido nunca fue un arriesgado y verdadero torero. Pero esta actitud mundana cambia radicalmente cuando el personaje llega a viejo. Se nos dice que se volvió “gran rezador”, como si al acercarse a la muerte hubiera querido expiar las culpas de la juventud. Este es un cambio motivado por el tiempo, no por una toma de conciencia. Incluso es un cambio superficial, externo, no se trata de una transformación espiritual del individuo.

Tercera estrofa

Dicen que tuvo un serrallo
este señor de Sevilla;
que era diestro
en manejar el caballo,
y un maestro
en refrescar manzanilla.

La tercera persona del plural, en presente del indicativo del verbo decir, “dicen”, palabra con que se abre esta tercera estrofa, crea en torno a don Guido una leyenda de hombre mujeriego. Parece ser, porque si “dicen” también puede ser que no sea verdad, que este hombre era poseedor de un serrallo, que era el nombre del lugar donde vivían las mujeres en un harén y que luego por extensión pasó a significar harén, de manera que, palabras más o palabras menos, parece ser que este don Guido tenía un harén. Tener una gran cantidad de mujeres, para nada se condice con una actitud cristiana, sino más bien con la de un gran pecador. Esto es algo que deshumaniza a don Guido, porque incluso el verbo “tuvo” (pretérito perfecto simple) implica una posesión, como si en lugar de mujeres se tratara de objetos. Aquí no se habla de amor, ni hay nada que pueda traer connotaciones cristianas, hasta el propio término “serrallo” alude al mundo musulmán. Lo llama “señor de Sevilla”, como si don Guido fuera el dueño de Sevilla, por su estatus social, por su riqueza, una condición que le da poder y a su vez le permite tener esas mujeres del serrallo a su merced. En la estrofa anterior, dije que ese volverse gran rezador con la vejez había sido un cambio exterior, superficial, no profundo. Ahora lo recuerdo para reiterar que la conducta de don Guido está marcada por la pura exterioridad, porque esas dos habilidades que se le asignan aquí, manejar el caballo y refrescar manzanilla, no implican ningún tipo de valor moral.

Cuarta estrofa

Cuando mermó su riqueza,
era su monomanía
pensar que pensar debía
en asentar la cabeza.

En el verso octavo habíamos visto los cambios que estableció don Guido en su conducta cuando se volvió viejo. Aquí encontramos nuevamente un cambio que lo llevó a reflexionar. Esta vez no se trata de la pérdida de la juventud, sino de la merma de la riqueza. Este fue un cambio que se transformó en una obsesión para él, algo que lo llevó a presionarse a sí mismo, a decirse que debía madurar, cambiar de actitud, al menos si quería seguir disfrutando de algo de todo aquello que había podido gozar en una vida de despilfarros.

Quinta estrofa

Y asentóla
de una manera española,
que fue casarse con una
doncella de gran fortuna;
y repintar sus blasones,
hablar de las tradiciones
de su casa,
a escándalos y amoríos
poner tasa,
sordina a sus desvaríos.

Si reparamos en la parte formal de esta estrofa no podemos dejar de recordar, en el uso del pie quebrado, la elegía de Jorge Manrique. De manera que la parodia a ese texto manriqueño por parte de Machado no sólo se ve en la ironía con que maneja el material poético-narrativo, sino también en la parte estructural del poema.

Aquí continuamos viendo cómo los cambios de don Guido nunca responden a una transformación verdadera, moral o espiritual, sino que son cambios externos, superficiales. Para asentar la cabeza y poder vivir los últimos años de su vida con solvencia económica y prestigio social, lo que hizo fue casarse con una doncella de gran fortuna. No se nos dice que esta mujer haya sido noble, no hay en el texto ningún tipo de información, salvo que tenía una gran fortuna, que es en definitiva lo que le interesaba a don Guido, para seguir gozando de privilegios y a su vez seguir manteniendo el honor. Y, lógicamente, una vez que se casó apuntó a darle lustre a su apariencia, repintando los blasones para exaltar su linaje. El casamiento fue un acontecimiento que le permitió darle un nuevo esplendor a su vida nobiliaria, y claro, esto también trajo aparejado un cambio en sus costumbres. Con el nuevo estado civil, don Guido pasó a representar otro papel en la sociedad y dejó en el pasado la imagen de jaranero. Pero para que esto fuera realmente así, no sólo debió reivindicar la riqueza adquirida hablando de las tradiciones de su casa, sino que también debió ponerles límites a los amoríos para conservar las apariencias. En ningún momento se habla de terminar con las conductas escandalosas y desordenadas, sino de atenuarlas poniendo “sordina a sus desvaríos”. Esto es algo a lo que estaba obligado, no tanto por el prestigio social, ya que a estos personajes la sociedad complaciente les permite ciertas libertades, sino porque en esa relación, no nos olvidemos, la de la plata era ella, de manera que cualquier desvarío le podría haber costado muy caro a este señorito.

 

Tercer momento

Sexta estrofa

Gran pagano,
se hizo hermano
de una santa cofradía;
el Jueves Santo salía,
llevando un cirio en la mano
—¡aquel trueno!—,
vestido de nazareno.
Hoy nos dice la campana
que han de llevarse mañana
al buen don Guido, muy serio,
camino del cementerio.

No debe sorprendernos que se lo califique a don Guido de “gran pagano”, porque este es un término que, más allá de aludir a una persona que no es cristiana, se asocia con aquellas personas que buscan satisfacer los placeres terrenales, sobre todo los relacionados con el cuerpo. Nosotros ya nos enteramos del pasado de este personaje mundano, de sus juergas, de sus galanteos, incluso de esos comentarios que lo vinculaban con la posesión de un harén. Y hay aquí en la estrofa una antítesis desde el punto de vista conceptual, porque alguien considerado como un “gran pagano” nunca podría llegar a formar parte de una santa cofradía. Pero el tema radica en que todo lo que hace don Guido se trata de una mentira, de una apariencia. Los rezos, los blasones pintados y también la entrada en la cofradía tienen como única intención aparentar. Ser miembro de una cofradía es algo que le permite adoptar una apariencia de hombre piadoso y a su vez poder figurar en las procesiones llevando ese símbolo de la fe, el cirio, como si realmente se tratase de un individuo imbuido de una profunda espiritualidad. Pero de nazareno, lo único que tenía don Guido era la vestimenta, lo externo. Por eso el poeta lo califica metafóricamente de trueno, porque en realidad su vida, lejos de tener la humildad y la sencillez de la de un verdadero cristiano, era tormentosa, escandalosa.

Como indiqué en el comienzo del análisis literario de este poema, cuando me referí a su estructura interna, a partir del verso treinta y seis la voz lírica dejará de referirse a acontecimientos pretéritos y se centrará en el presente, donde, de don Guido, lo que queda es el cadáver. El adverbio “hoy” con el que comienza el verso referido nos acerca a los lectores a esos acontecimientos que se nos están contando. No parece haber un impacto en la sociedad por la muerte de don Guido, y si bien es cierto que en esta última parte del poema la voz lírica parece ponerse más seria para hablar de la muerte, no le atribuye a la campana un toque de dolor, sino que más bien interpreta ese sonido como algo meramente informativo. Y esto es porque, en el fondo, esta voz lírica es una digna representante de una gran parte de la sociedad, la que no cae en la hipocresía y por supuesto no se conduele por la muerte de don Guido. Pero claro, más seria y todo, la voz poética no abandona la ironía y se refiere al personaje como “buen don Guido”. Nada de lo que se ha dicho en el poema amerita el calificativo de “buen” para referirse a este personaje, que ahora sí se vuelve serio realmente, “muy serio”, pero claro, ya está muerto.

Séptima estrofa

Buen don Guido, ya eres ido
y para siempre jamás…
Alguien dirá: ¿Qué dejaste?
Yo pregunto: ¿Qué llevaste
al mundo donde hoy estás?

En esta estrofa la voz lírica recurre al apóstrofe; en lugar de continuar hablando del personaje, como lo ha venido haciendo, pasa a hablarle a él, claro que post mortem, pero, de todas maneras, don Guido deja de ser un él para convertirse en un tú. En esta gran parodia a las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique, esta estrofa correspondería al ubi sunt del castellano. La voz lírica del poema que, como vimos en la estrofa anterior, no se conduele por la muerte de don Guido, pareciera querer expresar, en ese “ya eres ido / y para siempre jamás”, no tanto la satisfacción por la muerte del personaje, sino por el entierro de un estereotipo social basado en la hipocresía, que es en definitiva lo que don Guido representa. Esos que forman parte de la clase social a la que representa don Guido, los que comulgan con la hipocresía y las apariencias mundanas, son los que le preguntarán “¿qué dejaste?”, pero la voz lírica, que pertenece a los que saben que a don Guido lo único que le interesó en la vida fue tener y aparentar, le pregunta, más bien, “¿Qué llevaste / al mundo donde hoy estás?”.

Estrofas octava y novena

¿Tu amor a los alamares
y a las sedas y a los oros,
y a la sangre de los toros
y al humo de los altares?

Buen don Guido y equipaje,
¡buen viaje!…

Ese gusto por la elegancia, por los adornos, por lo decorativo, por las cosas sensuales y a su vez valiosas, se inscribe en esa tendencia continua a aparentar que caracterizó la vida de este personaje. En la segunda estrofa, recordemos, se nos había dicho que don Guido era “algo torero”, no un arriesgado lidiador ni nada que se le parezca. Ahora se nos dice que sentía amor por “la sangre de los toros”, por el aspecto más cruel de una corrida. No se nos dice en esta estrofa que haya tenido fe, ni que haya sentido amor por los valores cristianos, sino que lo que amó fue “el humo de los altares”, o sea lo exterior, lo ceremonial. Por eso es por lo que en la breve novena estrofa, el yo lírico lo despide hasta complacido, porque sabe que quien se va a ese viaje sin retorno, en su vida fue un hipócrita, un hombre vacío, alguien que finalmente desaparecerá para siempre jamás.

Décima estrofa

El acá
y el allá
caballero,
se ve en tu rostro marchito,
lo infinito:
cero, cero.

Lo marchito del rostro de don Guido muestra lo que fue en vida y lo que es ahora en la muerte. En vida fue un símbolo de lo marchito, de una sociedad que el poeta quiere despedir con gusto para siempre jamás. En el más allá, en la eternidad, también estará marchito porque, como vimos, él nunca tuvo una verdadera vida espiritual, sino que únicamente se aferró a las apariencias, a lo ornamental, por eso es por lo que de lo infinito en su rostro se ve “cero, cero”.

Decimoprimera estrofa

¡Oh las enjutas mejillas,
amarillas,
y los párpados de cera,
y la fina calavera
en la almohada del lecho!

Esta es una estrofa notablemente marcada por la ironía, porque lo que encontramos en ella es una descripción exclamativa del cadáver. Con este recurso, es como si se estuviera pronunciando un elogio, cuando en realidad de elogio esto no tiene nada, no hay en la imagen descrita más que un hombre muerto con sus características típicas.

Decimosegunda estrofa

¡Oh fin de una aristocracia!
La barba canosa y lacia
sobre el pecho;
metido en tosco sayal,
las yertas manos en cruz,
¡tan formal!,
el caballero andaluz.

En estos últimos siete versos del poema, la voz lírica deja en claro algo que a lo largo del texto los lectores habíamos podido intuir: don Guido, más que un personaje puntual, es un representante de un tipo social español. Este caballero, este aristócrata andaluz, este señorito, que en su vida tormentosa y superficial sólo pensó en él mismo, finalmente encontró la formalidad, después de muerto. Es exquisita realmente la ironía de Machado, quien termina cerrando el poema con la presentación de un hombre serio, con una imagen cercana a la de la santidad, pero claro, eso sólo es posible porque el hombre ya está muerto.

Este artículo forma parte del libro Palabra en el tiempo: estudio crítico y analítico de la poesía de Antonio Machado.

 

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