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Francisco Umbral o el lirismo de rosa y látigo

martes 29 de marzo de 2022
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Francisco Umbral
“El ensayo es autobiografía intelectual, y la novela autobiográfica, vital”, dijo alguna vez el español Francisco Umbral (1932-2007).

Entre botellas ciegas, queso triste,
entre niñas desnudas y solares,
entre despojos vagos
del estío
me cambio de camisa, dulcemente,
y desciendo a vaginas, a tejados
donde florece el musgo de la luna
o se entrelaza el nudo de los cielos
con un fragor de leguas y de púas,
como el desnudo lento de lo rojo
o el estandarte ciego
de la muerte.

Francisco Umbral

I

Amparado en el ilustre anonimato de los célebres, Francisco Umbral, pícaro y noble, surcó la España resentida del franquismo dejando esquirlas de lirismo en los feriados. Héroe ingente de la novela de su vida, mártir de los convencionalismos de la burguesía iletrada de su época, pero también de la aleve indiferencia del mundillo literario, este escritor irreverente supo hacerle “pito catalán” a la realidad de turno. Dueño de un superego forjado en hierro ardiente, pero inseguro como lo estaría un condenado a muerte en el patíbulo, hizo que su visión anárquica del mundo lo aproximara a la idea que tenemos de poeta maldito.

Su primera formación literaria fue poética. Leyó a Lorca en la Biblioteca Municipal de Valladolid; la lectura de Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, en su día, lo impresionó vivamente. Más tarde descubrió a Neruda, Baudelaire y Lautréamont. Los dos Ramones, Valle-Inclán y Gómez de la Serna, serán, finalmente, los que a fuerza de esperpento y greguería le darán los cimientos estilísticos más reconocibles, la potencia de su prosa. Por otro lado, hay en Umbral un vanguardista impenitente y es este aspecto de sí mismo el que le permitirá incorporar cada uno de los hallazgos técnicos que el siglo XX (al menos en sus primeras tres cuartas partes) ofrecía. Sin embargo, al igual que sus pares de la Generación del 27, no dudó en incluir en su canon personal a glorias del Barroco y el Romanticismo ibérico; su biografía de Larra es un claro ejemplo de ello, cuando no una declaración de principios.

Hay en la prosa de Umbral una urdimbre lírica; porque poeta se es, cuando se es, aunque no haya verso en el escrito.

Articulista, crítico literario, biógrafo, ensayista, escritor de cuentos y novelas, Francisco Umbral fue uno de los pocos hombres —quizá el único— que vivieron en su país exclusivamente de su pluma. Como novelista, eligió el camino autobiográfico, que es el más indicado para que un yo lírico oficie de organizador y testaferro. “Hago novela para conocer mi vida, para saber que he vivido. El ensayo es autobiografía intelectual, y la novela autobiográfica, vital”, supo decir alguna vez, haciendo gala de un tono epigramático que también cultivó con donosura.

Como hasta ahora hemos insinuado, hay en la prosa de Umbral una urdimbre lírica; porque poeta se es, cuando se es, aunque no haya verso en el escrito. En su novelística hallaremos un sinfín de resonancias poéticas, de asociaciones inverosímiles a menudo surrealistas, de metáforas y metonimias que buscan desenmascarar lo real para exhibirlo en su desnudez cruda y ontológica. La novela fue para Umbral la primera de las artes plásticas. Así, por ejemplo, inicia una de ellas, Las giganteas, cuyo título alude tanto al tropismo de las plantas en cuestión como a aquel otro generado por su pluma.

El río era grande, pardo, ancho, de un oro sucio, de un verde duro, de un negro rojo, el río era lento, raudo, solemne, salvaje, lleno de tribus y palacios, lleno de dioses y pirañas, lleno de muertos y de buques, el río venía nunca supe de dónde e iba hacia la muerte, la velocidad, la presa, el vacío, la nada, como el finisterre de las cosas o el corte a pico de los mares, sonando a coro de ángeles machos bajo los puentes, sonando a primavera menstrual, errática y desnuda, en primavera.1

La descripción fluida, rítmica, apoyada en el recurso conocido como enumeración caótica, le da a esta novela que comienza la aureola musical que necesita. Al igual que en la prosa de su maestro Baudelaire, las asociaciones poéticas se dan de manera sinestésica, dibujan un concepto con el pincel de la imagen verbal que no se corresponde sino líricamente, traslaticiamente, con el resto de la sintaxis del párrafo.

En este sentido, quizá sea pertinente destacar la novela Mortal y rosa, larga elegía a la muerte de su hijo o supuesto diario íntimo, entendiendo el diario íntimo como un género o subgénero permeable a la transustanciación poética, a la invención y, en definitiva, a un desarrollo autoficcional heredero de las indagaciones bergsonianas acerca de la memoria y la conciencia. El siguiente fragmento resume la tensión lírica enfatizada por el tono utilizado, tono grave, luctuoso, prácticamente colindante con lo trágico:

Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más.2

 

Mordaz crítico de la realidad de su época, elevó juicios de irreprochable lucidez, apuntando siempre al campo intelectual y los mass media.

II

La posición política de Umbral fue menos libertaria que libertina, como suele ocurrir con los atribulados espíritus que sólo ven en la belleza un credo válido. Aun así, el formalismo de este madrileño no fue ornamental sino radical, visceral, urgente en su violencia. Hijo de republicanos, tuvo que sortear las inclemencias del franquismo cuando niño y adolescente, refugiándose en el vago recuerdo de su madre, Ana Pérez, recuerdo que lo cobijó dentro de sus posibilidades. Por razones biográficas, su voz se pronunció como enemiga de la reacción, del conservadurismo, sin que esto lo hiciera abrazar alguna militancia concreta dentro del amplio abanico de las izquierdas. Pese a haberse reivindicado varias veces como marxista, podríamos aventurar que su accionar fue propio de un anarcoindividualista, accionar que suele ser insoslayable en casi todo artista genuino.

Mordaz crítico de la realidad de su época, elevó juicios de irreprochable lucidez, apuntando siempre al campo intelectual y los mass media. “En nuestra sociedad, el libro sigue siendo un último recurso, para cuando han fallado el fútbol, el cine, la televisión, los toros”, dijo alguna vez, como para poner un ejemplo de sus muchas ocurrencias.

Descendiente directo de los grandes cínicos, monstruo de una sinceridad de fuego, hombre de sentido crítico, revisionista, Umbral se defendió del paupérrimo universo circundante con un dandismo personal y tal vez contradictorio. Un soberano, en el sentido que Georges Bataille le da al término. Un único, un propietario, en términos de Stirner.

 

III

Francisco Pérez Martínez, más conocido como Francisco Umbral, nació el 11 de mayo de 1935 (aunque algunos sostienen que antes).3 En el año 2000, triunfante y temido, halagado y vituperado, odiado y agasajado, obtuvo el Premio Cervantes de Literatura. El 28 de agosto de 2007 murió de un fallo cardiorrespiratorio en el hospital de Montepríncipe. Murió porque el corazón dejó de estimularlo, dejó de bombear sangre, justo a él que, aunque escéptico, le había cantado tanto, le había llorado todo. Nos lo recuerdan sus palabras en un lirismo de rosa y látigo, ese lirismo que nos deja:

El corazón. Por fin, una piedra en el corazón. No es que el corazón se vuelva de piedra con el tiempo. (Quizás el tiempo le hace más corazón). Es que uno va sintiendo el corazón como un lago púrpura breve en el que, de pronto, cae una piedra de silencio y peso. Es el momento de comenzar a escribir un libro que puede quedar inacabado (acabarlo sería ya haber manufacturado otro producto mercantil, haber proseguido, hasta la muerte, en la manufacturería y cartonaje literario). Vagas bandas de niños, quizás mi propia banda, o aquellas entre las que yo anduve, hace siglos, arrojan piedras sin velocidad a mi corazón, lago de luna roja.

¿Cae una piedra cada día, cae una piedra cada año? No, tampoco es eso. La piedra cae de vez en cuando, de tarde en tarde, y yo me digo: esos cabrones ya han arrojado otra piedra, me van a lapidar. Pero mientras tanto, escribo con las dos manos, bebo con la derecha, o con la izquierda, me abro mucho las camisas, en verano, para que se me vea el corazón dorado y cano, el viejo corazón barroco de hondo hierro. Mientras tanto; sí, voy y vengo, me inclino a besar manos cuajadas de asteroides, como si el peso del corazón no desviase un poco mi conducta, o me quedo erguido e impasible, en sociedad, como si un lago de sangre no me estuviera llegando ya a la boca.

Hasta que se me ahogue el lago del corazón y ellos, los chicos, los hijos de puta, huyan gritando a mi infancia.4

Flavio Crescenzi

Notas

  1. Francisco Umbral. Las giganteas, Barcelona, Plaza & Janes, 1982.
  2. Francisco Umbral. Mortal y rosa, Barcelona, Editorial Planeta, 1998.
  3. Véase Anna Caballé. Francisco Umbral: El frío de una vida, Madrid, Espasa Libros, 2003.
  4. Francisco Umbral. La belleza convulsa, Barcelona, Editorial Planeta, 1996.
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