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El lugar del escritor

viernes 1 de julio de 2022
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El lugar del escritor, por Francisco Rodríguez Sotomayor
Cuando se concluye un cuaderno se sabe que se debe comenzar el siguiente. Fotografía: Nile • Pixabay

I

Es inevitable sentir conmoción con no pocas lecturas sobre las vidas de muchos escritores. Si la turbulencia no es tan acentuada, así como en Rimbaud, nos encontramos con la desgarradora tormenta interior, como en Kafka, que además es una mención ineludible en cualquier página que verse sobre las desdichas literarias. Cito dos y siento un escozor, el llamado de voces que me claman por, aunque sea, la mínima referencia a nombres que son símbolo, que casi son monumentos. Pero se impone en mí la reserva, ya que desglosar la larga lista de literatos me parece cuando menos un irrespeto al lector, porque estas líneas se extenderían hasta el tedio. De igual manera opino que los nombres, al menos en este particular texto, no son de tanta relevancia, cuando lo que intento decir se logra con brevedad.

 

II

¿Cuál es el lugar del escritor? Fascinante la pregunta porque intenta saber cuál es el sitio, la locación donde el que escribe logra sentirse a gusto, ese rincón imaginario donde es posible la creación. Como ciudadanos, quizá en un nivel mayor o menor, satisfacemos el deseo (o necesidad) de establecernos, de hacer de un terreno baldío un hogar, y de convertir una oficina en un pasatiempo. Entra en existencia eso que llamamos “mi lugar”. Este es mi salón, mi habitación, etc. En definitiva, mi “espacio”, allí donde la calidez no es calor y la brisa no es gélida. Un sitio frecuente que es luego familiar hasta adoptarlo como propio. El político al partido, el profesor al aula, el médico al hospital, y todos a su hogar. A manera de definir, esta es, aunque de una forma un poco vaga, el concepto de “lugar” al que apunto.

 

III

Si pudiese referir una lectura que me ayudase a dilucidar, es sin duda los Diarios de Franz Kafka. Lo hago además porque los tengo a la mano, inconclusos, imperfectos, garabateados, pero sin embargo sinceros, desconcertantes a ratos, consoladores a veces; fuente indiscutible de temblores, de profundo desarraigo, de “exactitudes aterradoras”, como dice un verso de Rafael Cadenas. Podría, sin ningún problema, atenerme a la mención de cualquier otro diario, pero creo que por conveniencia, por un lado, y por la inmensa afinidad que le tengo al germanoparlante-judeo-praguense, por otro, es justo que aquí lo inserte. Cito esta maravilla: “Uno piensa que se describe correctamente, pero sólo hay una aproximación y el diario la recoge” (1910).

Opino que, si existe un lugar para el escritor, es el cuaderno. El cuaderno como lugar, como testimonio, como compañero y como búsqueda. Bien quedarían muchas otras citas de estos mismos Diarios, como esta: “16 de diciembre. No volveré a abandonar este diario. Debo mantenerme aferrado a él, porque no puedo aferrarme a otra cosa” (1910).

El cuaderno es quizá la perfecta metáfora que alude al lugar del escritor. Allí se hacen trazos, se opina, se nota, se anota, se grita, se suspira. Nunca permanente sino en perpetuo cambio; cuando se concluye un cuaderno se sabe que se debe comenzar el siguiente, pues nunca se concluye, sino que es un suspenso, como si las cosas terminaran con una coma.

Francisco Rodríguez Sotomayor
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